El atrofiado Aparato Cultural mexicano
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“¿Cuándo se convirtió en paquidermo el Aparato Cultural del Estado mexicano?”, se pregunta el autor de este artículo. A medida que surgen las respuestas, expone viejos lastres, como el mecenazgo estatal y la efectividad en el uso del erario público, a los que suma las decisiones de ciertos funcionarios de la cuarta transformación que han puesto a temblar los cimientos de algunas instituciones culturales
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POR FERNANDO DE ITA
En los años ochenta el maestro Rogelio Naranjo publicó un dibujo sobre la monstruosa maquinaria burocrática que se echaba andar para publicar un libro en la UNAM. La síntesis era genial porque se miraba el absurdo proceso que tenía lugar para editar un título que terminaba en una bodega infinita de la que jamás saldría porque era fama que la distribución editorial de la Máxima Casa de Estudios era un cuento de Kafka.
¿Cuándo se convirtió en paquidermo el Aparato Cultural del Estado mexicano? Sólo diré que la Secretaría de Cultura federal (SC) tiene más personal que sus semejantes de Francia, Alemania e Inglaterra en conjunto, y hay motivos para sospechar que es menos eficiente que sus pares. En esas condiciones, ¿cómo podrá lograr el equipo de Alejandra Frausto la cuarta transformación cultural del país, si como el resto del gobierno morenista ha comenzado por suspender a los trabajadores eventuales que sacaban al buey de la barranca en donde lo han colocado el clientelismo sindical y el amiguismo burocrático.
Todavía como titular de la Coordinación Nacional de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Alberto Lomnitz comentó en la red que el mantenimiento de los teatros es insuficiente y por lo mismo urgente, que los tabuladores para la contratación de artistas son magros, que la demanda de espacios es enorme y la oferta limitada y que la tarea burocrática ocupa la mayor parte del tiempo laboral de una oficina que debería de ser creativa. Los proveedores del Aparato Cultural nos quejamos con toda razón por la cantidad de comprobantes que exige el Servicio de Administración Tributaria (SAT) para cobrar nuestro trabajo, pero debemos reconocer que las instituciones que nos contratan también deben recorrer el laberinto burocrático que ha implementado la Secretaría de Hacienda, “para evitar la corrupción”.
Aquí debo refrenar mis maldiciones para preguntar serenamente: ¿En verdad? ¿No se les cae la cara de vergüenza a las autoridades hacendarias ante las estafas maestras, las obscenas condonaciones de impuestos y el latrocinio de los gobernadores con el erario público? No. Para ello hay que tener dignidad, honor, vergüenza.
La vuelta al mundo
¿Qué anhela una persona que vive de inventar cosas, imágenes, fábulas, historias, sueños? Vivir de su trabajo. Que exista una ventana, tocar, entregar la idea y volver por el cheque a final de la jornada. Como los albañiles. Tantos metros construidos, tanto cobras el sábado por la tarde. En cambio, ahí está el dibujo de Naranjo: un insignificante ser humano está en una fila de gente que le da la vuelta al mundo. Al fondo hay una máquina infernal, inmensa, con 20 pisos de alto en la que pulula una pequeña tribu de amanuenses mientras cerca de 30 mil personas echan la güeva olímpicamente, tomándolo con calma, jugando frontón en las mañanas porque los teatros están cerrados a esas horas, cocinando en los camerinos en las noches porque hay que aguantar a pie firme las horas extras: hombres y mujeres heredando las plazas de sus padres aunque no tengan esa vocación de servicio; pagan tan poco que hacer nada es hacer mucho. El problema está en el lado izquierdo del cuadro de Naranjo en el que hay un embudo por el que cae el dinero público que alimenta una ventanilla llamada “caja”, pero antes de llegar al pagador el embudo tiene dos salidas, en una se va el chorro de billetes que vienen del erario y llegan, así sea en monedas, a la multitud que se la lleva leve con la chamba, mientras la otra llave apenas gotea algo de líquido para la cola de sedientos que le da la vuelta al mundo.
Así de simple, así de canalla está el piso de la cuarta trasformación. Hay una perversión laboral cuando el sujeto que pinta una vaca, la cuida, la alimenta, la ve crecer, le pone nombre, se encariña con ella y tiene la inmensa fortuna de exhibirla en una exposición colectiva gane menos con su vaca que el administrador del recinto. La cuestión es que el administrador no tiene la culpa. De hecho no hay que buscar culpables. Sólo hay que lograr que el pintor de la vaca no esté en la cola de artistas sin paga que le da la vuelta al mundo.
