“Ser lector es ser transgresor”, entrevista con Ignacio Solares

Nov 13 • Conexiones, destacamos, principales • 2009 Views • No hay comentarios en “Ser lector es ser transgresor”, entrevista con Ignacio Solares

 

En entrevista, el escritor habla sobre su novela Serafín, publicada por Ediciones Era, que cuenta el viaje de un niño que va en búsqueda de su padre, desde Huichapan, su pueblo natal, hasta la capital; a lo largo de su travesía, Serafín se encontrará con realidades cruentas y poderosamente simbólicas, desenvueltas con la maestría narrativa propia de Solares

 

POR VICENTE ALFONSO 
En sus memorias, Benito Pérez Galdós cuenta que cuando se publicó su primera novela, La fontana de oro, él tenía 25 años y salió a las calles de Madrid esperando que la gente le aplaudiera, lo abrazara, le dijera algo. Nadie le comentaba nada. Se fue a la Plaza Mayor a desayunar y ni el mesero ni nadie le dijo nada. De repente vio venir un amigo a lo lejos, con los brazos abiertos y gritando: “¡Qué libro, Benito! ¡Qué libro!”. Galdós se paró y le preguntó “¿Lo has leído?”, a lo que su amigo le respondió: “Bueno, tanto como leerlo no, pero lo he visto en la librería”.

 

La anécdota —que Ignacio Solares recuerda con frecuencia a sus alumnos más jóvenes— guarda valiosas lecciones para quienes intentan abrirse paso en el mundo literario: hacerse de un público lector es una tarea que requiere paciencia y persistencia. Además, por contraste, el pasaje permite ver el peso de otras dos anécdotas recién vividas por el propio Solares, quien a sus 76 años y luego de más de una veintena de libros publicados, cuenta con un nutrido grupo de seguidores: el día en que iba a recibir la primera dosis de la vacuna contra el Covid-19, el voluntario que le tomó los datos le preguntó si por casualidad era el autor de un libro que había leído en la escuela: Cartas a una joven psicóloga (Alfaguara, 2003). El maestro asintió. No es raro que se encuentre con lectores de ese libro que lleva 20 ediciones y contando. Semanas después, en una de sus primeras excursiones al mundo después de haber sido inmunizado, el maestro fue a una tienda de ultramarinos de donde es cliente hace años. Antes de entrar al establecimiento, el joven que cuidaba los coches lo detuvo y le dijo: “Maestro, acabo de terminar su nuevo libro. Me lo regaló mi papá”.

 

Nacido en Ciudad Juárez en 1945, Solares ha sido distinguido con numerosos premios: como el José Fuentes Mares en 1996, el Xavier Villaurrutia en 1999 y el Nacional de Ciencias y Artes en 2010. Es precisamente la aparición de Serafín, la más reciente novela de Solares, lo que da pie a esta conversación. Publicado este 2021 por Ediciones Era, el libro cuenta el viaje desde Huichapan, su pueblo natal, hasta la capital para buscar a su padre. En el camino debe sortear muchos peligros de este mundo y del otro. Se trata de una novela breve, escrita con malicia, conocimiento del oficio y con una poderosa carga simbólica. Su publicación bajo ese sello editorial no es casualidad: desde su aparición, Ediciones Era ha apostado por la novela breve y cuenta en su catálogo con otras obras maestras del género, entre ellas El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez, Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, Aura de Carlos Fuentes, Querido Diego, te abraza Quiela de Elena Poniatowska y El Apando de José Revueltas.

 

Apasionado estudioso de la Historia, del psicoanálisis, de la Literatura y de la espiritualidad en cualquiera de sus formas, Solares nos recibe para conversar acerca de la escritura de Serafín, de la influencia de su padre en su vocación y de los muchos hallazgos que ha tenido en décadas de lecturas y relecturas sistemáticas y cuidadosas. Hay qué decirlo: si como autor Solares es comprometido con sus trabajos, como lector es tan entusiasta que, como le sucede a Alonso Quijano en El Quijote, el médico ha llegado al extremo de prohibirle los libros.

 

Serafín toma como punto de partida un cuento tuyo publicado en 1985. ¿Qué cambios hiciste respecto de la versión anterior de esta historia?

 

Para empezar, cambié el final. Hay un personaje fundamental que, aunque aparece sólo al final, explica toda la novela. Como decía José Gómez Ortega, “Gallito”: lo bien toreado es lo bien rematao. Si no sabes rematar bien, pues nomás no. La literatura actualmente es una carretera de ida y vuelta, ya no es como en el siglo pasado, con los románticos, que era sólo de ida, que el autor era como un dios que te llevaba a donde quería, que irrumpía y se metía en la novela. Hoy ya no se puede, la novela está abierta al lector, que cada quien saque sus conclusiones.

