Testimonio del Holocausto

Jun 26 • destacamos, principales, Reflexiones • 1991 Views • No hay comentarios en Testimonio del Holocausto

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Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el Diario de Ana Frank se convirtió en un best seller al retratar de viva voz el día a día de los judíos que pasaron sus últimos meses de existencia en precariedad e incertidumbre, lo que no impidió que la protagonista explorara su relación con el mundo y la búsqueda de su identidad

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POR RAÚL ROJAS 
El siglo veinte se ensombreció por las dos conflagraciones mundiales sobre las que se han escrito multitud de eruditos libros de historia. Sin embargo, son los relatos autobiográficos los que realmente nos permiten adentrarnos en el horror de la guerra como vivencia personal. Es el caso del Diario de Ana Frank, que pudiera haber sido una novela de ficción, pero es triste realidad. Si para poder apreciar lo que fue el Gulag se necesita leer Un día en la vida de Iván Denísovich, para aproximarse al sufrimiento personal de los judíos europeos hay que leer sobre los 761 días que Ana Frank y su familia permanecieron escondidos en un pequeño anexo en un edificio en Ámsterdam. Fueron más de dos años durante los cuales ocho personas compartieron 75 metros cuadrados, distribuidos en dos pisos, aparte de una buhardilla. Las páginas en las que Ana narra lo sucedido han sido llamadas el “diario más famoso de la historia”.

 

Otto Frank, el padre de Ana, era un comerciante judío que había luchado en el ejercito alemán durante la Primera Guerra Mundial. Poco después del ascenso de los nazis al poder, en 1933, Frank mudó a su familia a Aachen y posteriormente a Ámsterdam, donde se convirtió en representante de una compañía suiza y fundó su propio negocio de condimentos. Trató de obtener una visa para poder emigrar con la familia a Estados Unidos, lo que no fue posible. Desde mayo de 1940, cuando Alemania invadió Holanda, la familia Frank quedó atrapada en la ciudad.

 

Annelies Marie Frank nació en 1929 y tenía sólo 13 años cuando como regalo de cumpleaños recibió un diario en blanco, el 12 de junio de 1942. Ese mismo día hizo su primera anotación. A partir de ahí regularmente le escribió largas cartas a Kitty, su confidente imaginaria. Apenas cuatro semanas después del cumpleaños la familia Frank tuvo que esconderse en Ámsterdam, simulando que habían huido hacia Bélgica. Otto Frank había preparado ya un anexo, en la parte posterior del edificio que alojaba a su negocio, para esconder a su familia y a otra más: Hermann, Auguste y Peter van Pels. Meses antes le había transferido el control de su compañía a su empleado y amigo Victor Kugler, quien, junto con otro grupo de personas, se encargó de abastecer a todos los judíos ocultos en el anexo, al mismo tiempo que mantenía a la compañía operando como empresa “aria”.

 

La primera parte del diario de Ana relata como los judíos en Holanda comenzaron a perder todos sus derechos después de la invasión alemana. No podían ya asistir a escuelas que no fueran exclusivamente para judíos. Se les prohibió utilizar bicicletas y el transporte público, de manera que sólo podían desplazarse a pie. No podían salir de la ciudad. Se les notificaba por carta o por teléfono que deberían reportarse para “trabajar” en Alemania, lo que significaba que serían internados en algún campo de concentración. Cuando la hermana de Ana recibió la orden de presentarse con la policía, la familia Frank activó de inmediato el plan de huida, que en este caso significaba desaparecer en la ciudad misma.

 

Sabiendo como terminó la guerra, y que de las ocho personas escondidas sólo Otto Frank sobrevivió, sorprende el tono casual de Ana y el optimismo que transmite a pesar de todo lo que está ocurriendo a su alrededor. Nadie en el escondite quiere perder tiempo, pensando desde el primer día en lo que será la vida después de la derrota alemana. Todos se dedican a la lectura de los libros que sus benefactores les hacen llegar de la biblioteca. Los adultos le dan clase de inglés, francés y hasta latín a los adolescentes. Ordenan cursos por correspondencia a través del correo de la empresa. Varios de los confinados ayudan con el trabajo de oficina de la compañía, que opera durante el día en la parte frontal del edificio. Eso es precisamente lo que hace la reclusión más llevadera: todas las tardes, cuando el último empleado abandona el inmueble, sus instalaciones están a disposición de los enclaustrados. Pueden reunirse en la oficina principal de la empresa para escuchar la BBC y enterarse del transcurso de la guerra. Para evitar ser delatados por la luz, cada atardecer todas las ventanas del anexo tienen que ser cuidadosamente revestidas.