¿Cómo lograrlo?
Sólo se me ocurre una respuesta: asumiendo la verdad. Lo que en tiempo de las falsas verdades no es una solución simple. Por qué no llenar el jardín del Palacio de Cultura de Tlaxcala, nueva sede de la SC, con gente dedicada a la ficción en cualquiera de sus formatos y de mujeres y hombres de tinta, como se les llamó en los tiempos heroicos a los periodistas de todos los medios, para decirles, en pocas palabras: si no cambiamos todo, nada será distinto.
El Aparato Cultural mexicano está tan atrofiado que cualquier parche que se le ponga sólo dilatará su agonía. Quienes vivimos en carne propia el advenimiento, el auge y la decadencia del sistema oficial de la cultura en México lo sabemos de cierto. Hace 50 años comenzó a expandirse la infraestructura cultural del país. Pero lo hizo a la manera clientelar del PRI y siempre con la venía del señor Presidente. El centralismo era brutal pero desde ahí comenzaron a surgir las casas de cultura regionales que fueron el piso de los centros de las artes, los museos y otros centros de formación y difusión del quehacer artístico en la República. Hoy México tiene la infraestructura cultural más grande de Iberoamérica y todos los estados cuentan con secretarías de cultura o sus equivalentes. Pero, ¿a qué costo?
Los beneficiados no son los productores de artefactos artísticos ni la gente interesada en ellos. Son los trabajadores de base y la baja, mediana y alta burocracia que tienen un trabajo fijo y prestaciones sociales y laborales de la que carecen los productores de arte. Como los campesinos que laboran sus parcelas, los inventores de ficciones son la parte jodida de la cadena laboral. Sin los frutos del campo no habría comida; sin la producción artística el Aparato no tendría sentido. Pero ahí está, por encima de las personas a las que dice servir.
La puerta falsa
Desde los años sesenta algunos intelectuales liberales comenzaron a imaginar otros modelos de apoyo estatal a la producción y distribución de los bienes y servicios culturales. Desatacan las propuestas del poeta Gabriel Zaid por su originalidad y sentido práctico. Pero en vez de limitar la esfera burocrática y buscar apoyos directos para la formación, la producción y la socialización de las artes, como pedían los intelectuales, el presidente Salinas creó por decreto, en 1988, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, provocando un embrollo legal porque el organismo cupular estaba por encima de las instituciones aprobadas por la ley para el cuidado del patrimonio cultural y las bellas artes: el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el INBA. En lugar de racionalizar la intervención del Estado en esos ámbitos creció la burocracia y se centralizó el poder en el virtual ministro de Cultura. Primero Víctor Flores Olea y enseguida Rafael Tovar y de Teresa.
Para taparle el ojo al macho en 1989 se creó el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) que en sus primeros años quedó en manos de los mandarines de la cultura que lo habían impulsado, quienes se despacharon con la cuchara grande otorgándose a sí mismos las primeras becas y distribuyéndolas después entre sus cofradías. Los abusos que salieron a la luz pública marcaron el desprestigio del Fonca como una mafia y el medio para cooptar conciencias y fidelidades para Salinas y sus sucesores. Fue tan descarada la apropiación de esos fondos por un grupo limitado de artistas e intelectuales que hoy las críticas al Fonca siguen siendo las mismas aunque las bases, los programas, las convocatorias y las formas para otorgar los apoyos han cambiado notablemente. Por ejemplo: los jurados para cada disciplina ya no son determinados por los funcionarios del Fonca sino elegidos por sorteo, lo que disminuye por fuerza el amiguismo y las prevalencia de una misma tendencia artística, porque los jurados concursantes son de muy diversas edades, formaciones y procedencias.
Sin duda, hay que replantear la teoría y la práctica del Fonca para ampliar el concepto de lo que es la creación artística a la luz de la virtualidad y las demandas sociales y democráticas, sin perder de vista que es el organismo gubernamental que gasta menos en burocracia y distribuye la mayor parte de sus fondos directamente entre los gremios artísticos, ya sea para su formación y profesionalización como para el reconocimiento de la obra realizada.
