Lorena Maza, una vida en el teatro mexicano

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A punto de estrenar la Orestiada de Esquilo, en versión de Robert Icke, la directora defiende la vigencia de las tragedias del teatro clásico y muestra su entusiasmo por las nuevas generaciones de creadoras

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POR JUAN HERNÁNDEZ
Lorena Maza sale apresurada del Teatro El Galeón. Atraviesa, como ráfaga, el estacionamiento del Centro Cultural del Bosque. Con la adrenalina en su nivel más alto, la mirada de la artista refleja el efecto de la revelación, conseguida a partir de la creación escénica. El ritmo vertiginoso del ensayo de la Orestíada, de Esquilo, adaptación de Robert Icke y traducción de Pilar Ixquic Mata, la arrebata. En ese estado de éxtasis platica sobre el quehacer teatral, esa forma del arte en la que ha hallado el sentido del mundo.

 

La directora, nacida en la Ciudad de México en 1965, ha dirigido alrededor de media centena de obras de teatro, entre ellas El amante, de Harold Pinter; Las mujeres sabias, de Molière; Los enemigos, de Sergio Magaña; Ágata, de Marguerite Duras; Yo soy mi propia esposa, de Doug Wright; Usted está aquí, de Bárbara Colio, y Rojo, de John Logan. Además de estar a cargo de la dirección de escena de óperas, entre las que resalta Santa Anna, con libreto de Carlos Fuentes y música de José María Vitter.

 

Estudió Literatura Dramática y Actuación en Francia, así como dirección escénica en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM. Desde muy joven tomó un lugar preponderante en la dirección teatral, un campo de trabajo dominado por figuras masculinas. Con su maestro Ludwik Margules fundó el Foro de la Ribera y el Foro Teatro Contemporáneo, consolidándose como una de las mujeres de mayor trascendencia en el desarrollo del teatro mexicano; sobresaliente también en la docencia, la producción y la gestión cultural al frente del Centro Cultural Helénico, la Compañía Nacional de Teatro y de la Dirección de Teatro UNAM.

 

De carácter firme y presencia avasallante, Lorena Maza se entrega y obsesiona con el proyecto que tiene entre manos. En este momento no hay algo que no se relacione con la puesta en escena de la Orestíada, que lleva a escena con los actores Laura Almela, Emma Dib, Abril Pinedo, Renata Ramos, Inés de Tavira, Evangelina Martínez, Mauricio Davison, José Carlos Rodríguez, Cristina Magaloni y Luis Miguel Lombana.

 

Se trata de la única trilogía (Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides) que se conserva del teatro griego, escrita por Esquilo aproximadamente cinco siglos antes de nuestra era. En ella se narra el asesinato de Ifigenia a manos de su padre Agamenón para conseguir la conquista de Troya; la venganza de la madre, Clitemnestra, quien mata al soberano; y, finalmente, Orestes cometiendo matricidio, instigado por Electra, quien busca justicia por el homicidio de su padre. Orestes es llevado a juicio y la diosa Atenea lo exonera.

 

“¡Feminicidio!”, exclama Lorena Maza con vehemencia. La sentencia que exime a Orestes del crimen cometido es el gran dilema que trastoca el pensamiento, las emociones y cuestiona el sentido de la justicia.

 

“Hemos debatido mucho nuestra posición frente al juicio y la exoneración de Orestes. Finalmente entendimos que esa es la manera en que Esquilo resuelve el proceso. Cuando hacemos la versión contemporánea de esta tragedia, la situación se nos revienta en la cara diciendo: ¡No podemos seguir así! Esquilo lo hizo con un afán conciliador, se tenía que acabar con la ley del ojo por ojo, para dar paso a una ley ejecutada por un tribunal conformado por los ciudadanos: la polis”.

 

Lo fascinante de esta obra es que plantea una nueva forma de la política y un sistema de justicia en la que los ciudadanos toman consciencia, haciéndose responsables de sus acciones. “Es una tragedia doméstica y una tragedia política. Siempre habrá un Orestes, siempre va a existir una Clitemnestra; van a seguir existiendo los crímenes pasionales porque es condición humana. El tema es: cómo nos hacemos responsables de estos crímenes, cómo ejercemos la justicia, o no. Los personajes de la tragedia son arquetípicos y tienen un sentido, la de evitarnos a nosotros hacer lo que ellos hacen”.

