Takeshi Kitano: la violencia es cosa seria

Ene 25 • Miradas, Pantallas • 4140 Views • No hay comentarios en Takeshi Kitano: la violencia es cosa seria

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS

 

Guillermo Cabrera Infante recuerda que, casi diez años antes del accidente de motocicleta ocurrido en agosto de 1994 que le dejaría paralizada la mitad del rostro, el polifacético Takeshi Kitano “debutó para nosotros en Feliz Navidad, Mr. Lawrence, en la que era el más sadista de los soldados japoneses”. La cinta de Nagisa Oshima renuncia a los delirios carnales de El imperio de los sentidos y analiza los horrores —carnales también a fin de cuentas— de los campos de concentración nipones durante la Segunda Guerra Mundial, resumiéndolos en la cabeza de David Bowie que sobresale de una prematura tumba de arena para soportar los embates del sol naciente. Pero Kitano (Tokio, 1947), actor y cineasta, escritor y pintor, comediante y conductor de programas televisivos, cantante y diseñador de videojuegos, ya era una celebridad en Japón mucho antes de ser reclutado por Oshima; su éxito se remonta a la década de los setenta, al dúo manzai (Two Beat) que formó con su amigo Kiyoshi Kaneko y que se caracterizó por un humor irreverente y subversivo que levantó ampolla entre los espectadores sensibles.

 

Disuelto el dúo a principios de los ochenta, Kitano comenzó una carrera meteórica en cine y televisión que lo condujo al plató de Violent Cop (1989), filme en el que interpreta el papel principal de un detective psicópata y que además marcó su debut tras las cámaras debido a la enfermedad que sorprendió al director original (Kinji Fukasaku). La labor de Kitano como cineasta, sin embargo, empezó a ser reconocida fuera de su país hasta su cuarta película, Sonatine (1993), que arranca en un Tokio espectral, reducido a interiores donde los yakuza saldan sus deudas en ceremonias que se antojan esotéricas, para luego ir a una Okinawa no menos fantasmagórica en la que dos bandas enemigas luchan a muerte en espacios cerrados. Avalada por Quentin Tarantino, la brillante Sonatinesentó las bases de un estilo visual y narrativo que apela por partes iguales a la impavidez y la lentitud, la empatía y la melancolía, para retratar un mundo sujeto a las pugnas intestinas de la mafia nipona.

 

Ese mundo resurge en todo su salvaje esplendor en Outrage: Beyond (2012), la nueva cinta de Kitano, segundo capítulo de una trilogía iniciada por Outrage(2010) que el director planea continuar. (Su inclinación por los trípticos queda patente en la irregular serie autobiográfica integrada por Takeshis, Glory to the Filmmaker! y Achilles and the Tortoise, de 2005, 2007 y 2008.) Tramada como un mural sobre el hampa que se divide en paneles elegantes y extensos —las tomas largas son una seña de identidad del cine kitaniano—, Outrage: Beyond se centra en la rivalidad entre dos poderosos clanes yakuza, el Sanno-kai (que controla el este de Japón) y el Hanabishi-kai (que se ocupa del oeste), y en la manera en que un miembro del primero (Otomo, encarnado por Kitano con su impasibilidad habitual) hará que el segundo consiga el dominio total del país. Impulsado por un detective que se infiltra como policía corrupto en las filas del Sanno-kai, Otomo se dedica a tejer una minuciosa red de venganza por haber caído en la cárcel gracias a la traición de su propio grupo para el que se desempeñaba como matón.

 

A contracorriente del grueso de los filmes que exploran el universo criminal, Outrage: Beyond privilegia la tensión psicológica por encima de la acción física; las escenas sangrientas, que abundan, son tratadas como parte sustancial y no como suspensión momentánea de un flujo vital —lo mismo sucede en Hana-bi(1997), por mucho una de las películas más logradas del cineasta—, y por ello tienen mayor impacto: así lo demuestra, por ejemplo, el yakuza retirado que se mutila con los dientes la falange de un dedo para pagar una deuda de honor adjudicada a Otomo. Takeshi Kitano sabe que la violencia es cosa seria y no mero asunto de entretenimiento, y lo confirma al plantar una mirada hierática al pandemónium que estalla a su alrededor.

 

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