Tecnología y porno bélico: entrevista con el escritor Naief Yehya sobre “Mundo dron”
En entrevista, el escritor Naief Yehya habla sobre su libro Mundo dron. Breve historia ciberpunk de las máquinas asesinas, una colección ensayística en la cual habla sobre el canon ciberpunk del cine que, de cierta manera, ha inspirado a las nuevas maquinarias bélicas y cómo, además, nuestra exposición a las redes sociales ha hecho de nosotros seres que se valen de la tecnología para autodefinirse, al punto de que esto ha llegado a trastocar las líneas entre los ámbitos de la guerra y del deseo
POR SOFÍA MARAVILLA
Cuando Mary Shelley escribió su Prometeo moderno a manera de catarsis monstruosa de su solitario genio, no pensó que se convertiría en el génesis de una hibridación ominosa que posteriormente sería llamada ciencia ficción, y que la pesadilla fáustica de su Víctor Frankenstein terminaría deviniendo un catalizador de la realidad del nuevo milenio, anunciado casi apocalípticamente por las fantasías cinematográficas que van desde la Metrópolis de Fritz Lang hasta el delirio postfrankensteiniano de las últimas décadas del siglo XX, denominado ciberpunk, con obras como Blade Runner, Alien o Mad Max.
Precisamente de este canon futurista —hasta cierto punto cargado de pesimismo—, parte la reflexión que el escritor y crítico cultural Naief Yehya (México, 1963) condensa en su libro Mundo dron. Breve historia ciberpunk de las máquinas asesinas (Debate, 2021), donde define al ciberpunk como “el testamento del alto Antropoceno”, donde se pone en crisis y se redefine la “condición humana en la frontera del desarrollo de inteligencias artificiales.” Hitos fílmicos que, menciona Yehya, se mantienen a la vanguardia de la realidad, inspirada pero nunca superada por la ficción. Sin embargo, como lo expresa Yehya, lo tétrico de este mundo cinematográfico es la manera en que ahora incide en nuestra realidad, pues figuras pop como Robocop o Terminator fueron los antecedentes directos de los drones actualmente empleados para la destrucción.
Para el también autodenominado pornografógrafo —neologismo inventado por el mismo Yehya para asumirse como un estudioso de la pornografía y diferenciarse del pornógrafo, quien es el mago y hacedor de dicha materia— la guerra se ha convertido en un espectáculo desatado a partir de la Guerra del Golfo, hace ya 20 años, cuando comenzó a mostrarse toda su parafernalia, con bombas y misiles, pero se invisibilizaba a los humanos que estaban detrás de toda esa tecnología de aparente voluntad propia, y en medio de este horror la estrella se manifestó en el dron militar, máquina higiénica empleada para asesinar a distancia, ícono de la supremacía tecnológica occidental cobijada por cierta fantasía de ciencia ficción “tecnopolítica y necrófila”.
No obstante, en un ámbito que nos queda mucho más al alcance, la manera en que la tecnologización de nuestras experiencias ha modificado las manifestaciones de nuestro deseo y la percepción de la violencia, ha terminado por convertir ambos espectros en un conjunto siamés, al grado de habernos convertidos en vouyeristas de toda suerte de escenarios terroríficos al mismo tiempo que atrofiados sexuales necesitados de estímulos eróticos cada vez más extremos.
“El espectro de la tecnología recorre el mundo a gran velocidad, cambiando el paisaje cultural por donde quiera que pasa, estremeciendo economías, provocando crisis sociales y dilemas morales”, dice Yehya, pues somos dependientes de la tecnología, hiperinformados e irónicamente incapaces de emitir un juicio propio que no se vea previamente canalizado por una nueva ola de internet. Este guiño marxiano nos recuerda que la historia se encuentra en un estancamiento paradójico desde hace dos siglos, pues al mismo tiempo que avanza —¿hacia dónde?, no hay respuesta—, cualquiera de sus movimientos implica una convulsión del mundo. De cierta manera, lo que Yehya describe recuerda a la profecía del Manifiesto Comunista: “todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado será profanado”.
