“Somos animales lectores”
Entrevista con Alberto Manguel
POR GUILLERMO ROZ
Fue lector de Borges a los quince años, compró una casa en un pueblo francés para montar su biblioteca privada de 40 mil volúmenes en un establo inmenso y escribió Una historia de la lectura, traducido a más de treinta idiomas, entre muchas otras aventuras. La última, aceptar la propuesta de dirigir la Biblioteca Nacional de Argentina.
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Aprovechando su paso por España donde llegó para conversar con sus lectores acerca de su última obra, Historia natural de la curiosidad, dialogamos en Madrid con el escritor argentino-canadiense, Alberto Manguel.
¿Le ha tomado por sorpresa la propuesta de la dirección de la Biblioteca Nacional? ¿Formaba parte de sus sueños como lector?
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He imaginado muchas vidas paralelas pero esta de director de la Biblioteca Nacional Argentina no era una ellas. Hubiese sido más fácil soñar con ser un explorador del Ártico canadiense, pero la vida nos depara enormes sorpresas y como Chesterton decía: “Lo más extraordinario de los milagros es que ocurren”.
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Ha vuelto a la Argentina en un momento de gran debate ideológico, con la salida del gobierno de los Kirchner y el nuevo gobierno de Macri. ¿Qué lugar político debe representar el director de una biblioteca nacional?
Ninguno. Toda acción humana es política, claro. Vivimos en la polis y por tanto todo acto es político, pero en el sentido de la acción de los propósitos de una cierta línea de gobierno, en ese sentido, hay instituciones que no deben tener identidad política. Los hospitales, las escuelas, la biblioteca. Y sobre todo la biblioteca nacional. Si una biblioteca nacional se convierte en un foro político identificable, pierde sus derechos como biblioteca y se convierte en instrumento de propaganda para un grupo.
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¿Cuál es su proyecto dentro de la Biblioteca Nacional de Argentina que hoy dirige?
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Cuando acepté el cargo quise ver en qué estado estaba la Biblioteca Nacional. Yo no tenía conocimiento del funcionamiento de la Biblioteca porque no había vivido en Argentina durante medio siglo. Descubrí una biblioteca que no correspondía a mi entendimiento de lo que es una biblioteca, no de lo que debe ser sino de lo que simplemente es una biblioteca. Un ejemplo: un hospital puede tener payasos para entretener a los niños, una biblioteca para que lean los enfermos, pero si no tiene un quirófano no es un hospital. Por eso entendí que lo primero era que la biblioteca tenga un catálogo puesto al día. La tarea es compleja porque dentro de los mil empleados, hay poco bibliotecarios.
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Usted habla de un plan general de ataque a las bibliotecas, que está dentro de un plan general devorador del sistema. Casi un plan criminal.
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Mire, un director de biblioteca como yo, lo que tiene como misión ante esto es la misma misión que tienen los directores de empresas humanitarias: necesitamos organizaciones que se dediquen a salvar vidas humanas y necesitamos organizaciones que se dediquen a salvar las riquezas intelectuales. Yo lo he dicho muchas veces: nuestras sociedad es de consumo y ningún gobierno de una sociedad de consumo quiere ciudadanos que no sean consumidores. Ahora bien, una persona para ser consumidor tiene que aprender a no pensar, a no reflexionar. Quizás la definición de un consumidor sea la de una persona que no reflexiona. Lo que obviamente no existe es un plan para proteger el acto intelectual.
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En esa línea argumental, usted ha dicho también que vivimos en una sociedad que quiere hacernos creer que somos estúpidos…
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No queremos admitir que no podemos tener las dos cosas: no se puede tener una sociedad basada en el comercio de lo innecesario y tener la misma sociedad basada en el acto intelectual. Las dos cosas no pueden juntarse. Entonces, las sociedades, más o menos deliberadamente, tienen que restringir la creatividad, la reflexión y sobre todo el cuestionamiento. Esencialmente, lo que Thoreau defendía como desobediencia civil es el derecho de hacer preguntas. Lo vemos cotidianamente: ningún político contesta las preguntas que le hacen ni ningún periodista hace las preguntas que debe hacer. Entonces, es un ejercicio inútil.
