“Te amo, Helena mía”

Sep 11 • destacamos, principales, Reflexiones • 5312 Views • No hay comentarios en “Te amo, Helena mía”

 

En estos poemas y la carta enviados a Elena Garro se revela un joven Paz enamorado que se confiesa ante los ojos de su amada, a quien el poeta vio como la primera encarnación de lo que él consideraba “femineidad-eterna”

 

POR OCTAVIO PAZ

Octavio Paz conoció a Elena Garro a principios de 1935. Él cumplirá 21 años a fines de marzo (unos días después de la trágica muerte de su padre) y ella 19 a fines de diciembre. Paz vive con su madre, Josefina Lozano, en el 79 de la calle Cuauhtémoc, en el entonces suburbio de Mixcoac. Estudia, desde 1932, en la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Universidad Nacional Autónoma de México, sin mayor entusiasmo, más que para asistir a clases, para encontrarse con sus amigos y camaradas militantes en el barrio universitario. Se atarea en trabajos meniales (es escribiente en el Archivo General de la Nación) y se comienza ensayar como periodista, siguiendo los pasos de su padre y su abuelo. En 1931, rodeado de buenos compañeros en la Escuela Nacional Preparatoria, había dirigido su primera revista literaria, Barandal, y en 1933 la segunda, Cuadernos del Valle de México. Ese mismo año –cuando aún vivía su padre y había una mejor situación económica– había publicado una plaquette con sus poemas, Luna silvestre (México, Fábula). Elena Garro vive con sus padres, Esperanza Navarro y José Garro Melendreras, en el número 130 de la calle Campeche, en la colonia Condesa, con sus hermanas Devaki y Estrella, y su hermanito Albano. Acudía desde 1934 a la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso, donde escogió el área de humanidades y, en 1936, en la Casa de Los Mascarones (cuando agrega a su nombre la hache que le puso su novio), donde estudia letras, inglés, latín, psicotecnia y psicología. Se había comenzado a interesar en el teatro, la danza, la coreografía y el cine, y en 1932 había aparecido en un documental de Julio Bracho sobre la beneficencia pública.

 

De las cartas se desprende que los jóvenes comienzan a tratarse el 11 de abril en una tardeada de barrio a la que Elena Garro llega acompañada por un primo y pretendiente, Pedrito Miller, y Paz por sus amigos Rafael López Malo y Salvador Toscano. La pareja se mira, se atrae y a veces bailan y a veces no (según lo quiera contar Garro). Las cosas no salieron del todo bien y, en un ensayo anticipatorio de lo que serán los siguientes veinticinco años, la pareja se atrae y se repele por igual (Garro cuenta que ese baile fue un fiasco que culminó con ella pidiéndole a Paz que la regresara a su silla). En la visión del joven, en cambio, la danza es una consagración y una suerte de ceremonia prenupcial. A partir de esa tarde, el joven concluye que en el rostro de esa muchacha –a la que llama Helena– ha mirado la “imagen visible del mundo”. Unas semanas más tarde, el 22 de junio –el primerode los equinoccios que sacraliza el muchacho–, Helena acepta convertirse en su novia…

 

Guillermo Sheridan

 

1 | [11 de] Abril

No se conservaron las cartas que tuvo que escribirle Paz entre abril y mediados de julio, aunque sí unos poemas que, durante esas semanas, le hizo llegar su enamorado y que anteceden a las cartas. La energía de la pasión recién nacida es tan intensa en la nota como en este primer soneto que, más o menos cojitranco, registra laboriosamente la cristalización del amor: sus sangres se han atado. Este primer poema no es inédito, pero sí la nota que lo precede.

Helena:
Este poema de inmovilidad y pasión –de Vida– es tuyo. Dance el que quiera;
tú, conmigo, en el centro de la tierra, quieta, cimiento del universo.

 

Tuyo

 

Octavio

 

El aire de pureza exasperada
dulces danzas de luz inmoviliza,
y cruda luz en vértigos irisa
tu adolescente carne desolada.

¡Qué destrucciones hondas y gozadas!
¡Qué tierna voluntad de nube o brisa
en torbellino puro nos realiza
y mueve en danza nuestra sangre atada!

Hondos deleites y avidez primera,
vértigo inmóvil nos exalta y libra.
Danza la carne su quietud ociosa,
danza su propia muerte venidera,
y nuestra obscura sangre vibra
su miserable desnudez gozosa.(1)
Abril, 1935

 

2 | 29 de junio

 

Un soneto desaseado, sonajero, con el esqueleto de fuera y con una retórica que más que una aliada es un obstáculo. Las paradojas y las sinestesias procuran cercar la chispa poética con excesiva bulla: la piel es “sangre y mármol” y el tacto es fuente de sonidos. Y si bien esboza un modo imaginativo –como la imagen “orillas de la luz”– que cuajará pronto en estilo, la voracidad expresiva se halla poco balanceada por la eficiencia poética y está muy lejos de sus modelos, sobre todo de Rafael Alberti, de quien viene por ejemplo el gusto por las cabelleras verdes de las sirenas (“cabellos finos/ y verdes de tu álgida melena”(2)) y sus metamorfosis en relámpagos (“el repentino verde/ del rayo y el relámpago”(3)).