Quise iniciar las preguntas desde lo más “ligero” hacia lo más grave, desde lo que el cine nos va configurando en nuestra vida hasta los predicamentos ontológicos en los cuáles nos pone la tecnología, pero, definitivamente, Mundo dron no tiene espacio que no perturbe nuestras creencias, y así se lo compartí a su autor. Tan sólo razónese en la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto puede usted mismos autopercibirse como un ciborg? ¿Le ha pasado por la cabeza, querido lector, que también nosotros hemos comenzado a ser, veladamente, objetos manejados a merced de otra voluntad? Como Yehya lo comentará en algún momento, somos ya los homo ciborg no tanto por nuestra interacción tecnológica, sino por la definición de nosotros mismos a través de la tecnología: “Ser un ciborg no depende de la cantidad de pedazos de silicio que uno tenga bajo la piel o cuántas prótesis contenga el cuerpo. Se trata de la percepción del cuerpo como una máquina de alto rendimiento”, afirma la filósofa Donna Haraway, citada en Mundo dron. Y es que, secundará Yehya, el ciborg es ya esa fusión entre lo orgánico y lo maquinal; la “Nueva carne” ciborgiana, es una toma de posición ante la vida, “una actitud de desafío y una ruptura con aquello de lo que a menudo consideramos que nos hace humanos”.
¿De qué manera el cine y la ciencia ficción han ido codificando nuestra vida y a qué se debe?
Es un tema que a mí me ha venido obsesionando desde hace muchísimos años, y, básicamente, como yo lo veo es así: si la vida es ciencia ficción desde que hay cine, y ha habido ciencia ficción desde que Mary Shelley escribió Frankenstein —antes había algunos atisbos, pero la ciencia ficción que me importa empieza con ella—, y la gran diferencia entre la ciencia ficción hasta el canon del ciberpunk, es que antes la tecnología era algo que estaba presente, que nos rodeaba y que cambiaba nuestras vidas, que nutría nuestro imaginario; sin embargo, estaba algo remota de la experiencia cotidiana, del hombre y de la mujer y de los niños, era el horno eléctrico, la cafetera y la televisión, no todo el mundo tenía estas preocupaciones tecnológicas que para el día de hoy son naturales, normales, e imposibles de sortear, pues vivimos con ellas, vivimos a través de ellas.
Cuando aparecen estas películas, lo que para mí es muy importante es que empiezan a cambiar nuestra percepción de la tecnología: la tecnología ya deja de ser ese fenómeno periférico para convertirse en esa parte intrínseca de lo que somos. Poco a poco vamos absorbiéndola, asimilándola. Vamos volviéndonos, homo ciborg. Ya dejamos de ser homo ludens, u homo faber, para ser el homo ciborg, que ya hace de la tecnología esta extremidad invisible o a veces visible, que nos comunica, que nos permite hacer cosas y, lo más importante, que nos hace definirnos y entendernos a nosotros mismos, eso no es solamente una herramienta, sino que también es una lupa y un microscopio hacia nuestro interior y hacia lo que queremos entender. Así como en algún momento los griegos empezaron a entender la mecánica del cuerpo a través de referencias con los planetas y más tarde con la interpretación del cuerpo como si fuese una máquina con engranajes, así nosotros interpretamos todo a través de metáforas digitales.
¿Cómo piensas que esta sujeción a los dispositivos y a la tecnología ha alterado nuestras facultades sociales?
¡Uff, no! ¡Totalmente! La humanidad de la segunda mitad del siglo XXI, comparada con la humanidad de los 80 del siglo pasado, son dos animales completamente diferentes; nos relacionamos de manera muy diferente, tenemos expectativas completamente distintas. Nos hemos vuelto adictos, sin exagerar el término, a cierto tiempo de respuestas cuando interactuamos, ¡la manera en que los modos de comunicación se han modificado son perturbadores! Si tú sitúas muchas de las situaciones que vivimos ahora en los 80, no tendrían sentido, porque el salto al que nos ha llevado la tecnología en términos de la comunicación, de relaciones humanas y de los afectos, son realmente ciencia ficción.
