Tercera sinfonía de Mahler: un titán conmovido

Jun 16 • Miradas, Música, principales • 9418 Views • No hay comentarios en Tercera sinfonía de Mahler: un titán conmovido

POR LUIS PÉREZ

 

Quien escucha la Tercera Sinfonía de Gustav Mahler por primera vez, seguramente se sorprende ante un inicio tan impactante. Nueve cornos (¡nueve¡) nos llaman con especial intensidad, con un tema que se convertirá en un germen del desarrollo de todo el primer movimiento de la obra. Con alguna excepción, la Novena sinfonía, tal vez la Séptima, sus otras sinfonías comienzan atrapándonos, sea por su intensidad (Octava), su dramatismo (Segunda, Sexta), su ingenuidad (Cuarta), sus llamada de atención (Quinta) o hasta su misterioso estatismo (Primera). Pero ninguna es tan rotunda como esta fanfarria de cornos.

 

La Tercera Sinfonía abre una nueva perspectiva en su música, en un catálogo en el que cada obra abre en sí misma un camino hacia un futuro.

 

Nuevamente, Mahler es portador de la poesía folclórica de El Corno Mágico del Joven, esa colección tan popular en su tiempo, cuyos textos utilizó en canciones y en sus primeras cuatro sinfonías.

 

La extensión es ahora descomunal: seis movimientos de irregular duración –solamente el primero toma 35 minutos, más que algunas sinfonías de Beethoven y que todas las de Mozart, Haydn y otros compositores románticos– mientras que el quinto movimiento sólo dura cuatro minutos. En su momento, ningún compositor, ni siquiera Bruckner, había escrito un movimiento como el inicial de esta obra. Sin embargo, en esa duración radica su única dificultad, para algunos escuchas impacientes, pues en ella Mahler maneja los temas y desarrollos más accesibles.

 

Obra ambiciosa por excelencia, la Tercera Sinfonía desarrolla todo un programa no precisamente descriptivo, sino que expresa sentimientos que, si retomamos los títulos que el compositor imaginó para cada parte, pero que después él mismo eliminó, veremos que están implícitos en ese contenido. En una primera lectura, propiciada por el propio Mahler, se trata de una Sinfonía de la Naturaleza: la apabullante entrada de la primavera en forma de una marcha avasalladora que va acercándose; después, sus títulos “Lo que me cuentan las flores, los animales del bosque”, después se acaba la exaltación, la luz y el optimismo.

 

El centro de la obra es una profunda elaboración en música, un nocturno misterioso iluminado por la oscura voz de contralto, de un complejo poema de Nietzsche: el dolor en la vida nos hace desear la muerte, las satisfacciones nos hacen anhelar que la vida fuera eterna. Mahler metafísico.

 

Recordemos que este movimiento se escucha en Muerte en Venecia, la inolvidable obra maestra de Luchino Visconti. La evocación de Nietzsche y el cine me traen a la memoria la escena, algo anacrónica más no imposible, de la película Más allá del bien y del mal, de Liliana Cavani, en la que Nietzsche, cercano a la locura, toca al piano un tema de la Cuarta Sinfonía de Mahler. Melómano empedernido, compositor que una música que confiesa su admiración por Schumann y su incomprensión de Wagner, Nietzsche rompe sus ataduras amistosas y espirituales con Wagner por sinrazones ideológicas, egomanías insuperables y radicales caprichos. Mahler, hijo musical de Wagner, lector/admirador de Nietzsche, lo usa en el momento más profundo y misterioso de toda su obra.

 

El canto de ángeles y campanas nos recuerdan al Mahler que sufre la problemática religiosa, judío sin ortodoxia, convertido al catolicismo por intereses profesionales, coquetea con elementos católicos en varias de sus obras: la resurrección poética de la Segunda Sinfonía, el perdón al pecador Pedro en la Tercera, la sarcástica visión celestial de la Cuarta y el panteísmo místico de la Octava.

 

El movimiento final necesitaría todo un artículo para hacerle justicia. En el primero de sus expansivos e interminables adagios, Mahler retoma su idea inicial (“Lo que me dice el amor”) y va más allá en un pasaje que sublimiza, al gusto, ternura, amor, pasión, infinita melancolía, misticismo y finalmente, una indudable y contundente victoria hacia la luz. Mahler fue el cantor de la vida que se va, de la nostalgia por el tiempo perdido y los anhelos frustrados: el cantor de ese mundo que había imperado y conformado Europa, pero que ya presentaba síntomas a su alrededor de su inminente derrumbe, aunque Mahler continuaba cantando al hombre y a su circunstancia.

 

Por supuesto, este texto se debe a la reciente interpretación de la Tercera Sinfonía por la OFCM, una de las más satisfactorias que hemos escuchado, en primer término, por la presencia de un director como Avi Ostrowsky , por fortuna, visitante habitual de la Filarmónica de la Ciudad de México y de la Orquesta Filarmónica de la UNAM. Su concepto es profundo y expansivo, sin caer en el letargo o en los extremos veloces, que alejan toda posibilidad de profundidad y menos aún, de la nostalgia final. La solista, Lydia Rendón, que apenas comienza su prometedora carrera, podría no tener la voz oscura ideal para su parte, pero su expresivo y personal fraseo y musicalidad suplieron ese pequeño detalle.

 

Pero los héroes de la noche fueron Eric Hyland, trompetista que sólo tocó el heroico solo del “corno de posta”, con sus dificultades insalvables, traicioneras notas altas e imprescindible musicalidad, además de su extensión que amenaza con no terminar nunca; el trombonista Gustavo Rosales, literalmente heroico, reciente triunfador de una delicada crisis de salud y sin embargo, perfecto y profundo en su parte; la concertino Erika Dobosiewicz, inspirada en su “dúo” nocturnal con la mezzosoprano. Y, por supuesto, la OFCM toda, respondiendo siempre al reto de preparar obras como ésta en escasos ensayos.

 

Cuando Mahler hablaba de su sueño, el de la llegada de “su tiempo”, no se refería sólo a la lejana comprensión de su mundo sinfónico, sino también, que las orquestas futuras pudieran superar las dificultades, que los músicos de su tiempo consideraban infranqueables. Al escuchar un concierto como éste, confirmamos que el tiempo de Mahler llegó… esperemos que para siempre.

 

*FOTOGRAFÍA: El compositor Gustav Mahler/Archivo EL UNIVERSAL.

« »