Territorio Lolita
POR ANA CLAVEL
Es imposible saber si fue un feliz accidente o un objetivo deliberado, pero es claro que en algún momento en el pasado remoto alguien creó la representación de un objeto del deseo erótico, probablemente un cuerpo o una parte del mismo, y al contemplarlo descubrió que tenía un poder insólito.
Naief Yehya: Pornografía
Todo objeto de deseo se vuelve en la imaginación, en la fantasía, fetiche. Fetiche, del latín facticius: artificial, y facere: hacer. Aparente contradicción: no es el objeto pero es igual —o incluso más—. Sinécdoques del deseo. La parte por el todo, o el todo por la parte. ¿No es acaso la esencia de Lolita o del deseo mismo? ¿Ser encarnaciones o sucedáneos del objeto amoroso perdido, de ese inefable placer que nunca se ha de volver a recuperar? El mito de la hija de Butades que explica el origen de la pintura, según Plinio, como un acto amoroso por preservar la huella del amado que partía, pero también el origen y la esencia del deseo, según nosotros.
Un latido en el tiempo y el supuesto plagio
En 1953 cuando Vladimir Nabokov pone punto final a Lolita, tenía 54 años, llevaba trece de haber emigrado a los Estados Unidos, colaboraba como voluntario en el departamento de Lepidopterología del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard y era también profesor de literatura rusa y europea en la Universidad de Cornell, Ithaca. La novela aparecerá publicada dos años después en París por la editorial Olympia Press, célebre por poner en circulación obras controversiales, pues ninguna editorial norteamericana quiso publicarla. Comenta Juan Villoro en “La piedad del asesino” (Letras Libres, mayo 1999):
Conocida es la historia de la génesis de la novela. Según el propio Nabokov en el epílogo del libro, la idea surgió a partir de fines de 1939 o principios de 1940, cuando leyó una nota periodística en París acerca de un chimpancé que, cautivo en una jaula en el Jardin des Plantes, dibujó los barrotes de su jaula. El especialista en la obra de Nabokov, Michael Juliar, señala que por esos años se publicó en la revista Life un artículo sobre un mono llamado Cookie que, adiestrado por un científico, tomó varias fotografías desde su jaula, y que Nabokov en el recuerdo pudo haber tergiversado como dibujos hechos con carboncillo. Sea cual fuere, como señala Alberto Chimal, de ahí surge la imagen “del prisionero que mira desde el interior de la jaula” que inspiró el punto de vista de Humbert Humbert, quien cuenta su historia preso y en espera de sentencia. Pero, más que una circunstancia jurídica, se trata de una imagen que es metáfora del delirio, la pasión en la que se halla prisionero el protagonista, poseído por su deseo pederasta.
La idea resultó tan poderosa –Nabokov habla de un “latido” que vibró en él a lo largo del tiempo– que llevó al autor a un primer intento en el que ya se encuentra presente el triángulo de Lolita con algunas variantes: El hechicero. [1] La historia se desarrollaba en París y Florencia. Arthur, un hombre mayor de Europa central, se casa también con la madre enferma de una prepúber de quien está enamorado; al morir la madre, viaja con su hijastra a un hotel en el que intenta tocarla dormida. La chica se despierta y al reaccionar con sorpresa y horror, el protagonista sale despavorido y es atropellado por un camión.
La ninfulomanía estará presente en toda la obra del escritor ruso, aunque corresponda a Lolita ser la obra que especialmente desarrolla a profundidad el tema. [2] Polémico pero a la vez censurado por la estrechez de criterios en torno a la palabra “plagio”, es el asunto del antecedente de Lolita en el cuento homónimo de 1916, de escasas diez páginas, escrito por Heinz von Lichberg, seudónimo del alemán Heinz von Eschwege (1890-1951), dado a conocer por Michael Maar en marzo de 2004 en la revista Frankfurter Allgemeine Zeitung. [3] Hay que recordar que Nabokov, después de graduarse en Cambridge, se trasladó a Berlín en 1922. Ahí permaneció hasta 1937 cuando emigró a los Estados Unidos. Así pues, es posible que Nabokov leyera la colección de cuentos de Lichberg, Die verfluchte Gioconda (La Gioconda maldita), y que incluso, la olvidara como efecto de una peculiar criptomnesia. [4]
Pero si se lee el relato en cuestión, una historia fantasmal de corte gótico, uno se pregunta cómo pudo Nabokov, de ser cierto que leyó el cuento de von Lichberg, transformar a esa apenas esbozada joven española de Alicante, llamada también Lolita, sobre quien pesa una maldición ancestral, en la dorada nínfula de su novela. ¿Qué magia habría podido surtir efecto en él a partir de esta escueta –y única-– descripción que el autor alemán hace de su Lolita?