 

El soneto, fechado el 29 de junio, consagra al día 22, cuando Elena aceptó ser Helena, “la compañera, la novia de Octavio”, como disfruta escribiéndolo como un testigo más del espectáculo de su pasión. Se trata del “Primer día” al que alude la página inicial del primer volumen de la Obra poética que Paz editó sesenta años más tarde.(4)

 

Día 22 de Junio
Del jubiloso, verdecido cielo
luces recobras, que la Luna pierde
porque la luz de sí misma recuerde
relámpagos y otoños en tu pelo.

Dulce viento desnuda tu desvelo,
de tus hombros desata lluvia verde
y de tus rizos moja el aéreo vuelo
que en luces tiernas tus espaldas muerde.

Nacen del tacto estremecidas voces,
a orillas de la luz lirios ardientes
y de tu herida piel crecidos goces:

de sangre y mármol, de ardorosa espuma,
bajo del verde cielo adolescente,
tu arquitectura da su enamorada suma.(5)
29 de junio.
O.P.

Al calce del poema, con letra menuda, Helena anotó:

 

Me los dio el 10 de julio 1935 a las 12 que fue por mí a la escuela
Yolanda se fue conmigo en el camión y los leyó.

 

3 | 11 de julio de 1935

Paz celebra con este peculiar poema-carta que sus amores con Helena cumpliesen tres meses de edad. Nunca lo publicó, si bien abunda en ideas e imágenes que aparecen en la poesía del periodo 1935-1937, verdaderas creencias profundas, (6) como el carácter espiral del amor o la música-danza como vehículo en llamas del deseo (que perdura hasta Blanco, de 1967). El paralelo más directo es con el poema que lleva el numeral VI (13:62) de Raíz del hombre (1937), uno de los que después serían expulsados de Libertad bajo palabra.

Aniversario
Si la danza nos entrega su más exaltado fuego,
¡qué aires tibios nos devoran lentamente! (7)
Nos disolvemos en la llameante música
y un largo vértigo(8), una dulce violencia nos arrastran
sin que sepamos si danza nuestro cuerpo con otro, amado,
y si tú eres solamente la deseada o la que reclinas tu rostro en el mío,
un rostro extraño, que no era el tuyo,
gozosa y abandonada.

Si la espiral adversa y amorosa nos reconquista del silencio
y nos devuelve a nuestra sangre, a nuestra soledad
¡qué desconocidos, frente a nosotros mismos, que ardíamos ya!

Porque después del aire mezclado de música,
de la penetración de ternura conmovida,
de tus cabellos en tu cuello desfallecido,
entre mi mano trémula y mis labios mudos,
después de la intimidad dulce y obscura de tu sangre:
¿dónde tu voz?
¿el signo efímero que te ata a pequeñas costumbres, a la elegancia
[(o a la ingenuidad)?
¿dónde nosotros, tú?
¿tu nombre mismo, Helena, dónde, si sólo somos un poco de ternura
[en la música?(9)

Una mujer nueva nacía de mis manos,
te sentía surgir dulcemente
del estremecido júbilo de mi tacto,
desconocida,
coléricamente adorada.
Sí, Amiga Estremecida, Amante Desolada,
nacida de la música, entre sutiles fuegos, risas,
(y subterráneamente de la terca angustia de Octavio)
Tierna Hija Mía,
un nuevo nombre cesa,
el signo que te ate a un tiempo inmóvil en el año,
a una mano desesperada y amorosa,
a mi tiempo y mi mano.

****
Después, un día distante: en los días de la Danza Flamígera,
en el de más bello nombre y orlada de risas, flores, fuego,
ardíamos dulcemente,
si la música nos entregaba
en la danza sus más febriles secretos.

Y todo porque amamos a una mujer rubia
(no queremos saber si todavía existe)
y nunca supimos si ella nos amaba.
11 de julio de 1935.