 

¿Cómo retrabajaste el lenguaje del libro?

 

Mi influencia de Rulfo fue muy significativa, no porque lo tuviera presente, ni porque tuviera imágenes en la cabeza, sino porque de alguna manera creo que una novela, y sobre todo una novela fantástica, está hecha más de imágenes, de metáforas y de material que viene del inconsciente del autor que de la trama misma. Una novela puede contar una gran historia, pero si no está contada con el lenguaje que le corresponde, falla. El lenguaje es determinante para que te atrape. En el caso de Serafín lo que hice fue pulir un poco el lenguaje de la versión anterior y meterle las metáforas que creí que le hacían falta para que se volviera más legible. Insisto, creo que una novela es su trama más su lenguaje, porque si la trama es muy buena y el lenguaje está mal, no es una buena novela.

 

En tu juventud leíste las obras completas de Pérez Galdós, y entre ellas sueles comentar especialmente Miau, novela corta donde un niño habla con Dios. ¿Hay algo de eso en Serafín?

 

Creo que por ahí anda, llega un momento en que no sabe uno de dónde llegan las influencias, eres polvo de aquellos lodos. Como nunca fui lector de cómics, ni oía radionovelas y por suerte no existía la televisión, me leí todo Salgari, me leí Julio Verne, sobre todo Alejandro Dumas, que fue quien me marcó más.

 

Entiendo que las novelas de todos esos autores te las regaló tu padre…

 

Sí, estábamos en una situación económica muy precaria, entonces mi papá se iba a las librerías de viejo y me conseguía libros para jóvenes. Él me regaló Sandokan, La vuelta al mundo en 80 días, Los tigres de la Malasia, gracias a él leí dos veces Robinson Crusoe, gracias a él leí también muchas novelas de Julio Verne. Me acuerdo de que a los diez u once años me regaló El hombre invisible, de H.G. Wells, y yo tenía en mi salón un compañero con el que platicábamos mucho, y nos veíamos, y nos íbamos caminando a nuestra casa. Yo le presté el libro de Wells con la condición de que me lo regresara. A la semana me lo regresó y me dijo “ay mano, quién puede creer esas cosas, son imposibles”. Ese día aprendí que la ficción nada tiene que ver con lo racional. Los ensayos, la filosofía, la teología sí, pero las novelas, las obras de ficción vienen de lo irracional, del inconsciente. Para acceder a ellas tienes que tener ese puente.

 

Algo que llama la atención de tu obra, y está muy presente en Serafín, es que tus novelas históricas hurgan mucho en la metafísica. Sin todos los elementos metafísicos, no entenderíamos la Historia de la misma manera, o quizá la Historia sería otra…

 

Yo no estudié Historia, yo estudié Filosofía y Letras y luego algo de Psicología, pero entré a la Historia por la puerta trasera porque tuve acceso a los comunicados espíritas de Madero, celosamente guardados por doña Sarita Pérez, con miedo de que la familia catoliquísima los destruyera si tenía acceso a ellos. Eran los originales a mano de Madero. Los conservaba un historiador que se llama Manuel Arellano, quien me dijo “si quieres le sacamos unas fotocopias y te los llevas”. Allí entré por la puerta trasera, porque el espiritismo es algo en lo que siempre he creído. En casa de mi tío se hacían sesiones espiritistas, porque, ya que hablamos de libros que me regaló mi padre, también me regaló libros de Allan Kardec que me impresionaron muchísimo. Él siempre me estaba contando de fantasmas y de fenómenos extrasensoriales y paranormales.

 

Esa relación padre-hijo se ve de algún modo en Serafín pero no de manera literal, sino en una especie de negativo, porque Serafín es un niño que siente más la ausencia que la presencia de su padre…

 

Serafín tiene incluso conversaciones telepáticas con su mamá, y para mí eso es fundamental porque la mamá al final le advierte “Salte de allí, Serafín”. Creo que la mamá es un ser con quien Serafín tiene una relación que un psicoanalista tildaría de simbiótica, y la mamá se da cuenta de que el padre de Serafín no va a regresar. El personaje del niño llega a México pensando que su padre lo va a recibir, que lo va a proteger, que le va a dar de comer y van a regresar juntos a Huichapan, y por el contrario se encuentra con un padre que está decepcionado de esa familia y lo que quiere es quedarse en la Ciudad de México. A partir de allí el juego es terrible para él.

