Susan Sontag, Atenea moderna
La producción intelectual de la neoyorquina se construyó en torno a los grandes problemas que marcaron la segunda mitad del siglo XX
POR DANIEL GIGENA
GDA/LA NACIÓN
La última intelectual estadounidense a la “vieja usanza”, que podía escribir novelas, cuentos, ensayos, críticas, diarios y reflexiones morales, políticas y estéticas; que tuvo un devenir camusiano de compromiso ante el sufrimiento de los demás (sin olvidar su propia individualidad ni resignar el carisma) y que aspiraba a ser un genio, nació hace 90 años como Susan Lee Rosenblatt, en Manhattan.
Como ella misma declaró, tenía un gran deseo de ser adulta: a los 15 años se graduó en la North Hollywood High School, para seguir estudiando en la Universidad de Berkeley, la de Oxford, la de Chicago, la de París y la de Harvard (en varias de las cuales fue docente de filosofía); a los 17, se casó con el sociólogo Philip Rieff (quien tras el divorcio la acosó como a Carol, la protagonista de la novela homónima de Patricia Highsmith), y a los 19 se convirtió en madre de su único hijo, el periodista y crítico cultural David Rieff. En 1963, Susan Sontag —que adoptó el apellido del segundo marido de su madre— publicó su primera novela, El benefactor, caracterizada por ella como “filosófica”. Desde su juventud, trabajó sin descanso (y sin dormir, literalmente) hasta convertirse en la “Palas Atenea neoyorquina” y una de las escritoras más influyentes de la segunda mitad del siglo XX.
Sostuvo que las dos “fuerzas” del siglo pasado, en cuanto a arte y pensamiento, habían sido el judaísmo y la cultura homosexual; Sontag era de origen judío y tuvo varias parejas mujeres, entre ellas la dramaturga María Irene Fornés, la coreógrafa Lucinda Childs y la fotógrafa Annie Leibovitz. “El atractivo de la homosexualidad para mí: el elemento de parodia, de baile de disfraces, la mezcla de inteligencia y trivialidad”, escribió en “Notas sobre la homosexualidad”.
Si bien apostó al poder de la literatura, su obra más perdurable se encuentra en los ensayos y en sus apasionantes diarios. No se encasilló como pacifista, izquierdista, feminista, judía, lesbiana ni víctima del cáncer; fue lo que siempre había soñado ser: una escritora interesada por todo. En el año 2000, recibió el National Book Award en la categoría de ficción por su novela En América (aunque hubo coincidencia en que se premiaba su trayectoria) y en 2003, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
“Hace ya unos diez años llegó a mis manos Renacida, el primer tomo de los diarios de Sontag, sus diarios tempranos, tal como reza el subtítulo”, dice la escritora y traductora María Andrea Donnini. “Comencé a leerlo con incomodidad. Como tantas veces, es un deudo, su hijo David, quien decide editarlos. Él mismo declara que eran papeles no destinados al ojo público (‘Nunca permitió que se publicara una frase siquiera, ni tampoco… lo leyó a sus amigos’). Leo diarios y epistolarios con una voracidad que se mezcla con la culpa: en la mayoría de los casos no deberíamos tener acceso a esos textos. En muchos casos, ya pasaron por censuras férreas de maridos editores. Pienso en el diario de una escritora de Virginia Woolf o en el de Mansfield, recientemente reivindicado en Sopa de ciruela. No es este el caso, al menos por el nivel de intimidad al que creemos acceder: sexualidad expuesta, dudas, pequeñas miserias”.
Donnini resalta la entrada del 31 de diciembre de 1957, cuando Sontag cuenta lo que leyó sobre ella misma en el diario de Harriet Sohmers Zwerling, su amante, quien al parecer se sentía atraída no tanto por Sontag, sino por la pasión que ella despertaba en Sontag. “‘¿Me siento culpable de haber leído algo que no estaba destinado a mis ojos? No. Una de las principales funciones (sociales) de un diario consiste justamente en la lectura furtiva de otras personas, la gente (como los padres, los amantes) sobre la que se ha sido cruelmente sincera solo en el diario’. Como confirmación un poco sobrenatural y, por lo tanto, convincente, acabo de notar que a mi libro le faltan las dieciséis páginas finales. Imposible no haberlo notado antes, ya que fue leído y subrayado. O regresó así de algún préstamo o, finalmente, se me hizo carne la confirmación de que no eran páginas destinadas a ser leídas”.
El autor de la biografía Sontag. Vida y obra (Anagrama), que en 2020 ganó el Premio Pulitzer de biografía, Benjamin Moser, destacó que todo lo que se puede decir de Sontag está en sus diarios. “En Sontag, las preguntas son más interesantes que las respuestas”, declaró Moser. También las reflexiones de la autora sobre cultura, política y ella misma vertebran el documental de Nancy Kates, Recordando a Susan Sontag, disponible en HBO Max. Y los que quieran acudir primero a las fuentes pueden buscar en librerías Obra imprescindible (Random House), la monumental antología de textos de Sontag a cargo de su hijo, que incluye fragmentos de novelas, ensayos y diarios inéditos (donde se leen algunos aforismos bien oportunos para el presente, como “¡Despójate de la indignación del temperamento!”). Para Rieff, la obra de su madre está dividida entre el moralismo y el esteticismo: “Nunca ha resuelto esa contradicción”.