Ahora: lo interesante es que la manera en que nos relacionamos con los demás a través de las aplicaciones, es ya toda una nueva dimensión, es una extremidad que no teníamos antes y de la cual ahora dependemos. Podría ir hablando casi app por app sobre cómo nos han ido modificando, pero, resumiendo, basta ver el impacto en la percepción de uno mismo que han creado las redes —empezando con Facebook, y ahora de manera muy grave con Instagram—, la epidemia auténtica de disforia corporal y de insatisfacción, de frustración y de odio a uno mismo que han creado estas plataformas, los niveles de incomprensión, de agresión, de intolerancia que ha fomentado Twitter; es decir, todas estas maneras de comunicación no son poca cosa, porque nos han transformado en otros seres, en seres que ya no tienen marcha atrás, por más que pensáramos en lo maravilloso que sería poner un borrón y cuenta nueva…
Hace algunos años hubo también una epidemia de películas en las que todo era apocalíptico y de repente ¡pum!, se acaba la tecnología, todo hay que volverlo a comenzar, y entonces teníamos a la humanidad reiniciando, y esto apareció en diversas series, películas, incluso novelas. Era como una necesidad de reconectar con esos seres pre-digitales que éramos, que yo siento que es una ilusión, una fantasía, porque ya no hay marcha atrás. Internet no va a desaparecer, no me imagino ningún escenario en el cual pudiera ser así, más allá de que, no sé, haya una guerra atómica, y entonces sí nos paremos en un escenario apocalíptico.
Estamos atrapados ahora en la comodidad, en la facilidad y en todas virtudes que nos traen estos aparatos, a la vez con todas esas imposiciones y con todos los requerimientos que ponen, pero lo interesante es que estos sistemas, en cierta manera, piensan, y piensan por sí mismos, si bien la inteligencia artificial no es como en la ciencia ficción porque no tiene una voluntad ni un deseo, pero sí tiene un poder de autoridad, porque va imponiéndonos, sugiriéndonos y cambiándonos a medida que benefician al propio algoritmo, y eso lo hemos visto en distintos campos, y va a tener también un impacto cada vez mayor. Toda esa idea del capitalismo y de la vigilancia, que era la gran preocupación que teníamos antes de la pandemia —que vino a traernos nuevas preocupaciones que ni habíamos considerado o que habíamos olvidado erróneamente— y es fundamental recordarlo: estábamos descubriéndonos como verdaderos esclavos de nuestras aplicaciones y de nuestras redes, de todas las voces sutiles y amables que nos van manipulando todos los días en todas nuestras interacciones, pero ahora más en el contexto de estar pasando por esta epidemia y esta catástrofe biológica, pues hemos quedado cada vez más a merced de nuestras máquinas. El ejemplo somos tú y yo ahorita hablando a través de nuestras máquinas, que nos rescatan y a la vez nos imponen todas esas condiciones.
A propósito del término homo ciborg, ¿cuál es el nuevo paradigma de “humanidad” al cuál nos acercamos? ¿De qué manera las tecnologías reconfiguran ese sentido de la palabra humanidad?
Imaginar un después de la tecnología es muy difícil, yo realmente no puedo dejar de pensar en eso y hay varias razones, aunque para mí todavía esto es muy ambiguo, pero básicamente es porque buena parte del humanidad con la que tenemos más relación, vive ahora en esta ilusión de la tecnología como una herramienta todopoderosa, vive en economías que, aun con fallas y aun con problemas, proveen y proveen en demasía; yo lo veo más aquí, que vivo desde hace 30 años en Estado Unidos. Son sociedades de la opulencia, a pesar de que hay una pobreza y una miseria inmensas, y más una pobreza existencial y emocional terrible, pero hay un gran exceso de productos que sustituyen a todas esas demás carencias; eso yo lo veo reproducirse en muchas otras sociedades en Europa, incluso en México en ciertos estratos que, aunque la pobreza tiene su impacto, de todos modos hay esta riqueza sin precedentes en la historia, que contiende también con una pobreza sin precedentes. Estamos inmersos en sociedades opulentas, en donde la escasez es ahora un recuerdo del pasado. Es más: es casi nostálgico.
Cuando empezó la pandemia y que faltaba el papel de baño fue muy curioso, ¿no? Cómo volvimos a confrontar la escasez de un producto que antes nadie tomaba en serio, que no era importante y hasta se volvió el chiste durante los primeros meses de la pandemia, pero ponía de relevancia eso: que somos sociedades acostumbradas a no carecer de nada, y cuando carecemos de algo, es como casi algo cómico, o algo que se vuelve un asunto para comunicarse o discutirse —por ejemplo: lo del encarecimiento de los limones en México me parece algo muy interesante, ustedes pagan los limones más caros de lo que nosotros acá, ¡lo cual es increíble!—.
