Sobrevivir en los libros del padre: entrevista con Aura García-Junco
La autora de Dios fulmine a la que escriba sobre mí (Sexto Piso, 2023) ahonda en su relación con el escritor Juan Manuel García-Junco a través de la biblioteca que dejó tras su muerte
POR JUAN CAMILO RINCÓN
Juan Manuel García-Junco Machado se bautizó a sí mismo H. Pascal cuando atravesaba la adolescencia para luego convertirse en un obstinado emprendedor de —algunas—causas perdidas de la ciencia-ficción, la “poesía dark chingona”, “la fealdad estética elegida” y los pulps de terror. Su hija, la escritora Aura García-Junco, desmitifica y a la vez exalta a ese osado promotor de batallas contraculturales en Dios fulmine a la que escriba sobre mí (Sexto Piso, 2023).
Pascal creó un proyecto al que llamó Goliardos para divulgar géneros literarios limítrofes; intentó gestionar la visita de Ray Bradbury a México para un festival de ciencia-ficción; fue invitado a la Semana Negra de Gijón; organizó conciertos de metal en el Zócalo, y vendió fanzines en tianguis culturales y salas de estridencia punk y gótica.
Tras su muerte dejó el recuerdo de sus luchas y una “entrópica, caótica y despeinada biblioteca personal”. Este libro es una especie de liturgia-ensayo de profundo afecto y un conjunto de digresiones sobre los libros, la lectura, los apegos, la literatura, la compleja relación de la escritora con su padre y otros tantos conceptos que se llevan a cuestas.
Aura García-Junco, becaria del Fonca y de la Fundación de Letras Mexicanas, y escogida por la revista Granta en 2021 como una de las mejores narradoras jóvenes en español, atraviesa un océano de afectos, divergencias y reencuentros con su padre a través de los libros: “En eso fuimos consistentes: permanecimos impermeables a comunicarnos nuestros dolores de carne y de alma”.
Usted dice: “Fui la hija y ahora no sé qué soy”. ¿Qué tanto de su identidad se ha replanteado o ha resignificado —si es que lo hizo— a partir de este libro y el proceso que lo precedió?
Sí hubo una parte del proceso de aceptación de la muerte, que al final es el duelo, en el que hay que volver a acomodar las cosas. Yo lo viví en el año precedente a la escritura, pero también durante la escritura de este libro. Simplemente fue la asunción de que sigo siendo una hija, a pesar de que el padre ya no exista, pero soy una hija sin padre y eso está bien. Es muy duro decirlo de esa forma, pero sí me ayudó mucho a bajar eso y también a entender a mi padre como un hijo sin padre él mismo, porque al final él perdió a su propio padre cuando era un niño.
¿Siempre estuvo presente la idea de ir acompañando la narración con fragmentos de texto, comentarios sobre autores, pies de página?
En el caso de este libro, que sí nació como un proyecto emocional determinado, no fue un libro que fuera inventándome en el paso, aunque sin duda hubo muchas cosas que surgieron en la escritura. La idea de la biblioteca era muy central; los libros siempre fueron el eje que me iba a permitir hablar de otras cosas y me iba a dar un poco de tierra. En alguna parte digo que toco libros como quien dice: toco tierra. Todo tiene que ver con el hecho de que la literatura fue lo que siempre nos unió y que los libros eran el gran puente entre nosotres. Por lo tanto, no había manera de que este fuera un libro sin libros. Además yo quería hacer un homenaje a las herencias que él me dejó y una de las más grandes herencias y una de las más bellas sin duda son los libros.
Siento que el libro también es un poco la historia de Ciudad de México, de cómo funciona y funcionó el mundo cultural en el país, el canon literario… ¿Hay algo de eso ahí?