 

4 | 21 de julio

Esta es la primera carta que se conserva. Es también la primera en la que ya tiene problemas la pareja. Como todas las cartas de este periodo, está enviada desde la Ciudad de México, por correo, a la

Srita. Helena Garro.
Campeche 130.
Ciudad

 

Helena:

Hace veinte minutos que te dejé, y todavía te siento como un desgarramiento; porque cuando te separaste de mí, tan bruscamente, tuve la triste sensación de que te ibas para siempre; yo bien sé que no era así, pero en ese momento (todavía ahora) te siento lejana, tu rostro era como distante, irreconocible, fugada de mí mismo, de mi intimidad, de lo más entrañable de mi vida. Yo tenía razón cuando te dije que debías irte, una triste razón, y verdaderamente se es muy desdichado cuando se sacrifica así el amor, la destrucción que trae consigo el amor, la disolución y el odio a las normas.(10) Pero es que quizá hemos olvidado un poco lo que hablamos una tarde: el amor como educación (en el sentido amoroso y divino de la palabra) y sólo lo conocemos como pasión y como fuga de las costumbres y de las gentes. Yo quiero que me ayudes a ser mejor, y quiero que mi amor te haga también más buena, más humana, más tierna. No quiero que pienses en mí con repulsión, como pecado. Hay que amar a nuestros pecados, que esa es la única manera de salvarnos, reconociéndolos. Educación amorosa. Helena mía desde tus labios, desde tu rostro, bajo tu pelo. Así soy un niño, y cada día es un nuevo nacimiento(11), porque he nacido por ti a la ternura, a la alegría y a una tristeza sin cólera. Estoy aquí en la biblioteca, en medio de mis muertos, de mis amadas y amargas lágrimas, en soledad, y me siento un poco lejano de ellos, como si mi voluntad ya no fuera la mía, como si ya no fuera la sangre de mi padre y mi abuelo, que me ataban a un destino solitario. Porque (te lo digo a ti, Helena, sin ningún adorno, con toda la desnudez posible) en esta casa me he sentido ligado a una serie de cosas obscuras y decadentes(12), a un designio de muerte y amargura, como si yo sólo fuera el depositario de palabras ásperas, como el dominio del mundo y su desprecio. Pero contigo he nacido a otras cosas y por eso yo soy puro, aunque haya besado (con amargura como te dije hoy) otros labios que no eran los tuyos amados. Te juro que aunque tú no me quieras, yo seré feliz con quererte, porque me has arrancado de la desesperación. Por eso te amo coléricamente, cuando recuerdo mi antiguo yo, el yo que ya no soy y que no reconozco. No me importa, te lo juro, lo de Pedrito: me da tristeza que hayas pensado en otros antes de mí: en ese insoportable y novelesco Carlos y en el otro, Pedrito.(13) A Carlos lo envidio un poco porque logró que lo quisieras. Y aunque quiera no lo puedo odiar, sino que le tengo cierto cariño inexplicable. Si juzgo las cosas fríamente (y yo soy capaz a veces de pensar con mucha frialdad y exactitud) me parece que él era un niño, más niño que yo, más irreal, menos humano. Un exceso de felicidad vuelve a las gentes incomprensivas y despóticas, faltos de solicitud y de estremecimiento ante las cosas. Y él era un hombre a quien había ablandado y endurecido la felicidad: lo había ablandado para sí mismo y lo había hecho duro y poco sabio (poco humilde, poco amoroso e insignificante ante Dios y el amor) para con los demás. Pero todo eso me importa de muy lejos, me hiere muy distantemente. Nuestro amor (quiero decir nuestro amor por un solo momento, y no mi amor) debe ser tan intenso que nos haga nacer de nuevo, que me haga olvidar todo, y ser nada más Octavio y tú Helena, la compañera, la novia de Octavio. Sin más máscaras, signos sociales, ataduras al mundo odioso de las conveniencias. Si es necesario tener prejuicios, tengamos el de nuestro amor, el de su eternidad y excelsitud.

No quiero volver a ser razonable, no quiero volver a dejarte ir, con ese rostro distante, como si fueras otra mujer, una mujer que nunca volveremos más a encontrarnos. A Estrella(14) no le dijo nada tu mamá, sino que ella lo inventó para salvarnos: como ella no está enamorada cree que eso nos salva. ¿Me equivoco? Esta carta es una conversación contigo, en tu ausencia, y por eso es deshilvanada e intranquila, como cuando hablamos con el temor de ser sorprendidos.

¡Qué felicidad que nuestro amor fuera el único, que después de él se acabara todo!

El día del santo de Amalia (15) tuve una alegría y una tristeza: la de sentirte cerca de mí y el convencimiento tuyo de que esto acabaría. ¿No es horrible? Otro día hablaremos de eso, de eso que siempre hablamos, porque tú no me quieres lo suficiente para pensar que seré el único y porque somos lo bastante cobardes para no abandonarnos a la delicia del presente. ¿He hecho mal en decir delicia? Hice un poema, un poco de sangre en palabras quiero que sean mis poemas. Te los entrego a ti, que te amo más que a todo. Esos poemas sé que no serán gustados por nadie, y sólo después de muerto alguna muchacha y algún Octavio remoto se conmoverán con ellos. Unos lejanos hermanos nuestros. El final de esta carta está en tus labios y en mi deseo de que pienses en mí. No continúo por temor de cansarte con mi letra.

