Simone de Beauvoir y la libertad de la mujer

Mar 5 • Reflexiones • 3447 Views • No hay comentarios en Simone de Beauvoir y la libertad de la mujer

 

Considerada como una obra existencialista, El segundo sexo no es sólo una exploración social y antropológica del concepto de mujer como “lo otro”, concebido desde una visión masculina, sino el reflejo de la experiencia de vida de aquellos existentes que nacen bajo el designio de lo femenino

 

POR RAÚL ROJAS
El Segundo Sexo es quizá la obra más conocida de la filósofa parisina Simone de Beauvoir (1908-1986). Es la denuncia más impresionante y erudita que se haya levantado hasta ahora contra el mundo patriarcal. De Beauvoir argumenta como apasionada fiscal frente al tribunal de la historia. Su discurso es vigoroso, intenso, incendiario. Y aunque la pregunta de partida es muy sencilla, es decir, “¿Qué es una mujer?”, encontrar la respuesta nos conduce a tener que examinar toda la historia humana, así como los determinantes biológicos, económicos y sociales de nuestro mundo dual. Adelantémoslo: la idea central del libro es que nadie nace siendo mujer, sino que se transforma en ella. En el mundo patriarcal la mujer es Lo Otro. Es el subordinado segundo sexo. La mujer debe romper con esta situación, no sólo para alcanzar la felicidad, sino sobre todo la libertad.

 

De Beauvoir publicó la versión francesa de su libro en 1949, pero su verdadero impacto comenzó a sentirse realmente en la década de los 60. La obra en sí no ha perdido nada de su actualidad, pero el mundo se ha transformado, dándole la razón a la filósofa existencialista. Recordemos que, en 1949, en Suiza, país fronterizo con Francia, no se le había concedido aún el derecho al voto a las mujeres. En México eso ocurrió apenas en 1953. En Estados Unidos, hasta los 60, una mujer casada requería de la firma de su marido para poder abrir una cuenta bancaria. En Francia, hasta 1967, era ilegal usar anticonceptivos. En el mismo país, hasta 1965, una mujer casada no podía tomar un empleo sin el consentimiento del esposo. De Beauvoir no se detiene en injusticias como esas y otras, que son obvias, su objetivo es entender desde un punto de vista filosófico como es que la mujer se inserta como victima, pero también como copartícipe en todo ese engranaje social.

 

De Beauvoir escribió todo el texto en apenas 14 meses, pero pareciera que durante toda su vida hubiera coleccionado la multitud de sandeces que se han escrito sobre las mujeres. Cita a Aristóteles, para quien las mujeres lo son “por falta de cualidades”, es decir, las mujeres son “un defecto natural”. Santo Tomás veía en las mujeres “hombres incompletos”. Los hombres judíos rezan y le dan gracias a Dios “porque no me hizo mujer”, mientras las mujeres judías le agradecen al Señor haberlas creado “de acuerdo con su voluntad”. San Agustín declaró a la mujer “ni confiable ni estable”. De Beauvoir lamenta que se les haya reducido tradicionalmente a su función reproductiva y nos recuerda el aforismo tota mulier in utero: “toda mujer es un útero”. No sorprende que sólo siete años después de su aparición, El Segundo Sexo haya sido incluido en el catálogo de libros prohibidos de la iglesia católica. La edición en español fue proscrita en la España franquista en 1955. La obra ha sido traducida a más de 40 idiomas.

 

La división en dos volúmenes refleja la arquitectura de la argumentación: el primero trata de “los hechos y los mitos”, es decir de los determinantes históricos y biológicos, y de cómo han sido subvertidos para encadenar a la mujer. El segundo volumen, sobre la “experiencia vivida”, nos explica el proceso de “manufactura” social de las mujeres. En términos modernos diríamos que el género es una “construcción social”, algo no puramente biológico, sino determinado por las tradiciones, la educación y las expectativas sociales.

 

La primera parte del primer volumen tematiza el “destino” de la mujer. Se trata de un examen de los determinantes biológicos, psicológicos y socioeconómicos de su situación, los dos últimos desde el punto de vista de Freud y del marxismo, respectivamente. De Beauvoir considera que la biología no lo es todo, pero tampoco ayuda: la mujer “está esclavizada a la especie, más o menos, dependiendo del número de nacimientos que la sociedad demande”. La mujer es “la hembra mamífero más profundamente alienada”. La biología, sin embargo, no lo es todo. La mujer es “realidad vivida” en función de sus decisiones y acciones en la sociedad”.

