El tiempo circular de la Selección mexicana
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Estas historias revelan, no obstante el paso de los años, el carácter pícaro de nuestro equipo. Cualquier semejanza con la actualidad no es mera coincidencia. Relatos tomados del libro Anecdotario del futbol mexicano (Ficticia, 2006)
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POR CARLOS CALDERÓN CARDOSO
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Un capirucho francés
México pasa sin problemas sobre Cuba en las eliminatorias rumbo al Mundial de Roma en 1934. Solamente queda un partido clasificatorio y es en contra de los Estados Unidos.
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No se entiende por qué la FIFA decide que este partido se dispute en la misma Roma. Tras un viaje de más de un mes en barco para llegar a Europa, el que pierda queda fuera del Mundial sin jugar un solo juego, algo que parece una locura.
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Los jugadores mexicanos, sin embargo, encuentran que a bordo del Orinoco –barco alemán que los transporta a Italia– hay gran variedad de hermosas bailarinas y camaristas tanto cubanas como europeas. Muchos de ellos, que en México no tienen suerte para el ligue, consiguen conquistar a algunas de estas señoritas, por cual, a la hora de los entrenamientos, varios jugadores no se presentan gracias a la farra corrida la noche anterior. AL llegar a su destino, más de cinco están pasados de peso, pues las grandes comilonas y el nulo ejercicio causa estragos.
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Juan Carreño, a quien todos conocen como El Trompo, no tiene suerte en el barco, por lo que cuando liga con una camarera francesa de nombre Joanna, que conoce en el hotel Albergo Boston, donde se hospedan, no la la suelta ni a sol ni a sombra. Juan le pide una muestra de su amor en la Porta Pinciana, una de las entradas de la muralla que da acceso al Monte Pincio, y Joanna le dice que sí, pero que en su noche libre del 23 de mayo.
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El 23 es el día previo al partido contra Estados Unidos, por lo que Carreño lo piensa dos veces. Pero como el cuerpo puede más que el gusto por jugar, decide ir a bailar con la camarera y, luego, cuando tiene que recluirse en su habitación, la invita a pasar la noche. Allí se avientan varios “capiruchos” como Carreño le llama al arte amatorio. Sobra decir que llega al partido más cansado que un cartero el viernes a mediodía.
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El entrenador mexicano decide alinearlo, ya que Carreño da los primeros goles a México en la anterior Copa del Mundo, y se le tiene gran confianza, pese a que su estado físico es deplorable.
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Al finalizar el encuentro el resultado es 4-2 en contra de México, pero ambos goles son armados por El Trompito. En el primero triangula con Alonso que consigue un magnífico tanto; en el segundo, sacando fuerzas de flaqueza, Carreño avanza por media cancha con el balón cosido a sus pies y se quita a uno, a dos y a tres jugadores, manda un centro preciso a la altura del área enemiga que toma Nicho Mejía que sólo estira el pie para colocar el balón dentro de la red estadounidense.
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Con Carreño en forma, tal vez la goliza hubiera sido de México, pero eso no se sabrá jamás. –Todo por un “capirucho” francés.
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Ni por la virgen de Guadalupe
Es el año de 1930. México se prepara para su participación a la primera Copa Mundial de futbol. Los jugadores nacionales tienen poca experiencia internacional. México participa en la Olimpiada de Ámsterdam en 1928, en donde sólo juega un encuentro que pierde 7-1 ante la entonces potente España. Además de algunos jugadores americanistas que años atrás salen al extranjero a disputar encuentros en Guatemala y Cuba, es decir, casi nada.
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Debido a esa corta experiencia en el plano mundial y ante una competencia de tal envergadura, la Federación Mexicana decide contratar a un entrenador que se cataloga como tal. La responsabilidad recae en un adaluz que se presume de mano dura y motivador.
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El viaje rumbo a la experiencia mundialista empieza a bordo de un vapor que lleva a la Selección Mexicana a Nueva York. Allí toman un barco que, por 26 días, viaja rumbo a su destino: Uruguay.
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El 13 de julio México tiene su primera participación mundialista. Previo al partido, aún en los vestidores, el entrenador Juan Luqué de Serrallonga les suelta a sus seleccionados una arenga. Empieza diciéndoles que sus madres y sus hermanas están pendientes del resultado, que sus familias enteras rezan por ellos, que México desea fervorosamente que hagan un buen papel, que salgan a darlo todo, que la Virgen de Guadalupe los cuida y protege por ser mexicanos devotos. Les pide guardar un minuto de silencio para encomendarse a la mismísima virgen y mientras esto ocurre, saca un fonógrafo y les pone un disco con el himno nacional y les hace besar la bandera tricolor. Después, con un aplauso ensordecedor, los manda a la cancha…
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El Jefe de la Delegación, al ver que los jugadores salen al campo bañados en lágrimas por la emoción, le dice a Serrallonga:
–¿Adónde los trajo: a la guerra o aun partido de futbol?
