Terrence Malick: la mosca en el cristal

Jun 9 • Miradas, Pantallas • 4623 Views • No hay comentarios en Terrence Malick: la mosca en el cristal

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS

 

En el firmamento del cine estadounidense actual, lleno de presencias rutilantes pero más bien triviales, Terrence Malick encarna el ave rara por excelencia: en cuarenta años de carrera ha producido tan sólo siete largometrajes, dos en la década de los setenta (Badlands, 1973, y Days of Heaven, 1978), uno en la de los noventa (The Thin Red Line, 1998) y cuatro en lo que va del nuevo milenio (The New World, 2005; The Tree of Life, 2011; To the Wonder, 2012, y Knight of Cups, 2013).

 

Resulta curioso que en una filmografía tan escasa se identifique ya un estilo sólido, inconfundible, que redimensiona el acto cinematográfico como una experiencia estética y sensorial; y también es curioso que el grueso de las críticas contra el director nacido en Illinois en 1943 se centre precisamente en la construcción y depuración de ese estilo, como si el Hollywood contemporáneo fuera más que un almacén de gastadas fórmulas narrativas que cualquiera con una habilidad promedio puede llevar a la pantalla.

 

Tan lejos de lo estándar y tan cerca del impulso contemplativo y metafísico que anima la obra de Víctor Erice, Abbas Kiarostami y Andréi Tarkovski -por citar tres ejemplos de muy variadas latitudes-, Malick se empeña en dotar a la imagen fílmica de una carga lírica que, de modo paradójico, genera esa levedad que “puede hacernos parecer pesada y opaca la frivolidad”, en palabras de Italo Calvino. Estamos frente a un temperamento elegiaco que busca recuperar los vínculos profundos entre hombre y naturaleza y que evoca la diferenciación entre el novelista y el poeta enunciada por Billy Collins: “Mientras el novelista aporrea su máquina de escribir, el poeta observa una mosca en el cristal de una ventana.”

 

No una mosca sino una avispa es lo que contempla el padre Quintana (Javier Bardem) en una de las diversas secuencias simbólicas de To the Wonder, película con la que Malick ganó el Premio SIGNIS en el Festival Internacional de Cine de Venecia y que llegará a México con el penoso título de La esencia del amor.

 

Atrapado al igual que el insecto en un ámbito que no es el suyo -uno de los motores de la trama es la alienación causada por el exilio y la extranjería-, Quintana termina siendo el vértice débil y hasta prescindible de una historia que gira en torno de Neil (Ben Affleck), un inspector ambiental, y su relación conflictiva con dos hermosas mujeres: Marina (Olga Kurylenko), francesa, y Jane (Rachel McAdams), norteamericana.

 

El triángulo amoroso, que Malick ya había abordado en The New World aunque de manera inversa -en ese caso es la mujer quien se ve en medio de dos hombres-, funge como el bastidor sobre el que se teje una red de encuentros y desencuentros tendida entre París, el fascinante monte Saint-Michel y las praderas eternas de Oklahoma.

 

Captados por la cámara privilegiada de Emmanuel Lubezki, que hace equipo con Malick justo desde The New World, estos escenarios entablan un diálogo armónico con la belleza de las mujeres que los recorren; un diálogo en el que se entrecruzan los monólogos en off que se han vuelto parte sustancial del estilo del director y que crean un logrado contraste entre el exterior y el interior de los personajes.

 

“Subimos los peldaños hacia la maravilla”, dice o más bien piensa Marina al iniciar su tortuoso romance con Neil bajo los cielos grises de Saint-Michel, y en esa declaración se alcanza a distinguir -tenue pero innegable- el zumbido de la mosca que Terrence Malick ha decidido observar en el cristal del mundo mientras a su alrededor otros se afanan en el funcionamiento de sus máquinas.

 

 

FOTOGRAFÍA:  Fotograma de la cinta To the Wonder/Especial.

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