Tedi López Mills: Estampas al pie de un libro
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En torno a una frase de las Iluminaciones de Rimbaud se construye el más reciente libro de la poeta Tedi López Mills, apuesta formal arriesgada que, teniendo como uno de sus temas a la violencia que rige nuestra sociedad, puede ser leído lo mismo como antinovela, diario u obra en progreso
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POR JOSÉ HOMERO
“La poesía sólo puede ser criticada por la poesía. Un juicio artístico que no sea a su vez él mismo una obra de arte no tiene derecho de ciudadanía en el reino del arte”, sentenció Friedrich Schlegel en uno de sus fragmentos más conocidos e interpretados. Esta noción de la crítica como un medio de creación y de apropiación de los elementos de la obra en cuestión es acaso una de las más elusivas del pensamiento romántico. Sin embargo es imposible soslayar que en determinados casos la mejor elaboración crítica en torno a una pieza estética es una nueva construcción.
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La obsesión define en gran medida la escritura de Tedi López Mills, a condición de que situemos tal concepto dentro de un campo positivo y le aliñemos de sus plumones y cañones. Obsesión en tanto fijeza, fascinación y fidelidad, pero también deslumbramiento, admiración estética. Esta preponderancia en López Mills se despliega con la naturalidad de un huele de noche con los rayos lunares: ofuscación frente al Retrato del artista adolescente de James Joyce (“mi manual de instrucciones” le llama en una entrevista), cuyo influjo permea El libro de las explicaciones; discusión de los conceptos de Stephane Mallarmé en La noche en blanco de Mallarmé; y finalmente, la gravitación más reciente, Arthur Rimbaud, cuyo magnetismo orienta dos tomos de distinto aliento.
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“Cualquiera que se acerque a Rimbaud queda marcado para el resto de su vida”, ha dicho en una entrevista a propósito de la publicación de Mi caso Rimbaud (Bonobos/Secretaría de Cultura, 2016). Habría que advertir que en este territorio la configuración proviene de un acecho. El origen es la atracción, una órbita en torno a los efectos, más que en rededor del planeta textual, pues el método López Mills atraviesa por el cuerpo, antes que por el texto. De ahí que la escritura sea también una manera de metamorfosis, sólo que no del organismo, sino del imaginario: una especie de posesión, en el que la potestad exterior imbuye a la poeta, al punto de que su pregnancia termina con el alumbramiento de un ente híbrido, fruto de esa pasión/posesión. Si esta relación se ha cumplido y saciado en los casos que he citado en un título (El libro de las explicaciones, La noche en blanco…), en lo que toca a Rimbaud la trasmigración prohijó dos criaturas. Uno, el mentado Mi caso Rimbaud, donde la deriva crítica se acompaña de una nueva traducción de Iluminaciones; y otro, Lo que hicimos, tornadizo cuerpo textual que recibo como un poema, aunque con vetas de prosa, líneas de ensayo y puntos críticos.
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Si la palabra obsesión alberga, entre su sinonimia, la de asedio, nada mejor para efectuar la apropiación –o la transfiguración, que en el ejemplo de Rimbaud parece la denominación más apropiada–, que entablar un sitio; si el famoso aparato crítico no ha sido suficiente para domeñar la ciudadela –fortaleza inexpugnable la rimbaldiana–, habrá entonces que recurrir a insólitos armamentos. Nada mejor entonces que, como rumiaron los aqueos, penetrar, hendir la muralla y desde el interior retomar el cerco. Es la lección que nos ofrece este volumen de lacónico título, que parte del diálogo entre la autora y la poética de Rimbaud –pero también con el cuerpo crítico, por lo que preferiría decir diálogo entre la autora y un Rimbaud reloaded.
