(Te invito a mi fiesta el próximo viernes a las 14:00 hrs.)
HERNÁN BRAVO VARELA
Cumpleaños de Roberto Luna Aceves.
Tercero de primaria y ocho años.
Showbiz Pizza, payasos, confeti, espantasuegras.
Nuestras madres hablaban y fumaban
sin mirar a sus hijos en el área de juegos:
unos se zambullían en la alberca
de pelotas de plástico, los otros
devoraban su séptima
u octava rebanada de pastel,
y uno más estaba por marcharse
con un desconocido.
La madre de Roberto se dio cuenta
y logró rescatarme justo a tiempo,
muy cerca de la caja.
Ya no recuerdo ahora
si al tipo lo llevaron al ministerio público
o si emprendió la fuga como yo
—que me encerré en el baño,
me tapé los oídos,
cerré los ojos
y esperé a que la fiesta
(o el eco de la fiesta) se apagara,
el sonido improbable de un portazo
y un coche en movimiento que se aleja.
(Sol en un cuarto vacío, 1963)
En el último cuadro de Edward Hopper
hay un cuarto vacío.
Salvo por dos paredes, bañadas por un sol
invisible que asoma desde una
ventana que sugiere el borroso follaje
de un árbol más borroso todavía.
Las paredes comparten
una esquina de sombra.
En ese cuadro,
las personas no tardan en venir. Están
por arrojar los sobres de la correspondencia
bajo la puerta, están
por tintinear las llaves
en un bolsillo, están
por hacer la mudanza
o clausurar la casa.
De un momento a otro.
Pero nada se oye, ni las ramas
del árbol que golpea los cristales
de la ventana, el viento
que agita aquellas ramas.
Lo inminente
es una conjetura
de lo que pasa ahora, sin nosotros:
los que, parados fuera o dentro de la casa,
dudamos un momento en entrar o salir
nuevamente, por si olvidamos algo
en un lugar que no se nos olvida.
Estamos con las llaves
en la mano, mirando hacia el vacío. Estamos
inmóviles, de pie, frente a la puerta
que volveremos
a abrir para cerrar de un momento a otro.
*
Si en un cuarto vacío miráramos de frente,
estaríamos en ningún lugar.
Por eso no podemos ver el sol
en Hopper, y por eso proyectamos
una sombra que no podemos ver
a menos que se baje la mirada.
Como la esquina de las dos paredes
en ese último cuadro,
que cuelga en una esquina del museo
con luz tenue.
El guardia está detrás
de la mampara, inmóvil,
sentado, y una gorra le cubre la cabeza.
Las llaves cuelgan de su cinturón
y apenas tintinean al contacto
con el muslo.
El guardia está detrás
de algo, pero no se sabe qué.
(Una gorra le cubre la cabeza.)
Tal vez detrás de abrir y de cerrar la sala
de martes a domingo.
Mientras tanto, no sabe
sino esperar, qué mira la gente en ese cuadro
sobre un cuarto vacío.
Como Hopper.
Cuando le preguntaron qué buscaba
con ese cuadro, dijo: “Me estoy buscando a mí”.
Salimos del museo.
La luz nos encandila por algunos segundos
y, a mitad de camino, se nos olvida dónde
pegaba el sol en ese último cuadro,
si el árbol era un árbol o un arbusto.
Estamos por llegar a casa de un momento
a otro.
Galería Nacional de Arte, 13 de enero de 2008
Washington, D. C.
¿Qué leer de Hernán Bravo Varela?
El poeta, ensayista y traductor nacido en 1979 ha publicado, entre otros libros: Prueba de sonido. Antología personal (1997-2012) (Posdata), Sobre-naturaleza (Pre-Textos), Comunión (Ediciones del Ermitaño), Los orillados (DGE-UNAM). Su nueva obra, Hasta aquí, será editada próximamente por Almadía.
« El hombre es un extraño animal Nicolás Gómez Dávila: Toda solución es falsa »