Fifís y fufús
Acaso el dilema actual del Fonca y de la SC sea la confrontación entre meritocracia y democracia. A la fecha el mérito artístico es el fiel de la balanza pero desde el siglo pasado hay una fuerte crítica a la subjetividad de este enunciado que a juicio de sus detractores sólo afirma el pensamiento dominante. En este carril de reivindicaciones corre el reclamo de género que pide el mismo número de becas para mujeres que para varones aunque la trayectoria y la obra de las féminas sean menores que las de los hombres, puesto que la causa de tal estado de cosas está en la dominación que ha sufrido la mujer en este mundo de machos.
¿Cómo aplicará la SC la máxima de su máximo líder: “Por el bien de todos, primero los pobres”? Aunque aún no accede al puesto, Paco Ignacio Taibo II ha puesto a temblar los cimientos del Fondo de Cultura Económica (FCE) con su oferta de popularizar la producción de la editorial más importante de Latinoamérica. El nombramiento del escritor Mario Bellatin al frente del Fonca es un gesto de cordura y de apertura porque siendo un reconocido hombre de letras no milita en grupos de poder cultural y conoce la importancia de las orillas. En sus primeras declaraciones públicas reconoce la importancia del Fondo de cuyas becas se ha beneficiado, pero también anuncia una mayor socialización del trabajo de los “fonqueros” a quienes la senadora Jesusa Rodríguez quiere mandar a vivir al menos un año a las comunidades indígenas.
La meritocracia cultural crea por definición una endogamia que se define por el abolengo artístico e intelectual de sus miembros. Si el valor de una obra está en la virtud del contenido y en la maestría de su formato, el becario será el solicitante que cumpla estos preceptos, por encima del artesano que lleva años trabajando sin tanta profundidad ni tanto talento el mismo tema. Por ello hay becarios del Fonca casi de por vida, porque sus pares se inclinan por sus méritos, puesto que para llegar a jurado del Fonca también debes tener esos valores artísticos e intelectuales, por más contestataria que resulte su invención artística. Para los fufús eso es fifí: el agandalle de la élite sobre el pueblo.
La democracia cultural implica el reconocimiento de una voluntad, no de una capacidad creativa; la imposición de un derecho ciudadano pero no artístico; la regularización de algo tan irregular como la imaginación del ser humano; la vulgarización de la inteligencia en el sentido positivo del verbo; la difusión del pensamiento comunitario; el sentido común de la vida; la sabiduría popular; el emparejamiento de oportunidades; justicia social; medianía artística (José Guadalupe Posada fue un genio del pueblo por su origen y un fifí por su talento). Para sintetizar: la democracia cultural es indispensable para el acceso de todos los mexicanos a la cultura pero resulta cuestionable como un valor en sí mismo para la invención de ficciones, y para las becas del Fonca. Aunque en lo individual y en lo colectivo, el trabajo de 50 años del Llanero Solitito y su Cleta, por ejemplo, tan vilipendiado por los Fifís del teatro, merece todo el apoyo del organismo porque ha cumplido una tarea artística y social en los márgenes del Sistema.
Aquí y ahora
No todo es ruina. La formación del Aparato Cultural del Estado mexicano fue una de las hazañas de la comunidad cultural del siglo XX. Cuando todo estaba por hacer, buena parte de la clase intelectual y artística del México posrevolucionario se entregó de lleno a la construcción de una utopía. Como el resto de aquel horizonte de verdad y de belleza para el pueblo de México, la codicia, el vandalismo, la corrupción y la injusticia que cultivó la clase gobernante y empresarial por todo un siglo, nos tiene aquí, hundidos en el crimen, la inseguridad, la confrontación política y social. Por ello es tan vital que la cultura sea de nuevo un lugar de encuentro en la diversidad, un sitio para el debate no para la diatriba, un lugar para el respeto mutuo no para el descontón.
Más eso no se logrará haciendo Consejos Ciudadanos que nunca han dado buenos resultados. No importa que tan legítimos sean los convocados. Varios amigos míos estuvieron en el último Consejo que armó María Cristina García Cepeda en la SC y me reprocharon la crítica que publiqué sobre la ornamentación de esas figuras tutelares diciendo que ellos sí harían algo factible, positivo. Ahora me dan la razón. Son gestos del poder para darle un barniz ciudadano a sus decisiones.
La verdad, si aún existe, es que o se cambia todo para que nada siga igual o nos vemos dentro de seis años con el PRI y el PAN abanderando la renovación cultural de la República Mexicana.
FOTO: La política cultural también estuvo presente en la obra de Rogelio Naranjo, uno de los cartonistas políticos más relevantes del siglo XX en México. / Tomada del libro Me vale madre, de Rogelio Naranjo, Ediciones de Cultura Popular, 1980.
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