Jojutla: damnificados por partida doble
Esta ciudad morelense, una de las más cercanas al epicento del sismo del 19 de septiembre del año pasado, es, hasta hoy, escenario de varias tragedias. Mientras algunos vecinos fueron estafados por representantes de fundaciones que les prometieron reedificar sus casas, una de ellas enfrenta la viudez y a la burocracia de las aseguradoras
POR VICENTE ALFONSO
Habitante de Jojutla y sargento segundo con una trayectoria de once años en el ejército mexicano, Édgar Ignacio Montes de Oca Lozano estaba concentrado en Santa María, casi a la salida de Cuernavaca, cuando comenzó el terremoto del 19 de septiembre de 2017. Sus superiores le ordenaron incorporarse al Plan DNIII para ayudar a los vecinos de la colonia Higuerón, en su ciudad. Como lo haría en los siguientes días, Édgar pasó las primeras horas rescatando pertenencias ajenas de casas a punto de colapsar: camas, lavadoras, documentos y electrodomésticos. También se dedicó a derribar manualmente viviendas que estaban en tan malas condiciones que representaban un riesgo para sus dueños. Sin embargo, tardó casi nueve horas en darse cuenta de la magnitud del problema: si su calidad de militar le daba la oportunidad de ser rescatista, su condición de vecino de la colonia Independencia le había convertido en damnificado del sismo a él, a su esposa y a su hija de ocho años. Dado que durante las primeras horas de contingencia no había en Jojutla señal de teléfono ni energía eléctrica, su esposa Ana Lilia pudo localizarlo hasta las diez de la noche. Fue entonces cuando Édgar se enteró de que su casa también debía ser derribada.
Hoy, a un año exacto del sismo, la casa de Édgar sigue en pie a pesar de que es inhabitable. Poco importa que exista un dictamen del Fideicomiso Fondo para Desastres Naturales (Fonden) que la cataloga como pérdida total. Tampoco importa que los muros más lastimados tiemblen como gelatina con el más leve movimiento: dado que la vivienda está lejos de la colonia Zapata, considerada la “zona cero” del sismo, las autoridades municipales responden que no hay maquinaria disponible cada vez que se les solicita derribar la construcción.
A un año del temblor, Ana Lilia Pérez Soto, la esposa Édgar, se siente más desesperada que nunca, pues el militar murió hace dos semanas en un accidente de tránsito. Sentada en una jardinera de la colonia Zapata, la muchacha de veintiocho años cuenta con voz entrecortada que el 3 de septiembre un conductor ebrio embistió a su esposo en el kilómetro 110 de la Autopista del sol, dirección de sur a norte, en el municipio de Xochitepec.
“Estoy muy desesperada porque mi única ayuda era mi esposo, él decía que en sus vacaciones iba a demoler la casa, pero lamentablemente perdió la vida”, dice la joven viuda a quien he conocido hoy durante la marcha organizada por el colectivo Vecinos Unidos por la Colonia Zapata. Se trata de un grupo pequeño en donde predominan las mujeres, quienes desde temprano han salido a recorrer las calles de Jojutla vestidas de blanco para recordarle al mundo que no se han rendido, que siguen en pie de lucha. Y es que aquí ocurren tantas cosas que hay quienes no han tenido tiempo de acordarse que hace un año tembló. No es que lo hayan olvidado, por supuesto, pues muchos de ellos viven aún en casas de campaña entre montones de escombro, sino que deben enfrentar situaciones casi tan apremiantes como un terremoto. Para algunos, como es el caso de Ana Lilia, el panorama luce aún más desolador que tras el sismo. Por eso no dudan en señalar: “somos damnificados por partida doble”.
Llueve sobre mojado
“¿Qué se quema, qué se quema?”, pregunta alguien en la esquina de avenida 18 de marzo y Emiliano Zapata. Una nube de humo blanco nubla la calle. De inmediato los vecinos lo tranquilizan: No pasa nada, socio, andan fumigando.
El “no pasa nada” es un decir, una fórmula retórica, pues en esta colonia siguen sucediendo cosas terribles. Adriana Fuentes Hernández, vecina de la colonia, me cuenta que el domingo pasado comenzó una fuerte lluvia que amenazaba con desbordar los canales de riego. Así ocurrió: como a las diez de la noche el agua empezó a subir hasta que alcanzó más o menos un metro de altura. Fueron sus hijas las que se dieron cuenta de que el agua se metía por la puerta y estaba subiendo con rapidez. Tanta, que apenas tuvieron tiempo de reaccionar: “Abrí la puerta para evacuar la casa y se fueron flotando algunas cosas. Llevé a mis hijos a casa de mi hermana y yo me quedé esperando aquí porque hay hartos ladrones que se llevan lo que encuentran”.
