Secretaría de Cultura: de dónde viene, y lo que falta
POR GERARDO OCHOA SANDY
No puede decirse que la creación de la Secretaría de Cultura sea una ocurrencia de la administración federal actual. Al menos desde los años 80, la propuesta aparecía durante las consultas y los encuentros de los candidatos a la presidencia con la comunidad cultural. El asunto surgía debido a la amplia infraestructura y a la variedad de instituciones creadas durante el siglo XX para ocuparse de la cultura y las artes como parte de una política de Estado. Era necesario articularla de manera integral pero ¿la secretaría era la mejor opción?
La reflexión respondía también a una lógica histórica. Desde el inicio del México independiente se advierte con claridad un momento de creación de dependencias y disposiciones legales y otro momento de reorganización bajo estructuras de carácter más general. En Política cultural, ¿qué hacer? (Hoja Casa Editorial, México, 2001) realizamos un breve repaso al respecto. La creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el 7 de diciembre de 1988, era entonces el episodio más reciente.
El debate que precedió la creación del CONACULTA planteó una disyuntiva. La heterogeneidad del sector era tal que parecía un desafío insalvable integrarla bajo la lógica de una secretaría. No facilitaba las cosas la abundancia de leyes, reglamentos y decretos, que llegaron a estimarse en más de 300. Lo que hacía falta era un esquema más flexible para que dieran inicio dinámicas de trabajo que superaran eventuales resistencias a la coordinación interinstitucional, se identificaran lagunas y duplicidades, y se añadieran nuevas áreas de atención.
De manera preponderante en los institutos históricos, el INAH y el INBA, se escucharon opiniones en contra: que el Consejo era dado a luz a través de un decreto presidencial que no podía superponerse a sus leyes orgánicas, que ocasionaría más burocracia, que se trataba de un logo que se añadía a las actividades realizadas por otras instancias.
No obstante, la propuesta fue la adecuada.
El Programa Nacional de Cultura 1990-1994 estableció los llamados “programas sustantivos” que sentarían a “las partes” en torno a intereses en común, presididos por el titular del Consejo. En el arranque se definieron seis: “Preservación y Difusión del Patrimonio Cultural”, “Aliento a la Creatividad Artística y a la Difusión de las Artes”, “Preservación y Difusión de las Culturas Populares”, “Fomento del Libro y la Lectura”, “Cultura a Través de los Medios Audiovisuales de Comunicación”, y “Educación e Investigación en el Campo de la Cultura y las Artes”.
Adicionalmente, se instituyeron los “Proyectos Estratégicos”, que inauguraban o hacían explícitas nuevas líneas de trabajo: descentralización de los servicios culturales, programa cultural de las fronteras, cultura para jóvenes, cultura para los trabajadores, cultura y ciencia, cultura y medio ambiente, intercambios culturales, eventos y proyectos históricos especiales, cultura y turismo y exposiciones y eventos temporales.
En el sexenio de Vicente Fox, los “programas sustantivos” fueron denominados “Campos de Acción” y en el de Felipe Calderón “Ejes”, y hubo ajustes de detalle en los nombres y número –nueve y dos programas especiales durante el zedillismo, diez durante el foxismo, ocho durante el calderonismo– pero la propuesta original mostraba su validez. La tarea realizada durante un cuarto de siglo facilitaba la transición hacia la deseada secretaría.
Durante la primera mitad del gobierno actual, se extendió la percepción de que el entonces titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Emilio Chuayffet, no apreciaba e incluso obstaculizaba a los funcionarios culturales, y ocurrieron situaciones bochornosas, como que las partidas presupuestales no “bajaran” al sector. La llegada de Aurelio Nuño a Educación Pública y la paciencia y buen trabajo político de las autoridades del Consejo avivaron el interés por la secretaría, así que en Los Pinos valoraron las bondades de la apuesta y tuvieron a bien aprovechar la coyuntura del tercer informe de gobierno para el anuncio de su creación, en el contexto de la caída de la imagen por los sucesos de los últimos dos años y conocidos de sobra. ¿Realpolitik? Bienvenida. La ventaja, inmediata y palpable, que no es poca cosa: la nueva secretaría no dependerá más de las simpatías o antipatías del titular de Educación Pública, sino de la capacidad de negociación del secretario de Cultura con el Presidente y, claro, con Hacienda y el Congreso.
Rafael Tovar de Teresa fue designado el primer secretario de Cultura de México. Su trayectoria es amplia y sólida, con logros concretos de largo alcance, bien dispuesto a la creación de nuevas instituciones y programas culturales, algunos puestos en duda en su momento, y reconocidos al final. La faena que ejecutó en la Secretaría de Relaciones Exteriores, como titular de Asuntos Culturales y como Embajador, le aporta visión de horizontes. A finales de los años 80 impulsó una reforma estructural en el INBA, del cual fue director, poco valorada y básicamente olvidada. En las dos ocasiones que fungió como titular del CONACULTA, integró un equipo de trabajo comprometido y capaz. Le tocó, la primera vez, relevar a Víctor Flores Olea, quien llegó partiendo plaza y salió entre cojinazos, a cuento de un berrinche de Octavio Paz, y apaciguó las nada fáciles aguas de la comunidad cultural. Tanto de Carlos Salinas como de Ernesto Zedillo recibió respeto y apoyo. También ha dado pruebas de que sabe pintar su raya: designado responsable de las conmemoraciones del Bicentenario y el Centenario durante el sexenio de Calderón, ante la falta de claridad, se deslindó.