 

La adaptación de Robert Icke busca pasar de la justicia divina a la justicia del hombre. Y aunque Esquilo plantea ya el tribunal de la polis, del pueblo, éste es presidido por la diosa Atenea. Icke, por su parte, contrarresta esa característica religiosa de Esquilo, evitando hablar de los dioses, o del oráculo.

 

“Icke menciona al piso de arriba. Al oráculo le llama el comunicado que viene de arriba, léase el poder. Para los griegos los dioses eran el poder máximo; y hoy por hoy el poder de facto lo conforman el poder económico, el político y el militar, coludidos. Los móviles de la guerra siguen siendo los mismos. El rapto de Helena es un pretexto para atacar Troya. Lo que realmente les importaba era tener paso para el comercio con Asia menor, igualito que hoy. La polémica de esta tragedia griega radica en la exoneración de Orestes por parte de Atenea. En la versión contemporánea de Icke el veredicto se somete a votación, él quiere que la mayoría decida. El resultado es un empate y la jueza tiene el voto decisivo. Se toman en cuenta las atenuantes. Orestes no quería matar a la madre, hay otras fuerzas que lo impulsan a hacerlo y aunque lo declaran inocente, el personaje queda devastado”.

 

La puesta en escena de Lorena Maza inicia con un Orestes contemporáneo frente a una sicoanalista. Él no quiere recordar lo que pasó y al hacerlo desata la acción. Por más que trata de evitarlo llega al momento en el que mata a la madre.

 

¿Basta la consciencia de la culpa como condena, cuando en la actualidad algún feminicida declara que si lo liberan volvería a matar mujeres?

Por supuesto que no. Hemos debatido esto por horas. Por supuesto que no es nuestra postura y lo dejamos muy claro. Al final Clitemnestra quiere que Orestes pague, y tiene un discurso de género impresionante: ¿Por qué el asesinato de Agamenón es más importante que el mío? ¿Por qué el asesinato de un hombre es más importante que el de una mujer? Icke deja que el público tome la decisión. Más ya no podemos hacer, al menos que cambiáramos el veredicto, lo que sería una locura.

 

Y seguimos inmersos en estos dilemas.

Idéntico. Los griegos se hicieron las preguntas esenciales y ahí seguimos, como hace 2 mil 500 años, en muchos sentidos. El sistema ya no nos protege, ya no imparte justicia, hay una zozobra generalizada.

 

¿Te cuesta trabajo en la dirección de actores, la contención de las emociones para no caer en el melodrama?

Son tan buenos actores que no es difícil. Para contener primero hay que tener qué contener. Fue un proceso delicioso, empaparnos, leer, leer, leer. Natalia Moreleón, de la UNAM, especialista en griego, nos dio un contexto precioso. Yo puse sobre la mesa una investigación que vengo haciendo desde hace muchos años sobre los griegos, y a partir de ahí empezamos a trabajar las emociones. José Carlos Rodríguez, Laura Almela, Emma Dib, Abril Pinedo, todos somos del CUT. Algunos fuimos alumnos de (Ludwik) Margules. Esta imagen de Margules estuvo muy presente. Él siempre usaba la contención como un poder de expresión brutal. Él decía que era mucho más interesante cómo un actor contiene el llanto, que verlo llorar.

 

El enfoque de género es un asunto que toma relevancia en el contexto actual de México y del mundo, ¿cómo lo asumes en tu quehacer?

En la sociedad griega las mujeres no tenían un lugar preponderante, igualito que ahora. Obviamente que muchas de nostras logramos escapar de ese destino, pero no es así en el sistema de justicia, ahí todas las mujeres que denuncian acoso, violación, feminicidios, se preguntan: ¿Dónde está la justicia? ¿Por qué los hombres siguen matando a las mujeres? Porque no hay castigo, porque no hay justicia.

 

¿Que seas mujer cambia la lectura que haces de la Orestíada al momento de llevarla a escena?

Me considero una mujer feminista, pero creo que la sensibilidad del artista va más allá del género. Creo que un hombre sensible, creativo e inteligente puede hacer un gran montaje de la Orestíada. Yo insisto mucho en el tema de género porque me interesa, pero estoy segura que a ti también te interesa ese tema y es imposible no resaltarlo.

 

Entiendo que el arte no tiene género, sin embargo la dirección de escena fue un campo predominantemente masculino por muchos años y creo que lo sigue siendo. ¿Qué tan difícil fue para ti entrar en este ámbito de la creación?