 

Como ya te dije, fue en buena medida por mi padre que yo me convertí en lector porque desde que aprendí a leer, él me regalaba libros. Me volví un aficionado a los libros a tal grado que mi mamá tenía que agarrarme del cuello para llevarme a tomar un plato de sopa. A los once años un pariente nuestro que era médico, Pablo Lavista, nieto del famoso doctor Lavista, me mandó a hacer unos análisis de sangre y resultó que era yo anémico porque por estar leyendo se me olvidaba comer. Ni siquiera tomaba el sol. Vivíamos en un departamento chiquito, con dos recámaras, y yo aprovechaba el día para leer, por la noche no dormía. Por diagnóstico médico me aplicaban unas inyecciones que dolían como demonio; además el médico le ordenó a mi mamá que me alejara de los libros por lo menos seis meses. Me puse tan triste que me los regresaron, porque temían que me pusiera peor con la depresión de no leer. Aún hoy no puedo dormir si no leo por lo menos quince o veinte páginas de algo. Acabo de releer El rojo y el negro, de Stendhal.

 

¿Qué opinas de las voces que exigen retirar de títulos de los estantes, u obras de los museos, por tropiezos en la biografía de los artistas?

 

Estoy en contra de cualquier censura. Si le quitas una línea a un libro, o le cortas una escena a una película me parece inconcebible. Habría que recordar que los inquisidores españoles prohibieron, durante la época de la Colonia, que en las colonias se difundieran novelas. Durante trescientos años todas las colonias españolas en América leyeron de contrabando o no leían. La primera novela que se publica en México aparece hasta 1816. Eso habla mucho del tema que mencionas, porque las novelas son rebeldes por excelencia, despiertan el espíritu crítico en el lector, por eso es que se prohibieron. Se trata de un género literario muy peligroso para todos aquellos que quieran tener control sobre tu alma. Emma Bovary cambia su vida a partir de las novelas románticas que lee, a Alonso Quijano las novelas le sorben el seso… los ejemplos abundan. Ser lector es ser transgresor.

 

Por otro lado, no me considero un autor que incluya grandes discusiones ideológicas en sus novelas. En ese sentido, soy un autor muy poco esquemático. Los personajes me salen por el lado del inconsciente.

 

Pero si uno lee No hay tal lugar, o El sitio, ve una riqueza de ideas…

 

Puede ser, pero se trata de personajes que actúan muy instintivamente. Por ejemplo, cuando escribí El sitio (Alfaguara, 1998), no me creía capaz de trabajar con tantos personajes. Son más de diez. Me costó mucho trabajo manejar en forma paralela lo que ocurría en cada departamento, y si te fijas no son personajes intelectualizados.

 

Me has contado una anécdota, cuando tu padre, poco antes de morir, se prepara para cenar con sus hermanos.

 

Tenía yo 32, quizá 33 años. Mi padre estaba enfermo, internado en el Seguro Social. Yo tuve que viajar a Guerrero Negro, en Baja California Sur, a hacer un reportaje, así que dejé de verlo como una semana, pero antes de irme fui a visitarlo. Las camas estaban divididas por una cortina. Cuando llegué, mi padre estaba dormido pero su vecino de cama me dijo “anoche estuvo su papá platicando toda la noche con sus hermanos”. Ya que despertó mi padre le pregunté y respondió que habían ido a visitarlo sus hermanos muertos y le dijeron que pasado mañana se iba a morir, que no se preocupara, que ellos lo iban a recibir y que esa noche iban a cenar todos juntos.

 

¿Dirías que esa experiencia te marcó para creer en lo que llamamos metafísica, y que ha marcado no sólo tu literatura, también tu vida?

 

Claro. Por supuesto que me marcó, y luego al día siguiente de que volví del viaje regresé a verlo y me dijo “Ay, qué lata, desde que estabas fuera no me dejabas morir tranquilo”. Cuando me iba, alcancé a escuchar que decía “mañana me voy a morir”. Esa tarde le pidió a mi mamá que le pusiera un traje gris Oxford que le había regalado su hermano Salvador, porque al día siguiente iba a cenar con sus hermanos muertos. Mi madre me contó que murió muy tranquilo, dándole la mano. Es una muerte impresionante, yo la admiro mucho y espero tener algún gen que me permita copiarla.

 

FOTO: El escritor Ignacio Solares/ Berenice Fragoso, EL UNIVERSAL

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