 

Cuando ocho personas viven en un espacio tan reducido es inevitable que se den confrontaciones por nimiedades. Una buena parte del diario está dedicada a relatar esos incidentes, grandes y pequeños, de manera que poco a poco se va perfilando el carácter de cada uno de los personajes en esta historia. Otto Frank emerge como la roca en medio de la tormenta, siempre controlado y encontrando soluciones. La relación de Ana con su madre y su hermana pasa por muchos altibajos, pero va mejorando a medida que pasa el tiempo. Los conflictos con la familia Van Pels se van profundizando a medida que pasan los meses. El hijo, Peter van Pels, es al principio poco interesante para Ana, pero acaba convirtiéndose en su persona de confianza y enamorado.

 

Estar ocultos en un edificio, dependiendo de la ayuda de otras personas, era un gran riesgo para todos los involucrados. Por eso es sorprendente que los siete fugitivos decidan, apenas unos cuantos meses después de haberse refugiado, que todavía hay lugar para salvar a una persona más. Resuelven invitar a un dentista judío, amigo común, a compartir el escondite. “El riesgo para siete es el mismo que para ocho”, se dicen. Ana se lo cuenta a Kitty como una “gran noticia”.

 

En la primera mitad del diario Ana juega con la descripción del entorno y la situación. En noviembre de 1942 se imagina que puede ir a Suiza con su padre y hace una lista de todas las cosas que compraría con 150 florines. Pocos días después describe la vida en el anexo como si se tratara del folleto de un hotel. La comida ahí “no tiene grasa” y “todos los lenguajes con cultura” son aceptables, por eso “el alemán no”. Ya para la segunda mitad del diario, y a pesar de que los aliados cada vez ganan más terreno, es claro que los refugiados no esperan que la guerra termine antes de 1944. La tardanza de lo que después sería la invasión de Normandía, en junio de 1944, se les hace interminable. Además, los bombardeos y balaceras en Ámsterdam ponen diariamente a prueba los nervios de los ocho recluidos, que no pueden huir hacia ningún lado porque ya están en fuga. Cada vez es más difícil comprar productos en el mercado negro o con cartillas de racionamiento adquiridas ilegalmente. Ya para octubre de 1943 la familia Frank se ha enemistado con la familia Van Pels, que ha gastado todo su patrimonio. En el escondite, escribe Ana, “comemos nuestro dinero”.

 

A lo largo de los meses Ana describe varios incidentes que podrían haber provocado que la policía descubriera a los fugitivos. Hay varios intentos de robo y robos consumados en el almacén de la empresa. En febrero de 1943 se llevan un gran susto cuando el edificio es comprado por un nuevo propietario, pero éste se conforma con seguir cobrando la renta sin inspeccionar a fondo su nuevo inmueble. Ana describe la sensación de peligro e impotencia en el escondite: “Nos veo en el anexo como si fuéramos un pedazo de cielo azul, rodeado de obscuras nubes. El circulito donde nos encontramos es seguro, pero las nubes se acercan más y más, y el anillo que nos protege se hace cada vez más asfixiante”.

