Sharunas Bartas y el encarnizamiento existencial
/
Una destacada violinista acepta la invitación de su amante de pasar unos días en una finca en los lagos escandinavos, experiencia que la llevará, junto con la hija de éste, a episodios de contemplación existencial
/
POR JORGE AYALA BLANCO
/
En Paz para nosotros en nuestros sueños (Ramybé musy sapnuose, Lituania-Francia-Rusia, 2015), reflexivo y vagamente autoficcional filme 8 del vanguardista autor total-actor lituano de 51 años Sharunas Bartas (Tres días 92, El corredor 95, Siete hombres invisibles 05), una angulosa violinista joven de labios muy gruesos (Lora Kmieliauskaité la actual pareja sucedánea del realizador viudo reciente) abandona en pleno escenario su brillante ejecución de la Sonata de Poulenc, corre agitada al lavabo común, se refugia en su alcoba, recibe una llamada por celular invitándola de fin de semana al campo y se deja trasladar allí en automóvil, al lado de su desencantado amante cincuentón (el propio Bartas) y la linda hijita rubia de éste (Ina Marija Bartaité también la hija del mismo Bartas) en doble crisis (de adolescencia obviamente misteriosa y de luto por la fresca pérdida de la madre), directo a una finca lacustre lituana, idílica aunque discreta, donde el disparejo trío se dedica al dolce far niente y a rumiar cada quien sus irresolubles problemas íntimos, mientras alrededor suyo un rabioso vecino viejo aspirante a pescador inepto (Eugenijus Barunovas) sostiene una abusiva relación de dominio sobre su mujer, la energuménica vecina vieja (Ashra Eitmontiené), así dispuesta a recibir una intempestiva visita de la violinista, que sólo conseguirá enardecerla y descomponerla más, en tanto que el fugitivo chico engendro febril de ambos (Edvinas Goldsteinas) se dedica a robar tomates que de inmediato devora en su vagabundeo y un rifle con mira telescópica, a través de la cual apunta a medio mundo rural, solar y desalmado, en el que además se orean una vulgar parejita urbana acampando en la ribera y cierta enigmática hembraza rusa (Klavdija Korsunova), quien de repente deja plantado a su compañero conductor para ir a rendirle inútil pleitesía inquisitiva al maduro padre nuestro, hasta que, cada uno por su lado, como si se tratara de historias paralelas al fin convergiendo, el chavo regresa a su anciano hogar, sólo para volver a huir, acribilla desde la distancia al viejo iracundo cuando pateaba salvajemente a la vieja repulsiva, y perece él mismo, atropellado por la parejita egoísta, sin misericordia ni posibilidad de auxilio siquiera, mientras al parecer en otro nivel de la realidad, el trío originario halla un poco de sosiego, todos, unos y otros, presa de un asfixiante e insondable y auténtico Encarnizamiento Existencial, aquel que Milan Kundera (en Un encuentro) consideraba “el centro mismo de la modernidad en la novela”.
/
El encarnizamiento existencial dicta un abordaje y un tratamiento subjetivistas herméticos que se avienen muy bien con una lectura a la inversa de ese rincón boscoso-lacustre de la Naturaleza, esa intemperie de una hermosísima región dilapidada, diríase un espacio propicio para la expansión de la dicha, la espiritualidad, el afecto y la corporalidad, volviéndose sin embargo la ocasión para un ritual sombrío de las almas, profundamente melancólico y devastador devastado, pese a todo semejante a la del cineasta-poeta turco Bilge Ceylan (en pleno verano otros Sueños de invierno 14) o cualquier mezcla verborrágica extrema de Bergman (en especial el de Sonata de otoño 78) y Tarkovski (El espejo 75 o Nostalgia 83) tardíos pero revitalizados y parcos sin desgarramiento aparente, como una suma de signos de violencia interior/exterior: cacería, truene emocional, luto, venadeo odiador, carencia, conflicto acendrado, soledad, incertidumbre, ausencia, desconcierto, odio y autodio estallados, parricidio y vuelta a la soledad absoluta, todos esos sentimientos, aspectos y dimensiones sobre las ruinas de la infancia, la inocencia, la armonía, la quietud, e incluso de un destino.
/
El encarnizamiento existencial practica, sin análisis psicológico alguno mediante, un minimalismo de muchos personajes-figura deletéreamente anónimos y mínima acción: baños fallidos en el lago, deambulaciones solitarias, paseos entre dos, rondas sospechosas desde la perspectiva de la buscadora mira telescópica, tensas visitas con infaltable alcohol exacerbador de por medio (y de por miedo), intercambio de confesionales monólogos lamentosos que nunca podrían fungir ni articularse o fundirse como diálogos, pero armonizando las edades de esos personajes en escenas sencillas, modestas, casi evangélicas: la edad adulta que ya desmiembra y ahoga con su manantial de insatisfacciones permanentes e inevitables frustraciones tanto al padre como a la violinista suplantadora materna, la edad de los viejos odiándose y repudiando con incontenible violencia sus presencias insoportables y sus mutuas dependencias (emblematizadas por la infructuosa pesca y el encierro forzado), y la edad de los adolescentes descubriendo de pronto su independencia y reaccionando contra las decepcionantes limitaciones furiosas de sus padres e incapaces de reconocer las suyas propias.
/
Y el encarnizamiento existencial dicta, mera coincidencia sensible y pese a la distancia intelectual que imponen los diálogos aforísticos (“La felicidad es frágil como las alas de una mariposa; hay que cuidarla”) o literarios de simplicidad desarmante (“Ábrele tu corazón”), una plasticidad muy similar a la de Sokúrov (Madre e hijo 97) y el mejor Reygadas (el de las cintas lumínicas Luz silenciosa 07 y Post tenebras lux 12), por la deslumbrante luz cruda de los interiores y sus opulentos exteriores, la evocación/invocación materna en un reciclable video ferial de cuando eras pequeña, las ondulaciones del agua con fondo pianístico de Mozart y esa engañosa pacificación ensimismada que no afecta la coral conclusión desesperanzada y trágica de múltiple manera, adscribiéndose a lo que Kundera (en El arte de la novela) denomina “la llamada del pensamiento”, no para hacer filosofía, sino “para iluminar el ser del hombre con una inteligencia soberana y radiante”, sin alcanzar la paz imposible, ni en la realidad ni en sueños.
/
/
FOTO: Paz para nosotros en nuestros sueños se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 13 de abril.
« “La Bella y la Bestia”: una versión conservadora Gonzalo Rojas: diástole y sístole »