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Empeñarse en situar el volumen sería despeñarse por los riscos ariscos de los géneros cuando se puede calar por los intersticios. ¿Para que afanarse en una labor estéril y a menudo ingrata? Mejor la descripción que la clasificación. Estamos frente a una obra en prosa que consta de 34 apartados, que se desenvuelven en torno a una frase de las Iluminaciones de Rimbaud. No sólo eso: en la mayor parte, el orden sigue al de las estampas del libro de horas rimbaldiano, al menos en la institución canónica pues como todo devoto sabe, su orden es una intervención editorial, cabría mejor decir que se trata de una baraja, un tarot poético donde la poesía escruta su pasado, lee su presente y preconiza el porvenir. Sin embargo limitarse a tal exposición, más propia de una monografía escolar, sería injusto. Hay que decir que más allá de la exigencia de orientarse en torno a una línea de Rimbaud –lo que permitirá a la crítica monótona salmodiar las cantigas de la intertextualidad y la intratextualidad hasta la extenuación que no es la extremaunción– se impone una hebra narrativa y una apuesta formal. Desde el inicio comprendemos que más que un capricho retórico dimanado de los poemas de Rimbaud –como a guisa de homenaje o profanación suelen obrar los poetas con relación a otros poemas o cuadros o sinfonías incluso–, estamos ante una propuesta y una fuga. Corresponderá al lector ir advirtiendo esos devaneos, esas posturas en cierto modo cercanas a la poética del posestructuralismo (“Capas esconden capas y después huecos si falla el sistema” reza el primer texto) y también la destilación argentina del cuerpo que segrega ironía y una incierta teoría de la traducción: “Un idioma no se oye bien en otro idioma”, las variaciones sobre los labios de la niña que termina deviniendo un auténtico debraye: “La niña con el labio de naranja o la muchacha de los labios anaranjados o la niña con los días contados sin la naranja en los labios o la muchacha con el viento en las cáscaras de naranja pegadas a la piel sin los labios en la cara.” Nada extraño para quien ha frecuentado esta geografía pero acaso una comarca salvaje, para el forastero poco acostumbrado a apariciones/manifestaciones.
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De este modo Lo que hicimos se convierte a un tiempo en coloquio con la obra de Rimbaud, tácita antinovela con claves de Robbe Grillet en la que los anónimos personajes que acatan las reglas de la señora implican a una pareja en la pubertad, apostillas críticas mediante sagaces observaciones que son dardos aforísticos (“las pieles demacradas por el vandalismo que se construye una estrategia para renovar las costumbres antiguas”), biografía sesgada donde la autora es un personaje que se sitúa, como en la máquina conjeturada por Adolfo Bioy Casares en La invención de Morel, junto al inalcanzable personaje de su embeleso. Y por supuesto acta crítica frente a las convenciones de la retórica y la normativa. La Señora –traducción de la enigmática Madame que coloca un piano en Los Alpes, como se lee en la primer estampa rimbaldiana, intitulada “Después del diluvio”– es por su carácter coercitivo una de las representaciones de la norma, hipóstasis que admite encarnar en un personaje autoritario, acaso una institutriz –si llenamos la oquedad con nuestros fantasmas de lecturas victorianas– o una matrona que protege a los huérfanos del mundo exterior. Representación también de la retórica (“La Señora arroja su servilleta al piso y se ríe: no saben ni señalar un epónimo”), la gramática y el orden antiguo pues es reacia al sentido figurado y desprecia los refranes. Finalmente, al modo que ya es peculiar de López Mills, una mirada a la violencia que rige nuestra sociedad –por los corredores deambulan niños de la calle intoxicados, y se acumulan cadáveres, aunque se diluyen las trazas y coexisten referencias a un maratón y a una guerra romántica donde se escucha la carga de la caballería–. De esta manera Lo que hicimos admite su lectura como un diario, como una especie de deconstrucción de Iluminaciones –las técnicas del arte contemporáneo no son ajenas a esta escritura– y también como una reescritura en clave antipoética. Un nuevo libro de estampas manchadas por el barro, la sangre y el óxido, antes que por el oro. Un homenaje no a los temas sino a los procedimientos.
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Para Schlegel, la poesía es “universal y progresiva”. Además de proponerse fundir todos los géneros delimitados de la poesía, también persigue “juntar la poesía, la filosofía y la retórica”, y otorgar la cualidad de la prosa, el ingenio y la crítica, la reflexión y la alusión a lo social. Revestida de diversos formatos, presente ya desde aquellos barruntosos años en forma de novela, de himno o de profecía poética, ese anhelo de la poesía total se cumple plenamente en el continente de Tedi López Mills. Auténtica obra en progreso cuya promesa retoma en vez de eludir las cualidades genéricas mientras busca alcanzar una condición espectral donde verberen todos los rasgos sin detrimento de uno sobre el otro.
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FOTO: “Cualquiera que se acerque a Rimbaud queda marcado para el resto de su vida”, asegura Tedi López Mills, quien también ha dedicado su libro Mi caso Rimbaud a este poeta maldito. / Yadín Xolalpa/ EL UNIVERSAL
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