Strandbeest: las criaturas vagabundas de Theo Jansen
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Una nueva forma de vida habita el Laboratorio Arte Alameda: las Strandbeest, criaturas mecánicas que desafían los límites del universo orgánico en esta muestra que estará abierta al público hasta el 13 de agosto . Theo Jansen habla en esta entrevista de genealogía de estas esculturas cinéticas, desde su concepción hasta su muerte
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POR CATERINA MORBIATO
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Era un día de finales de febrero de 1990, cuando Theo Jansen escribió su columna “Strandlopers”, en el diario de Volkskrant, de que era colaborador. Desde las páginas del periódico fantaseaba con unos animales futuristas –“vagabundos de playa”, les decía– que hubieran salvado las costas holandesas de futuras inundaciones. Frente al amenazante aumento del nivel del mar, estas criaturas erigirían dunas para poder equilibrar el ecosistema de la playa. Jansen prometía elaborar un par de ellas durante el verano: “el próximo otoño las podría liberar en la playa” –remataba– “y quizás de aquí a un año la costa holandesa se vea muy distinta”.
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De aquella idea excéntrica, surgida casi por juego, nacieron las Strandbeest, o “animales de playa”: una sorprendente obsesión creativa que hasta la fecha lo mantiene inquieto.
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Holandés, clase 1948, Theo Jansen es sin duda un hombre ecléctico. A menudo descrito como escultor cinético, difícilmente se deja encasillar en definiciones rígidas. Ingeniero y desde temprana edad explorador de los caminos del arte, se ha dedicado a inventar de manera metódica un amplio abanico de criaturas pescando herramientas y elementos de disciplinas tan diversas como la biología, la mecánica y la filosofía.
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Las strandbeest expresan de manera radical su intención de desdibujar las fronteras entre disciplinas: se trata de monumentales estructuras móviles construidas con tubos de PVC y otros materiales comunes y corrientes, como abrazaderas de plástico, cinta adhesiva, botellas de polietileno, tablas de pallet. Su armazón es tan liviano que logran desplazarse de forma autónoma; sin el suporte de ningún mecanismo electrónico, aprovechan únicamente la energía producida por el viento que barre las costas holandesas.
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Desde el mes pasado, las strandbeest habitan los espacios del Laboratorio Arte Alameda en ocasión de Asombrosas Criaturas, una retrospectiva dedicada al trabajo de Jansen.
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Las strandbeest pueden llegar a recorrer la superficie arenosa con una delicadeza que deja sin aliento: el galope de sus múltiples pares de piernas se asemeja a una danza hipnótica. Sin embargo, estos “animales de playa” no siempre han sido hábiles caminadores, sino que han ido perfeccionando este arte cinético a lo largo de años de cálculos, pruebas y errores. Es también por eso que, lejos de considerarlos meros artefactos mecánicos, su creador los describe como una auténtica nueva forma de vida: una especie que a lo largo de más de dos décadas ha recorrido un lento y exitoso proceso de evolución.
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“¡Me involucré tanto con los principios de la evolución y de la vida que se me olvidó por completo lo de salvar el país!”, dice Jansen con ironía al recordar cómo la emergencia del cambio climático había servido de detonador para que su mente empezara a obsesionarse con las strandbeest. Aunque con el tiempo sus intereses hayan tomado otros rumbos, hoy su última creación parece guiñarle el ojo a aquellas inquietudes juveniles:
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“Les puedo adelantar que este verano estrenaré un nuevo animal y será un constructor de dunas: se trata de un ensamblaje de tubos que se levanta un poco cada hora; se quedará en la playa y al final del verano estará enteramente cubierta de arena. Por ese entonces se habrá convertido en una duna”.
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Animaris inventor
Theo Jansen es originario de Scheveningen, un pequeño centro costero ubicado a unos pocos kilómetros de la ciudad de La Haya. Ahí transcurrió su primera juventud antes de mudarse a una ciudad del interior del país para estudiar Física aplicada, carrera que dejó inconclusa en 1975. Desde la infancia aprendió a conocer aquellas playas planas, bañadas por aguas heladas y batidas por el viento que viene aullando desde el Mar del Norte.
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“Se puede ver mi trabajo en la playa como una especie de evolución de métodos de sobrevivencia: frente a las tormentas, al agua. Al principio, al animal se lo llevaba el viento, ¡por completo! Pero ahora los daños ya no son tantos y los puedo reparar en unas cuantas horas. También estoy trabajando en un nuevo mecanismo que asegure los animales al suelo. Sueño con un animal que tenga conectadas unas construcciones con forma de oruga, eso le permitiría no ser arrastrado por el viento. Otro problema es que las strandbeest se pueden estancar, así que elaboré unos bastones de esquí que les permiten caminar en la arena más blanda”.
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Así como todo ser viviente estructura su entorno, lo influencia y es influenciado por él, las strandbeest crearon una simbiosis con las costas holandesas, su hábitat natural. Fue así que con el tiempo aparecieron nuevos elementos anatómicos que les permitieron conseguir una forma más eficaz de sobrevivencia: narices expertas en sujetarse al terreno arenoso para no caer víctimas de los remolinos; células nerviosas para detectar y sortear el agua del mar. Es más, algunas strandbeest pueden operar un proceso de metabolismo básico: almacenan y transportan energía en estómagos hechos con botellas de plástico. El viento es guardado en las botellas en forma de aire comprimido y el animal lo puede utilizar en casos de emergencia, como cuando se atora en el mar.