A lo que voy es que para esta sociedad que lo tiene “todo”, entre comillas, imaginemos ¿qué puede haber después? Pienso un poco en el filósofo Mark Fisher y esta idea que él discutía a finales de los 90, donde decía que la cultura y el arte ya se detuvieron; es decir, las ideas del progreso y del futuro ya llegaron a un final, o sea, no entendemos por qué, pero de repente la gran pujanza de la cultura popular para generar música o una estética en las artes plásticas se fue erosionando, quizá, desde principios del siglo XX hasta sus finales, y la prueba que Fisher pone es muy sencilla: dice que si tú agarras una canción que se hace hoy, 2022, y la transportas a 1980, casi cualquier canción pop que tengas como un éxito, la gente de 1980 la va a escuchar y va a decir: “Ok, perfectamente normal, encaja perfectamente”. Si tú hacías eso y llevabas una canción de 1980 a 1950, hubiera sido como: “¿Qué es esto? ¡No tiene sentido!”, o sea, entender el rock o el progre o el rap en los años 50 hubiera requerido toda una nueva estructura mental, toda una nueva serie de referencias. ¿Qué pasó con eso entre los años 80 y hoy que se sigue haciendo lo mismo una y otra vez? Con pequeños cambios de textura y de tonalidad, tecnológicos, pero de alguna manera estamos estancados, y el arte es el mejor ejemplo, pues no ha cambiado gran cosa. Las grandes aportaciones y las grandes transgresiones de los años 60 siguen siendo las grandes aportaciones, y si te vas más para atrás, los ismos chocaron contra algo.
Ahora lo que me parece interesante es hablar de esta dicotomía, de esta esquizofrenia cultural, por un lado un progreso tecnológico vertiginoso, y por el otro un estancamiento cultural. Entre estas dos cosas, en la que una está con el freno de mano y la otra que va a mil por hora, ¿qué somos nosotros? ¿Qué estamos haciendo nosotros? ¿Cómo percibimos el mundo? Pues a dos velocidades muy diferentes.
Quiero hablar ahora del espectro erótico relacionado con la tecnología, pues me parece que la tecnología ha afectado también nuestro erotismo, tanto nuestra concepción del deseo como del amor. ¿De qué manera se ve alterado tanto nuestro deseo como nuestra proyección en el otro a partir de la dispositivización del deseo mismo?
La idea del deseo es interesante porque no es lo mismo que el amor. El deseo tiene siempre una naturaleza más corporal, pues a pesar de que podamos ofuscarnos u obsesionarnos con una idea —la idea de lo femenino o de lo masculino—, para que tenga realmente deseo tiene que involucrar cuerpo, tiene que involucrar alguna manera de percibir al otro y convertirlo en algo asequible por los sentidos. Por eso mi trabajo con la pornografía era eso: tratar de entender cómo podíamos establecer una relación tan fuerte, tan intensa, simplemente a través de la vista, y había una frase muy padre que decía: “es una cosa casi mágica la obsesión que se puede crear con una viñeta del tamaño de una estampilla que representa una imagen sexual, que pueda disparar en el imaginario una ilusión erótica mucho más potente a veces que un cuerpo real.”
Eso era parte de la motivación de mi trabajo con la pornografía, y cuando yo empecé a escribir sobre pornografía, me gusta decirlo así, la pornografía era analógica: eran fotos, imágenes, descripciones, dibujos, estas cosas que estaban al alcance de conseguirlas en puestos de periódico, había un riesgo social que implicaba aventurarse al mundo para conseguir la imagen pornográfica. Cuando llega la digitalidad, como todas las otras grandes tecnologías de representación, también se ha montado en el erotismo y en el deseo como motor para propulsar todo esto, como por ejemplo pasó con la fotografía, que se disparó a partir de todas las posibilidades eróticas que tiene, el cine y el video ni se diga, y con internet sucedió igual. De hecho, una de las memorias importantes de la historia de internet, es que la primera imagen que se transmite en alta calidad en una red electrónica fue una foto de Playboy, entonces los técnicos que lo hicieron dijeron: “Es que necesitamos una foto de muy alta calidad. ¿Dónde conseguiríamos algo así? No nos quedó de otra más que ir por un Playboy y escanearlo”, y eso fue lo que transmitieron. Y esto verídico: la primera imagen que transmitieron con la intención de revalorar la calidad, fue una imagen de una playmate. Así como eso, la pornografía ha sido el motor que ha hecho que estas redes se sigan desarrollando y sigan teniendo interés.
