“Ser lector no te hace puro ni glorioso”: entrevista con Luna Miguel
La autora de Leer mata cuestiona los mitos sobre las lecturas obligatorias, las condiciones para hacerse de obras que son costosas y el papel impuesto al lector
POR JUAN CAMILO RINCÓN Y NATALIA CONSUEGRA
En su nuevo libro Leer mata, la española Luna Miguel, exdirectora del sello editorial Caballo de Troya, autora de ocho libros de poemas, uno de teatro, una novela y ensayos feministas como El coloquio de las perras y Caliente, pone sobre la mesa sus compulsiones alrededor del acto de leer. Huye de las lecturas complacientes que la reafirman y, en cambio, busca aquellas que la descolocan. Discurre sobre el leer como ritual y ceremonia, como desprendimiento y entrega, como pose y postura, como mera entretención. Cavila sobre lectoras colonizadoras y redundantes, lectores fetichistas o que atesoran citas, sobre quienes juntan un libro desastre y recomponen los pedazos.
Con ella acompañamos a una lectora bulímica que se propone devorar completos a Chéjov, Muchnik, Murdoch y García Lorca en seis jornadas, mientras su amante, guapo y erudito, estudia Los hermanos Karamazov en el gimnasio. Así, entre la filigrana de su pensamiento que se hila con Benjamin, Pauls, Glantz, Kasuga, Canetti, Cixous y Wharton, Miguel nos reitera que leer mata si no dejamos que el libro nos cree y nos nombre.
Leer mata discurre sobre las muchas ideas que hay alrededor de la lectura y el acto de leer. ¿Cuál cree usted que es el gran mito que aún existe sobre el tema?
Aparte del tema de la clase social, de que la lectura no es accesible para todos y que no todos pueden ser lectores, aún se piensa que no todo el mundo puede denominarse lector. Hay quienes se quejan: es que hay gente que solo lee un libro al año; pues ya, ¡es un lector!, eso no le quita el acto de haber leído. Pero la cuestión, aparte del número de libros que uno pueda leer y que eso sea tan importante para algunos, también se trata de lo que leemos. Por ejemplo, en España el cómic y el manga, sobre todo japonés y coreano, es fundamental, se vende muchísimo y todos los adolescentes están leyendo eso. La literatura fantástica, el cómic, los libros ilustrados, la literatura infantil son una industria muy fuerte. Desde que los niños empiezan a leer ya consumen libros como juego; los libros para niños son juguetes, ocio, diversión, también hay aprendizaje, pero se regalan muchos libros en cumpleaños infantiles precisamente porque son bonitos, son entretenidos y los niños pasan muchas horas con sus libros.
Y luego vienen los libros para adolescentes…
Claro; luego llega una adolescencia en la que hay una cantidad de libros y cosas que no consideramos literatura porque es cómic, porque viene de Oriente, por lo que sea. Y de repente llega el vacío después de la universidad, que tiene que ver también con el tiempo y con que nos decimos que si estamos trabajando precariamente no podemos consumir literatura porque no podemos comprar ni un libro, porque son carísimos. Una de las cosas que me gustó, por ejemplo, de Francia es la cantidad de literatura de bolsillo que hay, ediciones de bolsillo muy baratas; por ejemplo, te puedes comprar toda la bibliografía de Annie Ernaux por entre un euro y cuatro euros cada libro de bolsillo. Nos quejamos de que la gente no lee, pero es que también les estamos obligando a comprar libros de 30 euros para que estén al día o para que conozcan a los clásicos. Luego de traspasar ese vacío llegas a una edad más adulta en la que parece que se recupera otra vez al lector. Entonces, ¿por qué no hay lectores de 25 a 55 años? Pues porque estamos cansados de vivir, de pagar, no podemos acceder a tantísimas cosas que nos gustaría; hay un problema muy evidente en ese sentido. Otro de los grandes mitos es eso de que leer te va a hacer mejor persona. A lo mejor no queremos ser mejores personas; simplemente queremos conocer otras historias, entretenernos, pero esa cosa de que ser lector te hace puro, interesante, inaccesible, glorioso, es mentira.
En esa línea hay una crítica a quienes piensan que no sirve de nada leer si no nos acordamos de lo que hemos leído, “si no estudiamos, si no somos precisos, atentos y ordenados…”.
Además hay lectores que te retan en plan: si te gusta mucho este libro, ¿te acuerdas de lo que decía no sé quién en la página 24? ¡Pues no! Te retan para demostrar que no estás leyendo bien porque no te acuerdas exactamente de cómo era el color del vestido que llevaba Ana Karenina en tal escena. A lo mejor yo me acuerdo más del sonido del tren, de sus náuseas en el embarazo o del sonido de las monedas cuando pagó algo, o no me acuerdo de nada, o simplemente me acuerdo de que el libro me aburrió profundamente en muchos momentos. También hay una tendencia a homogenizar, a que todos debemos pensar lo mismo de un libro, sentir lo mismo: este libro te hará esto, este libro es perturbador por esto, este libro es desternillante por esta otra cosa. Hay libros desternillantes que a mí no me han hecho gracia, no me he reído una sola vez. Luego hay libros tristes que me han hecho gracia porque he pensado que había un humor negro oculto y no me han hecho llorar. Muchas veces desde la industria editorial pedimos que el lector sea homogéneo, que sienta y piense siempre lo mismo, y diga siempre lo mismo sobre cualquier cosa. Eso es matar la conversación… y la lectura.
