The Dylan Thing

Oct 15 • destacamos, principales, Reflexiones • 10265 Views • No hay comentarios en The Dylan Thing

POR ÁLVARO ENRIGUE

Autor de Muerte súbita (Anagrama, 2013); @alvaroenrigue

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En las 48 horas posteriores a la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan escuché y leí a muchos críticos y periodistas señalando que los escritores estaban furiosos, pero ni leí ni escuché a ningún escritor furioso: creo que la envidia es un motor legítimo de descontento con los premios y el Nobel es tan caprichoso y remoto que ha de haber sólo quince o veinte personas en todo el mundo que puedan sentir que se los escamotearon. No son representativos de nada más allá del comportamiento estadístico de las casas de apuestas.

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Está, por supuesto, la posibilidad del coraje por principio, que es mucho más elegante y mucho menos simpática. Supone que existen formas altas y bajas de la creación artística y que ciertos géneros creativos tienen una valor superior a otros. Yo no creo que las listas del supermercado y las telenovelas sean Literatura –la pongo con mayúscula porque es una materia, no porque sea divina—pero, tal vez por la deformación que ha producido en mi manera de leer haber pasado tantos años en universidades, tampoco tengo una percepción de cenáculo de los fenómenos literarios.

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Hace muchos años que en las academias de todo el mundo se acabaron las guerras culturales y las ganaron los que defendían un credo liberal que pugnaba por la inclusión, aunque fuera sólo porque la maquinaria de la exclusión se aniquila a sí misma: empezando a señalar qué no es literatura, terminamos en la aberración del homenaje al poeta único –si la capilla del poder cultural burocrático en México decidiera los programas de estudio, todas las clases en todas las facultades de Letras del país serían sobre Octavio Paz y Salvador Elizondo, con alguna optativa sobre Contemporáneos. Es más generoso, entonces, tener una postura liberal hacia la escritura, dejar de señalar qué no es Literatura y preguntarse si eso que no hemos incluido, lo es o, cuando menos, si podemos aprender algo estudiándolo con los procesos propios del arte de leer académicamente.

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Y en términos de aplicar factores medibles al trabajo de alguien para decidir si es Literatura o no, el de Bob Dylan califica con comodidad. El abolengo de la canción como género literario es simplemente imbatible: hasta donde sabemos, que es poco, Safo era igual de famosa como poeta que como intérprete. Y vivió hace 2600 años. Otros liristas reproducían sus canciones en bodas y banquetes y las siguieron reproduciendo después de su muerte y por eso sobrevivió su único poema completo y los fragmentos de los demás que escribió, pero, hasta donde la tradición oral puede ser confiable vivió hace tanto que no existe un solo testimonio directo sobre ella, se sabe que era la mejor lirista de su hora y producía, cuando cantaba, arrebatos en su público.

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Safo es incuestionablemente el primer poeta lírico del que tengamos registro: era apenas unos años posterior al grupo de poetas que fijaron la forma definitiva de La Iliada y La Odisea y contemporánea de los autores del Génesis. Es la matriz de la poesía tal como la conocemos y el género con el que trabajaba era la canción lírica. Cantaba con un instrumento de cuerdas sentencias que discutían problemas íntimos con consecuencias universales, haciendo que empatara el ritmo, la dicción y el significado de las palabras. Esa descripción de trabajo le queda al clavo a Bob Dylan: es un perseguidor de la lírica clásica en la tradición de Safo y Virgilio –a quién, dicen los especialistas, suele citar extensamente.

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Lo único que me parece inquietante de que le concedan la medalla de oro de la Academia Sueca tiene que ver, entonces, con la economía simbólica de los premios. El Nobel en Literatura es percibido casi universalmente como la forma definitiva de la consagración y es, por tanto, un reconocimiento que cambia radicalmente la vida de un escritor: la distinción le llena teatros, le retaca la cuenta de banco, globaliza su escritura –es el garante máximo de traducción y el número de traducciones es otra de las pocas cosas medibles en términos de reconocimiento literario. Bob Dylan tenía todo eso a los veinte años y con el paso del tiempo su capital de reconocimiento se ha incrementado en lugar de disminuir. Al concederle el Nobel, la Academia Sueca ha vuelto su propio premio una pizca irrelevante: absolutamente nada va a cambiar en la vida del autor premiado este año, dado que la minoría de los lectores de literatura no es suficiente para modificar los números de las abrumadoras mayorías de personas a las que ya le gustaban sus canciones. La medalla del premio pasará a la pared de discos de oro del cantante –será el disco más chiquito—y a lo que sigue.

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La canción –un poema lírico cantado y acompañado por cuerdas—es el género literario vivo más antiguo que tenemos. La épica se extinguió formalmente en el siglo XIX: los horrendos himnos nacionales, que datan de ese siglo igualmente horrendo, fueron su último respiro. Todavía se escriben épicas, pero son irónicas: Walcott o Louge; Óscar de Pablo cerquitita de nosotros. Los líricos cordados, en cambio, son como las corridas de toros: algo que viene de lejísimos, que se pierde en las nieblas de las islas del Mar Egeo, y quién sabe cómo ha sobrevivido y lo seguimos tomando en serio. La novela, en comparación, es una creatura: tiene sólo cuatrocientos años. Cervantes es el antepasado de nuestro vecino, los de Bob Dylan son los dinosaurios.

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FOTO: Desde sus primeros años como cantante, Bob Dylan ha recibido el reconocimiento del público y de la crítica. En la imagen, retrato del joven músico incluido en su libro Crónicas, Vol. I./AP

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