Sotto Voce: Un Titán entre pianistas
El regreso triunfal de Enrique Diemecke a la Orquesta Filarmónica de la UNAM se acentuó con la delirante interpretación de la Primera Sinfonía, de Gustav Mahler, en la versión de 1888
POR LÁZARO AZAR
Si algo agradezco de la programación musical universitaria es que retomara el Festival Internacional de Piano que celebraba anualmente durante los primeros meses del año, e interrumpió por la pandemia. Diez pianistas participan en esta edición para ofrecer ocho recitales, cuatro conciertos con la OFUNAM, uno con la OJUEM y tres clases magistrales que iniciaron el 4 de febrero y concluirán el 25 de este mes.
Aun sin estar inscrito dentro del festival, mi primer comentario se remite al concierto de la OFUNAM al que asistí el 18 de febrero, por el hecho de que la parte concertante encomendada al piano es muy importante: la Sinfonía Turangalîla de Olivier Messiaen, que estuvo a cargo del titular Sylvain Gasançon, y, una vez más, contó con la participación de Duane Cochran al piano y Nathalie Forget, en las ondas Martenot. Este éxtasis sonoro se programa poco pues requiere de más de cien artistas en el escenario, y ya había sido abordada por este mismo elenco en junio de 2016.
Lamentablemente, el resultado actual quedó muy por debajo de aquél y todavía más por debajo de cuando la escuchamos con la Orquesta Sinfónica Nacional (también con Cochran) durante los buenos tiempos en que la dirigía Diemecke, o de aquella que programó Mester con la Filarmónica capitalina, confiándole la batuta a su entonces prometedor discípulo Carlos Miguel Prieto, y en la que sobresalió la participación de Michael Dalberto al piano.
¡Qué ganas de haber escuchado su estreno en México! Fue el 16 de julio de 1965, con Carlos Chávez al frente de la OSN, Jeanne Loriod (cuñada de Messiaen) en las ondas Martenot y nuestra gran María Teresa Rodríguez, a quien justo es recordar en ocasión de su centenario. Sería fabuloso enterarnos del rescate sonoro de aquella ocasión… pero con el presupuesto que sobrevive la Fonoteca Nacional, lo dudo.
Volviendo a la más reciente audición nacional de Turangalîla, ahora le quedó más grande que nunca a la OFUNAM. Pese a la madurez ganada por su titular, “no es lo mismo los tres mosqueteros…” que un sexenio después, y muchos de sus instrumentistas, particularmente los metales, ya no dieron el ancho. Desafinaron inclementemente y no es lo mismo tocar fuerte que tocar bien.
Días después, el jueves 23, asistí en la Sala Carlos Chávez al debut en México de Judith Jáuregui, quien un día antes, casi bajándose del avión, había ofrecido una clase magistral. De su recital destacaron las Piezas Op. 118, de Brahms y las Scènes d’enfants, de Mompou, que tocó con gran refinamiento. Tras el impacto logrado por el espectacular vestido rojo del atelier de Cristina Martínez-Pardo, la grata impresión de aquella noche se diluyó un poco el sábado 25, mientras le escuchaba el Concierto en Sol de Ravel: más que por lo que varios presentes calificaron como “falta de garra” durante los movimientos externos del Concierto, su pulso durante el Adagio assai fue inestable y, su mano izquierda, carente de firmeza, lo cual es más perturbador que el que “se le fueran” algunas notillas de la derecha (compases 84 a 87). Para su fortuna (y la nuestra), Enrique Diemecke la arropó con gran cuidado, dando cátedra de balance orquestal.
A decir del director, ella estuvo mejor el domingo, día que estuve en el Zócalo apoyando al INE, así que no fue lo que me tocó. Lo que sí me tocó, la noche del sábado, fue ver cómo Diemecke volvió por sus fueros con esta orquesta, con la cual se inició. Eligió cerrar el programa con la versión de 1888 de la Primera Sinfonía, “Titán”, de Mahler, que incluye ese etéreo segundo movimiento que tituló Blumine y omitiría en la versión definitiva. Más allá de la claridad con que Diemecke domina la estructura de la obra, marcando relieves y acentos precisos, me sorprendió la vitalidad con que respondió la orquesta.
Es cierto que el nivel de las cuerdas distó de ser óptimo —hubo “gallos” aquí y allá y cuando, al final, los cornos se paran para tocar sus últimas notas, una asistente preguntó si era para que los fusilaran por desafinados—, pero el resultado final, fue electrizante. “¡Es el mejor concierto que le he oído a la OFUNAM!”, coincidían algunos, y para no quedarse atrás, otros decían que era el mejor que habían oído en su vida. Lo cierto es que ya quisiéramos más conciertos como éste, en el que, enardecido, el público premió a Diemecke con una delirante y honesta ovación de ocho minutos con doce segundos. “Fue la Titán de un Titán”, me dijo Jáuregui, emocionada.
Este miércoles, el mes empezó inmejorablemente: Jorge Federico Osorio tocó un espléndido recital en el que combinó viejos caballitos de batalla con varias novedades en su repertorio: inició y bisó con la transcripción de Rummel al coral Ertöt’uns durch dein Güte, BWV 22, de Bach, continuó con la Sonata 58, de Haydn, y cerró la primera parte con las monumentales Variaciones sobre un tema de Händel, Op. 24 de Brahms, que no superan la impresión que me causó cuando se las escuché por primera vez, en 1986. Ahora me parecieron un poquito correteadas.
Un Intermezzo de Brahms y un Nocturno de Clara Schumann abrieron la segunda parte, que cerró brillantemente con el Soneto 123 y el Valle d’Obermann de Liszt, pero, lo más emotivo, fueron su Romanza de amor, de Ponce, y la Berceuse Op. 36 n.1 y el Chant d’amour, de Ricardo Castro, que hizo con tal maestría y nobleza que ni parecía que fuera la primera vez que lo tocaba en público.
Ya comentaremos el Cuarto Concierto de Beethoven que estará tocando este fin de semana bajo la dirección de Rodrigo Macías, pero, antes, les comparto que mi momento más esperado del festival será el recital con las Vingt regards sur l’enfant-Jésus de Messiaen, que tocará Pierre-Laurent Aimard en punto de las 19 horas del miércoles 15. ¡No se lo pierdan!
FOTO: Judith Jáuregui y Enrique Diemecke en la primera temporada de la OFUNAM. Crédito de foto: Twitter OFUNAM
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