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La Selección Mexicana pierde sus tres encuentros con apabullantes marcadores. México anota 4 goles y recibe 13 metrallazos. Tal parece que, en verdad, está en una guerra, la cual se pierde en definitiva.
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La emoción del primer gol
México participa por invitación en el primer Campeonato de futbol celebrado en Uruguay. Corre el año 1930, en el que nuestro país vive cambios significativos en el aspecto político y social. Apenas dos años antes muere asesinado el presidente Álvaro Obregón, y Plutarco Elías Calles comienza a crear su maximato presidencial a costa de tres presidentes peleles que permiten que el ex mandatario intervenga en las decisiones más importantes de la nación.
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Para asistir al Mundial, se designa al español Juan Luqué de Serrallonga como entrenador de la selección. Luqué es un hombre extrovertido, mano dura, pero jocoso y hasta divertido. Se eligen un total de 17 jugadores, todos ellos provenientes de equipos de la capital a los que se les somete a una serie de entrenamientos tanto en los campos del D.F. como abordo del barco en el que se viaja a Uruguay.
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México tiene el honor de ser designado junto con Francia como los países que abren el primer Campeonato Mundial de futbol el 13 de julio a las tres de la tarde en el Estadio Pocitos. El que anotará el primer gol, sería, sin duda, recordado por siempre. Luqué de Serrallonga insta a sus jugadores a que ganaran esa gloria para su país.
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El encuentro inicia bajo una constante llovizna, con viento fuerte y frío en un terreno lodoso y resbaladizo. Francia domina rápidamente las acciones y al minuto 18, Laurent clava el esférico en la meta del guardameta mexicano. Al 39, Langiller anota el segundo para Francia. A los 42, de los pies de Machinot sale una ráfaga para decretar el tercero en contra. Es hasta el minuto 25 del segundo tiempo cuando Juan Carreño, el llamado Trompito, jugador del Atlante, logra anidar el balón en la meta francesa: es el primer gol de México en Copas del Mundo. Para cerrar la cuenta, Francia anota nuevamente por medio de Machinot con disparo fuerte y raso faltando 8 minutos para que concluya el partido.
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Los jugadores mexicanos, cabizbajos, abandonan la cancha. En el vestidor, Serrallonga los recibe con aplausos y les dice:
–No se preocupen, tienen la satisfacción y no me cabe la menor duda de que vuestro país será recordado a lo largo de la historia de las Copas del Mundo. Así que siéntanse orgullosos por ser el único país en recibir el primer gol en una Copa Mundial de futbol, título que nunca van a perder.
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Es así como México tiene el “orgullo” de haber recibido el primer gol en un Campeonato Mundial de futbol.
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La selección rayada
Se juega el Mundial de futbol en Brasil, en 1950. México queda instalado en el grupo del país anfitrión, junto a Yugoslavia y Suiza, y es materialmente arrollado por sus tres contrincantes. Recibe 4 goles de los cariocas, 4 de los yugoslavos y 2 de los suizos.
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En aquellos años no se acostumbraba llevar dos o tres uniformes diferentes –como se estila actualmente–. No hay patrocinadores y las camisetas son muy caras para enviar varios juegos de las mismas.
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Ante Brasil y Yugoslavia no hay problema alguno, ya que los uniformes se distinguen fácilmente. Sin embargo, ante Suiza ocurre un hecho pro demás curioso: la casaca nacional suiza es idéntica a la que llevan los mexicanos: un rojo tirado a guinda.
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Se acuerda entonces un volado para que el equipo perdedor cambie de playera. Los mexicanos ganan. Es el único triunfo que México obtiene en el Mundial. Pero la delegación mexicana caballerosamente opta por cederle el derecho a Suiza de utilizar la playera oficial. México, hospedado en Porto Alegre, tiene que pedir prestado el uniforme del equipo local, el Gremio. Éste, no obstante, es rayado azul marino, muy parecido al que utiliza el Monterrey; nada que ver con el rojo, verde o blanco de la Bandera Nacional. Así, México juega su partido de Copa del Mundo: pierde en la cancha, pero gana en caballerosidad, ahí sí nadie nos gana.