 

De Beauvoir llama a su libro una “investigación”, una búsqueda de lo que significa ser mujer. Escribe en clave existencialista y se refiere en ocasiones a Sartre. Para esa corriente filosófica lo paradójico de la naturaleza humana es que no está dada por una “esencia” definible de antemano, como la de un objeto cualquiera. Para los humanos la “existencia precede a la esencia” y la vida misma no tiene, a priori, ningún sentido.

 

El significado de la vida lo esculpimos al tomar decisiones y “crearnos” a través de ellas. Es el conjunto de nuestras acciones libres, nuestra existencia puntual, lo que constituye el sentido de la vida. Para alguien como Sartre, “estamos condenados a ser libres”. Es un privilegio, pero también una responsabilidad, de la que muchos huyen. Por eso lo fundamental del ser humano es ejercer la libertad que le permite trascender la especie y su situación particular para convertirse en sujeto verdadero. Pero para la mujer ese privilegio ha sido coartado por la “esclavitud” para con la especie y las múltiples limitaciones que le impone la sociedad. Para De Beauvoir el análisis que hacen los marxistas es por eso “monista”, ya que sólo considera la dimensión económica subordinada de la condición de la mujer. Igual de monista es Freud, con su reduccionismo sexual. El problema, dice De Beauvoir, es que el “cuerpo, sexualidad y tecnología”, la sociedad entera, existen sólo para que los hombres “trasciendan de la existencia al ser”. Esta limitación fundamental de la libertad de “autocreación” de la mujer sería posteriormente abordada por Sartre en su Crítica de la Razón Dialéctica.

 

De Beauvoir dedica cinco capítulos a analizar la historia de la condición de la mujer, desde las sociedades primitivas dedicadas a la recolección, hasta la época moderna. De alguna manera me parece que coincide parcialmente con Engels, quien en El origen de la propiedad privada, la familia y el Estado, conecta el deterioro fundamental de lo que hoy llamaríamos la “paridad de género” con el surgimiento de la propiedad privada.

 

La mujer y los hijos se convierten en fuerza de trabajo dócil y no remunerada al servicio del patriarca. Las sociedades matrilineales desaparecen casi completamente, de manera que la “mujer es derrocada por la propiedad privada y su destino queda atado a ésta por siglos”. Lo mismo en la Biblia que en el Corán se decreta la inferioridad e incluso malevolencia de la mujer. Versos del Corán proclaman que “los hombres son superiores a las mujeres por las cualidades que Dios le ha dado a cada uno”.

 

Con el arribo de la modernidad, en las vísperas de la Revolución francesa, se podría haber esperado una mejora radical, lo que no ocurre. Se llega incluso a discutir si las mujeres realmente tienen un alma inmortal, como los hombres, y hasta el reformador social Rousseau afirma que “la mujer ha sido creada para obedecer al hombre y soportar sus injusticias”. Hay pequeñas conquistas, como la promulgación de la ley del divorcio de 1792 en Francia, pero no se logra el derecho al voto. Con el inicio de la revolución industrial, más y más mujeres son arrojadas al mercado de trabajo y eso es realmente lo que va a producir que vayan adquiriendo fuerza colectiva. Tomará décadas que se sindicalicen y transformen su poder económico-laboral en poder político. Es en Nueva Zelandia que las mujeres logran por primera vez obtener el derecho al voto, en 1893. Aun así, las mujeres no existen para ellas, sino para como los hombres las definen. Su condición es la de “ser-para-el-hombre” y no “ser-para-sí”, dice la filósofa francesa. Las mujeres continúan siendo objeto de una “voluntad ajena”, que se constituye como sujeto, mientras la mujer continúa siendo Lo Otro.

 

El segundo volumen, sobre la experiencia vivida, desarrolla la tesis de la autora acerca de que ser mujer es un proceso de creación social. De Beauvoir analiza todas las fases que atraviesa una mujer, pasando por la niñez, la adolescencia, el matrimonio y la senectud. El volumen comienza con la famosa frase “uno no nace como mujer, se convierte en ella”, es decir, es la sociedad “la que manufactura este producto intermedio entre el hombre y el eunuco que llaman feminidad”. El “eterno femenino”, la “esencia de la mujer”, simplemente no existe como substancia, es un fenómeno social.

