Selfie, por lo tanto existo

May 24 • Conexiones, destacamos, principales • 6273 Views • No hay comentarios en Selfie, por lo tanto existo

 

FEDERICO GAMA

 

Ya no es necesario esperar a que los medios de comunicación nos descubran para hacernos famosos. En la actualidad eso está literalmente al alcance de nuestra mano: “hacerse una foto uno mismo” nos puede cumplir el sueño de lograr los 15 minutos de fama mundial.

 

Con algo tan simple como tomarse una fotografía con los amigos o fotografiarse el trasero, es posible conseguir en las redes sociales millones de seguidores, views o likes, como Jen Selter, quien tiene más de un millón de seguidores en Instagram y quien dice no darle importancia a los comentarios que se hacen sobre ella; “ellos no quieren ver mi cara”, como reportó el New York Post el 2 de enero pasado.

 

El selfie es el fenómeno más dinámico en toda la historia de la fotografía. En unos cuantos años ha generado por sí mismo varios subgéneros y ha sido noticia mundial.

 

Pareciera que la necesidad de fama motiva esta práctica, pero los selfies van más allá de la vanidad o el ego por hacerse popular en las redes sociales. Lograr esa “fama” le ha causado problemas de todo tipo a miles y la muerte a una adolecente de 17 años que intentaba tomarse un selfie extremo, como ocurrió en un puente de San Petersburgo en abril pasado. (Este tipo de selfie es toda una moda en Rusia.  Kirill Oreshkin es uno de los principales representantes de este estilo).

 

Selfie fue la palabra del año en 2013, según el diccionario de Oxford, por su uso frecuente en el idioma inglés y la define como “una fotografía que uno toma de sí mismo, normalmente con un smartphone o webcam, y que se cuelga en una web de medios de comunicación social”.

 

Lo primero que se piensa es que, si un selfie es una foto que se toma uno mismo, es un autorretrato. Sin ahondar demasiado, podemos decir que sus intenciones y sentido son diferentes. El autorretrato nació cuando se inventó la fotografía, pero su concepto es anterior porque hereda el sentido artístico y plástico de la pintura, con toda la amplitud que se ha desarrollado en las artes —como ejemplo está la obra de Cindy Sherman, quien lleva  más de 35 años explorando el género—. Ese discurso y lenguaje no son los de un selfie.  El autorretrato fotográfico busca crear una imagen de autor que pueda decir algo de sí mismo. Es una observación y reflexión sobre sí que trata de ir más allá de la propia imagen: busca penetrar en la psicología, la cosmogonía, la sociología o la antropología de un individuo o una sociedad. Hasta el momento, no hemos observado selfies con mayor profundidad simbólica que la inmediatez. Hace unos días dos turistas en Barcelona se tomaron un selfie mientras un grupo de manifestantes prendía fuego a un contenedor de basura durante la marcha del primero de mayo; el acontecimiento obviamente solo es parte del fondo.

 

El autorretrato en la web surge al ser necesario para crear un perfil en las redes sociales, pero eso no es un selfie. La intención del selfie es autentificar que se está haciendo algo importante en tiempo real: “mira lo que hago en este momento, aquí estoy, existo”. Es la certeza de que quien lo toma está vivo, es alguien que se la pasa bien y digno de admiración. Su vida es especial.

 

El selfie es uno de los vehículos de socialización más activos de la actualidad. Independientemente de la realidad real, la realidad virtual es más importante porque hace al usuario un ser más social y sociable de lo que la realidad física le permitiría. Y le da más certeza a la realidad virtual porque casi siempre es generosa: si hay foto entonces está sucediendo y si alguien la retuitea se vuelve importante.

 

La mayoría de los selfies son como montañas de basura visual idéntica y aburrida; s+ólo pocos son significativos. El selfie no le aporta nada a la fotografía desde el punto de vista técnico ni expresivo, pero el uso cotidiano del autorretrato sin pretensiones artísticas o conceptuales está provocando miles de posibilidades del género como no se había visto nunca. Fotos con montajes y acrobacias que la gente se toma en un baño o en su recámara; fotos que deforman el rostro por el uso de cinta adhesiva (CellotapeSelfies) o las que “confirman” la culminación de una relación sexual (Aftersex) son algunos de los ejemplos más interesantes y creativos.

 

Hacer una imagen fotográfica hace indispensable verificar el resultado de inmediato. Ese mismo acto se puede multiplicar n veces por hipotéticos consumidores virtuales que en ocasiones pueden ser totalmente indiferentes o extremadamente voraces.

 

El selfie es una acción que conlleva otras acciones fundamentales para que tenga sentido la imagen que se produce: una vez realizada la foto con el smartphone, el segundo paso es ponerla en la web con un buen texto y lo demás depende de que a las personas les guste y la compartan: likes, shares o retuits. El éxito depende de qué tan contagioso o virulento sea su consumo en el menor tiempo posible.