Te amo, Helena mía.

Octavio

 

5 | 22 de julio

 

Helena:

Sólo una duda –entre las muchas en que me ahogo– me atormenta en este momento: si tú también me escribes y me amas; si mi amor es tan fuerte, tan poderoso, que sea capaz de hacerme inolvidable. Ese grito de Estrella en medio de la calle, entre admirado y asustado, un grito seco y molesto, me ha llenado de amargura. (16) ¿Es que siempre, hasta el día en que sonrías para mí, y no te fugues de mi cuerpo sin la promesa tácita de volverte a ver regresar, hemos de estar vigilados por conciencias extrañas? ¿Qué mi amor no puede ser transparente, claro, sencillo? ¿Tus labios siempre han de estar amargos por la conciencia del pecado o de por la solicitud de estrecha gente que ya no nos puede entender? Estamos en los Días de Tus Labios, en los días de Tu Dulzura, y nos hacen, de pronto, presente que todo tiene que acabar, que habrá un día que será el Día Lejos de Tus Labios.(17) ¿Su amorosa solicitud, su bondad no se abrirá jamás a la comprensión(18)? Te he dicho que ellos obran de acuerdo con el deber, de acuerdo con las ideas, con la espantosa rigidez de la moral; quisieran que el hombre –ese puñado de angustia– fuera una suma, una serie de líneas, una máquina de virtud. No tienen la conciencia del pecado –ni siquiera el temor o el amor del pecado– sino la idea del deber, porque ellos no pecan jamás se salvarán, porque no serán capaces de derramar lágrimas verdaderas y luego reírse de sus propias lágrimas. Esta capacidad, este genio terrible que nos hace sumergirnos en la sangre de la vida, es lo único que nos purifica verdaderamente. Lo demás es estar ligada a cosas ficticias, es vivir entre sombras, entre ideas puras. ¿Qué saben del hombre, si sólo conocen la superficie de su conducta y no su sentido profundo? ¿Qué del diabólico ángel que llevamos y que nos exalta? Pues lo importante no consiste en saber cómo se es, sino por qué se es como se es. Ellos se quedan en la manera, en la conducta visible, en la máscara que oculta la sangre turbia y apasionada. Y tú, de pronto (sé que esta noche te pasa lo mismo) también me odias, porque te recuerdo tu humanidad; cuando me aborreces porque tengo razón –una miserable razón– soy feliz, porque eres mi Helena, una mujer que vibra y ama y es capaz del bien y del mal (yo no te quiero demasiado buena, sino humana); no así cuando crees que no te convengo. Estoy más seguro de mi amor, del poder de mi amor, de mi hombría, cuando me odias porque te cuido o porque te inclino a la vida. Quiero que escribas cuando yo te escribo y que seas amante con mi amor; que pienses en mí, como yo pienso en tus labios y en tu pelo, un pelo que es como un verano encendido en llamas maduras, serenamente exaltadas. Y mis manos han de hundirse en tus cabellos, en la nuca de donde nacen, con cierto misterio, como todas las cosas de la tierra verdadera, a la que te quiero aproximar. No quiero que vivas un sueño mediocre, sino que te sumerjas en la realidad alucinada; quiero que te fugues de la costumbre que mata el alma, y que cada día sea para ti un nuevo día, así te pierdas para siempre. Un amor siempre es un amor definitivo; quiero que tengas la impresión de lo definitivo y que olvides todo deseo de transar con la realidad. Por eso mismo me atormenta la confusión de tus sentimientos y lucho entre dejarte –un dejarte definitivo, te lo juro– y tenerte para siempre. Porque no me resigno a perderte es por lo que tú no me amas totalmente; el día en que la vida y mi amor giren alrededor de una decisión definitiva, sé que me amarás. Pero soy cobarde y prefiero verte todos los días con angustias y pequeñas alegrías.

El día del concierto de Beethoven oí el Claro de Luna estremecido: te sabía allí, enmedio de la danza de llamas de la música,(19) y sabía que llorabas. Estaba cerca de ti, embriagándome de tu embriaguez, lejos de tus manos que se retorcían y de tu pañuelo convulso. Ahora tengo tus guantes negros, y sé que tú no me escribes; que en este momento (las 11 de la noche) no me amas. Mañana, cuando llega a la casa, sabré si sólo es un sueño desdichado todo.

He abierto la ventana, y beso tus guantes. En este escritorio un día sollozé mi vida inútil, mis versos amargos y desesperados. Ahora sueño en ti, amor mío, sangre elegida por mi sangre. He releído lo que te había escrito antes, en los días de mi amor inicial: hablaba con timidez, ahora mismo lo hago así. Te digo, Helena, que ya entonces te amaba, pero no como ahora. Ayer mismo te amaba de distinta manera y pienso que así me acercas a Dios, a través de tu carne, de tus labios. Soy cada día más desnudo, vale decir, más puro.

