Steve McQueen: el cuerpo mortificado

Feb 8 • Miradas, Pantallas • 3492 Views • No hay comentarios en Steve McQueen: el cuerpo mortificado

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS

 

De acuerdo con la tradición cristiana, la mortificación es una vía para acceder no sólo a una vida ascética y virtuosa sino incluso a la santidad: una forma de purificarse mediante el sacrificio físico o espiritual. En su célebre epístola a los corintios, el apóstol San Pablo alude a la mortificación luego de referirse a “los que corren en el estadio” tras un laurel único: “Yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere el aire: antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado.” (Uso la versión al español de Reina-Valera; en versiones más modernas la noción cobra una violencia más directa, más inmediata: “Golpeo mi cuerpo y lo esclavizo.”)

 

La idea de mortificación trasplantada a terreno enteramente profano, aunque sin renunciar del todo a un delgado filón de sufrimiento místico, está presente con distintas caretas en los tres largometrajes del artista y director británico Steve McQueen (1969), que logró librarse de la carga de ser homónimo de una leyenda actoral de Hollywood para encontrar un lugar propio dentro del cine contemporáneo. De ese lugar comenzaron a emerger, a partir de 1993, trabajos en video con un estilo minimalista en blanco y negro que se han proyectado en múltiples galerías alrededor del mundo, obteniendo reconocimientos tan importantes como el Premio Turner auspiciado por la Tate Gallery de Londres.

 

El salto al celuloide, lógico y cabría decir indispensable, se dio con Hunger (2008), que al centrarse en la figura de Bobby Sands, miembro del Ejército Republicano Irlandés Provisional que murió en mayo de 1981 durante la huelga de hambre organizada contra el gobierno de Margaret Thatcher en la prisión de Maze, exhibió con gran potencia la inquietud corporal de McQueen, patente ya en varios de sus videos. Después de Hunger vendrían Shame (2011), la caída en espiral de un sexoadicto también de origen irlandés encarnado con implacable energía por Michael Fassbender —el actor fetiche del director—, y 12 Years a Slave (2013), que se basa en las escalofriantes memorias de Solomon Northup publicadas en 1853. El cuerpo politizado, el cuerpo sexualizado, el cuerpo sojuzgado: para McQueen la epopeya humana es un viaje al fondo del tormento físico.

 

Nominada a nueve premios Oscar, 12 Years a Slave es a la fecha la cinta más accesible de este cineasta experto en explorar la mortificación de la carne. Tal exploración alcanza nuevas cotas de dolor gracias a la labor magistral de Chiwetel Ejiofor, que ocupa el sitio de Fassbender como anatomía protagónica para interpretar a Solomon Northup, afroamericano nacido libre que en 1841 fue secuestrado y vendido como esclavo por supuestos empleadores. En las manos diestras e inclementes de McQueen, el calvario de Northup se aleja del sentimentalismo para adentrarse de lleno en la denuncia social pero sobre todo en el áspero dominio de la brutalidad y la degradación. Aquí los cuerpos se vuelven verdaderos mapas del ultraje y la resistencia, como demuestran dos secuencias muy perturbadoras: el intento de ahorcamiento de Northup, que por varias horas permanece colgado de un árbol equilibrándose sobre la punta de los pies para no perecer, y el diluvio de azotes que Patsy (Lupita Nyong’o), una joven esclava, recibe por parte de Northup y del terrateniente alcohólico que la procura sexualmente (un Fassbender embravecido).

 

La constatación de que el mismo Northup se puede rendir a explosiones de ferocidad, como en la escena ya mencionada o durante la merecida golpiza que propina al maestro carpintero de una plantación (un temible Paul Dano), es una de las facetas más aterradoras de 12 Years a Slave: nadie está a salvo de dañar al otro. Pocos, muy pocos directores actuales tienen el talento y las agallas para exponer sin tapujos los efectos del cuerpo herido, el cuerpo infamado, el cuerpo mortificado. Y Steve McQueen lo hace además con una mirada que se niega a parpadear.

 

 

*Fotografía: Especial

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