A decir de la mujer, cuyo cansancio se refleja en la mirada, las autoridades se aparecieron en la colonia hasta el lunes por la mañana para ver qué clase de daños había causado el agua, pero no les ofrecieron ningún tipo de ayuda. Lo único que hicieron fue enviar cuadrillas de fumigación, cuyos nebulizadores escupen el humo blanco que amedrenta a los vecinos. Si bien en su página oficial la Coordinación Estatal de Protección Civil no tiene comunicados al respecto, su cuenta de twitter indica que las colonias afectadas fueron quince, con un total de entre ciento cincuenta y trescientas viviendas inundadas. Dado que la ayuda no fluye, entre vecinos han organizado una tanda de despensas para ayudarse entre sí.
Doña Adriana me cuenta que hace un año, cuando empezó el sismo, trató de tranquilizarse diciendo que no pasaba nada, pero se llenó de miedo cuando vio caer las escaleras de su casa. Fue entonces cuando salió corriendo. En la calle se topó con una escena que no imaginaba: vio cómo una barda se desplomaba sobre una vecina y un niño: “empezamos a limpiar para sacarlos, pero no pudimos hacer nada”.
Pescar en río revuelto
Sobre la avenida 18 de marzo, en un área donde prácticamente todas las casas se derrumbaron, don Roberto Valle Guzmán palea tierra dentro de una pequeña construcción en obra negra. Sobre uno de los muros de block crudo, una cartulina acusa: ¡El Gobierno nos dejó solos! Y otra aclara: Es mentira que Jojutla está de pie. Seguimos en carpas sufriendo las inclemencias del tiempo.
Don Roberto y su familia, seis personas en total, llevan un año viviendo en dos carpas de lona instaladas en el terreno donde estaba su casa. En doce meses sólo han logrado levantar una rústica estructura de bloques: sin techo ni piso firme, aquello no puede ser llamado casa todavía. Lo peor es que le han notificado que la ayuda del gobierno se terminó, y aún le hace falta mucho para concluir una vivienda. “Ahorita estamos rellenando para poder echar el piso, la obra allí quedó, porque ya no nos alcanzó para la losa”.
Don Roberto y los suyos son un ejemplo de la situación que viven muchas familias en la Zapata. Su casa fue una de las primeras en ser derribadas por los trascabos, y por lo tanto tuvo acceso a la ayuda del Fonden. Pero desde el principio hubo que pelear, pues apareció en el censo como propietario de una vivienda con daño parcial, lo que implicaba que recibiría sólo 15 mil pesos de ayuda. Tras hacer los trámites correspondientes, consiguió que le fuera reconocido el derecho al apoyo por pérdida total de vivienda. Para quienes estaban en esa situación, el Fonden destinó 120 mil pesos por familia, distribuidos en dos tarjetas de débito: en una de ellas había 40 mil que se podían retirar en efectivo en cualquier cajero automático, en la otra había 80 mil que sólo podían ser utilizados en establecimientos que venden material de construcción.
No pocos vecinos de la Zapata aseguran que hubo abusos. Aunque no logran contactarme con alguien que haya sido estafado, hablan de personas que se hicieron pasar por representantes de fundaciones, pidieron las tarjetas a los damnificados y nunca regresaron. También hablan de gente que “falsificó” casas destruidas para tener acceso al dinero del Fonden.
“A río revuelto, ganancia de pescadores”, dice Minnet Castañeda, a quien entrevisté el año pasado, justo al día siguiente del sismo. En aquel momento Minnet y su madre aguardaban afuera del negocio familiar, una pequeña fonda, pues tenían miedo de que la construcción se colapsara. Dado que varios muros estaban rotos y la escalera se había despegado de la pared donde se apoyaba, era urgente que algún experto diagnosticara la construcción. Hoy, un año después, Minnet me cuenta que la espera duró cuatro días. Al final una cuadrilla de bomberos de Zapopan dictaminó el inmueble, que sólo necesitó un refuerzo general y reparaciones menores. La escalera, eso sí, quedó despegada.