¡Qué mal escribo! Mi letra es imposible, porque todo lo hago de primera intención. Odio la gramática y la escritura. Mañana mis letras serán signos miserables y mis palabras retórica. Quisiera escribir en acciones, en caricias: cada letra un acto,20 una intención de realizarme. Perdóname que te haga sufrir. Ámame, pero si eres feliz sin amarme, déjame. Yo me puedo hundir o salvar, pero tú debes ser feliz. Beso tus manos al besar tus guantes, y tu boca al pensar en tu sueño tranquilo.

Octavio

 

6 | 23 de julio

 

Los padres Garro deciden meter a su hija a un internado de monjas a partir del 30 de julio. Las vehementes cartas del muchacho sobre la naturaleza “satánica” del deseo, lleva a la pareja a discusiones sobre la moralidad que, en el caso del joven, están salpicadas por el Nietzsche que leía con fervor en esos meses. Las cartas, que al parecer leen los padres, no colaboran a serenar los ánimos. La lectura de las cartas, en diálogo con los poemas de Bajo tu clara sombra (en especial la sección “Primer día”, 13:48-55) y de Raíz del hombre, así como la serie en prosa “Vigilias. Diario de un soñador” (13: 137-178), se enriquecen mutuamente. La primera lección de su ars amatoria es que el hombre y la mujer se besan para alimentar la vida: “de ese beso nace un mundo, nace todo”, dice, apropiándose de una reflexión de Novalis, “el primer beso que damos es el inicio de la filosofía, el origen de un mundo nuevo”, que a su vez viene de Goethe: “Cuando dos se aman ya son una tribu”.21 La idea se convertirá en creencia profunda de Paz, la que proclama Piedra de Sol: “el mundo nace cuando dos se besan” (11, 226), frase crucial de su adanismo. Pero… ¿cómo va a nacer ese mundo entre tantas dudas y resistencias? ¿Cómo unir labios y sangre y ramas y savias, cómo practicar los ritos sagrados si los cuerpos-altares se resisten? Las cartas lamentan la resistencia de Helena al contacto físico y los poemas la deploran. “No quiero que pienses en mí con repulsión, como pecado”, insiste. De no lograr el traslado del sueño a la vida real, razona, se convertirá en una pesadilla destructora y, en vez de ser los nuevos Adán y Eva, serán los despojos del atroz Caín. Una y otra vez le explica que “la carne no es baja, ni sórdida, ni triste: de ella, dichosamente, estamos hechos”…

 

Helena:

 

Tu carta ha sido leída. Quisiera escribirte un poco impersonalmente, con toda frialdad. Eso querría decir que soy capaz de recobrar mi yo, mi razón, en medio del torbellino. Sería, en verdad, una deliciosa carta, la carta de un amigo lejanamente interesado, con un amor sereno, como cuando te pedía (en una carta que nunca te entregué) estar más cerca de tu ternura. Pensaba entonces que la pasión nos envolvería armoniosamente en un amable vértigo; creía en la mediocre felicidad de amarte con esperanzas. Ahora tengo la felicidad de amarte sin ellas, abandonado a tus labios, a tu adorable maldad, a tu bondad. Mi ex-Helena siempre será mi Helena, y su grande amor seré yo. Hemos sido demasiado ingenuos y de aquí proviene el castigo: pensabas en el grande amor y quizás él pasó junto a ti (se llamaba Carlos o Juan, probablemente Octavio) mientras esperabas el pequeño amor.

¡Qué trabajo me ha costado escribir esto! Estaba casi tranquilo, pero al releerlo, agotado por unas cuantas palabras, he sentido dolor. Dolor, a secas, un inexplicable dolor. Cuando leí tu carta me conmoví: te amé más. Después volví a leerla, fríamente. Lo que adiviné en ella fue la confusión de sentimientos en que vivimos. Nuestra razón (nuestra moral, la decencia aborrecible) es la causante de todo. ¡Qué obscura es la conciencia del hombre! No la que tú mencionas (esta es tu conciencia superficial, es tu decencia, tu bondad que no amo) sino la verdadera, la que hace que me beses con deseos de dejarme, la que me ata a ti como un definitivo destino.