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El último minuto
México juega su segundo partido en el Mundial de Chile en 1962. El rival es españa, la llamada “furia roja”. Faltan pocos minutos para que concluya el encuentro y México –dominando– tiene atrás a España. El marcador es de 0-0. El empate da casi por seguro el pase de los mexicanos a cuartos de final. Nacho Trelles, el táctico nacional, les dice claramente que aguanten esos instantes. En caso de una descolgada –les advierte– cometan un faul y dejen que el tiempo se agote.
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El reloj indica minuto 44 del segundo tiempo. Se marca un tiro de esquina a favor de México y, Trelles, desde la banca, grita que lo tiren afuera para consumir los segundos restantes. El ejecutor, desobedeciendo, lanza el centro que es cortado por los españoles.
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En la transmisión realizada por Fernando Marcos para la radio y la TV, advierte con una frase lapidaria:
–Cuidado, no hay que olvidar que el último minuto también tiene sesenta segundos.
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La defensa despeja y el esférico es tomado por Gento, quien como Pedro por su casa, se interna en el área mexicana rebasando a uno y otro defensor. Trelles, desde la banca, grita a Raúl Cárdenas que lo derribe –no hay tiempo de compensación en aquellos años–, pero Cárdenas no lo hace por caballerosidad.
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Gento centra y Antonio Carbajal, guardameta mexicano, grita a su defensa Jáuregui que se la deje. Éste, queriendo ser el héroe del encuentro, cabecea hacia atrás y la pelota va a dar directamente a los pies de Peiró, quien no tiene más que jalar el gatillo para anotar. Veinte segundos después el árbitro pita su ocarina. De aquí la famosa frase: “el último minuto también tiene sesenta segundos”.
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Empatamos
La Selección Mexicana llega con gran entusiasmo a Rosario, provincia argentina en la cual le toca jugar durante el Mundial de 1978. Tras una eliminatoria invicta y varios partidos de preparación con excelentes resultados, hacen creer a la afición –y a ellos mismos– que harán un extraordinario papel.
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El primer encuentro se juega contra Túnez, que parece el rival a modo para ser goleado. Sin embargo, la Selección Mexicana pierde estrepitosamente 3-1.
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El segundo encuentro se juega en Córdoba ante la Selección Alemana. El estadio se encuentra casi a su máxima capacidad: 45 mil espectadores lanzan vivas, papeles multicoleores y aplausos a los dos contendientes.
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Alemania sale con un cuadro de lujo. Destaca su portero Maier, Vogts, el armador Rummenigge; y los siempre peligrosos Flohe y Dieter Müller. México salta a la cancha con Pilar Reyes; Jesús Martínez, Alfredo Tena, Eduardo Ramos, Arturo Vázquez Ayala, “Wendy” Mendizábal, Antonio de la Torre, Leonardo Cuéllar, Enrique López Zarza, Víctor Rangel y Hugo Sánchez.
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Las acciones se desarrollan siempre a favor de Alemania. México parece un cachorrito perdido en la mitad de la cancha; su futbol sin orden y sin sentido no causa la más leve molestia al conjunto ario.
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Al minuto 14, cae la primera anotación en contra de los mexicanos. A los 38, el marcador ya es un contundente 3-0. Ante esto, el portero Pilar Reyes que no la ve venir, o más bien, que la ve venir demasiado, fastidiado, agobiado por la inminente goliza, decide que no puede dar más de sí… Corre el minuto 42 del primer tiempo cuando solicita su cambio. Una lesión –dice– le impide continuar el partido. En su lugar entra pedro Soto, el cancerbero suplente. Pilar, dolido en el orgullo ante el desastre, se coloca en una plancha que hay en el vestidor y se recuesta. No sabe más del partido, sólo escucha los gritos de la gente cada vez que se desarrolla una jugada de peligro. Le parece, además, que tres de esos gritos se corean como gol, pero nada más.
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Al término del encuentro, el primero en arribar a los vestidores es Pedro Soto que, con la sonrisa franca, entra alardeando:
–¡Empatamos! ¡Empatamos!
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Pilar Reyes, que alega no se puede mover por la lesión, se para impulsado como un resorte para brincar y abrazar a su compañero. Su gusto es inmenso.
–Empatamos, en verdad empatamos –responde sonriente.
–Sí –contraataca Soto–. A ti te metieron tres y a mí otros tres –termina de contarle mientras suelta tremenda carcajada.
Ante la derrota sólo queda el humor de Soto que sabe que la lesión de su compañero de combate es ficticia.
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Foto: El 10 de junio de 1978, la Selección mexicana cayó 3-1 contra Polonia en el Mundial de Argentina. En la foto, Hugo Sánchez, conocido como el Niño de Oro, en un choque con el portero polaco. / UPI.