Ser o no ser perro callejero: El viaje de Brasil a la Copa Mundial de Suecia 1958

Jun 28 • Conexiones, destacamos, principales • 4208 Views • No hay comentarios en Ser o no ser perro callejero: El viaje de Brasil a la Copa Mundial de Suecia 1958

 

POR NELSON RODRIGUES

 

El 31 de mayo de 1958, en vísperas del inicio de la Copa Mundial de Futbol de Suecia, el dramaturgo brasileño Nelson Rodrigues escribió su crónica semanal sobre futbol, en la que diagnosticó el problema de fondo de la selección de futbol de Brasil luego del trauma histórico que significó la derrota ante Uruguay en la final de la copa de 1950, jugada en casa.

 

Hoy voy a hacer de la selección mi numeroso personaje colectivo de la semana. Los jugadores ya partieron y Brasil vacila entre el pesimismo más obtuso y la esperanza más frenética. En las esquinas, en los bares, por todos lados, hay quien grite: “¡Brasil ni siquiera va a clasificar!” Y aquí yo pregunto: ¿no será esta actitud negativa el disfraz de un optimismo inconfesable y avergonzado?

 

Esta es la verdad, amigos míos: desde el 50 nuestro futbol tiene pudor de creer en sí mismo. La derrota frente a los uruguayos en la última batalla aún hace sufrir en la cara y en el alma a los brasileños. Fue una humillación nacional que nada, absolutamente nada, puede curar. Dicen que todo pasa, pero yo les digo: menos la desolación que nos quedó del 2-1.* Y cuesta creer que una diferencia tan pequeña pueda causar un dolor tan grande. El tiempo pasó en vano sobre la derrota. Se diría que fue ayer, no hace ocho años, que con gritos, ¡Obdulio nos arrancó el título! Dije “arrancó” como podría haber dicho nos “extrajo” el título, como si hubiera sido una muela.

 

Y hoy, si renegamos de la selección del 58, no tengamos duda: es aún la frustración del 50 que funciona. Tal vez nos gustaría creer en la selección, pero lo que nos detiene es lo siguiente: el pánico de una nueva e irremediable desilusión. Y guardamos para nosotros mismos cualquier esperanza. Sólo imagino una cosa: ¡si Brasil vence en Suecia, si vuelve campeón del mundo! Ah, entonces la fe que escondemos, la fe que negamos, reventaría todas las compuertas y sesenta millones de brasileños terminarían en el psiquiátrico.

 

Pero veamos, ¿la selección brasileña tiene, realmente, posibilidades concretas? Yo podría responder simplemente “no”. Pero la verdad es esta: yo creo en el brasileño y peor aún, soy de un patriotismo anticuado y agresivo, digno de un soldado independentista. He visto jugadores de otros países, incluso a los exfabulosos húngaros a los que tundieron aquí las reservas injertadas del Flamengo. Pues bien, no vi a nadie que se pudiera comparar con los nuestros. Se habla de un Puskás. Yo contraargumento con un Ademir, un Didi, un Leônidas, un Jair, un Zizinho. La pura, la santa verdad es la siguiente: cualquier jugador brasileño, cuando se libera de sus inhibiciones y se pone en estado de gracia, es algo único en materia de fantasía, de improvisación, de invención. En suma, tenemos dones en exceso. Y sólo una cosa nos entorpece y a veces invalida nuestras cualidades. Quiero aludir a lo que yo podría llamar “complejo del perro callejero”. Me imagino el asombro del lector. “¿Y eso qué es?”. Lo explico.

 

Por “complejo del perro callejero” entiendo la inferioridad en la que el brasileño se coloca, voluntariamente, frente al resto del mundo. Esto en todos los sectores y, sobre todo, en el futbol. Decir que nosotros nos juzgamos “los mejores” es una cínica mentira. ¿Por qué perdimos en Wembley? Porque, frente al cuadro inglés, rubio y pecoso, el equipo brasileño ladró humildad. Jamás fue tan evidente y yo diría incluso, espectacular, nuestro complejo. En la ya citada vergüenza del 50 éramos superiores a los adversarios. Además de esto, llevábamos la ventaja del empate. Pues bien, perdimos de la manera más abyecta por un motivo muy sencillo: porque Obdulio nos trató a patadas, como si fuéramos perros callejeros.

 

Y yo les digo: el problema de la selección no es más de futbol ni de técnica ni de táctica. Para nada. Es un problema de fe en sí misma. El brasileño necesita convencerse de que no es un perro callejero y de que tiene futbol para dar y vender allá en Suecia. Una vez que se convenza de ello, pónganlo en el campo y necesitará de diez que lo detengan […]. Insisto, para la selección, ser o no ser perro callejero, esa es la cuestión.

 

Traducción de Alma Miranda

 

* La final del Mundial de 1950 en el Maracanã. Brasil llevaba la ventaja del empate pero perdió ante Uruguay 2-1 con goles de Schiaffino y Ghiggia. Friaça marcó por Brasil.

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