Sí, totalmente. Al querer recuperar la historia de mi padre, por supuesto que me parecía medular recuperar la parte de la historia de la literatura que le correspondió, que tiene que ver con esta literatura que se cultiva al margen, la de géneros menos comerciales en ese momento o menos convencionales, la autopublicación, qué significa la escritura desde el margen, más allá de las grandes editoriales. Para mí siempre fue muy claro que yo quería hablar de eso porque es algo con lo que crecí: viendo estas plaquettes excéntricas con diseños imposibles de comprender… En fin, había muchas cosas importantes que quería rescatar en esta carrera de explicarme la historia de mi padre, pero también estaba el asunto de cómo hablar de esta relación de la literatura con las jerarquías literarias. Me gusta mucho que hay personas que han hablado de cómo se teje esta genealogía de literatura periférica en el libro y se vuelve parte de una genealogía más amplia sobre eso.
¿Cómo fue la experiencia de acercarse desde otra mirada a los libros de su papá y releerlos a la luz de hoy?
Muchos de los libros que releí ya los había leído y fue también el extraño encuentro con el yo del pasado, con las percepciones que tuve cuando los leí por primera vez y con ver cómo los libros sí son crisoles de la época en la que los leemos. Por otro lado, también la mirada de los libros de mi papá se volvió como una especie de trabajo detectivesco, una especie de cazadora de exlibris, de números, de manchas, de todas aquellas marcas que él dejó en los libros a los que se acercó y especialmente de las emociones que me transmitían esas marcas, desde signos de admiración, interrogaciones. Todo eso me pareció, tal cual, un trabajo de detective.
¿Podría afirmarse que usted hace una especie de arqueología de la edición? Por ejemplo, cuando habla de los cambios que las editoriales hacían en sus libros de una década a otra en el diseño de las portadas, etcétera.
Como esto es, entre muchas cosas, un libro de libros, también hay algo que tiene que ver totalmente con su materialidad, con lo que significa su paso por el mundo, cómo envejecen, cómo también tienen una vida que tiene que ver con su contenido, la manera en que se editan, qué sucede con la misma edición de un libro cuando los parámetros del mercado y de las editoriales cambian. Eso es lo que hago con Las Cosmicómicas de Italo Calvino y sus varias versiones, qué clase de literatura se considera legítima y la eterna pregunta por la autopublicación. En fin, me interesa muchísimo la materialidad de los libros como aquellos objetos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, pero que también están sujetos a los cambios dentro de una industria, que al final también son los cambios en los hábitos de consumo de los lectores y las lectoras. Es una dinámica que se retroalimenta.
Usted hace una serie de digresiones muy interesantes por el casi oficio de la lectura: subrayar, hacer notas o dibujos en las páginas, contemplar las portadas. ¿Hay algún diálogo con Leer mata de Luna Miguel?
Pues fíjate que no lo había pensado. Leí Leer mata el año pasado y me gustó mucho. Creo que en general este libro tiene un diálogo con cualquier libro que postule formas de leer a través del cuerpo; en general de cualquier libro que hable de lo que la lectura nos hace en la vida. Particularmente Leer mata tiene esta parte somática muy por delante y me gusta que hayas hecho la relación entre ambos libros; son muy diferentes en muchas cosas, pero ahí hay una línea de comunicación como la hay con otros libros sobre el tema, sobre qué leemos cuando leemos, sólo que me gusta este enfoque un poco menos académico y mucho más asentado al piso.
¿Qué encuentra usted hoy al ver la manera en que se apropiaba de la lectura y los libros su yo de hace unos años?
La verdad es que encuentro una lectura más ingenua, no necesariamente para mal. Hay un capítulo en el que hablo mucho de cómo mientras pasa el tiempo y pasan los años empezamos a leer las cosas de manera distinta, particularmente cuando hay cambios culturales tan patentes como este feminismo que vino en ola hace unos cuantos años, y cómo ya no puedo leer de la misma manera sin este rayo que significa leer desde el género, desde la raza, desde una lectura más enfocada a temas sociales. A veces, como digo en el libro, tengo un poco de nostalgia, incluso a veces de leer con la inocencia del pasado y simplemente apropiarme de la poética del libro como si fuera una entidad cerrada que no me perturba y no me compete, que no dialoga con la política del mundo. Ahora estoy en el proceso de tratar de apreciar los libros más allá de esto —bueno, los que valen la pena de ser apreciados—, y de pasar eso por alto. Todo el libro tiene un poco de este diálogo tan complejo que hay entre ideología, poética, presente, pasado, anacronismo y realidad.