Porque esa tierna Lolita, de quien se enamora el estudiante alemán que viaja a España para seguir sus estudios, es heredera de una profecía que ha ultimado a todas las mujeres de su familia por generaciones, desde un lejano antecedente, una mujer diabólica por quien los hombres se pelean y se matan, es a todas luces un personaje más en la trama de un relato fantástico donde lo insólito se da la mano con lo siniestro, muy en el estilo de las historias de este corte. Nada que ver con la creación nabokoviana. A no ser que aquella lejana Lolita, fiel a la legendaria naturaleza maléfica heredada por las mujeres de su familia, hubiera embrujado al autor ruso despertando vagamente en él la promesa de un ser no humano, nínfico, demoniaco… Y que por efecto de la mencionada criptomnesia, Nabokov hubiera encapsulado en algún lugar de su psique para, muchos años después, dar a luz a la letal y perturbadora nínfula de su novela.
¿Ninfeta o nínfula?
Etimológicamente “ninfa” proviene del latín nympha y ésta del griego νύμφη: novia, la que porta un velo. De las seis acepciones que consigna el Diccionario de la Real Academia, la primera es por supuesto la mitológica (“Cada una de las fabulosas deidades de las aguas, bosques, selvas, etc., llamadas con varios nombres, como dríada, nereida, etc.”). La segunda y la tercera tienen un uso coloquial: “joven hermosa” y “cortesana (mujer de costumbres libres)”. Otra definición no deja de ser sorprendente: “pl. Labios pequeños de la vulva”. La cuarta definición, del ámbito de la zoología, se refiere a “los insectos con metamorfosis sencilla, estado juvenil de menor tamaño que el adulto, con incompleto desarrollo de las alas”,[5] curiosamente, en lo referente a la edad temprana, una acepción más cercana al concepto de “ninfeta” nabokoviano:
Nabokov usa la palabra inglesa nymphet en el original de su novela,[7] razón por la cual los estudiosos de habla hispana que han leído la obra en su idioma original, suelen usar el término “ninfeta”[8] en vez de “nínfula” que es como aparece en la traducción que circula en español desde 1959, editada por la editorial Sur[9] y después reproducida por Grijalbo y Anagrama, realizada por Enrique Tejedor, seudónimo del argentino Enrique Pezzoni.
En una estupenda nota, “Lolita censurada” (Letras Libres, diciembre 2001), Ernesto Hernández Busto consigna una muestra de omisiones y distorsiones debidas a la censura de Tejedor sobre todo en materia de sexo, frases sugestivas y otras no tanto con que Humbert Humbert, el narrador y protagonista de la novela, se refiere a su amada y a sus hermosas partes, los sentimientos y reacciones de excitación que le provoca, las situaciones ambiguas en las que se ve inmerso por su pasión exaltada, entre otras.
Pero, en lo referente a la decisión de cómo se nombró en español a la pequeña ninfa, salvo por quienes rechazan el término usado por el traductor y que se refieren a Lolita con el anglicismo “ninfeta” trasladado del original, nadie parece reparar en el hallazgo de la palabra “nínfula”.
Vayamos por partes. Cuando Nabokov decide usar la palabra nymphet para designar a esos seres de “gracia letal”, esas pequeñas ninfas de naturaleza daimonica, emplea un término consignado ya por The Century Dictionary y atribuido al poeta Michael Drayton en 1612, fecha en que publica su extenso poema Poly-Olbion, en el que escribe: “Of the nymphets sporting there In Wyrrall, and in Delamere”. La expresión “nínfula”, en cambio, parece ser una derivación creada por Enrique Tejedor, a partir de la palabra “ninfa” y el sufijo latino –ula, diminutivo femenino. Esta adaptación que no violenta las reglas de castellanización, goza, a mi juicio, de aumentar el grado de sonoridad dulce de una consonante líquida como la “l” que, muy bien conocía Nabokov al decir en las líneas iniciales de su obra: “Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta”. Así pues, aunque a algunos de los lectores y críticos que frecuentan el original en inglés les disguste que el traductor no haya empleado la palabra “ninfeta” –no obstante la tonalidad despectiva que en español sugiere ese anglicismo–, lo cierto es que el uso de “nínfula” se ha extendido en la designación de las ninfitas nabokovianas –quiero creer– por sus resabios de la lengua madre y por la dulzura de su fonética que la acerca a la esencia sutil, palatal, volátil de Lo-li-ta, “light of my life”. Una de esas ocasiones en que el traductor no es traidor.
Lecciones de entomología aplicada
I
Increíbles azares o extrañas coincidencias se dieron en la vida de Nabokov. Tal vez es así en cualquier existencia pero sólo salta a la vista cuando el sujeto es puesto bajo una lupa porque la fama lo ha convertido en una mariposa de tornasolados dibujos que el asombro o el morbo buscan descifrar. Una ironía sin duda que el propio autor se vuelva objeto de estudio microscópico cuando él mismo fue un especialista en lepidópteros, ese orden de insectos que incluye a las mariposas y polillas.