¿Qué sigue?
Saber detalles de la estructura de la Secretaria de Cultura, y su ley y reglamento. Rafael Tovar de Teresa informó, en entrevista con El Universal (8/I/2016,) que no será una secretaría “tradicional”, que no habrá “subsecretarías”, que las plazas duplicadas están identificadas, que los derechos laborales -los laborales- serán respetados, que los ajustes en la gestión implicarán un saldo favorable desde el punto de vista presupuestal, que no lo asustan los recortes, que lo importante no son los logos sino la función. Es un funcionario que ha cumplido lo que ha anunciado, así que no hay razón para pensar que no será así.
No se sabe todavía si habrá un anuncio formal de la nueva estructura o básicamente irá consolidándose durante los meses próximos o incluso en el curso de 2016, al menos en sus aspectos centrales: qué áreas se ajustan, o se fusionan, o se replantean. Los que se han desempeñado como servidores públicos conocen la relevancia de esa faena de ingeniería institucional y saben que la prisa es mala consejera, así que mientras más despacio, más aprisa. Tampoco se conoce si se incluirá una subsecretaría de carácter general y una Oficialía Mayor, dos responsabilidades “tradicionales” en las secretarías de Estado, que igual en la nueva dependencia encuentran otra solución. Lo cierto es que la Secretaría de Cultura tiene una espléndida oportunidad para incorporar ideas de gestión pública cultural de avanzada con miras de largo plazo, para aprovechar algunas las experiencias de las secretarías de cultura de otros países que sean útiles a la circunstancia nacional y para no rehuir, donde amerite, el golpe de timón.
Por el momento, la atención recae en las negociaciones que derivarían en la creación del sindicato en el sector. A la fecha, las distintas delegaciones no han explicado con claridad sus propuestas, más allá de unos cuantos planteamientos de carácter general, que se limitan en lo esencial a los derechos laborales, los cuales nadie discute, pero dentro de los que buscan incluir prebendas, concesiones y dinámicas laborales, obtenidas a suerte de golpes y porrazos, que laceran a diario a los gestores culturales y a los artistas, sobre todo los escénicos. De soslayo, se perfila una disputa central: las cuotas de los potenciales futuros agremiados. La normalización del estatus laboral de muchos eventuales que han sacado adelante las cosas que en varias ocasiones no desahogaban los sindicalizados tendría que ser una prioridad, de ambas partes, la sindical y la institucional. El sindicalismo cultural de México encara también la espléndida oportunidad de la autocrítica. Veremos si será capaz.
En fin, que la agenda es amplia. La Secretaría de Cultura puede ahondar en varios asuntos, de los que se ocupó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en su circunstancia, para perfeccionarlos. La relación con las compañías, algunas de las cuales son auténticos barcos de piratas donde los motines ocurren casi por generación espontánea. Los mecanismos de asignación de apoyos del FONCA, que deben darle una vuelta de tuerca más a los cotos de caudillos y cofradías. Igual, los jaloneos con Hacienda y la Contraloría, que con frecuencia imponen disposiciones que aplican para otras dependencias pero que están fuera de lugar para el ámbito cultural.
Destaco un aspecto más. El impacto en públicos más amplios y de más diverso perfil, lo que requiere que sus medios se sometan al diagnóstico del rating y desde esa base construyan estrategias adecuadas en pos de los radioescuchas y televidentes, con una calidad en la producción de contenidos que no contradigan con su función original. La excusa de que no se busca ofrecer contenidos comerciales se ha vuelto anacrónica, y solo perpetúa la problemática de la falta de audiencia. La apuesta tecnológica que inició el Consejo y refrenda la Secretaría es, acerca de esta cuestión, crucial. En las instituciones del sector y en las universidades abunda gente capaz para concebir y realizar una evaluación ad hoc, sin necesidad de recurrir a las empresas privadas.
Jesús Reyes Heroles G. G., también en esta casa editorial (El Universal, 31/12/2015), destacó que la nueva secretaría puede servir para “reforzar” la diplomacia y “potenciar” el turismo hacia México. Sobre el tema (“Se habla español: la diplomacia cultural ausente”, Confabulario No. 118, 6/IX/2015), bocetamos algunas propuestas, encaminadas a unificar la presencia de México en el exterior –agregadurías, centros culturales, institutos, las sedes del FCE y de la UNAM, el Consejo de Promoción Turística y Proméxico— de manera integral.
La conversación continúa.
*FOTO: En la imagen, asistentes a la exposición de las obras de Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel Bounarroti en el Palacio de Bellas Artes/Yadín Xolalpa. EL UNIVERSAL.
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