¿Derribó algún mito propio sobre lo que representa una biblioteca y, más aún, una biblioteca personal?
El principal es un mito que he cargado toda la vida y del que nunca me podré deshacer por completo: que tener una biblioteca personal te hace una persona más chida, mejor persona o algo así. Es un mito total. ¿Cuánta gente maniática no tiene una copiosa biblioteca? ¿Cuántos políticos cultos no existen en el mundo que destruyen el mundo a su paso? Y es un mito, tal cual. Sin embargo, esa romantización con la que crecí expuesta, que además no es una cosa exclusiva mía, sino que está en todas partes, es muy difícil de quitarse. Hay algo ahí, en la mística de los libros que de repente te puede hacer caer incluso en percepciones clasistas y demás. Lucho mucho con ella y, sin embargo, cada vez que entro a una casa con libros, algo en mi corazón se calienta.
En otro momento usted dice que logra “apreciar por primera vez la locura sui generis de los fanzines” que años atrás le daban pena. ¿Qué otras cosas logró apreciar por primera vez de su papá en este recorrido por su biblioteca y la escritura de este libro?
Hubo muchas cosas. Por un lado, la manera en la que sostuvo a lo largo de su vida una lucha por la izquierda y por temas progresistas. Mejor o peor logrados, pero cómo sostuvo un proyecto contracultural tanto tiempo, también me parece muy encomiable. Además, su enorme generosidad, algo que me dijeron muchas personas con las que hablé, más allá de su rudeza, más allá de muchas cosas. Fue un hombre generoso a quien le interesaba hacerle bien al mundo, con sus defectos y con sus complejidades, pero un hombre que al final sí tenía —siempre lo digo—: el corazón en el lado correcto. Eso fue algo que logré apreciar: todo el amor que él dio, toda la vida como una especie de gran sacrificio a la literatura, que eso es muy romántico y demás, pero una vez que ya terminó esa vida, no queda más que reconocer que en esa enorme entrega hay algo que también vale la pena. Podría haberse hecho de otra manera, claro que sí, pero ya en este recuento, esta especie de resumen de vida me parece muy encomiable.
Usted afirma que después de terminar de escribir este libro, lee a su papá con sus matices. ¿También se lee a usted misma con más matices?
Sin duda, el libro partía de escribir mi relación con mi padre y eso nunca sabes hasta dónde va a llegar. Es un arma de doble filo porque hay muchas cosas que no se pueden calcular cuando escribes libros que son tan personales, tan honestos, tan llenos de búsquedas que van ocurriendo conforme la escritura va ocurriendo. Eso obviamente también me llevó a mí a pensarme. No sabría exactamente qué otros matices podría nombrar ahora, pero creo que a lo largo del libro, al responsabilizarme de mi parte de esta historia y también vivir las partes buenas de mi parte en esta historia, necesariamente me tuve que conformar en un personaje que tenía también sus propios matices, aciertos y desaciertos.
Después de todo este ejercicio de desempolvar los libros de su papá, pasar de nuevo por algunos de ellos, reorganizarlos, venderlos, escribir Dios fulmine... ¿ve su propia biblioteca con otros ojos?
Es muy difícil contestarlo. Mi propia biblioteca es algo que amo profundamente y sin lo que no puedo imaginar mi casa. Es lo que en muchos sentidos le da el sentido de casa a mi casa, además de mis gatos, mis muebles, mis plantas. Creo que simplemente aprendí a pensarla como una biblioteca personal más que como un conjunto de libros, y aprendí a apreciar la gran bendición —sin sentido católico— que significa tener a la disposición esta bellísima y enorme biblioteca. A la fecha estoy pensando en maneras de hacer que se mueva, de que no sea solamente eso que ilumina mis mañanas. Tengo ahí algunos proyectos que tal vez algún día lograré realizar.
FOTO: Aura García-Junco fue elegida en 2021 por la revista Granta como una de las mejores narradoras jóvenes en español. Crédito de imagen: Cortesía Sexto Piso