Justamente sobre eso, en Leer mata usted habla de lo valiosa que es la lectura colectiva, el entender que todos leemos el mismo libro de una manera diferente y la importancia de dejar que el libro nos hable con su propia libertad.
Así es. Por ejemplo, yo tengo un club de lectura desde 2018 y una de las cosas que hemos aprendido en grupo es a leer cosas que no nos gustan. Cuando leímos toda la obra autobiográfica de Amélie Nothomb hubo un par de libros que no gustaron nada a nadie, solo a un par de personas, pero eso también se convirtió en una especie de placer: voy a leer esto que no me gusta porque puedo aprender mucho. Yo no sé si me gusta Ana Karenina, pero quise leerlo porque sabía que iba a aprender cosas, aprender a criticar lo que no me gusta de una literatura muy amplia que creo que generacionalmente me choca y no puedo disfrutarla de la misma manera que a lo mejor se disfrutaba en otros momentos. Por eso tengo las herramientas, pero también quiero aprender de ese proceso. Yo adoro las redes sociales pero a veces caes en pequeñas trampas que son muy peligrosas, y es todo lo que tiene que ver con Bookstagram y demás. La gente dice: no me siento identificada, el protagonista es demasiado sexual o es demasiado machista; entonces, como no me identifico, pues cierro este libro porque lo que busco es identificación, porque los libros tienen que hablar de mí.
Y esa idea de que un libro tiene que cambiarnos la vida…
Y que entonces tienen que hablar de nosotros. Es que no hablan de nosotros; a veces vas a encontrar identificación en lugares insospechados. Quizá por el marketing editorial eso también ha incidido mucho, esa idea de que te identificarás. Trampas como: es la voz de una generación. Mira, yo no tengo nada que ver con Andrea Abreu; ella es de Canarias, yo soy de Andalucía aunque he vivido en Madrid… Andrea Abreu o yo podemos ser la voz de nuestra generación, o puede serlo Cristina Morales, Sara Torres. Cualquier escritora millennial española puede serlo porque todas las voces millennials escribimos muy distinto. Ese es el peligro de la homogenización: una cosa es que sea para todos, pero otra cosa es homogenizar y buscar que sea para todos igual. Debe tratarse, más bien, de que sea para todos dentro de la pluralidad de las experiencias y de las lecturas. Que sea igual no significa que sea para todos; esa es la trampa en la que estamos.
En su libro también habla de los poemas que sanan y otros que invitan a tomar malas decisiones, de poetas que se matan, de poetas eruditos… ¿Cómo se comprende y se asume la poesía hoy?
Es curioso porque creo que al poeta o a la poeta no lo vemos como interlocutor válido, como al filósofo sí se le llama para que opine sobre la verdad, al narrador se le llama para que opine sobre economía… Otros escritores o artistas forman parte del debate público y están presentes en los medios; tienen columnas de opinión porque la palabra escritor tiene un buen peso. Pero es curioso porque al poeta no le dejamos opinar, no le dejamos formar parte de la sociedad. Esto en España pasa muchísimo: el poeta o la poeta somos ornamento. Te llaman para que recites tus poemas y quede bonito, pero no para que hagas una crítica sobre lo último que ha hecho tal ministro, o para que opines sobre teoría literaria o feminicidios.
Precisamente sobre eso usted decía que la poesía termina siendo un florero, una especie de decorado.
¡Claro! Cuando vas a los festivales te llaman para que leas en la carpa de poesía y estés con los poetas en el lugar de los poetas, y no hables de ninguna otra cosa porque tú sólo vales para embellecer la noche dentro del festival. Eso es un error porque los poetas son pensadores también; la poesía también retrata el mundo, lo debate, lo critica o lo embellece; ¡hace algo con el mundo! Muchas veces no nos consideran interlocutores hasta que una publica un ensayo, una novela, o hasta que una tiene relevancia como periodista o en el mundo editorial, pero si eres puro poeta, vas mal. A mí me hace gracia cuando, por ejemplo, me llaman para algo y ponen: Luna, escritora y poeta. ¿Es que no es lo mismo? “Os presentamos a la escritora y poeta” y digo: no, es que escritora ya lo incluye todo. Eso es un poco el síntoma al final de esta cuestión; el poeta como regalo, adorno, excentricidad, pero no como pensador, como actor activo en el mundo.
FOTO: Exdirectora del sello editorial Caballo de Troya, Luna Miguel (1990), es autora de ocho libros de poemas y dos ensayos, entre ellos El coloquio de las perras. Crédito de imagen: Cortesía Luz Soria
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