Sotto Voce: entre el éxtasis y el atropello
Al gran recital de Pierre-Laurent Aimard le sucedieron rostros de la controversia en la Sinfónica de Yucatán
POR LÁZARO AZAR
Hace veintiún años, en abril de 2002, Pierre-Laurent Aimard visitó México por primera vez. Vino invitado por José Wolffer, quien entonces dirigía ese “Espacio de experimentación sonora” que fue el efímero Festival Radar, inscrito en el también desaparecido Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México. Presentó un memorable recital en el Anfiteatro Simón Bolívar con los Estudios de Ligeti en medio de tal expectación, que hubo que interrumpir el concierto porque los melómanos que no alcanzaron a entrar, amenazaban con tumbar la puerta.
Un par de horas antes de aquel concierto, recibí una llamada urgente: Aimard requería de alguien que le pasara las páginas… tremenda encomienda, considerando que además de cuán difícil es leer la intrincada escritura de Ligeti, la música todavía no estaba publicada. La leería directamente del manuscrito, sin encuadernar y dispuesto en hojas sueltas como si fuera un gran juego de naipes, plagados de indicaciones a cual más coloridas y abigarradas. No hubo tiempo para ensayar nada. Simplemente me dijo que, cuando viera que ya iba en el equivalente al penúltimo renglón de un libro, deslizara esa página a la izquierda para que continuara leyendo en el siguiente papel pautado.
Creo que no lo hice tan mal, porque al final, antes de agradecer la ovación del público, me sorprendió con un gesto que atesoraré siempre: se volteó a aplaudirme y me dijo: “Si así lo hubiera hecho mi esposa durante la grabación, ésta no habría tenido ningún problema”. Obvio, con eso me ganó para el resto de mi vida y a lo largo de estas dos décadas he seguido puntualmente su carrera, viendo como su fama y su discografía han crecido como la espuma.
Indudablemente, Aimard es uno de los grandes pianistas de nuestro tiempo y posee un amplísimo repertorio. Además de autores como Boulez, Carter, Messiaen y Ligeti, con los que colaboró directamente, ha grabado de todo: desde El arte de la fuga de Bach hasta páginas tan inusuales como el Concierto de Dvorak. Cuantas veces he podido, he viajado para asistir a sus conciertos y, por ello, no creo incurrir en exageración alguna al reconocer que, por grande que sea, hay cosas que “nomás no le van”, como Beethoven, de quien hizo sus Conciertos con Harnoncourt, pero la Hammerklavier que le escuchamos en el Carnegie Hall, pecó de aburrida.
Por eso celebro que ahora que Wolffer está al frente de la Dirección de Actividades Musicales de la UNAM, invitara nuevamente a Aimard para interpretar una obra en la que —ahí sí— está como pez en el agua y que, de pasadita, es uno de los hitos de la literatura pianística del siglo XX, las Vingt Regards sur l’Enfant-Jésus que, en un arranque febril, fueron compuestas por Messiaen entre el 23 de marzo y el 8 de septiembre de 1944.
Con esta es la tercera vez que escucho este magno ciclo en nuestro país: la primera habrá sido hace unos veintipico de años, en la Sala Ponce, con Roger Muraro; la segunda, cuando invité a Steven Osborne a participar en el Festival “En Blanco & Negro” del Cenart, otro festival que, por lo que ha programado desde 2019, podemos considerar que al igual que el del Centro Histórico, Radar, el Cervantino y tantos más, ha pasado a mejor vida ante el austericidio y la pobreza de referentes culturales de los “funcionarios” cuatroteros.
Aunque no faltaron los ronquidos ni los prófugos que este miércoles 15 huyeron de la Neza antes de que concluyera el recital, la interpretación que brindó Aimard desbordó tal introspección, madurez, intensidad y profundo misticismo que nos conmovió a cuantos sucumbimos ante tan refinadas e hipnóticas sonoridades. De julio de 1999 que grabó la obra a la fecha, su interpretación se ha hecho más reposada, lo cual fue notorio en el tempo y la articulación “menos electrizante” de incisos como la Regard de l’Esprit de joie o la Regard des Anges. A cambio, ganó en el dominio tímbrico de cada acorde. Lo logrado durante la Regard de la Vierge y en Je dors, mais mon cœur veille fue más allá de lo sublime.
Qué gusto me dio ver a tantos estudiantes de piano y, lo más raro ¡a varios Maestros! porque, aunque ustedes no lo crean, los músicos son quienes menos suelen ir a los conciertos; en la penumbra, hasta me pareció ver también por ahí, junto a Wolffer, nada menos que José Areán, quien vaya que ha estado en boca del medio por ser quien personifica al madruguete que la secretaria de Cultura de Yucatán, Loreto Villanueva Trujillo y el compositor Javier Álvarez, quieren infringirle a la Orquesta Sinfónica de Yucatán tras la abrupta, ruin y muy cuestionable manera en que le dieron cran a Juan Carlos Lomónaco, tras catorce años como titular de la misma.
Soy el primero en celebrar que se renueve la titularidad de la OSY. Ya era necesaria, pero siguiendo el procedimiento ofrecido de realizar una Convocatoria Internacional en la que atrilistas, público y un jurado experto decidan quién será el legítimo sucesor del Maestro Lomónaco. No diciéndoles que llegará Areán como interino y anunciándolo después como nuevo director artístico. De consumarse esta imposición, lo más lamentable será constatar la enorme ignorancia de Álvarez y Villanueva. Yucatán merece un director mejor que el que ha cumplido su ciclo y no “salir de Guatemala para entrar en Guatepeor”.
¿Estarán al tanto de la manera en que ha salido Areán de los cargos que ha ejercido? ¿Sabrán de cuántas orquestas ha sido vetado y por qué? ¿Habrán padecido lo mediocre y errático de su batuta? Espero que, a la brevedad, se anuncie la Convocatoria y que quien quede, sea de manera legítima y no que, por un capricho gubernamental, le den en la… torre y en tiempo récord, a una de las mejores orquestas del país.
FOTO: Pierre-Laurent Aimard agradece a la Orchestre National de Lille de Francia. Crédito de foto: Facebook Pierre-Laurent Aimard
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