Ex libris de Vladimir Nabokov
Según relata en el capítulo 9 de Habla, memoria (1967), el “morbus et passio aureliani” le fue heredado por su padre Vladimir Dimietrich Nabokov. “Aureliano” es un término arcaico para designar a los especialistas en el estudio de las mariposas, proveniente del griego aurelia que quiere decir crisálida por cuanto justo antes de resurgir convertida en mariposa, la antigua ninfa tiene un esplendor áureo (latín aurum: oro). Aurelianos fueron su padre y Nabokov desde niño al punto que cuando encarcelan en 1908 a Vladimir padre unos meses por publicar con un grupo de amigos un manifiesto revolucionario que atacaba al zar, desde la prisión le pregunta a la madre de su hijo: “¿Ha cazado V. alguna Egeria [mariposa de los muros] este verano? … Dile que en el patio de la prisión sólo veo limoneras y blancas de la col”.
Así pues la pasión aureliana era una dádiva que el padre le había conferido al hijo, pero ¿hasta dónde esa pasión era también enfermiza como para que el propio Nabokov la llamara morbus et passio en sus memorias? De cualquier forma, revelación y recuerdo, islas de dorado fulgor, paraíso resplandeciente, parecen estar intrincadamente unidos en el taller del artista Nabokov cuando nos dice:
Las mariposas y la literatura fueron sin duda las grandes pasiones de su vida. Poco después de emigrar a los Estados Unidos en 1940, Nabokov se ofreció como voluntario en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard, donde realizó investigaciones y publicó su primer trabajo dedicado a las mariposas Cartherocephalus canopunctatus, una especie que antes de él no era considerada única y diferente. En 1951, cuando escribía Lolita y daba clases en la Universidad de Cornell, Ithaca, hizo un viaje a Colorado, a las Montañas Rocallosas, y ahí, a más de 12 mil pies de altura, capturó a la primera hembra Lycaeides argurognomn sublivens,[10] después llamada Lycaeides sublivens Nabokov en su honor. Fue en ese viaje también donde tomó notas de la panorámica de un pueblo aledaño, Telluride, que eventualmente formarían parte de las líneas finales de Lolita. Esas líneas sublimes donde, al admirar el “abismo amistoso” del valle que se extiende a sus pies, del cual le llega un bullicio de la vida, de mujeres que esperan a hombres, de niños que juegan entre risas y pelotazos, echa de menos a Lolita, desaparecida por la influencia de Quilty, el fauno depravado que le arrebata a su amor.
Telluride, en cuyas cercanías descubre y se hace de varios ejemplares de la Sublivens que después llevaría su nombre, es un pueblo asentado en la base de un cañón de las Montañas de San Miguel, a más de 9 mil pies de altura. En su reporte entomológico, Nabokov lo describe ambiguamente: habla de él como de un lugar decepcionante, un inusual callejón espectacular –en el que un prodigioso arco iris se erigía por las tardes–, adonde convergían dos caminos, “uno procedente de Placerville, el otro de Dolores, ambos atroces”. Si se busca Dolores, Colorado, en un atlas de Norteamérica, se descubrirá que también es un pueblo antiguo del condado de Montezuma, asentado en el valle de Dolores, cruzado por un río llamado también Dolores y con un pico de montaña del mismo nombre. Nabokov, que llevaba al menos diez años trabajando en Lolita, debió de haber sonreído ante tan caprichosa coincidencia. Pues para entonces él ya había realizado la taxonomía completa de la mariposa Lolita, aunque sólo le faltara dar los toques finales a su estudio.[11]
II
Pero las coincidencias y los azares no terminan ahí, por lo menos en lo que respecta a la figura del padre. Según cuenta Nabokov en el capítulo 9 de Habla, memoria, su padre fue autor de una colección de artículos sobre derecho penal, publicada en San Petersburgo hacia 1904. Resulta sorprendente, por no decir cuestión del destino al menos literario, que en un artículo de esa colección, se escriba sobre algunos casos de niñas que fueron objeto de abuso sexual.
Por supuesto Nabokov usa la discreta frase “de forma bastante profética en cierto extraño sentido” para referirse a la obvia coincidencia con la temática de Lolita, pues cuando leyó al fin el libro de su padre, él ya había publicado su novela al menos seis años antes. El libro le había sido obsequiado, según relata en sus memorias, por “un amable viajero, Andrew Field, que lo compró en una librería de segunda mano durante su visita a Rusia en 1961”. Tal vez otro hubiera sido el destino si su padre no hubiera sido asesinado en 1922 en Berlín, ciudad en la que la familia Nabokov buscó refugio tras los disturbios de la revolución bolchevique. Las posibilidades de la vida hubieran sido otras como lo confiesa el propio autor en una entrevista de 1967 publicada en The Paris Review:
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