 

Con el inicio del año 1944 hay un cambio sustancial en las anotaciones del diario. Ana escribe en siete meses, hasta su captura, el mismo número de páginas que en los 18 meses previos a enero de 1944. Ana ha madurado casi frente a nuestros ojos y comienza a reflexionar sobre sí misma y sobre la sicología de la comuna involuntaria a la que pertenece. Las anotaciones se vuelven más profundas. Es ésta la parte más interesante del diario por el suspenso y la altura literaria que alcanzan algunas de sus páginas. Escribe Ana el 12 de enero: “Es un fenómeno insólito: a veces me contemplo como con los ojos de otra persona. Inspecciono lo que le ocurre a una cierta Ana Frank. Hojeo tranquilamente en el libro de mi vida como si fuera el de alguna desconocida”. Tres días después se queja: “Me pregunto si al vivir tanto tiempo con otra gente, a la larga acaban todos en riña… ¿Es la mayor parte de la gente tan egoísta y avara?” En la comuna ya a esas alturas se ha dejado de acopiar todo en común. Cada familia almacena su propia grasa y pescado por separado.

 

Una porción considerable del diario está dedicada a la búsqueda de identidad. Ana le relata a Kitty las observaciones que hace de su propio cuerpo y de su paso por la pubertad. Le confía al diario que alguna vez le propuso a su mejor amiga que cada quien tocara el cuerpo de la otra. Y también le cuenta de sus romances, especialmente con quien sería su amor imposible, Peter Schiff, y de su anhelo por ser amada. Schiff era un adolescente dos años mayor que ella y con quien Ana mantuvo una intensa amistad, hasta que se perdieron de vista. Ana sueña, en momentos de desaliento, que Peter Schiff está en el anexo con ella y le acaricia la cara. A partir de febrero de 1944 su atención se desplaza hacia Peter van Pels, con quien experimenta su primer beso.

 

Con los meses el cerco se va cerrando alrededor del escondite. Ana intuye que el desenlace se aproxima, cualquiera que pudiera ser el resultado. Compara su vida y su popularidad con sus compañeros antes del encierro, con la prueba que está pasando. En abril de 1944, después de otro robo y la presencia de la policía en el edificio, escribe: “¿Quién nos convirtió a los judíos en una excepción entre los pueblos?… Si podemos soportar todo este sufrimiento y aún así sobreviven judíos, se convertirán de condenados en ejemplo”. Agrega que los judíos pueden ser holandeses o ingleses, pero siguen siendo judíos, “y queremos seguirlo siendo”. Ella misma se propone ser holandesa después de la guerra.

 

Cuando la policía descubrió la entrada del anexo, el 4 de agosto de 1944 (sin que hasta ahora se sepa quién delató a los fugitivos), los arrestó y los asignó a diferentes campos de concentración. Las hojas del diario de Ana quedaron desparramadas por el suelo. Fueron recogidas y preservadas por una de las ayudantes de la familia. Después de la guerra le entregaron el diario a Otto Frank, el único sobreviviente, quien se dedicó a la tarea de publicar el diario hasta que en 1947 apareció en holandés con el título Desde el Anexo. Fue traducido al alemán y al francés en 1950. Cuando apareció traducido al inglés en 1952 se convirtió de inmediato en un best-seller internacional. Existen diversas ediciones, ya que Otto Frank eliminó algunos pasajes
y otros fueron editados por Ana misma. Hay ediciones críticas que explican las diversas variantes que han aparecido, incluyendo
los fragmentos que se agregaron posteriormente. Es el libro publicado originalmente en holandés mejor conocido en el mundo, con más de 30 millones de ejemplares
vendidos.

 

Después de su captura, Ana, su hermana y su madre fueron enviadas a Auschwitz y posteriormente al campo de concentración de Bergen-Belsen en Alemania. La madre murió de hambre y agotamiento. Ana y su hermana contrajeron tifo y murieron sólo dos meses antes de la liberación de los sobrevivientes por el ejercito británico.
El 29 de marzo de 1944 Ana le confía a Kitty haber escuchado en el radio que el gobierno holandés tenia previsto editar diarios y cartas escritas durante la guerra, una vez que terminara el conflicto. Le confía: “Imagínate lo interesante que sería si publicara una novela sobre el anexo. Sólo por el título la gente pensaría que es una novela de detectives”. Pocos meses antes de su captura reconoce Ana que escribir es su pasión y talento. Se pregunta: “¿Podré alguna vez escribir algo grandioso?”

 

Ya lo estaba haciendo.

 

FOTO: Ana Frank en su pupitre hacia 1941/ Crédito: Especia

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