Tamariz: épica y gloria pretéritas
POR ANTONIO ESPINOZAEl proyecto cultural de José Vasconcelos fue, sin duda, incluyente. Todos los artistas plásticos podían sumarse a la aventura de crear un arte nacionalista, que revelara nuestra “esencia” e “identidad” como país. Es un hecho, sin embargo, que el mecenazgo estatal favoreció más a los pintores que a los escultores, aunque también es cierto que estos últimos eran cuantitativamente menos que los primeros. Dos maestros escultores participaron activamente en el proyecto vasconcelista, ambos nacidos a fines del siglo XIX: Ignacio Asúnsolo y Fidias Elizondo. Posteriormente, otros escultores, la mayoría nacidos con el siglo, se sumaron al movimiento nacionalista y crearon durante décadas obras de gran calidad y valor. Alejados del mundanal ruido, sin muchos reflectores, estos maestros trabajaron discretamente en sus talleres. Ninguno de ellos era más famoso y reconocido que los pintores; eran hombres de gran talento, su vocación era el trabajo, aunque eran poco inclinados a hacer declaraciones y provocar polémicas para animar el medio cultural, como fue costumbre en los Tres Grandes maestros del muralismo.
Durante mucho tiempo la escultura mexicana producida en la época del nacionalismo artístico permaneció en la oscuridad. De ella se afirmaba su rezago y que no estuviera a la altura de la pintura. En 1962 Miguel Salas Anzures escribió lo siguiente: “La escultura en México ha sido el patito feo de nuestras artes plásticas. Hay quienes piensan que con la gran tradición prehispánica nuestros escultores, inspirándose en aquellas obras, tenían obligación de lograr formas de gran aliento. Otros piensan que el vigor de la estatuaria precortesiana ha pesado mucho sobre nuestros escultores. Sea por lo que fuere y en última instancia también por falta de talento en la mayoría, la escultura mexicana no ha obtenido el rango que la pintura y el grabado han alcanzado”. La escultura mexicana –continúa Salas Anzures- carece de “carácter” y no ha ofrecido ninguna “innovación” ni en cuanto a conceptos ni en cuanto a formas. Para el promotor cultural, el único escultor notable y merecedor de reconocimiento era Mardonio Magaña.
Siendo Salas Anzures jefe del Departamento de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), se presentó en 1960 la exposición: Escultura Mexicana Contemporánea, en la Alameda de la ciudad de México. Según parece, al funcionario no le gustó nada de lo ahí exhibido, que por cierto no era poco, pues participaron prácticamente todos los escultores notables de la época. A mi modo de ver, la visión negativa que de la escultura tenía Salas Anzures se debía a la ausencia de estudios e investigaciones serias en torno al tema y los prejuicios derivados de ello. La verdad es que ni los historiadores, ni los críticos, mostraron entonces un interés genuino por estudiar la vasta producción escultórica de la época. El olvido al que por tanto tiempo fue condenada la producción volumétrica del periodo del nacionalismo artístico imposibilitó la existencia de apreciaciones desprejuiciadas acerca de las búsquedas y de los posibles logros de toda una generación de artistas tridimensionales mexicanos.
El rescate de los escultores nacionalistas olvidados tardó mucho tiempo, pero finalmente se hizo con una exposición memorable: La Escuela Mexicana de Escultura. Maestros fundadores, que se presentó en 1990 en el Museo del Palacio de Bellas Artes. La muestra permaneció abierta del 16 de marzo al 29 de abril de ese año, en las salas Nacional y Diego Rivera del citado museo y estuvo integrada por obras realizadas por los escultores: Carlos Bracho, Federico Canessi, Ceferino Colinas, Juan Cruz Reyes, Mardonio Magaña, Francisco Arturo Marín, Oliverio Martínez, Luis Ortiz Monasterio, Guillermo Ruiz y Ernesto Tamariz, la mayoría de los cuales ya habían fallecido. Se incluyeron también materiales documentales o de apoyo (varias fotografías, algunos dibujos y una pintura), relacionados con la producción plástica de los diez autores. Tanto la exposición como el catálogo que la acompañó se fundamentaron en los trabajos que, desde 1986, coordinó, en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) del INBA, el arquitecto Agustín Arteaga.
Dos de los puntos polémicos que provocó la muestra fueron: la hipótesis de la existencia de una Escuela Mexicana de Escultura (equiparable a la Escuela Mexicana de Pintura) y las innovaciones formales y conceptuales que realizaron los escultores mexicanos. Con respecto al primer punto, soy de los que sostienen que el empleo del término “escuela” denota la existencia de un grupo de autores de una misma época en cuyas obras es factible advertir elementos estilísticos comunes. En el caso de los escultores representados en la muestra es posible hablar de una escuela pues se trata de diez autores que vivieron y trabajaron en el mismo país durante un mismo período y que, debido a circunstancias históricas, tuvieron que afrontar su grado de vinculación con la tendencia artística nacionalista, predominante en la época. Y en cuanto al segundo punto, es claro que la escultura nacionalista (antropomórfica, figurativa) caminaba a contracorriente de los grandes cambios de las vanguardias europeas en cuanto al manejo del espacio y el volumen.
Sirva todo lo anterior para celebrar que el rescate de los escultores nacionalistas continúa. Tal es la intención de la exposición: Épica y gloria monumental, una revisión histórica de la obra escultórica del maestro poblano Ernesto Tamariz (1904-1988), que actualmente se presenta en el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo. Bajo la curaduría de María Estela Duarte, la exposición está integrada por 90 obras, entre esculturas, pinturas y dibujos, además de revistas, documentos y fotografías que dan testimonio de la vida profesional y personal del escultor. Resultado de un arduo trabajo de investigación, la muestra resulta notable pues nos permite visualizar en conjunto a uno de los escultores mexicanos más prolíficos, quien no sólo exaltó a los héroes patrios sino que también realizó obras de carácter civil, religioso e intimista. Ojalá que esta exposición sirva para que las autoridades atiendan el problema de las obras monumentales del maestro que se encuentran dañadas, como puntualmente denunció la curadora (El Universal, 22 de julio).
*Fotografía: Vista de la exposición: “Platón” “Cuauhtémoc”/Stephanie Zedli.
« “Matías el pintor”: mística y tentaciones La sexualidad y el erotismo en la obra de Marie Chouinard »