 

Para lograr esto se requiere producir una imagen de interés “social”, insertarla en la web para convencer al mayor número de consumidores de tal forma que se conviertan, ellos mismos, en transmisores. A mayor número de consumidores-transmisores mayor retribución: más fama y placer. Si se logra cuando menos una retroalimentación, la fotografía cumplió su cometido; pero si esto no sucede, puede provocar depresión.

 

Por ahora, los selfies no están hechos para la contemplación (el museo, la galería, el libro o la sala de una casa) sino para un consumo inmediato, aspecto que encierra la cualidad más importante de su naturaleza: sentir el placer que da que el selfie sea compartido.

 

El mayor éxito lo ha logrado la publicidad: en unas horas el selfie de Ellen DeGeneres rompió el récord de retuits durante la entrega de los premios Oscar. El grupo Publicis, que estuvo detrás de la imagen, asegura que la foto fue vista por 43 millones de personas. Y para ellos ese selfie “representa un valor de entre 800 y mil millones de dólares”. La empresa organizó también el selfie del presidente Barack Obama con el jugador de beisbol David Big Papi Ortiz: “es algo que hicimos para Samsung. Somos nosotros. Esos selfies tan famosos fueron hechos por nuestros equipos”, confesó Maurice Levy, consejero de Publicis, para la agencia EFE.

 

Este fenómeno ilustra lo que está pasando con los selfies. DeGeneres puso el selfie en su cuenta de Twitter y la gente vio el resultado “en tiempo real”. Es como si Ellen les hubiera prestado su teléfono para ver la foto. Esa es la clave del éxito del fenómeno: sentir que quien la mira comparte la experiencia.

 

En este selfie se eliminó la interpretación del fotógrafo profesional o del intruso. Si la foto que tomó Bradley Cooper (fue él quien hizo el click) la hubiera tomado el mejor fotógrafo seguramente la habríamos visto ese mismo día en un portal de internet o al día siguiente en los periódicos y las revistas con una calidad impecable. Pero no habría tenido el mismo impacto.

 

Los selfies de los famosos son muy visitados porque ellos mismos se pueden tomar fotos ahí donde el fotógrafo profesional no tiene acceso. En este sentido compiten con las fotos de paparazzi: ahora pueden fotografiarse desde su intimidad (el caso del “masaje con saiote” del cantante Christian Castro) y promover o vender su imagen a las revistas.

 

Por otro lado, las fotografías publicadas en cualquier medio pueden incriminar[1] o cuando menos balconear. Lo que resulta divertido en un momento para una persona o un grupo determinado, en otro contexto puede ser reprobable. Una foto tomada de manera fortuita en un lugar turístico o una fiesta, en un momento de diversión para presumir y provocar envidia, se puede convertir en un dolor de cabeza porque es posible reutilizarla, reinterpretarla y dotarla de sentido político, social, moral, sexual o judicial.  Por las fotos que subió a su perfil de Instagram y en las que presumía de lujos, mujeres y armas de grueso calibre, José Rodrigo Aréchiga Gamboa, conocido por el alias de El Chino Ántrax, fue investigado y detenido en Holanda acusado de tráfico de drogas y asesinato.

 

Las fotos en la web siempre tienen la capacidad de salirse de nuestro control. Una de las características de la fotografía es su polisemia. Uno se puede hacer famoso de la noche a la mañana y nadie puede asegurar que esa fama será positiva, aunque se cuide mucho la imagen en el momento de la toma fotográfica —esto es, salir bien porque es la imagen que quiero proyectar al mundo—. Antes del smartphone las tonterías o las borracheras se convertían en una anécdota que se desgastaban con el tiempo. Pero ahora, al publicarse las fotos en las redes sociales, esas situaciones se quedan para la historia y son verificables.

 

En ese sentido, otra foto paradigmática es el selfie no nato de Obama, David Cameron y Helle Thorning-Schmidt. La imagen que sí circuló en Twitter fue la de Roberto Schmidt, de la agencia AFP, en la que toma infraganti a los políticos en el divertimento del selfie mientras Michelle Obama muestra una cara dura, en un acto que debería ser por demás solemne: el funeral de Nelson Mandela. “Los líderes también somos personas que se divierten. El ambiente acabó siendo optimista y nos hicimos la foto en el estadio de Soweto”, dijo Helle Thorning-Schmidt a la prensa unos días después. El colmo es que el propio Roberto Schmidt escribió en el blog de la agencia que “las imágenes pueden mentir” o que su foto “es pura coincidencia”.

 

La fotografía es la confirmación de que lo que vemos en la imagen sucedió frente a la cámara. En ese sentido, es una confirmación del pasado. Por su parte, el selfie nos dice o nos habla “de lo que está pasando”, es decir, de una confirmación del presente.

 

*Fotografía: Dos turistas se tomaron un selfie en Barcelona mientras un grupo de manifestantes prendía fuego a un contenedor de basura durante la marcha del 1 de mayo./ ESPECIAL

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