Los tiempos en que podía llorar como si fuera Felipe(22) están lejos de mí, pero pueden regresar mañana. Porque te amo puedo un día descansar en ti, sin deseos, tranquilamente. Pero que esa ternura filial no tenga nada que ver con la decencia, con la moral. No quiero que pienses que tu sinceridad me hiere: tu desnudez no es completa, porque en nosotros se agitan fuerzas obscuras, que no nos atrevemos a revelar, que nunca hemos visto. Cuando regresas de la vida que te doy, entonces te arrepientes y te hundes en lo otro. Sufro mucho con eso. Quise que esta carta fuera ordenada, pero es imposible. Regresas de la vida, traicionas a la vida, a tu amor por mí. No amas en mí al de antes, sino al de ahora, y por eso tus labios desesperados se unen a los míos. En realidad nosotros ya no tenemos nada que explicarnos sino a la hora amarga de la soledad, en la que pensamos en el amor ido. ¡Terrible y desoladora fugacidad de la gracia, del amor! El domingo antepasado fui al panteón, a ver a mi padre, en quien no pensaba (23). Regué la tierra para que hubiera flores y levanté una humedad tierna de ella: allí lloré dulcemente (como un día lo hubiera podido hacer en tus hombros), cuando salí del panteón supe que habíamos de morir, pero después de haber hecho algo. La muerte era una realidad casi placentera, y me hablaba de cosas que no se corrompen en el deseo. Ya ves que te hablo como un amigo, casi como un hermano.

Ahora (cada día de ausencia lo aumenta), estás lejos de mí. Te recobra tu familia, y te pierdes a ti misma. Pierdes la posibilidad de perderte, dirás. Me siento casi sin fuerzas, pero tranquilo. He logrado conmoverte, arder un minuto contigo. Pero –ya en plano de confesar– te digo que ese camino no es el de la felicidad, sino el de la comodidad. Ese camino es una traición a ti misma, a tu bondad y a tu maldad, a lo más sagrado de ti. Te entregas ahora a la normalidad, a las costumbres. Puede que nunca más pruebes la vida siempre nueva de la pasión. El grande amor es éste, nuestro, que odias porque te revela lo que tu asustadizo deber no quiere conocer: somos un pedazo de pecado, pero esa es nuestra grandeza. Dios está a través de tu carne, de tus labios (24). Esta carta será leída con frialdad, pero quiero que te conmueva para que seas más auténtica. Vives a veces de fantasmas, como Deba [sic](25). Nunca has jugado conmigo, sino con tu propio corazón. Tu corazón es el que ha sido traicionado, no el mío. Yo puedo morirme, desaparecer de tus ojos amados, ser un recuerdo solamente, pero ese recuerdo te dirá de tu humanidad dolorosa, te dirá de que no eres la que piensas o la que quieres ser, sino una Helena escondida que se te reveló de pronto, en una ráfaga, una noche, cuando te abandonaste a mis brazos. Esa revelación de tu yo escondido –el yo que amo, ni malo ni bueno– sólo la pudiste tener conmigo, con tu nada dulce Octavio. Esta es la luz de verdad que te puedo dar. Ten valentía en tus sentimientos. Ama la decisión, la vida desnuda de tu alma. No aspires a la felicidad, si en verdad quieres algún día estar cerca de Dios. Tu papá (26) te debía hablar de esto, pero es muy difícil que se tenga el valor de empujar a una hija amada a la infelicidad. Quiero que en tu carne perecedera vibre la voluntad de acercarte a Dios. Y eso sólo es posible por lo que tú llamas pecado, que no es (se acabó la tinta) sino la conciencia de nuestra miseria humana.(27) Todo esto es un poco impropio en una carta de amor. Pero nuestro amor –el que te tengo y el que me tienes a pesar de ti– se ha de ver iluminado por su bondad terrible. A veces Dios se nos aparece con rostro de demonio, como me aparezco yo ante ti. Es falso que me beses para castigar tu maldad –tu inocente maldad– que no me ama. Luchan en ti el amor tranquilo y confesable que me quisieras tener y la satánica fuerza que une nuestros labios. Luchan tu amor feliz y tu grande amor. Sólo que tú llamas tu grande amor al amor feliz, al pequeño. No es tu moral la que, como expiación, hace que, fugazmente, te abandones a mí, sino tu profundo amor a la vida. Es una lucha entre tus sueños ingenuos y la desesperación de morir abrazada a otro cuerpo. Tu moral, tu deber, vienen después, cuando te reintegras al mundo cotidiano.(28) Todo esto es un esfuerzo desesperado de lucidez, que me ha costado sangre y amargura, pero también una felicidad divina, porque he sentido el soplo de Dios en mi agujero de maldad y de egoísmo. Tus palabras quedan atrás y sólo sale de ti tu angustia, por la que te amo ahora, en Dios, en la comunión de Dios. Ojalá su frescura bendita baje a tu alma y te reconcilie con la verdadera vida, que está en mí. Ahora estoy gozoso, gozoso de mi amor por ti, que ha trascendido de ti, que me hace amar al pecador que soy, y a la vida, toda temblorosa, ardiente, en mis manos, estas manos que no olvidarán jamás las tuyas. Que mis palabras te iluminen, te hagan mejor, es mi único deseo. Sólo así podrás reconciliarte contigo misma, con esa Helena llorosa, olvidada, que sepultas cada vez que no me amas. ¿Ves cómo tu conflicto radica en que me amas a pesar de ti y no al contrario? Este Octavio no es más que una máscara, un hombre obscuro que se morirá, pero en él –en toda su pequeñez, de la que ahora estoy orgulloso– se realiza la congoja de otra alma, apasionada. Quiero que me leas a solas, con toda la posible humildad de que seas capaz. Sin prejuicios. No sé si recibiré carta tuya mañana, pero ya casi no lo siento, porque tu amor me ha hecho más bueno, más humilde.

