Talese voyeur
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En su más reciente y polémico libro, el célebre periodista estadounidense Gay Talese narra la historia del excéntrico dueño de un motel en Colorado, que espiaba a su clientela
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POR LEONARDO TARIFEÑO
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La muy esperada publicación de El motel del voyeur es inseparable del escándalo que la precedió. La historia del libro comenzó el 7 de enero de 1980, cuando el voyeur Gerald Foos le escribió a Gay Talese para contarle que era propietario de un motel en Aurora, cerca de Denver (Colorado), en el que observaba a los huéspedes a través de un techo creado con la única finalidad de mirar sin ser visto. Poco después de recibir la carta, Talese viajó a Colorado dispuesto a encontrarse con Foos, ya que por entonces trabajaba en una investigación sobre los hábitos sexuales de los estadunidenses. Una vez en Aurora, el anfitrión invitó al autor de Honrarás a tu padre a hospedarse en el motel, y apenas pudo lo llevó de paseo a su parque de diversiones particular. “A pesar de que una insistente voz dentro de mí me decía que apartara la mirada –recordaría, años más tarde, el escritor–, seguí observando cómo aquella mujer esbelta le practicaba una felación a su pareja, y me aproximé para ver más de cerca. ¿Me había convertido en cómplice de su extraño y desagradable proyecto?”
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La pregunta exigiría respuestas urgentes en abril de 2016, tras la aparición de unas páginas exclusivas de El motel del voyeur en The New Yorker. La repercusión mundial de ese adelanto no fue especialmente favorable. De The Washington Post a The Independent, la prensa global más influyente reaccionó al límite de la indignación y centró sus ataques en la dudosa ética del célebre periodista. ¿Por qué, a pesar de haber firmado un acuerdo de confidencialidad, Talese nunca denunció la violación de la intimidad que practicaba su fuente? ¿Qué clase de profesionalismo es aquel que lleva al reportero a espiar relaciones sexuales? ¿Y hasta qué punto la presunta complicidad del autor no bordea lo criminal, sobre todo después de que Foos admitiera su involuntaria participación en un asesinato cometido en 1977, en uno de los cuartos de su propiedad?
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Ninguna de esas acusaciones inquietó a Talese. La única que lo preocupó fue una de The Washington Post, en la que se comprobaba que buena parte del testimonio de Foos, narrado en un diario manuscrito, no se correspondía con las fechas en las que el voyeur aseguraba haber sido el dueño del motel. A pocos días de que el libro iniciara el camino de su distribución, el autor reconoció la posibilidad del engaño y pidió que El motel del voyeur no llegara a las librerías. Días después se desdijo, y subrayó que las situaciones vistas por Foos desde su “laboratorio de observación” ocurrieron antes de la venta citada en la investigación del Post. “No me cabe la menor duda de que Foos fue un voyeur épico, pero a veces era un narrador inexacto y poco fiable –aclara Talese en el libro–. No puedo responder de todos los detalles que incluye en su manuscrito”. El motel del voyeur, por lo tanto, es hijo de al menos dos tensiones. Una, la de la principal fuente –Gerald Foos– con la verdad de su testimonio. Y otra, la del narrador –Gay Talese– con la ética que le exige la anécdota que narra. En ese equilibrio inestable, siempre al borde del despeñadero, el libro construye su encanto, su singularidad y, muy especialmente, la inocultable fuerza de su provocación.
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No cabe duda que el compromiso de Talese no era con la moral pública, sino con aquel con quien firmó un acuerdo de confidencialidad. El gesto podrá ser discutible, aunque da la impresión de que achacarle silencio en el caso del asesinato de 1977 no es del todo justo si se tiene en cuenta que en la policía local, adonde acude, no encuentra registros de un crimen que bien podría ser un producto de la retorcida imaginación de Foos. Los puntos débiles del libro no son morales, sino técnicos. Al entregarse a una única fuente, que además el propio periodista señala como poco fiable, el libro apuesta su veracidad a las fantasías pseudocientíficas de un voyeur descarado que niega cualquier abuso de su parte y prefiere verse a sí mismo como un pionero de la antropología sexual. Talese, por su parte, es consciente de que Foos “era alguien que fisgaba desde su desván y se arrogaba autoridad moral”, pero le concede un valor que quizás no todos los lectores estén igual de abiertos a reconocerle. Por un lado, lo acepta como el ojo que le permite ver lo que la sociedad oculta, seguro de que lo ocurrido dentro de un cuarto explica lo que sucede fuera de él; y por el otro, lo adopta como un ejemplo de la inmensa diversidad de gustos sexuales, un territorio en el que la libertad se juega en la medida que nadie califique los hábitos de los demás. En ese doble movimiento, la incomodidad del libro flirtea con asentarse en aquello que el voyeur observa y se consuma en el imperativo literario y moral que consiste en comprender sin juzgar ni justificar. En definitiva, la lección recurrente del gran periodismo.
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El motel del voyeur sobrevive a su polémica porque enseña que en el periodismo hay una sola cosa más importante que la información: la sensibilidad. Es muy posible que algunas referencias de Foos no sean todo lo veraces que deberían ser; más trascendente que ese fallo es la mirada de Talese, quien recuerda que el voyeur proviene de una época mojigata y represiva, en la que los noviazgos se rompían si el hombre pretendía acariciar los pies de la mujer. Ningún trauma adolescente justifica las actividades de Foos, pero Talese se permite explicar a su personaje de una manera que la sociedad le niega. Durante cada año, entre 1966 y 1973, el dueño del motel Manor House observó a más de 300 huéspedes y fue testigo de unos 200 orgasmos. Entre las sábanas de los cuartos espiados vio las frustraciones eróticas de los ex combatientes de Vietnam y fue testigo del aumento de las parejas interraciales y homosexuales. Al acompañar a Foos al interior de las habitaciones que espía, el lector de este libro también se convertirá en un voyeur que ve pasar las transformaciones de su tiempo. “Hay gente que observa los pájaros, gente que observa las estrellas y otros, como yo, que observan a los demás”, dice Foos en su diario. El motel del voyeur informa, narra y no condena. En una época acostumbrada a la intolerancia, el juicio y la denuncia, quizás no haya provocación más grande que esa.
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FOTO: El motel del voyeur, Gay Talese. Traducción de Damià Alou. Alfaguara, 2017, México, 227 pp.
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