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Además hemos construido barreras fortísimas para impedir el desarrollo de la inteligencia. La burocracia, sobre todo, pero también los argumentos económicos. Vivimos en una sociedad en la que sabemos que el mundo está en peligro y seguimos produciendo polución. Sabemos que fumar causa cáncer y que nos cuesta millones y protegemos la industria del tabaco. Sabemos que el niño que se cría únicamente frente a la pantalla, sin intercambio social, termina autista. Son conocimientos que están al alcance de cualquiera, pero no cambiarán esas realidades si no reaccionamos. Si yo le digo a usted, mire, afuera hay un tigre y usted sale… bueno, usted sale informado, no se queje si el tigre lo devora.
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Hay dos nociones que usted propone para definir la práctica de la escritura y la lectura: la imaginación y la curiosidad. Este último concepto, central en su último libro publicado, Historia natural de la curiosidad. ¿Podría explicar porqué las considera tan sustanciales?
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Yo creo en la biología darwiniana. Somos una especie que como todas las otras tratamos de sobrevivir, y entonces hemos desarrollado la imaginación como un instrumento para sobrevivir. La imaginación nos permite tener una experiencia antes de tenerla y esto nos ha permitido avanzar sin, en muchos casos, arriesgar la vida. Ahora bien, la imaginación funciona encendida por la curiosidad. La imaginación sin curiosidad puede funcionar en el sentido de crear narraciones de experiencia, pero esas narraciones no serán suficientemente arriesgadas sin la curiosidad. Nacemos curiosos. Venimos queriendo saber quienes somos, dónde estamos, esas preguntas las hace el ser humano a partir de la curiosidad.
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Existen dos lecturas que Alberto Manguel no abandona nunca: Alicia en el País de las maravillas, y La Divina Comedia. De esta última hace una lectura de un capítulo diario, antes del desayuno, ¿verdad?Sí, así es. Esto se debe a que cada lector tiene sus libros de cabecera. En mi caso estos dos me interesan particularmente y entre otras cosas, porque son dos viajes, son dos descensos, son dos ejercicios de diálogos a través de preguntas, son dos encuentros con seres de mundos distintos de los nuestros, en los cuales, la forma tradicional de razonar no sirve, porque en el caso de Dante están confrontadas a un juicio divino que por su naturaleza no podemos entender y en el caso de Alicia que por su naturaleza absurda, no podemos entender. Entonces, en los dos casos a mí me toca el individuo, Dante el peregrino o Alicia, porque están solos, porque tienen que abrir su mundo y abrirse ellos mismos a espacios cuyos características no corresponde a los suyos. Son aprendizajes que acaban, en los dos casos, con el final de un sueño y con la narrativa de ese viaje soñado. En el caso de Dante es el poema que leemos, en el caso de Alicia, es el cuento que le hace a la hermana, para decirle dónde ha estado.
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Sólo ha tirado un libro a la basura, el American Psycho de Easton Ellis, pero su extensa biblioteca personal alberga también muchos libros malos, como ha confesado, que no desechará. ¿Cuál es la mejor manera de armar una biblioteca?
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El mejor bibliotecario es el azar. Una biblioteca no puede armarse absolutamente consciente, aún en los casos de las bibliotecas públicas, con códigos determinados. El azar siempre interviene. Pero sobre todo, en el caso de una biblioteca privada no sabemos qué es lo que elegimos porque sabemos que son buenos, por recomendaciones, porque nos gusta el título, porque nos gusta la cubierta o conocemos otras obras del autor. Pero también, en muchos casos, llegan libros a la biblioteca como esos huérfanos que se dejaban a la puerta de una iglesia. Yo no echo a ninguno. Inclusive cuando descubro que el libro es malo lo retengo por varias razones posibles: en algunos casos porque pienso que ahora me parecen malos pero en algún momento me parecerán buenos, esos son los menos; en otros casos porque contienen alguna información que quizás necesite en algún momento, por ejemplo algunas novelas policiales que muestran una realidad sociológica; en otro caso me es útil un ejemplo de mala literatura. Obras como El Código Da Vinci: yo necesitaba conocerlo y hablar de él con conocimiento de causa.
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Hablemos de buena literatura: ¿cuáles fueron sus últimos descubrimientos literarios en castellano?
