Thomas Wolfe: “Historia de una novela”, adelanto editorial

Nov 12 • Ficciones • 964 Views • No hay comentarios en Thomas Wolfe: “Historia de una novela”, adelanto editorial

 

Este es un adelanto de Historia de una novela, de Thomas Wolfe, publicado por Periférica (2022). Traducción de Juan Cárdenas 

 

POR THOMAS WOLFE
Hará cosa de un año, cierto editor y buen amigo me dijo que lamentaba no haber llevado un diario del trabajo que habíamos hecho juntos, todos los retoques, añadidos, parones, flujos y finales, los diez mil ajustes, cambios, triunfos y concesiones que tienen lugar en la construcción de un libro. Según este editor, una parte del proceso fue fantástica, muchas veces asombrosa, siempre fascinante; y también tuvo la amabilidad de decirme que en sus veinticinco años dentro del negocio editorial nunca había vivido una experiencia más interesante.

 

 

En estas páginas me propongo relatar esa experiencia. No puedo decirle a nadie cómo escribir libros; no puedo ofrecer ninguna fórmula que haga que un libro se publique ni que un texto sea aceptado por una de esas revistas que pagan altos honorarios. No soy un escritor profesional. Ni siquiera soy un escritor experto. Tan sólo soy un escritor que está en camino de aprender su profesión y de descubrir la línea, la estructura y la articulación del lenguaje, lo que me llevará a descubrir si estoy haciendo el trabajo que quiero. Es sólo por este motivo, porque titubeo, porque hasta la última gota de mi energía vital y de mi talento sigue inmersa en este proceso de descubrimiento, por lo que me atrevo a hablar aquí de estas cosas. Me dispongo a contar cómo escribí un libro. Será un relato muy personal acerca de una actividad que ocupó la parte más intensa de mi vida durante muchos años. No hay nada muy literario al respecto: es una historia de sudor y dolor, de desesperación y logros parciales. Todavía no he aprendido a narrar una historia. Todavía no sé cómo se escribe una novela. Pero he aprendido algo acerca de mí mismo y acerca del trabajo de la escritura. Y si puedo, intentaré contar aquí de qué se trata.

 

No sé cuándo se me ocurrió por primera vez que quería ser escritor. Supongo que me sucedió como a tantos y tantos niños de mi generación en este país. Debí de pensar que no estaría nada mal: al fin y al cabo, los escritores eran gente como Lord Byron, Lord Tennyson o Longfellow, o como Percy Bysshe Shelley. Los escritores eran figuras lejanas, como estos nombres que he mencionado, y siendo yo un joven estadounidense, y no precisamente de los que tienen dinero y pueden ir a la universidad, me pareció que formaban parte de una remota clase de personas a las que nunca podría acercarme.

 

Creo que algo similar nos ha pasado a todos o a casi todos los que nacimos aquí, en Estados Unidos. La extrañeza de la profesión literaria nos perturba más que a cualquier nación que haya conocido en este mundo. Y es por eso, creo yo, por lo que tantas y tantas personas de nuestro pueblo, y con ello me refiero al tipo de gente trabajadora, campesina con la que me crie, albergan un sentimiento de maravilla, duda y romanticismo hacia los escritores, de modo que les resulta difícil comprender que un escritor podría ser alguien como ellos y no un tipo lejano como Lord Byron, Tennyson o Percy Bysshe Shelley. Luego están esos otros estadounidenses que provienen de aquella clase más educada, los que van a la universidad, y estas personas también viven fascinadas con el glamour y la dificultad de escribir, pero de un modo distinto. Estos seres se enteran y se sofistican más que la gente más enterada y sofisticada de Europa. Se vuelven más flaubertianos que Flaubert. Fundan pequeñas revistas literarias donde sus mejores exponentes se enfrascan en discusiones bizantinas, tan bizantinas que ni los bizantinos mismos las entienden. Los europeos dicen: “Oh, Dios, ¿de dónde han salido estas personas, estos estetas norteamericanos?”. Bueno, todos sabemos de dónde han salido. Creo que todos los que intentamos escribir en este país hemos caído en medio del fuego cruzado de estos dos grupos de personas bienintencionadas y mal aconsejadas, y si alguna vez nos convertimos en escritores, lo hacemos a pesar de ellas.
No sé cómo me convertí en escritor, pero creo que fue algún tipo de fuerza interior lo que me hizo sentir que debía escribir, una fuerza que finalmente se abrió paso y encontró un canal. Me crie en un entorno de gente de la clase trabajadora. Mi padre, cantero de oficio, era un hombre con un gran respeto y veneración por la literatura. Tenía una memoria prodigiosa y amaba la poesía, y la poesía que más le gustaba era, por supuesto, la del tipo retórico que aquella clase de hombres aprecia. No obstante, era buena poesía: el soliloquio de Hamlet, Macbeth, la oración fúnebre de Marco Antonio, la Elegía de Gray y cosas por el estilo. Todo eso lo escuché en mi infancia y me lo aprendí de memoria de principio a fin.

 

FOTO: Thomas Wolfe, retratado por Carl van Vechten/ Van Vechten Collection at Library of Congress

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