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“No buscaba intencionalmente un sistema de músculos y nervios, pero con el tiempo entendí que estaba recorriendo el mismo camino de la verdadera evolución. De hecho, si quieres sobrevivir en la playa resulta que los músculos son muy prácticos, y esto es resultado de la propia evolución. No quería imitarla, pero resultó que era exactamente lo que estaba haciendo; si la evolución empezara otra vez de cero quizás lo haría a partir de músculos, células nerviosas, cerebros”.
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Desde el inicio de su aventura, Jansen ha tratado de reducir al mínimo sus materiales de trabajo. Los tubos amarillos de PVC, que a partir de los años 50 habían sido utilizados en el cableado de los circuitos eléctricos de las casas holandesas, se revelaron como su materia prima favorita. Decidió experimentar con PVC porque se encuentra con facilidad, es particularmente barato y se trabaja sin dificultad.
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“Quiero crear todo con los tubos. Como sabemos, la naturaleza está hecha en buena medida por proteínas: yo quiero crear mi propia forma de vida a partir de un único material. Se pueden usar las proteínas para hacer la piel, los ojos, los pulmones. Las proteínas se pueden usar para una variedad de cosas: los tubos también”, explica en su libro The Great Pretender (2007), donde expone la genealogía de sus animales¸ varios de sus artículos publicados en de Volkskrant y abundantes fotografías de las strandbeest.
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En un principio, antes de llegar a ser complejos ensamblajes de tubos, las primeras strandbeest no fueron más que sencillos y torpes algoritmos. Él los elaboraba con la computadora y luego los dejaba interactuar entre sí: los mejores sobrevivían y evolucionaban hacia un estado superior. De las primeras formas de vida se fueron diferenciando una gran cantidad de animales de playa o animaris –del latín: animal y mar–. Jansen, fiel seguidor de la tradición de la biología, ha elaborado una organización taxonómica rigurosamente en latín para describir vicios y virtudes de sus bestias. El resultado es un conjunto de nombres evocativos, a medio camino entre ciencia y magia.
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Entre las ramas de su árbol genealógico, podemos encontrar el Animaris sabulosa cutis, que se camuflajea en la arena porque su piel, hecha de cinta adhesiva, atrae los granitos que lleva el viento; o el joven Animaris speculator, atrevido explorador de playas, aunque siempre atado a su madre a través de una suerte de cordón umbilical; o incluso podemos tropezar con el escandaloso Animaris currens vaporis que sopla como una maquinaria de vapor cuando estira sus músculos neumáticos.
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Animaris currens vulgaris fue el primero que logró ponerse de pie y caminar: sus hábiles piernas fueron el resultado de meses de experimentación con un algoritmo genético que Theo había programado para descubrir qué tipo curva le hubiera sentado mejor a la marcha de los animaris. La computadora permaneció prendida por meses, trabajando día y noche en las posibles combinaciones. Había 1500 piernas con varillas de distinta longitud, entre estas la maquina seleccionó gradualmente las mejores: once números sagrados, como los define Jansen, que determinaron las dimensiones ideales de las piernas.
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Entre realidad y fantasía
Por mucho que se hayan desarrollado de forma sorprendente las strandbeest, falta todavía un elemento fundamental propio de lo que consideramos como vida: no pueden reproducirse solas. Esta carencia no parece alarmar demasiado a Jansen:
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“Necesitaría de unos millones de años más, pero sería posible. Mientras tanto hay muchos estudiantes regados por el mundo que reproducen las strandbeest gracias a la combinación de once números que inventé –contesta sin titubeos y con la seriedad alegre que lo distingue–. Ellos piensan que es su hobby, algo entretenido. En realidad son utilizados por fines reproductivos y el código genético de los animales los ha infectado. Gracias a eso, ahora contamos con muchas strandbeest alrededor del mundo y muchas más están en camino. Podría decirse que es otra rama de la evolución de estas criaturas”.
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Theo Jansen ama repetir que en un futuro manadas de “animales de playa” pastarán por la playa saciándose de viento. Mientras tanto, las strandbeest tienen vida breve: generalmente nacen, crecen, caminan y mueren dentro de un año; cuando se lesionan, su creador no siempre se empeña en revivirlas: quiere aprovechar del tiempo que todavía le es dado vivir para dedicarse por completo a las generaciones que vendrán.
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Cuando las strandbeest mueren, Jansen las lleva al cementerio que les tiene reservado cerca de su laboratorio en Ypenburg: blanqueados por el sol, los tubos de PVC se parecen sobremanera a huesos verdaderos. Su textura se vuelve gradualmente fósil y al mirarlos un escalofrío recorre las vértebras: es como ver desfilar enteras eras geológicas, cargadas de todos los cambios que han estremecido al planeta.
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Las palabras de Theo Jansen –a la par de sus criaturas– hechizan y con soltura nos llevan a cuestionar las fronteras entre lo fantástico y lo real. Y es que para esta suerte de alquimista contemporáneo, una vida sin imaginación no tendría sentido:
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“Busco que mi trabajo impacte a las personas, que lo vean y sueñen un poco. O eso es lo que espero, que puedan soñar y apreciar la vida como algo especial que tenemos. Cuando trabajo en la playa lo que trato de hacer es mirar con los ojos del niño que fui: así me puedo sorprender frente al mundo, a nuestra misma existencia”.
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FOTO: El creador holandés probando una de sus strandbeest en las playas de holanda./Cortesía Fundación Telefónica.
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