Yo me acuerdo muy bien cuando en los años 80 llegó Bill Gates y dijo: “En el futuro todos los escritorios van a tener una computadora”, y entonces la mayoría de la gente decía: “¿Y para qué? ¿Yo qué voy a hacer en una computadora?”. Los que escribimos en el momento dijimos “Ah!, pues la voy a usar como máquina de escribir!”, era nuestra manera “simplista” de ver esta máquina que no entendíamos y que no sabíamos que nos iba a dar. Pero el ciudadano promedio, que vivía en otro planeta, el planeta de la analogía, no le encontraba un uso. ¿Y qué pasó entonces? Llegó alguien y dijo: “Vas a poder ver toda la pornografía que quieras, gratis”, y ahí todo el mundo compró una computadora para su escritorio.
Claro, no es la única razón, pero no nos hagamos tontos, fue la misma historia que le pareció a la videocasetera, o sea, qué padre tener un cinito en tu casa, pero, ¿realmente lo necesitas? Y cuando empiezan a salir videos porno todo mundo empieza a tener no sólo una videocasestera, sino varias en la casa, en fin. Entonces la idea del deseo, de lo erótico, de la provocación visual, ha sido una gran motivación para llevarnos a otros territorios del deseo. Es decir, la pornografía hoy es la responsable de la educación sexual. Siempre ha habido eso, una educadora sexual muy torpe, muy incompetente, que no tiene método ni sistema, pero que era lo que había; bueno, ahora es eso pero masivamente, educando a los muy jóvenes, enseñándoles todo lo que debe ser una relación sexual. O sea: la idea de la dickpick parece impresionante, ¿cómo llegamos ahí? ¿Cómo llegamos a un mundo donde los jóvenes se comunican y dicen: “Oh, te puede enviar una dickpick”? Se vuelve un asunto importante en las relaciones. Entonces sí ha habido una conversión de nuestro imaginario sexual y del imaginario del deseo.
Ahora: el imaginario de lo amoroso es otra cosa, porque eso funciona de una manera completamente diferente, y eso también está montado en anhelos y sueños que las redes sociales y que la tinderización del amor nos ha traído. Creo que todo eso hay que considerarlos como nuevos espacios y nuevas formas de acercarse a lo que siempre ha acompañado a la humanidad, a lo que todavía no ha cambiado y que aún está dentro de nosotros. Sin embargo, a mí me da la impresión de que se ha acelerado. Es decir yo ya estaba con mi pareja de ahora desde antes de este fenómeno tan viral que es utilizar computadoras para absolutamente todo. No me puedo imaginar ahora a alguien que inicia su vida amorosa, sexual o erótica relacionándose solamente así y más en el contexto de una pandemia que excluía la vida en carne y hueso.
¿Hasta qué punto se es ciborg? ¿O a partir de dónde ya podemos llamarnos ciborg?
Esa discusión estaba muy candente cuando empecé a escribir de esto, y había polémicas intensas, porque tú sabes que el hombre que usa herramientas y que fabrica cosas es el homo faber, es decir que no solamente es capaz de hacer un objeto estético o de impactar al ambiente con algo, sino de hacer una herramienta que va a cambiar tu relación con el mundo. Entonces, ¿en qué momento esa relación con el mundo ya se vuelve ciborg? Para mí es cuando ya hay una interacción. Es decir: si yo hago una pala, es de mí hacia el mundo, a través de la herramienta; si tengo una computadora, la relación viene también de regreso con nuevos estímulos y nuevas maneras de alimentar mi experiencia, o sea, no es solamente una relación lineal de acción-reacción, sino que hay una serie de posibilidades.
Para mí, por ejemplo, lo ciborg podríamos decir que eran los lentes, pero era más apropiado decir que era un marcapasos, que no solamente es un objeto tecnológico insertado en el cuerpo que establece una relación con el cuerpo y que lo mantiene funcionando, sino que también se vuelve parte de la identidad, entonces es eso para mí, que ya la tecnología, lo cibernético, juega una parte en la conformación del individuo. Ya no es solamente como “yo soy un individuo que utiliza vasos o utiliza lentes”, sino que “yo soy un individuo que depende de un aparato”, porque esta cosa que tengo en la bolsa es mucho más que un instrumento o una herramienta, porque me ofrece una gran variedad de posibilidades que son para mí tan importantes que me transforman, me hacen vivir de otra manera, entonces para mí ahí es donde cambia la cosa, y eso es lo que esas películas del canon ciberpunk tocan directa o metafóricamente.