 

Todo comienza desde la niñez, en la que los padres enseñan a las niñas a comportarse de forma pasiva, porque eso es lo femenino. La niña descubre, a través de alabanzas, que tiene que ser hermosa. Se mira en el espejo y se “compara con princesas y hadas”. A los varones, por el contrario, se les educa a ser independientes y a rivalizar con otros niños, luchando, afirmando así su individualidad. A la niña se le trata como una “muñeca viviente, se le niega la libertad y se cierra el círculo vicioso”. Las madres “las tratan de integrar en el mundo femenino”. Eventualmente la mujer descubre la jerarquía de los sexos en la propia familia. Interioriza que, para ser feliz, debe ser amada: “es ella la bella durmiente, Cenicienta, Blanca Nieves”, mientras el hombre lucha contra “dragones y gigantes”. Secuestrada en una torre, un palacio o una caverna repite: “un día mi príncipe llegará”.

 

Con la pubertad, las niñas por primera vez son más débiles que los varones. La falta de información hace que experimenten su cuerpo como algo embarazoso. Pero “perder la confianza en el propio cuerpo hace que se pierda la confianza en el propio ser”. A partir de este momento las mujeres comienzan a estar en desventaja en el campo artístico o intelectual, sobre todo porque no se le estimula a que sobresalgan. La mujer adolescente no se convierte en “responsable de su futuro” ya que “su destino, al final, no va a depender de ella”. Es este el modelo que se repite en las novelas y en la literatura, la de la mujer pasiva. Para la adolescente, “cazar consiste en convertirse en presa”.

 

Uno de los capítulos de El Segundo Sexo que más controversia causó, es el dedicado a la homosexualidad femenina, a las mujeres lesbianas. De Beauvoir opina que la fisiología y balance hormonal de cada persona es sólo la mitad de la historia. El dilema de la lesbiana es que debe ser objeto, pero su “agresividad sexual” no se da en un cuerpo masculino y de ahí nace el conflicto. La “homosexualidad femenina es el intento de reconciliar su autonomía con la pasividad de su cuerpo”. Y para que la iglesia se escandalice aún más, De Beauvoir agrega: “cada mujer es homosexual natural”. Los hombres homosexuales inspiran hostilidad porque se les exige comportarse como hombres, pero a las lesbianas se les ve con tolerancia porque el “amor sáfico” (por la poetisa Safo de Lesbos) no contradice el rol social de la mujer. El enfrentamiento con la sociedad puede hacer que la mujer lesbiana viva de manera “no auténtica”, o bien, en “lucidez, generosidad y libertad”.
Habría todavía mucho que agregar acerca del análisis que De Beauvoir hace de la mujer casada y de su papel en la maternidad, o la vida social en familia. Pero llegado a este punto se debe aceptar que es imposible resumir la obra en pocas páginas y todavía hacerle justicia. El Segundo Sexo es como El Capital de Karl Marx. Para entenderlo hay que leerlo completo, las 873 páginas de la edición que tengo en mis manos, que fue lo que hicieron miles de feministas en el preludio a los movimientos sociales que culminaron con los estallidos de 1968, en Francia y en muchos otros países. Desde “la antigüedad griega hasta hoy”, dice De Beauvoir, “la condición de la mujer se ha mantenido, con sólo cambios superficiales”.

 

A pesar del despertar feminista posterior a la publicación del libro, en 1976 de Beauvoir escribió sobre los movimientos del 68: “Las mujeres se convirtieron en activistas, se unieron a las marchas, manifestaciones, campañas, grupos clandestinos, a la izquierda militante. Lucharon, tanto como cualquier hombre, por un futuro sin explotación ni alienación. ¿Pero qué ocurrió? Descubrieron que en los grupos y organizaciones a los que se unieron seguían siendo el segundo sexo, como en la sociedad que querían derribar. En Francia y en Estados Unidos los líderes eran siempre los hombres”. El patriarcado no abdicará por sí solo, por eso, agrega De Beauvoir, “así como los pobres le deben arrebatar el poder a los ricos, así las mujeres le deben arrebatar el poder a los hombres (…) a largo plazo las mujeres vencerán”.

 

FOTO: Simone de Beauvoir también exploró la experiencia femenina a través de la literatura, como es el caso de la reunión de cuentos de La mujer rota/ Crédito de foto: Especial

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