Sophie Deraspe y el estoicismo femiaciago

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Después de que su hermano sea encarcelado, una joven decide suplantarlo creyendo que pronto será liberada; sin embargo, la ley decidirá enviarla a un reclusorio para mujeres desquiciadas

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Antígona (Antigone, Canadá, 2019), audaz tercer largometraje ficcional de la también TVserialista mujer orquesta quebequense a la vez productora-guionista-directora-fotógrafa-coeditora de su filme a los 46 años Sophie Deraspe (Buscar a Victor Pellerin 06, Los signos vitales 09, Los lobos 15 y el documental Una chica gay en Damasco: el perfil de Amina 15), con base en la clásica tragedia helénica homónima de Sófocles pero asimismo en las readaptaciones hechas por Jean Anouilh en 1944 (donde la heroína titular era ya una rebelde contra el poder absoluto) y por Bertolt Brecht en 1948 (donde Polynice era un soldado nazi desertor), la aplicada estudiante argelina de 16 años Antigone (Nahéma Ricci andrógina carismática) ha visto como bultos a sus padres asesinados en el remoto trance de la emigración, pero ahora vive dichosa en Montreal con su familia a la que adora por sobre todas las cosas, tras haber obtenido la residencia permanente canadiense, aunque todavía no la ciudadanía, al igual que su abuela monolingüe árabe Méni (Rachida Oussaada), su hermana peinadora Ismène (Nour Belkhiria) y sus hermanos mayores Étéocle (Hakim Brahimi) y Polynice (Rawad El-Zein), e incluso se hace cortejar sobre el césped de un jardín privado por el bello hijo de un político prominente Hémon (Antoine Desroschers), sin embargo, esa burbuja de felicidad se le deshace a Antigone cuando la policía acribilla al hermano primogénito Étéocle en un operativo diurno y encarcela al joven Polynyce por resistencia armada y lo acusa de complot homicida, entonces la chica urde un ingenioso ardid para liberar a éste, suplantándolo durante una visita a la prisión y haciéndose enjuiciar ella misma, confiando en su falta de antecedentes penales y en su minoría de edad, e incluso rechaza cualquier defensoría de oficio y se declara culpable de todo, pero su plan se estrella contra la inhumanidad de la ley, sufre un confinamiento en cierto perverso centro de reclusión juvenil para mujeres desquiciadas, es sujeto de linchamiento mediático (“Tomó su lugar”), descubre incrédula que sus hermanos vagos y futboleros eran narcomenudistas de la banda de Los Habibis pues sólo así podían comprarle a la abuela un ansiado aparato modular, provoca la autodegradación de su novio rubito Hémon que encabezaba una movilización en favor de ella y una protesta perenne de su excarcelada abuela cantando fuera de la prisión y debe recurrir al avezado defensor legal O’Neil (Jean-Sébastian Courchesne) que aprovecha las circunstancias para lograr una pena ínfima ante la implacable jueza, si bien la detención a última hora del irresponsable hermano Polynice hará estallar en furor e histeria a la paciente Antigone, puesta a elegir finalmente entre la tutoreada sumisión total que haría posible su futura ciudadanía o ser deportada al temido país donde “se come y se caga en el mismo hoyo”, como culminación de un inflexible estoicismo femiaciago.

 

El estoicismo femiaciago centra toda su tensa e intensa potencia conmovedora en el trazo de ese fascinante personaje juvenil femenino que representa a la vez el mejor modelo apátrida de aprovechamiento escolar y la mayor inmolación silenciosa del intemporal autosacrificio heroico, una inocente que obedece confiada los consejos de su hermana emancipada (“No te acuestes con él porque enseguida te abandona”) pero que de pronto se siente orgullosa de la defensa fraterna extrema, enardecida por los versos del poeta antinacionalista canadiense Saint-Denys Garneau (“Sería mejor morir con una flor en el pecho”), acunada por la suave música de Jad Chami y Jean Massicotte que sucede al Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, para escapar a las reacciones superficiales de su determinista condición social pero no a la actualidad profunda y patética de su tiempo y circunstancia: la tragedia inerme ante las estrictas reglas establecidas y represoramente coaccionantes.

 

El estoicismo femiaciago reenfoca sabia y vigorosamente el doloroso tema de la migración no sólo dentro de las líneas de fuerza de un choque en desventaja de mentalidades y de culturas, sino entre los rígidos valores que caracterizan a las enrarecidas y encapsuladas sociedades xenófobas a la defensiva paranoica y los irreductibles valores de la familia en feroz embestida contra los otros evidenciando sus absurdos e injusticias, valores intransigentes por ambas partes que se verán matizados por la aguda bondad del abogado defensor y enunciados por el horripilante aunque hiperlúcido asedio onírico de una psiquiatra ciega (Lise Castonguay) que lo comprende todo (“Cargas demasiado peso, serás emparedada viva”), en una ficción de rango tanto estético viviseccional como axiológico-ético tan socavador que admite hasta el inalienable derecho a la vida normal que grita la sobredomesticada hermana Ismène, así como la actualización histórica trágica por esa chava sedada con tranquilizantes y experimentando la tentación de ser adoptada como hija putativa por el mundo que rechaza y la rechaza.

 

Y el estoicismo femiaciago rompe con cualquier forma de martirologio o de victimización/revictimación femenina, gracias a una conclusión más que antiedificante o antiejemplar o inspiradora, por encima de los misterios gloriosos o dolorosos que parecía encarnar la protagonista en su vocación expiatoria cual émulo de una nueva rapada Falconetti de Dreyer (La pasión de Juana de Arco 29), al término de un calvario autosacrificial que de nada ha servido, pero también tras una lírica y sublime iniciación sexual por ella decidida, y al ver en el pasillo de abordaje aéreo a otra familia inmigrante como fue la suya, Antigone no puede sino voltear dudosa hacia el sonido del celular conectado a su recuperador romántico Hémon, en un final abierto tan formidable y ambiguo como le es posible, escuchando acaso el llamado de “un equilibrio imponderable” porque “es ahí sin apoyo que yo me sostengo”, según un verso nodal de su venerado poeta Garneau.

 

FOTO: Uno de los problemas que subyace en Antígona es la xenofobia a la que deben enfrentarse las familias de refugiados/Crédito de foto: Especial

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