Ya me clarificaste de qué manera la tecnología impacta en la pornografía o de qué manera la pornografía motiva la tecnología. Ahora quiero hablar del “dron”, que lo han situado tan to para hacer estos close-ups maravillosos de la obscenidad, como para hacer tomas extremadamente cercanas y terroríficas de la guerra. En esa misma línea, de qué manera se llegan a trastocar tanto el ámbito de lo pornográfico con el ámbito de lo bélico? ¿Hay esa relación?
Sí, claro, creo que es uno de los temas que me parecen fundamentales. Es esta relación entre Eros y Thanatos que nos ha modulado de nuevas maneras el dron. El dron para mí se volvió como un ícono, yo lo imagino como el símbolo de estas primeras década del siglo XXI, pero fue en 2002 el evento que para mí lo cambia todo, que es cuando un dron se utiliza en el desierto de Yemen para asesinar a un grupo de gente que va viajando sobre una camioneta, con el argumento de que ellos eran terroristas. Es el primer caso en el que este robot volador, que no es que tenga autonomía pero que está siendo controlado remotamente, y constituye toda una forma de legalidad o de ilegalidad entorno al asesinato, y para mí esa es la materialización de una serie de ilusiones que vienen a aparecer en nuestro horizonte cultural con ciertas películas y ciertos libros, es a lo que me refiero yo con Mundo dron.
El dron es esa extensión de la computadora y de la red, no solamente de esta idea que teníamos cuando nos poníamos frente a una computadora y usualmenteera como estar mirándonos en un espejo; después, cuando nos conectamos a internet, estábamos mirando un puerto al cual podían llegar cosas de cualquier lado, y ahora este puerto ya tiene extensiones que pueden, en tiempo real o no, estar transmitiendo visiones del mundo material, ya no solamente del mundo digital o de las cosas que escaneamos o que registramos y capturamos, sino de algo que está siendo registrado por un dispositivo digital. Entonces yo creo que ese era el cambio ontológico de todo esto, por decirlo de alguna manera, lo que es interesante es cómo se vuelve este ojo como cierto poder de divinidad, que imaginamos perfecto, neutral, que puede verlo todo sin juzgar, cuando en realidad no es para nada así: es un ojo que tiene opinión, que tiene injerencia, y, en el caso de este evento que te decía, estos drones estadounidenses —que ya ahora muchos países que están armados lo tienen—, pueden servir para ejecutar.
Por ahí alguien dijo esta frase famosa de que “nadie se puede rendir a un dron”. En una guerra tú no te rindes a un dron: el dron te ejecuta y se acabó, que es muy simbólico de esta idea nueva idea de pelear de máquinas contra máquinas que está gestándose, pero que cada día tiene más personalidad, por decirlo de alguna manera, una personalidad tecnológica, jurídica y armamentista, entonces hay una idea de la sexualización de estas imágenes, como cuando un dron está espiando a una familia o a un terrorista durante semana y está aprendiendo sus costumbres y rutinas y explorando las posibilidades para asesinarlo mejor, y a la vez está siendo un vouyerista que está mirando la intimidad a través de las ventanas, o por ejemplo que, como en Afganistán, donde la gente sube a las azoteas porque es muy caliente y viven en los espacios abiertos, y el dron está explorando su intimidad y sus lazos familiares, y eventualmente será eliminada. Es como un acto pornográfico: es una cosa como de vouyerismo, de obsesión con cuerpos, que, eventualmente, en lugar de que como en la pornografía, que está el money shot porque es la toma importante, que es la toma de la eyaculación, aquí la eyaculación es un bombazo que destruye al enemigo. Entonces esa para mí es la relación metafórica más importante.
Estamos precisamente en un momento en que ha comenzado un nuevo estallido bélico (entre Rusia y Ucrania) que me permite ver en redes una desensibilización terrible del asunto: timelines colmadas de memes que absurdizan el horror de esta tensión.Al mismo tiempo que la tecnología nos acerca a los horrores del mundo, también parece hacernos creer que todo se trata de una mera fantasía remota. ¿En qué lugar está quedando la vida? ¿Qué sentido cobra la vida frente a esta dispositivización de eventos terribles?