Tuve la suerte de tener un maestro como Margules, que me dio una formación rigurosa. Fui su asistente durante toda la carrera. Eso me ayudó. Él me endosó. Reconozco que muchas compañeras han batallado más que yo, sobre todo en provincia. Lo que sí te puedo decir es que de jovencita padecí las novatadas que me hicieron los técnicos, hasta que me los ganaba porque sabía trabajar.

 

¿Tuviste que masculinizar tu actitud para imponerte en ese medio?

Fíjate que no. Nunca he sido una directora tiránica o cabrona. Cuando tienes la autoridad y el conocimiento de tu oficio, no necesitas imponerlo. A mí no me tocó hacerme dura, aunque tampoco soy una mujer, digamos, dulce. Mi carácter está quizá más hacia la fuerza.

 

Todavía es limitada la cuota de directoras de escena que hay en México.

Totalmente, fíjate, y ya no tendría porqué ser. Hay muchísimo por trabajar todavía en el teatro con respecto a la situación de género, tanto laboralmente como temáticamente.

 

No pasa lo mismo con las actrices, porque se vuelven fetiches de los directores.

¡Claro! Y si te vas al ámbito de la tele, las actrices son objetos del deseo. Pero como dices, en un puesto de autoridad es más complicado ver mujeres y eso pasa en todos los ámbitos. Pero lo importante no es llegar porque eres mujer sino porque eres capaz. Y que las que son capaces tengan igualdad de oportunidades. Por eso a partir del #MeToo se ha abierto una cloaca fuerte también en el teatro, porque se da muchísimo esta admiración al maestro, al director, y este abuso del maestro y el director a la vulnerabilidad de las jóvenes actrices que llegan queriendo destacar.

 

Ahora que hablas de los grandes maestros del teatro mexicano legendarios, Margules, Mendoza, Gurrola, entre otros, ¿qué piensas del relevo generacional?

Yo creo que hay gente fantástica, a la altura. Los tiempos son otros. Ya no existe esta mística de entrega al teatro porque también son otras las condiciones de trabajo. A Laura Almela, Emma Dib, José Carlos Rodríguez, Luis Miguel Lombana y a mí nos tocó que ellos fueran nuestros maestros. Ahora nosotros estamos en esa posición, no sólo dando clases, sino tomando un rango en las instituciones. Yo vengo de dirigir Teatro UNAM, alguna vez dirigí la Compañía Nacional de Teatro y el Centro Cultural Helénico. Para mí la UNAM es el único bastión del teatro donde todavía tienes ciertas condiciones para hacer creaciones teatrales de grandes vuelos. Creo que la gente está a la altura y una vez más el sistema no, las políticas no.

 

¿El teatro sigue siendo pertinente en este momento de crisis?

Entre más crisis más pertinente es el teatro y más necesaria es la cultura. Creo que en los momentos de crisis es cuando hay mejor teatro.

 

Veo tu entrega al quehacer escénico y no puedo dejar de preguntar si has tenido que sacrificar algunas cosas para desarrollarte en esta profesión.

¡Muchísimas! Familia, amores, no tengo hijos, pero si los tuviera seguramente estarían sufriendo estas últimas semanas. Por supuesto que si no tienes pasión y necesidad de hacer teatro, no lo haces. Nada paga el compromiso y la entrega de un actor o actriz en un proyecto como este.

 

¿Ha valido la pena?

Siempre, por eso lo sigo haciendo. Y siento que es un deber hacerlo. Siempre he pensado que el teatro es, mínimo, para divertir, echar a andar los sentidos; dos, para conmoverte y sentir muchas emociones; tres, para reflexionar, pensar, confrontar; y cuatro, si eres muy chingón, transformar… se, que te lleve a tomar ciertas acciones. Por eso nunca se va a acabar el teatro.

 

Lorena Maza es heredera de la mística y la tradición de sus maestros de teatro: Ludwik Margules, Tadeusz Kantor, Peter Brook, Esther Seligson, Juan José Gurrola y Héctor Mendoza, entre otros. Una pléyade de figuras del teatro nacional e internacional, que le han permitido colocar su nombre de mujer en un campo dominado por varones. Desde esa posición, la creadora es un referente indispensable para la generación más joven de profesionales del teatro mexicano, que buscan el sentido de la vocación y de la pasión, necesario para consolidar lenguajes y estéticas nuevas para hablar desde la escena sobre los misterios del mundo.

 

FOTO: Lorena Maza fue directora de Teatro UNAM y del Centro Cultural Helénico./ Valente Rosas / EL UNIVERSAL

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