Sara Mesa: una gran pequeña historia de amor

Dic 18 • Lecturas, Miradas • 2403 Views • No hay comentarios en Sara Mesa: una gran pequeña historia de amor

 

Nat, una joven forastera en un pueblo casi abandonado, conoce a Andreas, un fontanero tosco y mayor que le concederá favores
a cambio de entrar en ella

 

POR ELOY URROZ
Un amor, de Sara Mesa, cuenta la historia de Nat, la chica que, casi sin pasado, llega a La Escapa, uno de esos tantos poblados de España abandonados por sus habitantes. Nat no sabe qué busca ni qué quiere. Desde un inicio, no desea nada o bien desea que el destino la conduzca, aunque no sabe adónde ni por qué. La doble o trilple maestría de Sara Mesa está, en primer lugar, al haber eliminado cualquier residuo de pasado amoroso de su protagonista (no sabemos de dónde viene ni qué la ha empujado hasta allí); segundo, en obliterar un “sentido” o propósito concreto en Nat al haber elegido recluirse en ese pueblo fantasma, y tercero, en recrear una siniestra historia de amor en un ambiente chico y sórdido rodeada de un grupo de aldeanos ajenos a ella en todo sentido (el esquema nos recuerda Dogville de Lars von Trier, donde los personajes van desembozándose conforme avanza la trama). Eso es, pues, La Escapa y allí se muda Nat sin tener la más mínima idea de por qué ha escogido ese sitio y sin otro propósito que el de traducir una obra de teatro del francés al español. Pero este aparente sentido es vago y sin sustancia (en el fondo un mero subterfugio para vivir “algo más”, algo innombrable y desconocido). Nat, como el Meursault de Camus o el K de Kafka, no tiene idea de nada. Simplemente se deja llevar. Podría haberse enamorado de Píter, pero se enamora del hombre equivocado: Andreas, el alemán (que no es alemán), quien, en la escena central de Un amor, le ofrece arreglarle las goteras del tejado a cambio de que le permita entrar en ella. Sí, entrar en ella. Una cosa por otra, un trueque directo, una transacción, un intercambio frío, duro y casi irreal por lo irrisoriamente real y prístino. Y Nat, después de un día de sopesarlo —aunque no sopesa nada en realidad—, acepta la oferta. Y he allí el logro de Un amor. Si este pasaje no fuera verosímil, el relato se caería, pero Sara Mesa sale avante frente a cualquier pronóstico que hubiera sugerido lo contrario. (Si uno contara en un café la historia de una mujer guapa y joven que se acuesta con el fontanero del pueblo, viejo y feo, sólo porque él se lo pidió a cambio de un servicio de goteras, nadie se lo creería, y sin embargo, el lector queda convencido de que así fue. Para ello, barrunto, hay que pensar o sentir como mujer, o tal vez me equivoque, pero la verosimilitud del caso raya francamente en el delirio).

 

Nat va a casa de Andreas al otro día, y acepta la proposición sin saber a ciencia cierta por qué lo hace. Como en Meursault o K, no hay explicación para las cosas ni interpretación sociológica ni psicoanalítica ni antropológica y ni siquiera amorosa. Es como si el destino se lo demandara. Uno podría pensar que la empuja el puro deseo sexual, pero para eso podría haber elegido a Píter (mucho más joven, más guapo, amable y simpático) y sin embargo escoge a un hombre bastante mayor que ella, un tipo tosco, mostrenco, inculto y casi repelente. ¿Expiación? ¿Culpa? ¿Falta de autoestima? No hay nada de eso en Un amor. No hay antecedentes (o los hay pocos). Las cosas pasan porque sí y Nat acepta su destino, aquiescente. Ojo: no es que la narradora (a través de una tercera persona que toma siempre su punto de vista) no reflexione sobre lo que le ocurre a cada momento; de hecho, lo hace: medita intensamente los sucesos que le acaecen (lo que otorga una hermosa textura a la novela), simplemente no se rebela ante ellos; los acata: “Nat siente entonces una tenue ternura; algo efímero que enseguida desaparece. Piensa que es un hombre que jamás la había atraído y que tiene que ser así, de esa manera, en la penumbra: un hombre intentando ocultar su nerviosismo mientras se quita el pantalón y la camisa: una mujer que espera dispuesta a entregarse sin entender del todo la razón de esa entrega”(78).

 

Si algo hubiese hecho todavía mejor Un amor, es que tuviera 100 páginas más de vida. A muchas novelas les sobran. A ésta, curiosamente, le faltan. A pesar de su indefectibilidad y parsimonia, en Un amor todo transcurre (paradójicamente) muy rápido. Cierta densidad le hubiera caído bien pues el libro es, asimismo, y entre otras cosas, un perverso retrato de provincias actual. Acaso la más novedosa de las características sea la forma en que su autora indaga en la alienación de su protagonista: Nat no se conoce, no se entiende, no se pertenece y tampoco se ubica dentro de esa comunidad de La Escapa. Y esta no-identidad se acendra de forma rotunda conforme avance el relato. La gente del pueblo no la quiere del todo, desconfía de ella, la evitan… ¿Es acaso por su relación con Andreas, el alemán? Aparentemente, no. Más bien porque Nat es, al fin y al cabo, una foránea y no comprende los usos y costumbres de La Escapa, tal y como su arrendador se lo hace ver cada vez que la visita para cobrar el alquiler y la maltrata verbalmente y ella lo permite con insólita mansedumbre. Incluso, en una de las últimas escenas de la novela, el arrendador está a punto de violarla, pero Nat no reacciona, pues ella apenas reacciona a nada, no dice, no grita, apenas se defiende. Nat acepta. Esto que podría ser insoportable en otro libro, resulta extrañamente fascinante en Un amor. Es como si deseáramos morbosamente saber hasta dónde va a permitir su protagonista que el destino la empuje una y otra vez ineluctablemente… Y esto dará al traste cuando Sieso, su perro, muerda y arañe a la hija de los vecinos, con lo que el cáliz de sus infortunios llega a su culminación. Después de ese incidente y la forma atroz en que Andreas, el alemán, la ha abandonado, no le resta nada más que marcharse de La Escapa. Su estancia allí es ya insostenible. (De hecho, era insostenible desde un principio, sólo que ella no lo quería ver). Como bien dice la última línea de Un amor: “Ve con claridad que todo conducía a ese momento. Incluso lo que parecía no conducir a ninguna parte” (185). En resumen, una hermosa y cuidada gran pequeña novela de amor.

 

FOTO: Portada del libro Un amor/Crédito: Anagrama

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