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Intemperie, del español Jesús Carrasco, me parece un libro extraordinario. Tres argentinos: Eduardo Berti, Un padre extranjero; Luis Mey, Las garras de un niño inútil, brillantemente escrito y Samanta Schweblin, su libro de relatos Siete casas vacías, extraordinario. Y también reseñaría al guatemalteco Eduardo Halfon, con su Signor Hoffman.
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Hoy, a treinta años de su muerte, ¿qué representa el autor de El Aleph en la Historia de la literatura?
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En la literatura existe un antes y un después de Borges. Borges ha definido el rol fundamental del lector con ese poder de identificar lo que es un texto, transformarlo, por ejemplo a través de “Pierre Menard, autor del Quijote” y otros escritos. Y también la noción de la fluidez de la literatura, que los textos que igual que en los vasos comunicantes de Bretón, se nutren el uno del otro, sin tomar en cuenta cronologías convencionales.
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Borges decía que el anacronismo era una convención. También, y esto me parece muy importante, el hecho de que él declaraba la creación artística, no solamente como algo inacabado sino como algo que no podía acabarse. Su definición del hecho estético como la inminencia de algo que no se produce, se refleja en muchas otras declaraciones como la de la inexistencia del texto definitivo, que sólo pertenece a la religión o al cansancio. Quitarle jerarquía a las jerarquías tradicionales. Entonces, declarar que una novela policial puede declararse como una precursora de Hamlet, declarar que los géneros literarios o los autores sólo pueden juzgarse a partir de su lectura y que esa lectura, hace que ningún autor, salvo Dante, para Borges, se salva de los errores. Entonces analiza a Homero, Cervantes, Shakespeare, sobre el texto, y dice: “Bueno esto está mal escrito”.
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Cuando era adolescente tuvo la oportunidad de leerle a Borges, quien ya estaba ciego. ¿Qué legado y qué recuerdo le ha dejado esa experiencia?
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Yo me crié entre libros y siempre supe que los libros iban a estar presentes en mi vida, pero pertenezco a una generación para la cual las únicas carreras posibles eran medicina, abogacía o arquitectura, si uno tenía cierta tendencia artística. Por esto encontrarme con una persona que se había criado entre libros y se dedicaba todavía de mayor a ellos y me decía que yo podía hacerlo… esa confianza y seguridad que me dio Borges fue esencial en mi vida. Borges le daba a los jóvenes el consejo de que si querían escribir, no enseñasen, no trabajasen en una editorial, no hagan ninguna otra cosa que escribir. A mí no se me ocurrió preguntarle: ¿entonces de qué vivo? Porque él había hecho todas esas cosas que aconsejaba no hacer, pero le parecía que el mundo de las letras valía por sí solo. Aunque no pude seguir el consejo, y toda mi vida tuve que ejercer oficios que no eran escribir, esa confianza, esa fe en las letras que me legó Borges, fue imprescindible.
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¿Qué lugar tiene hoy la figura del lector, en tiempos de la revolución de la imagen?
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Yo pienso que leer tiene una definición más amplia que la que encontramos en el diccionario. Siempre leímos imágenes, paisajes, expresiones, el cielo y esas lecturas nacen del hecho de que somos animales lectores. Cómo tenemos ese reflejo de la imaginación, el mundo se nos representa como narración. Entonces transformamos lo que recibimos a través de los sentidos en narración y pensamos que estamos leyendo esa narración que hemos inventado. Y ése es un procedimiento constante, desde el primer momento que abrimos los ojos. No somos capaces de tener un sentido cualquiera sin atribuirlo a parte de una narración. No podemos sentir algo sin que lo traduzcamos en palabras, como parte de una narración autobiográfica o ficticia.
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La última pregunta siempre es la más difícil: ¿Cómo debe trabajar la cultura para colaborar en la construcción de un mundo mejor?
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Hay una anécdota zen, del maestro que está en la playa y toma un grano de arena y otro y lo coloca lejos. Y un alumno le pregunta qué está haciendo. Entonces el maestro le contesta, estoy empezando a mover la playa.
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FOTO: En junio de 2016, Alberto Manguel asumió la dirección de la Biblioteca Nacional Argentina, un espacio que a su parecer debe incentivar imaginación y la creatividad de los lectores. Cortesía La Nación-GDA
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