Teatro Bárbaro de Chihuahua
POR JUAN HERNÁNDEZ
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La tragedia Ricardo III, de William Shakespeare, inspiró la creación colectiva de la obra Yo tenía un Ricardo hasta que un Ricardo lo mató, con la compañía Teatro Bárbaro, de Chihuahua, que pone sal en la herida de un país asaltado por la violencia, el uso desproporcionado del poder, la corrupción y la descomposición social.
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Fausto Ramírez −codirector del grupo A la deriva teatro, con sede en Guadalajara− fue invitado a dirigir este montaje, que ha resultado ser un experimento eficaz sobre la teatralidad en su sentido más artesanal.
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Se gestó como una propuesta de laboratorio, en el que los actores pusieron su capacidad histriónica y experiencia de vida al servicio de la escena, a la que dotaron de una veracidad impactante y expansiva.
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La obra, sin embargo, requiere de un espectador dispuesto a colaborar con su capacidad para imaginar; pues es ahí, en la mente de quien observa y escucha las palabras de los actores, en donde se lleva a cabo la acción, toda vez que en esta propuesta, los histriones son sólo detonadores del mecanismo que tenemos para recrear mentalmente: paisajes, personajes, atmósferas, colores, olores y movimientos (acciones).
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El espacio de la acción teatral se traslada, de manera casi exclusiva, a la capacidad de imaginación del espectador; y en ese sentido, se produce un efecto activo y crítico en la toma de posición de quien acude al teatro, frente a lo que se le propone artísticamente.
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Los actores escribieron, cada uno, el texto que les corresponde interpretar a manera de monólogo. Las historias que narran son testimonios que han vivido. La acción es mínima, pero el poder de las palabras y la estructura de las historias son como ese golpe certero de sotol —la bebida embriagante de los chihuahuenses— que, dicen los que vienen de aquel estado norteño, “sirve para abrir conciencias”.
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En realidad poco hay de la tragedia de Shakespeare de manera literal. No se trata de una puesta en escena que recree la época o presente a los personajes del máximo dramaturgo inglés. Sin embargo, la historia contemporánea, la que cuentan los actores y actrices, realiza entrecruzamientos con aquellos problemas de la condición humana que ya desmenuzaba magistralmente el autor de Hamlet.
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Un país ensangrentado por una guerra que ha cobrado la vida de miles de personas y que no parece tener fin, el aumento de las extorsiones y cobros de cuotas a los pequeños empresarios, los asaltos, los secuestros, los asesinatos por homofobia, las mujeres desaparecidas, violadas, asesinadas y abandonadas en el desierto, y el sometimiento de los campesinos, quienes para supervivir deben sembrar y cosechar mariguana en lo que antes fueron campos productores de alimentos en la Sierra Tarahumara, conforman el relato de la obra Yo tenía un Ricardo hasta que un Ricardo lo mató, de la compañía chihuahuense Teatro Bárbaro.
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Se trata de un teatro de testimonio, documental, en el que los actores dialogan con la comunidad en relación con hechos violentos que han asaltado su vida cotidiana: de camino a casa, en el trabajo, en el seno familiar, en el pequeño negocio que se viene abajo ante el acecho de los sanguinarios miembros del crimen organizado y el acosos de las corporaciones de seguridad pública, a las cuales los ciudadanos temen por igual.
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Ricardo III es en esta puesta en escena una metáfora de la descomposición social, de los abusos del poder, de la indefensión de los ciudadanos de a pie, de los homosexuales y las mujeres que cada mañana, al salir de sus hogares, no saben si volverán a ver a sus familiares.
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En ese sentido, como metáfora, sí podemos ver a ese personaje shakespeareano: sanguinario, cuya única meta es alcanzar el poder. Ricardo III es el cáncer social que los actores denuncian, frente a espectadores que poco a poco, y sin saber cómo, van dejando la comodidad de sus butacas para subir al escenario y tomar un lugar alrededor del actor que narra y trasmite con su cuerpo un hecho violento.
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La palabra provoca, como el golpe de sotol, que se abra la conciencia del espectador, para abrazar la tragedia ajena que es, al mismo tiempo, la propia; a través de un tipo de teatro que renuncia a la parafernalia y se apoya, con brutal eficacia, en el testimonio.
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Son varios monólogos que se entretejen y constituyen el relato, cuyo sustento se concentra en la tragedia cotidiana, que persigue y logra hacer eco en aquel Ricardo III, de William Shakespeare, en donde el poder es el fin y el medio para alcanzarlo pasa por encima de la dignidad, el valor de la vida humana e, incluso, de los lazos de sangre.
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Rosa Peña, Rogelio Quintana, Tania del Castillo, Miguel Serna, Yaundé Santana, Fátima Íseck, Jessica Verdugo e Iván Mena son actores llevados al límite, al hacerles trabajar con su propias experiencias de vida y sin la protección de la piel de los personajes de la literatura dramática convencional. Son ellos contando su propia vida, la de su gente, ciudad, estado y país. No hay complacencia para el actor, desnudo en cuerpo y alma, para trasmitir, como una ráfaga, su experiencia.
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No hay más. El escenario, en esta propuesta dirigida por Fausto Ramírez, vuelve al origen: ser el espacio en el que se reúne la comunidad para dialogar sobre lo que le resulta esencial y urgente. Así es el teatro bárbaro del norte.
FOTO CORTESÍA INBA
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