“Soy un curador de libros”

Jun 20 • Conexiones, destacamos, principales • 12795 Views • No hay comentarios en “Soy un curador de libros”

POR VICENTE ALFONSO

 

“Es espantoso esculcar los bolsillos del lector. Necesitamos vender, sí, pero no necesitamos hacerlo de una manera grosera. El trabajo de librero se hace en silencio, en el estante: consiste más en cómo se acomodan los ejemplares, en revisarlos bien y en ponerles un precio adecuado para llamar al lector”, dice Max Ramos, un librero sui géneris con dieciséis años de experiencia en el negocio de los libros de segunda mano.

 

 

Entrevistado en El Hallazgo, una de las tres librerías que tiene en la ciudad de México, Ramos habla de las ventajas que estos establecimientos tienen sobre aquellos que venden novedades editoriales, y que no se limitan sólo a que es posible encontrar allí “libros baratos”. En realidad, sostiene, se trata de una forma totalmente distinta de vender libros. Eso se advierte apenas ingresamos en el local ubicado en la calle de Mazatlán, en la colonia Condesa: está decorado con los objetos más diversos: muñecas retro, lámparas de carburo, esculturas chilenas, carteles de la época de oro del cine mexicano.

 

 

Entre las ventajas de las librerías de viejo, Max enlista la oferta en primer lugar. Al contrario de lo que mucha gente piensa, ofrecen mayor diversidad de temas, de títulos, de autores y de editoriales. Sentado detrás de su escritorio, hace cuentas: “una librería de libros nuevos tiene, digamos, 20 mil volúmenes. Pero habría que ver realmente cuántos títulos maneja, pues suele haber muchos ejemplares de cada título. En cambio en las librerías de viejo hay cuando mucho dos o tres ejemplares de cada título, de modo que, aunque sean locales mucho más pequeños, no es raro que haya allí una mejor oferta. Además manejan un rango temporal mucho mayor. No son raras las que tienen libros de cien o hasta doscientos años de antigüedad y eso es muy difícil de encontrar en las otras librerías, salvo que sea en ediciones facsimilares o reediciones”.

 

 

En segundo lugar, menciona una característica de sus librerías que con los años le ha reportado una clientela fiel: la posibilidad de hacer trueque. “A veces vienen clientes que están interesados en llevarse un libro específico, pero no tienen dinero. Les sugerimos entonces que traigan los títulos que ya no quieran en su biblioteca y revisamos cuáles nos sirven. Una vez evaluado lo que traen, les decimos cuánto tienen para comprar libros. Ese crédito lo pueden ejercer de inmediato o pueden llevarse un vale y canjearlo otro día en cualquiera de las tres librerías”.

 

 

En tercer lugar está la atención personalizada. Max se precia de pertenecer a una especie en peligro de extinción: la de los libreros que conocen los intereses de sus clientes. Asegura que sólo en materia de arquitectura cuenta con una cartera de clientes que rebasa los setenta coleccionistas, de modo que buena parte de los libros que consigue jamás llegan a los estantes, pues apenas un ejemplar toca sus manos tiene idea de quién puede estar interesado en adquirirlo. “Cuando llegan lotes de libros y los revisamos, decimos ‘esta carpeta es para el señor Armendáriz, este libro para la señora Yolanda, este para el radiólogo, estos tres apártaselos al señor que está estudiando todo lo de Arroyo’”.

 

 

De hecho, una de sus librerías, El Burro Oculto, tiene un sistema de trabajo que se aparta de lo convencional: funciona únicamente con cita. Al lugar suelen acudir coleccionistas de diferentes regiones, incluso de países como Italia, Chile y España. Cuando le pregunto si el coleccionismo de libros es negocio, Max recuerda a un cliente, un famoso historiador que llamaba hasta tres veces al día para saber si había recibido nuevas piezas.

 

 

Una ventaja más, que algunas librerías de novedades han incorporado en sus esquemas, es que las librerías de viejo suelen funcionar también como centros de convivencia: se imparten talleres, se organizan presentaciones de libros, se montan exposiciones de pintura… “Por mí, mientras más uso se le dé a los espacios, mucho más rico. Si fuera carnicero tampoco me interesaría vender pura carne, sino relacionarme con las personas”.

 

 

Cuando le preguntan cómo se inició en el negocio, Max se remonta a su paso, durante la adolescencia, por un internado militar. No duda en describirse a sí mismo como “un pequeño apocado y no dado a estar en cofradías” que, durante los pocos ratos libres que tenía en el internado se encontró con un lugar idóneo para estar solo: un cuarto abandonado, con una puerta clausurada y llena de polvo, que tenía encima un letrero que lo identificaba como la biblioteca: “Afuera estaba una señora que había pegado su mesa a la puerta, y que pasaba las tardes tejiendo y escuchando el radio, pues nunca nadie entraba en el cuarto. Cuando le pregunté si podía pasar hizo una mueca y dijo ‘está bien’ y suspiró. Después le ayudé a mover el escritorio, salieron telarañas, mucho polvo. Pasé muchos días limpiando ese lugar. Resulta que el acervo había pertenecido a una biblioteca porfiriana”.

 

 

Al preguntarle si suele recomendar lecturas a quienes visitan su librería por primera vez, responde que no, pero corrige de inmediato: “bueno, eso de que no me gusta recomendar lecturas finalmente es una especie de mentira. Lo que no me gusta es hacerlo en voz alta, pero las recomendaciones aquí están, porque conseguí un local y en 250 metros cuadrados puse una librería. Eso es hacer negocio, sí, pero además contiene la expectativa de comunicarme con quienes visitan este espacio. Es muy importante cómo los catalogas y cómo los presentas. Usando una palabra muy de moda podríamos decir que soy un curador de libros, en el sentido de que al hacer un discurso con la librería estoy sugiriendo un tipo de lectura. Por ejemplo, no es lo mismo si catalogas los libros por temática que si los clasificas por autor”.

 

*FOTO: El librero Max Ramos estima que las librerías de viejo deben ser centros de relación entre lectores/Ramón Romero/EL UNIVERSAL

 

 

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