Solares, el otro

Ene 17 • Conexiones, destacamos, principales • 3014 Views • No hay comentarios en Solares, el otro

 

POR ROSA BELTRÁN

 

Autora de la novela El cuerpo expuesto (Alfaguara, 2012)

 

Conocí a Ignacio Solares en un viaje a la Universidad de Brown donde fuimos invitados a hablar de Literatura mexicana desde nuestras obras. Nos pedían centrarnos en “la nueva novela histórica”, en mi caso, en La corte de los ilusos y en el de Ignacio en los varios libros que para 1996 tenía ya escritos.

 

Mi interés era desmontar el mecanismo historiográfico que nos impide pensarnos más allá de ciertos esquemas o incluso más allá del tono hierático que nos impidió, por ejemplo, ver el montaje de un imperio, nuestro primer imperio, como una farsa, un sainete. El de Solares era y ha sido llenar los huecos de la historia a través de la imaginación creativa y de una herramienta que está presente en toda su obra: las teorías psicoanalíticas y la expresión del inconsciente.

 

El avión hacía una escala en Nueva York donde el frío rabioso nos obligó a algunos de los invitados al congreso a refugiarnos en un Deli en el que continuamos hablando del tema frente a varios tazones de sopa de pollo. ¿Cómo se inserta la microhistoria en el gran fresco de la Historia con “H” mayúscula? ¿Qué repercusiones tienen los hechos del pasado en nosotros como individuos y en nuestra cultura, como heredera de esos lastres? Y más interesante aun: ¿qué repercusiones tienen los deseos y los gestos, aquellos hechos de nuestros ancestros que desconocemos pero que inevitablemente reproducimos aún sin saber que los estamos reproduciendo?

 

Ya entrados en materia extraterrena y a punto de llegar a una conclusión, Ignacio y yo fuimos invitados a abandonar el local porque sus dueños debían irse a dormir, según nos aclararon. A partir de entonces surgió una amistad literaria que extrañamente no cesa de avivar el interés por compartir temas, enigmas y lecturas. Creo, sin exagerar, que al menos una cuarta parte de los libros de mi biblioteca son o han sido recomendaciones de Solares hechas por él o por alguno de los autores que publica, y tengo el secreto orgullo de pensar que lo mismo ocurre con la suya. Mi vida se ha enriquecido sustancialmente con las relecturas de Dostoievski, de Chéjov, de Chesterton, de Léon Bloy. En cine no hemos sido tan afortunados, aunque sí igual de entusiastas. En parte, el desfase se debe a que yo escribo muy de mañana y dejo los fines de semana para ver cine y Solares tiene el raro hábito de levantarse a hacer bicicleta estacionaria frente a una película nueva todos los días. “¿Has visto Luna amarga, de Polanski? ¿Has pensado por qué las cosas aparecen cuando ya no las estamos buscando?”

 

Nuestras pasiones literarias y fílmicas han evolucionado, como es obvio. Sin embargo, aún recuerdo varias de las conversaciones y las “revaluaciones” de ciertos autores que por entonces solíamos hacer. Ambos pensamos que una tarea central del escritor (y del editor y el difusor de la cultura) es descubrir a los jóvenes pero también rescatar a quienes han sido mal leídos o no vistos por sus contemporáneos debido a causas extraliterarias. En aquellos días hablábamos de lo injustamente que el mundo hispano leyó a Graham Greene y del papel de la fe, las instituciones religiosas y el misticismo. Del cura que en El poder y la gloria duda de su fe y su propio poder en un mundo abandonado de la mano de Dios (un personaje que podría suscribir el México actual, piénsese en el padre Solalinde). Este personaje, por cierto, aparecerá transfigurado en varias de las obras de Solares: está detrás de esa suerte de santo laico que es Madero en su obra Madero, el otro y detrás de la pregunta que suscita esta obra: ¿qué hizo que un líder político se volviera víctima propiciatoria de un régimen sanguinario? La respuesta es el componente toral de la obra de Solares. Idealismo y espiritualismo; es decir, sueño y convicción espírita. Y no es tan distinto, este personaje, del protagonista de otras de sus obras: No hay tal lugar, por ejemplo, o del protagonista de su más reciente novela Un sueño de Bernardo Reyes.

