Sherry Hormann y la autopsia feminicida
Una joven musulmana escapa de su infierno conyugal con un hombre mayor, volviendo a su hogar en Alemania, no sabiendo que su propia familia se convertirá en su peor verdugo
POR JORGE AYALA BLANCO
En Sólo una mujer (Nur eine Frau, Alemania, 2019), documentadísimo noveno film de la prolífica TVcineasta neoyorquino-alemana de 59 años Sherry Hormann (Errar es humano 96, Hombres como nosotros 06, Flor del desierto 09), con guion de Florian Öller basado en hechos verídicos según el libro de investigación Crimen de honor: un destino alemán de Matthias Deiss y Jo Goll, la dócil dieciochoañera germanoparlante de origen turcokurdo Aynur Sürücü (Almila Bagriacik) abandona obediente y todoaceptante el populoso barrio berlinés de Kreuzberg donde ha residido los últimos ocho años, y viaja a Estambul, allí donde en pleno 1988, merced a un tradicional matrimonio arreglado y en las escaleras de un majestuoso restaurante de rojo flamígero, la espera muy orondo un cincuentón dueño de panaderías para desposarla con ostentosa suntuosidad, pero tres años después, huyendo de lo que considera un infierno conyugal, embarazada, súbitamente madura y decidida, aunque en pos de auxilio misericordioso, la joven regresa de modo intempestivo a su hogareño redil alemán, para procrear a su hijo y convertirse sin querer en una intolerable deshonra de su familia, un núcleo cerrado que de puta no la baja, una típica familia hacinada en un estrecho depto habitacional estándar donde entrechocan el sobretrabajado padre inasequible e incuestionable, la madre sumisa y ferozmente severa a la vez, los cuatro oprimentes hermanos mayores en trance de hacer su vida, dos pequeñas relegadas y la hermana víbora ultrasometida y traidora Shirin (Merve Aksoy), todos regidos por las más rigurosas leyes islámicas dictadas por el ministro de la mezquita donde los varones acuden continuamente a orar y en busca de consejo, y así, luego de parir, autoexiliarse a un desván para que el bebé no perturbe con su llanto, servir como manoseable estímulo erótico al lúbrico hermano prospecto de boxeador Nuri (Rauand Taleb) mientras éste se masturba, largarse a un refugio para madres solteras, laborar en un supermercado, intentar en vano rehacer su existencia afectiva en una azotea al lado del rubio galancillo niñote intimidable de motocicleta Tim (Jacob Matschenz), clavarse como aprendiza de electricista y estar a punto de presentar su examen teórico tras aprobar el práctico, la indefensa Aynur acaba acribillada a tiros en una solitaria calle nocturna por el verdugo fraterno Nuri, cual consecuencia lógica de una condena familiar que es ejemplo ideal de cierta perfecta irrepetible autopsia feminicida.
La autopsia feminicida rinde cuentas de la genealogía de un feminicidio por razones de honor dentro de una sociedad hipercivilizada desde la perspectiva de la mujer que la ha padecido, en primera persona, con una voz hegemónica y demiúrgica fuera de campo que se esfuerza por ser objetiva y un tanto neutral, aunque a veces no pueda evitar que gane la ironía sobre la ambigüedad y la ambivalencia valorativas, comenzando con la descriptiva presentación de la familia turca y cada uno de sus miembros, yendo hasta los recónditos resortes psicológicos misóginos de esa Anatomía de un asesinato (Preminger 59), sin recurrir a la construcción de aquel clásico tribunicio, pues Hormann ha preferido estructurar sarcásticamente su relato a partir de una especie de violación progresiva de todos y cada uno de los motivos que pueden conducir a la muerte violenta de una mujer por su propia familia en defensa de su honor, motivos no escritos pero posibles de formular enumerativamente.
La autopsia feminicida incorpora entonces, con comodidad shocking y atendiendo a una simple lógica de impactos, los procedimientos de una escritura fílmica espectral: voz off de la difunta, monólogo interior cínicamente recitado desde el más allá, precisiones de expediente investigador independiente a posteriori más que judicial, letreros explicativos distanciantes, artículos de un inconcebible código feminicida al parecer omnipermisivo e inflexible en defensa y restitución eufórica del honor, interpolación de verdades relativas siempre autoconsideradas absolutas y vueltas confrontables, fotografía quasi documental o reporteril de Judith Kaufmann, música de fondo Fabian Römer que puede ser la de un violín impedido o de acordes ominosos, una edición ultraelíptica de Bettina Böhler salvo en repentinos énfasis narrativos dentro de espacios reducidos o encuentros exteriores, y last but not least una diseminación de secuencias violentas a base de fotofijas, como esas pequeñas fugas urbanas de Aynur, ese intimidador acoso del infeliz galancito niñote Tim, cual homenaje a un precine tan retrovanguardista como el sarcástico-rabioso relato mismo, sin reminiscencia alguna a la victimológica TVcinta La boda de Shirin (Helma Sanders-Brahms 76), fundacional de las penalidades de las mujeres otomanas en tierras teutonas.
La autopsia feminicida introduce en su tercera y última parte, como indispensable elemento dialéctico de su discurso teórico-dramático, al personaje de Evin (Lara Aylin Winkler), la perfecta contrapartida de la heroína sacrificada, la dulce noviecita turcoalemana del feminicida directo Nuri, la retrogradante chava de 18 que se ha rebelado contra su avanzada madre feminista liberada turca Dilber (Idl Üner) para retornar a las tradicionales prácticas islámicas y al uso del velo, convirtiéndose en la compañera confidente (ese episodio referencial de la práctica de tiro contra un troco de árbol en el claro de un bosquecillo) y luego, durante ocho intensas horas de interrogatorio y falsos testimonios iniciales, en la perfecta cómplice mentirosa y sometida a costa de su conciencia para siempre vulnerada.
Y la autopsia feminicida debe comprobar finalmente que todos los implicados en el crimen fueron absueltos gracias a los subterfugios de un juicio amañado, salvo el ejecutor Nuri que purgó una pena mínima, mientras el retratito de la asesinada yace en un altar callejero, al lado de la imagen de un hijo semiborrado por la ausencia de justicia.
FOTO: En Sólo una mujer, acompañamos a la protagonista en su búsqueda de la libertad/ Especial