Steven Spielberg y la clave cinemaniaca

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El joven Sammy Fabelman descubre en el cine un vehículo para mitigar penas y traumas familiares; su pasión obsesiva le permite asomarse a la reveladora diferencia entre la vida y el arte fílmico

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Los Fabelman (The Fabelmans, EU, 2022), ensimismado eternometraje 33 del exfantasioso cinemagnate judioohiano vuelto hacia su propia trayectoria vital creadora a los 76 años Steven Spielberg (E.T. El extraterrestre 82, La lista de Schindler 93, Lincoln 12), con guion suyo y de su colaborador habitual Tony Kushner, el temeroso e impresionable chavito de 8 años Sammy (Mateo Zoryan Francis-Deford hipersensitivo) es convencido por papito ingeniero insufrible pero genial pionero computacional Bruce Fabelman (Paul Dano hiperplasta) y por mamita pianista frustrada con cuatro hijos Mitzi (Michelle Williams hipercosmética) de entrar a ver sin miedo El espectáculo más grande del mundo (DeMille 52) cuyo pavoroso choque de trenes va a marcarlo obsesivamente por el resto de sus días y no será sino hasta reproducir la escena con trenes de juguete (recibidos en el festejo judío de Hanukkah) y filmarlos con la camarita amateur de papi cuando logrará calmarse un poco, aunque produciendo una afición por manipular la imagen fílmica que va a prolongarse como actividad primordial y vocación única hasta que, ya convertido en el judioarizoniano clasemediero mal arraigado en Norcalifornia de 18 años Sam Fabelman (Gabriel LaBelle hipertranquilo), pueda expandirse en cintas caseras que se pretenden westerns tipo Un tiro en la noche (Ford 62), en peliculitas de guerra y crónicas de viajes hogareños o de vacaciones escolares, actuadas por sus tres hermanas menores o por sus compañeros boy scouts o por los enemigos del odiado colegio donde padece abierto bullying antisemita, pues el cine le permite disfrutar del núcleo primario y el secundario, le permite mitigar la pena materna por la pérdida de la abuela bondadosa Tina Schildkraut (Robin Bartlett), y también le autoriza a descubrir dolorosamente la infidelidad de mamá con el chistoso mediocre aunque infaltable amigo de la casa protegido de papá Bennie Loewy (Seth Rogen), intimar con la mayorcita de sus hermanas Reggie (Julia Butters), tolerar a la agria Haddash (Jeannie Berlin)y comprender al tío terrible pero loco por actuar en el cine hollywoodesco Boris (Judd Hirsch), lidiar con la depresión y la terapia desintegradora y la huida de la madre en trance de divorcio, acercarse más a la contradictoria noviecita católica que lo terminará cortando en el baile de graduación Monica Sherwood (Chloe East), y homologar su dolor con el de su padre abandonado, pero también le faculta para conocer en la vecindad de las oficinas de la cadena radial CBS (donde ha conseguido chamba para botar por fin la escuela) nada menos que al ya decadente ensangrentado director tuerto más grande de todos los tiempos John Ford (un intempestivo David Lynch en mitológico cameo-homenaje como el director más grande de los tiempos actuales) que le habrá de dictar su primera lección para mostrar el horizonte en el cine, cual invaluable pieza indicativa intelectual de una resuelta e inextirpable pero siempre indiscernible clave cinemaniaca.

 

 

La clave cinemaniaca sublima dificultades azotantes y sublimiza conflictos o dramas individuales, gracias a las equilibradoras imágenes con profundidades de campo perfectas y rutilantes enfrentamientos al interior del cuadro del fotógrafo polaco esteticista ya de cabecera spielbergiana Janusz Kaminski, la discreta música de John Williams mayormente reforzada por rápidos temas inolvidables de cintas rutinario-hollywoodescas o fordianas flamígeras, y en primerísimo lugar una edición exacta de Sarah Broshar y Michael Kahn que no reconoce regodeo narrativo alguno aparte de ciertos largos espacios de silenciosa oscuridad entre secuencias, al servicio de la cálida resurrección de época (diseño de producción feraz), en las antípodas rutilantes de una grave sobriedad como la del Cuarón autobiográfico de Roma (18).

 

 

La clave cinemaniaca se remonta así hasta los orígenes de la creación cinematográfica personalizada, a través del autobiopic transferencial, para señalar descubrimientos y genealogías filmocreadoras tan cruciales para el realizador en ciernes y en memoria, como el empleo del peligro físico y la recuperación ante la catástrofe a modo de vehículos propiciatorios del estallido catártico (tipo Tiburón 75), las luces encandiladoramente dirigidas contra la cámara al igual que los fanales del auto de Bennie revelando el cuerpo semidesnudo materno al bailar a desinhibidor contraluz (al estilo Encuentros cercanos del tercer tipo 77 o Minority Report: sentencia previa 02), los apasionados impulsos emocionales que se atemperan con la claridad del rodaje y sus propósitos, la reveladora diferencia entre la vida y el arte fílmico donde un mocetón brutazo Angelo (Stephen Smith) puede convertirse en poseído trágico todo subjetividad vulnerada o un ojete hostigador Logan (Sam Rechner) es capaz de volar alígero para tornarse un héroe rotundo que ni él mismo tolera, y la transfiguradora musicalización en vivo (con el Adagio del Concierto para piano de Bach o fragmentos de sonatas/sonatinas de Kuhlau o Clementi) por la patética madre depresiva que de súbito se reconoce (para conflagración sentimental familiar) condenada a cohabitar con dos seres superdotados (el subsumido padre inventor, el inasible hijo artista con trastorno de ansiedad) que la desbordan.

 

 

Y la clave cinemaniaca acaba venciendo toda tentación magisterial o cualquier dimensión apodíctica y explicativa o explícita, guiñando virtuosísticamente formas y contenidos, ablandando su expresión hasta convertirla en un desfile de criaturas entrañables hasta en su nefastez racista o en su negatividad social o interpersonal, al lado de esa vehemencia volcánica del tío de caricaturesca nariz ganchuda, ese coitocircuito sexorrezandero de la besucona noviecita primera, y esa lección sobre horizontes fílmicos dictada por Ford (sólo los por debajo del encuadre y los de muy arriba dejan de ser sosos, aburridos) que el propio Spielberg transgrede en su tajante plano conclusivo.

 

FOTO: Los Fabelman está nominada a los premios Oscar a Mejor Película/ Especial

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