Le recuerdo a Minnet que hace un año me contó que su padre había podido hablar con el presidente Enrique Peña Nieto, quien estuvo aquí para inspeccionar los daños causados por el sismo. No atino a descifrar su gesto: ¿decepción, molestia, enojo? Me dice que no es su caso, sino el de muchos de sus conocidos, lo que le irrita: “Mire, siento que Morelos está pasando por una situación muy difícil empezando por el gobernador [Graco Ramírez] y sígale con el presidente. El señor vino, caminó desde el centro de Jojutla hasta la Alameda, vio todo y dijo que Jojutla se iba a levantar, se iba a reconstruir… y eso fue todo”.
Asegura que todo el apoyo que han recibido ha sido particular, aportaciones de empresas, fundaciones, incluso de particulares que llegan en camionetas de lujo y reparten sobres con dinero en efectivo. Del Gobierno Federal sólo recibieron lo del Fonden: “en ese momento se habló de recursos para la reconstrucción de Jojutla, pero todas las casas que se están haciendo han sido por parte de fundaciones, entonces no entiendo cuál es el recurso que se envió, no sabemos de ese recurso”.
Refundación de la casa
No todo son malas noticias en Jojutla. Basta recorrer las calles de las colonias Zapata e Higuerón para advertir que hay algunas casas nuevas, de dos pisos, pintadas de color naranja. Una placa junto a la puerta las identifica como las viviendas construidas por la Fundación Carlos Slim y el órgano de reconstrucción “Unidos por Morelos”.
Sobre la calle 10 de abril, en una de las áreas que resultaron más lastimadas, encuentro a doña Dolores Leis vendiendo tacos en una mesita, bajo un árbol. Ella me confirma que perdió todo su patrimonio durante el sismo: “Lo que le pudiera explicar con palabras no se asemeja a la realidad que se vivió. Se derrumbó la casa, los muebles se quebraron y los que pudimos sacar se echaron a perder en la noche, con la lluvia”.
Como le sucedió a muchos otros vecinos, la casa de doña Dolores apareció en el padrón como propiedad con daño parcial, cuando en los hechos tuvieron pérdida total. Pero en este caso, una vez hecha la corrección, todo fluyó: poco después de la tragedia arribaron al lugar representantes de la fundación Carlos Slim ofreciendo apoyo a los vecinos, y aunque algunos se fueron con otras opciones, ella y su mamá firmaron un acuerdo con la fundación del magnate mexicano. Acaso para infundirles confianza, no les pidieron nada por adelantado: “solamente teníamos que acreditar la propiedad y estar en el padrón del Fonden. Ni siquiera tuvimos que entregar las tarjetas”.
Doña Dolores me cuenta que hace dos meses les hicieron entrega de una casa nueva con todos los acabados, incluidos calentador de agua, estufa y refrigerador. Me invita a asomarme a la vivienda: no es necesario ser experto para comprender que estas casas superan por mucho los 120 mil pesos autorizados por el Fonden. La señora también lo sabe, y asegura que a ellas les pidieron sólo las tarjetas: “las entregamos al final, cuando la casa ya estaba, así no había riesgo de que nos pudieran defraudar, como les pasó a otros con otras fundaciones”.
La conversación con la señora Dolores me recuerda que Ana Lilia Pérez, la joven esposa del militar fallecido el 3 de septiembre, me contó que ella también firmó un acuerdo con la Fundación Slim. En su caso, la vivienda no ha podido ser construida porque antes es necesario derribar la casa dañada. Por el momento Ana Lilia vive con sus padres, pero su desesperación aumenta al mismo ritmo que sus deudas: además de los gastos que implica sostener a su hija, que cursa quinto de primaria, en los últimos días tuvo que hacer frente, ella sola, a los gastos del funeral de su esposo. Para colmo las identificaciones de Édgar —necesarias para tramitar el seguro— desaparecieron en el sitio del accidente junto con su billetera y otras pertenencias.
Personal de la aseguradora le ha advertido a Lilia que cobrar el seguro podría tardar hasta año y medio. Agobiada, la muchacha insiste en la contradicción que implica que Édgar —o como lo conocían sus compañeros, el sargento Montes— se haya dedicado tras el sismo a salvar el patrimonio de otros y ahora nadie pueda ayudarle a ella a rescatar el suyo: “siento que no es justo… desde hace un año estoy esperando y ahorita me quedo doblemente damnificada, sin casa y sin esposo. Yo digo, ¿dónde está la justicia? Ahorita la justicia no existe. Aquí matar a un hombre es como matar a un perro”.
PIE DE FOTO: Marcha de damnificados de la colonia Emiliano Zapata en la que exigieron el cumplimiento de las promesas de ayuda por parte de las autoridades. Vicente Alfonso
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