Los intereses de Sontag, tan vastos como su curiosidad, abarcaron la sensibilidad camp, la ciencia ficción, la filosofía y la literatura contemporánea (iluminó las obras de E. M. Cioran, Simone Weil, Elias Canetti, Edmund White, Danilo Kiš, su amado Joseph Brodsky, Roland Barthes, Roberto Bolaño, Edgardo Cozarinsky y Jorge Luis Borges, entre otros), el cine de Bergman, Fassbinder y Godard
(a los que quiso emular en sus propias películas), la fotografía —escribió uno de los ensayos más elogiados y a la vez criticados sobre el arte de la luz—, enfermedades como el cáncer y el sida y la cultura francesa. Participó de muchos debates públicos y fue muy criticada al denunciar, en reiteradas ocasiones, la política exterior estadounidense. Cuando murió, el 28 de diciembre de 2004 en Nueva York, a los 71 años, ya había sido consagrada “papisa” de la cultura occidental. Un mes después fue sepultada en el cementerio de Montparnasse, en París.
La obra de Sontag es muy valorada en Argentina. “La estudié cuando estaba en la carrera de Artes en Filosofía y Letras”, dice la escritora Ariana Harwicz. “Sus ensayos son claves para nuestra generación: era omnipresente el pensamiento de Sontag. No sé cuánta presencia tiene hoy en el mapa intelectual, en el campo de ideas y la red conceptual de los jóvenes que hacen fotografía y cine o que escriben. Me quedan pivotando en la cabeza dos de sus aforismos. Uno es ‘La perversidad es la musa de la literatura moderna’, una matriz novelística que hoy ya no existe. Y la otra tiene que ver con mi obsesión por los autores que piensan la inocencia y la culpabilidad como una sola máscara: ‘La víctimas sugieren inocencia. Y la inocencia, por la lógica inexorable que gobierna todos los términos emparentados, sugiere culpabilidad’. Van juntas, dice. Y ese concepto filosófico-político es central para la composición de personajes y la trama de una novela, aunque hoy en día tampoco se toma en cuenta. Estamos acostumbrados a campos separados entre las víctimas y los culpables, y eso arma un discurso distinto”.
Harwicz desplaza a Sontag del campo de la opinión al de la filosofía. “Como tantos otros pensadores y filósofos, ella, que vivió todo el siglo XX, incorporó la noción de víctima y victimario y de inocente y culpable. La incorporaron a su trabajo intelectual, a la matriz política de su pensamiento, sea Sartre con la responsabilidad, sea Solyenitzin con la disidencia. Siempre tuvieron ese registro de la responsabilidad del individuo y de que el inocente se puede volver culpable según la situación, y viceversa. Esa especie de conciencia política y de autoexamen ideológico casi no existe en la actualidad. Antes de dar lecciones de moral, se autoexaminaron. Eso tiene que ver con una generación, la de Sontag y la de otros que nacieron luego, hasta los años 1970. Nacimos todos impregnados de la guerra, ya sea la Segunda Guerra Mundial, el estalinismo, las dictaduras. Estábamos ligados a la historia, a la guerra, a lo trágico”. Para la autora de Precoz, la historia trágica del siglo XX les queda lejos a las generaciones jóvenes. “El nazismo, los gulags, la dictadura, Malvinas; es como si rechazaran la historia o estuvieran por fuera de ella —concluye—. Sontag pertenece a una época donde lo que se escribía tenía que ver íntima y fervientemente con la historia”.
Un fragmento de “Sobre la fotografía”
Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. Significa establecer con el mundo una relación determinada que parece conocimiento, y por lo tanto, poder. Una primera y hoy célebre caída en la alienación, la cual habituó a la gente a abstraer el mundo en palabras impresas, se supone que engendró ese excedente de energía fáustica y deterioro psíquico necesarios para construir las modernas sociedades inorgánicas. Pero lo impreso parece una forma mucho menos engañosa de lixiviar el mundo, de convertirlo en objeto mental, que las imágenes fotográficas, las cuales suministran hoy la mayoría de los conocimientos que la gente exhibe sobre la apariencia del pasado y el alcance del presente. Lo que se escribe de una persona o acontecimiento es llanamente una interpretación, al igual que los enunciados visuales hechos a mano, como las pinturas o dibujos. Las imágenes fotográficas parecen menos enunciados acerca del mundo que sus fragmentos, miniaturas de realidad que cualquiera puede hacer o adquirir.
FOTO: Susan Sontag también realizó cuatro películas, entre las que se encuentran Duet for Cannibals (1969) y Letter from Venice (1983)/ University of Bristol
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