Creo que lo defines bien. La tecnologización de la cultura lamentablemente ha tomado caminos terribles por las redes sociales. Cuando internet aparece, aparece como un espacio de libertad, de posibilidades y de creación, de darle igualdad a todo el mundo, porque todos podíamos tener un micrófono, podíamos comunicarnos y expresar nuestras ideas en foros de todos tipos, o sea el individuo promedio que no tenía más posibilidad de expresarse más que con su familia y amigos, si es que tenía, ahora tenía un auditorio, y si tenía suerte ese auditorio podía ser inmenso, lo veo ahora con los influencers. Todo este cambio generó una manera de ver y de opinar y de sensibilizar y desensibilizarse ante las cosas, y en todo este chiste de que en Twitter hoy todo mundo es epidemiólogo y mañana analista de la guerra, sí es el resultado de tener estos espacios que imaginábamos, cuando empezó esto, como una utopía, donde ahora sí todo el mundo iba a poder decir tu opinión y todo mundo va a poder decirle a los medios lo que son, decir las verdades sin filtros. Pues ya lo estamos viendo, y ya se podía oler hace 30 años, que el gran problema de eso era que lo que le daba valor a los medios de comunicación era la credibilidad que se gana a través del trabajo, la disciplina y del oficio. De repente estamos en un universo donde estas tres palabras ya no representan nada.
Ni disciplina, ni creatividad, ni oficio, ni responsabilidad, ni credenciales que legitimen el trabajo, en fin, todo eso ya no representa nada, porque cualquiera puede llegar aquí y decir que Los Beatles no existen, y todo ha sido una mentira, ¡y ya! Hay que justificarse con esta persona y explicarle la larguísima historia de la virología y aun así te van a decir que no, que eso es una conspiración. Y así pasa con todo, incluyendo esta guerra que es totalmente real, y ahora tienes a gente que uno creía pensante, reduciendo un fenómeno y diciendo: “No, bueno, es que lo que realmente está pasando…”, y ahí está la mente conspiratoria. ¿Qué pasa? Que las redes, en lugar de traernos la oportunidad de explorar las verdades, nos han traído la facilidad de endulzarnos la monotonía con mentiras e idioteces y eso es gravísimo, y es un fenómeno que se ha dimensionado de muchas maneras a través de políticos que le han dado proyección y presencia a estas falsedades, a través de sectas y grupos y a través de plataformas que han estructurado y que han posibilitado la expansión y la consolidación de todas estas mitologías.
Y en cuanto empezó esto, inmediatamente dije ¡ya viene la caravana de explicaciones conspiratorias! Entonces tú dices: “No, los ucranianos no son neonazis”, y es que hay neonazis ahí como los hay en Cholula y en Chiapas, pero eso no quiere decir que los ucranianos sean nazis, o sea, la justificación de que los Estado Unidos pusieron a Zelenski. O sea ¿cómo? Explícame eso, porque no me enteré. O sea, no importa, porque cualquier argumento que des, van a tratar de eliminarlo, porque la realidad tiene cada vez menos sentido, y eso es algo de lo que es en cierta medida responsable la digitalización de la cultura, la noción de que la realidad es una opción más, un color, un sabor más de paleta, y otra vez veo muy difícil que podamos alguna vez zafarnos y regresar a una noción de que los medios vuelvan a tener credibilidad.
Hoy no hay anda más fácil que decir que The New York Times no tiene ningún valor. O sea, no podemos ya entender lo que debió habernos dado la red, que era poder alcanzar una comprensión mejor de cómo funcionan los medios, y valorar lo que está bien y criticar lo que no lo está. Ahora todo es blanco y negro y la polarización y radicalización de las sociedades es extrema. Entonces sí tenemos una tragedia humanitaria en nuestras manos, una más, o sea justamente salieron de Afganistán hace algunos meses las tropas, y unos meses más tarde ya estamos en otra guerra que puede tener proporciones mucho más grandes. Es terrible.
FOTO: Erotomechanics VII, de H.R. Giger, también autor de la estética ciberpunk de Alien, y cuyo estilo describe las posibilidades de lo ciborg y de nuestra relación con la tecnología /Crédito de foto: Tomada del libro H. R. GIGER, editado por Taschen.
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