 

No he contestado a tu carta. No podría hacerlo. Sé que sin embargo amas a la vida. Tu temor del camión no es el tonto temor a lo cursi, a la coquetería, sino al profundo amor que te tienes. Eso me enorgullece. No serás jamás una coqueta, ni te casarás con un pelele, pero aunque así fuera, ya lo puedes hacer sin temor, porque un día de tu vida te abandonaste con verdad, contra tu idea del amor, al amor grande.

Ahora sí podría ser nuestro Felipe. No te creas demasiado a ti misma. Yo hago lo mismo. Le tengo desconfianza a mi razón, a mi deber, al engañoso deber que me traiciona. Esta ya no es una carta de amor banal, puesto que me confieso contigo. Un día te hablé del amor como educación, otro del amor como pasión: ahora lo hago como comunión con Dios, a través de tus labios. Quiero que florezca tu cuerpo, tu alma, que se te revelen las fuerzas satánicas que tenemos dentro. Son divinas, no satánicas.(29) Pero la felicidad, la comodidad de los hombres las ha enmascarado. Quisiera darte algo de mi felicidad actual, de mis tranquilas lágrimas. Todo te lo debo a ti, por ti soy como soy. Quisiera verte. Besarte. Llorar contigo. Ser feliz, con la felicidad verdadera, no con la otra de que te he hablado. Vi a Estrella. Quiero que ella también sea feliz; lo mismo Deba [sic]. Ahora amo a todos, porque tú me has rescatado de la soledad y de la amargura. Esta carta se prolonga. Mañana, aunque tú no me escribas, yo lo haré. Te amo sin esperanzas ¿no es la mejor manera? Eres mi Amiga, pero también mi Esposa, y la mujer que amo. Nada de ex, ni de amar por deber. Te amo y puedo morir. Debo morir. Te amo. Siempre tuyo

Octavio

 

Notas: 

1 Primera versión del que aparecerá con el numeral vii en los “Sonetos” de “Primer día” (13:53). Luego, con mayores variantes, lleva el v entre los “Sonetos” de la edición revisada de Bajo tu clara sombra (11: 28).

2 “Sueño del marinero”, de Marinero en tierra.

3 “El ángel de los números”, de Sobre los ángeles.

4 Las Obras completas recogen este soneto dos veces, en ambas despojado del título. Lleva el numeral III (de V) en la serie “Sonetos”, de la sección “Primer día” (11:27) de Bajo tu clara sombra (cuya primera edición –México, Nueva Voz, 1941– no recoge esos sonetos). Después figura con el numeral V. (de IX) entre los “Sonetos” de Primera instancia (13:52). Esas versiones posteriores presentan múltiples variantes con el manuscrito aquí citado.

5 En 13:53, el verso final cambió a “tu carne da su enamorada suma”; en 11:28 cambió de nuevo: “tu cuerpo da su enamorada suma”, ajusta la métrica y apuesta por un lenguaje más directo. En estos primeros poemas, lo habitual es que la carne se metonimice en cabello, hombros y espalda.

6 Sobre las creencias profundas de Paz véase Los idilios salvajes, pp. 25 y ss.

7 En el citado poema “VI” (13: 62) se lee: “¡qué lentos aires tibios nos devoran!”

8 En “Vigilias I” (13:142), fechadas en agosto de 1935, escribe: “Vértigo inmóvil que nos disuelve, que nos mata y resucita, hundiéndonos sin remedio en blandos abismos, en torbellinos mansos, hasta tocar la muerte.”

9 En el poema “VI” (13: 61) se lee:
¿dónde tu voz, tu nombre mismo, dónde?,
¿dónde nosotros, tú, si solo somos
en la música un poco de ternura?

10 Alude de nuevo a La destrucción o el amor, el libro de Vicente Aleixandre, que había aparecido en España ese año.

11 Otra creencia profunda: para el enamorado cada día es siempre el “primer día”.

12 Se refiere, supongo, al infierno conyugal originado por el alcoholismo y la promiscuidad de su padre. Sobre esto puede verse mi ensayo “Padre a la puerta”, en Habitación con retratos (p. 175).