 

En todos los personajes de Solares aparece el “compromiso extraterrenal”, los avisos de una conciencia superior que parece manifestarse de modos no racionales en lo raro o lo maravilloso que nos ocurre y también en lo insospechado de nuestras acciones. Como si los humanos no fuéramos más que antenas que transmiten el mensaje de “Alguien” más, o como si no fuéramos, en conjunto, más que la suma de las moléculas que componen el universo al que le dio por manifestarse en este rompecabezas del que cada uno somos una parte. Puede sonar ilusorio. Quizá lo es. Pero hoy, me diría Solares, la ciencia habla incluso de memoria genética y de memoria molecular. Y él está convencido de que hay, en efecto, una maquinaria que nos escribe y por eso no es raro que sea un apasionado de Freud, de Carl Jung y de Julio Cortázar, de quienes ha escrito mucho; de éste último, un libro titulado Imagen de Julio Cortázar en el que basándose en cartas y testimonios desentraña los elementos parapsicológicos y oníricos del Gran Cronopio. Solares desentraña el modo en que los sueños proporcionaban a Cortázar información sobre la muerte y las directrices exactas del otro mundo. Y no deja de ser paradójico que, al leerlo, García Márquez dijera: “El libro de Ignacio Solares me ha hecho sentir cuán vivo está Cortázar entre nosotros”.

 

La muerte, ese otro de los grandes temas que obsesionan a Solares, aparece de modo destacado en toda su obra. Desde la exploración de la muerte física en El jefe máximo (y más tarde en su pieza teatral Los mochos), hasta las indagaciones metafísicas en Delirium tremens, Cartas a una joven psicóloga o Muérete y sabrás. ¿Has leído Nada que temer, de Julian Barnes?, le pregunto. Me llama por teléfono tres días después y me dice: “fundamental”. “El libro de Barnes que me recomendaste es fundamental”. A cambio me hace llegar La invención de la soledad, de Paul Auster. Competimos por ver quién ha escrito el mejor libro sobre la muerte en los tres últimos años.

 

Pero junto al escritor y al lector, no podría no citar al editor. La tarea de Ignacio Solares en revistas y suplementos ha acompañado la historia literaria de este país. Comenzó muy joven, trabajando como jefe de redacción cerca de Octavio Paz y siguió sin parar, mostrando su pasión lectora en la enorme cantidad de autores que ha publicado y que publica hoy al frente de la Revista de la Universidad de México, un referente obligado en cultura y literatura en nuestro país. Acompaña a esta labor su deleite por conversar en el programa de la Revista que transmite, desde hace años, TV UNAM. Su libro Palabras encontradas, donde rescata la voz de Borges, Vargas Llosa, Carpentier, Efraín Huerta, Monterroso, entre muchos otros, es un ejemplo de cómo se puede hacer que el periodismo, una tarea volátil y perecedera, pueda preservarse para las generaciones más jóvenes.

 

Debo a Solares haber conocido de cuerpo presente a algunos autores, entre ellos, a Vicente Leñero, con quien compartí una de las tardes más felices de mi vida. Y debo a la memoria de Solares algunos de los momentos más deleitables de los encuentros con autores que importan. Porque Solares rescata todo tipo de anécdotas que parece “anotar” en la memoria, lo mismo que cuanto aforismo o cita memorable se le presente. ¿Sabes qué pasó cuando Borges visitó Guadalajara?, me dice. Pues pasó que en cuanto descendió del avión, cuando un periodista le preguntó qué pensaba sobre la tradicional belleza de la mujer tapatía, Borges contestó: “Hace tiempo que no la veo, he perdido la vista”.

 

Solares es una enciclopedia viviente de historias de autores y autoras que ha conocido a lo largo de su vida. Y como son tantos, y su memoria es tal, es difícil que no llegue el dueño del restorán donde uno se ha reunido, a decir, con pena, que tienen que cerrar. Nunca he sabido si Solares recuerda estas historias o las inventa. Confieso que hace años, en contubernio con otro autor, le hice trampas, cambiando la conversación varias veces, convencidos ambos de que preparaba las charlas la noche anterior y se aprendía las citas. Ambos nos quedamos pasmados al constatar que Solares hablaba y hablaría del tema que fuera echando mano al arsenal infinito de historias, situaciones y citas textuales que lo conforman. Y esa es la comprobación de que esa memoria colectiva que él cree nos escribe, lo escribe a él también. Hoy, a sus setenta años —a tus setenta años, Nacho—, deseo que esa memoria te siga escribiendo por muchos años para alimento y gozo de quienes tanto te queremos.

 

*Fotografía: La narrativa de Ignacio Solares se ha nutrido de autores clásicos de la literatura rusa e inglesa / EL UNIVERSAL.

 

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