13 Ese “Carlos” puede haber sido Carlos Madrazo, compañero de Helena en la Facultad de Filosofía. Pedrito Miller era su “primo americano”, dijo alguna vez Garro.

14 Estrella Garro, la hermana menor de Elena, a la que llama “Estre”. Su otra hermana, Devaki, llamada “Deva”, un año menor que Elena, se casaría con el pintor Jesús Guerrero Galván.

16 La hermanita de Helena al parecer ha pillado a los novios en la esquina, dedicados a sus devaneos.

17 Los labios de Helena, y los de su novio, aparecen una y otra vez en los poemas del periodo, como metonimia preferida de los cuerpos, “tu piel, toda de labios/ resplandeciente tacto de caricias” (poema vi de la edición Simbad de Raíz del hombre).

18 Se refiere a la familia Garro.

19 Esta sinestesia música-fuego es perdurable hasta Blanco (1967). En “Vigilias iii” Paz se refiere a ese concierto y al poder de la música sobre su amor: “Yo estoy ligado a ti, entre otros vínculos, por el de la música…”, escribe, “La sala estaba obscura, callada. Desde antes estaba extrañamente conmovido porque íbamos a envolvernos en una misma música y a respirar las mismas notas, tiernas o ardientes” (13:166).

20 Otra creencia profunda: las palabras son actos. En Libertad bajo palabra (“Eralabán”), entre los enamorados, las imágenes “cristalizan en actos”; en “Himno entre ruinas” aparecerán las “palabras que son flores que son frutos que son actos”, etcétera.

21 Lo de Novalis viene de Les disciples à Saïs et les Fragments, p. 69; lo de Goethe aparece en el canto xiv de Erotica Romana. Siglo XXI Editores ciudad de méxico, 1935 55

22 “Felipe” es el hijo que Octavio y Helena avisoran. Creo que, por las lecturas del periodo, la pareja eligió a Felipe, el precioso niño que aparece en Las cuitas del joven Werther (entrada del 27 de mayo), que provoca en Werther y Lotte la fantasía de tener un hijo. Según Joseph Campbell, es propio de la narrativa de individuación imaginar, luego de la boda sagrada, el nacimiento del hijo héroe (en Mythic Worlds, Modern Words, p. 8).

23 Supongo que le faltó completar la frase con “hacía tiempo”, o equivalente. Se recordará que el abogado Paz Solórzano había muerto trágicamente el 10 de marzo. No deja de ser significativo que en esa párrafo Paz pase del hijo deseado al padre difunto.

24 Paz glosa el séptimo “Himno” de Novalis, el llamado “Himno a la Cena” del Señor [Hymne. “Wenige wissen…”], de las Canciones espirituales: “sólo quien bebe el aliento de la vida de unos labios tibios y amados” entiende el “significado divino” del amor de Dios.

25 En carta anterior conocimos a Estrella Garro, ahora aparece Devaki, a quien la familia llama Deva.

26 El asturiano José Garro Melendreras pertenecía a una sociedad teosófica y algo sabía de las religiones de la India. Según la memoria de su hija, a veces es contador y a veces arquitecto. Paz lo estimaba. A la madre Navarro Benítez la aborreció tanto como Elena Garro a la madre de Paz. En una carta futura Paz le escribirá a Helena que está al tanto de “dos o tres pasiones permanentes: el odio que me tienes, el amor que me tienes, el rencor a mi madre.” Cuando murió la madre Garro, Paz escribió “Epitafio de una vieja”, que aparece en Ladera este (11:356), donde se compadece del padre Garro, en cuya tumba entierran a su esposa. Era “una bruja”, le escribe a Carlos Fuentes el 5 de noviembre de 1968.

27 Ideas muy cercanas al Nietzsche de La genealogía de la moral (capítulo 7 del “Tercer ensayo”). En las “Vigilias iii” (13:168), escritas en estos tiempos, Paz menciona ese libro.

28 Sigue con La genealogía de la moral, sección 18 del “Tercer ensayo”.

29 Piensa en el daemon socrático-platónico (Simposio, República), pasado por el Nietzsche de La gaya ciencia (Libro iv: 340 y 341); o bien, en el Satán que aparece en sus lecturas anarquistas juveniles: Proudhon (en Idea general de la revolución) y Bakunin (en Dios y el Estado): para ambos Satanás es “el primer librepensador”, imagen de la libertad rebelde y guía de la futura libertad femenina. (Giosué Carducci y su famoso “Himno a Satanás” sostiene lo propio en verso, lo mismo que William Blake, y Shelley y tutti cuanti…) Lamentablemente para su causa, ni Helena ni sus padres le encuentran virtudes a ninguno de los dos Satanes.

 

FOTO: Octavio y Elena Paz en 1937 / Crédito: Tomada del libro “Yo sólo soy memoria. Biografía visual de Elena Garro”, Ediciones Castillo, 2000

« »