Tiempo de oboe y guitarras

Ene 23 • destacamos, Miradas, Música, principales • 3357 Views • No hay comentarios en Tiempo de oboe y guitarras

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Las producciones más recientes de los profesionales de estos dos instrumentos han dejado una buena impresión entre los críticos

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POR IVÁN MARTÍNEZ
Dos discos con música mexicana de reciente factura han llamado mi atención. Son rarezas y a la vez no. Lo son porque tener un nuevo disco con música para oboe o cuarteto de guitarras no es lo más común, lo son porque es cierto que una parte importante de la producción discográfica registra música nueva pero no de compositores jóvenes; y no lo es porque la mayoría de los compositores que mencionaré pueden ser “promesas” todavía, pero representan todos una parte de lo más sofisticado que se va labrando entre la composición nacional. En pocos años, será común encontrar -como ya sucede con una de las pocas compositoras en la lista- constantes nuevas grabaciones de sus obras. Llegaron separados, pero son una extraordinaria coincidencia.

 

El de guitarras viene como un proyecto independiente, casi “familiar”, del joven cuarteto Kuikani: Contemporary Music for Guitar Quartet (Leitmotiv, 2020). Al grupo lo conforman Carlos Chimal Hernández, Mario Eduardo Velázquez, Jorge Vallejo y Arturo Martínez Zanabria, de quien ya he hablado aquí por su faceta como compositor. Ésta es su primera producción discográfica y el primer acierto palpable es la limpieza que se respira en la ingeniería de audio, que estuvo a cargo de Diego Adrián Jiménez.

 

Jiménez es también el compositor con el que abre el álbum, de él tocan K’ami (Jamädi): lírica y sensible, aparentemente sencilla pero emotiva pieza que establece el tono del viaje que emprenden en los siguientes 30 minutos. A partir de ella, todas las obras comparten características: construcciones estructurales muy bien establecidas, escrituras camerísticas que hacen justicia al cuarteto como forma; y lenguajes muy individuales que coinciden en su sentido musical poético, cantábile, a la vez de muy rítmico, y que supongo tiene que ver con el hecho de que todas hayan sido concebidas para este grupo de guitarristas, quienes devuelven el favor al presentarlas también con la mayor justicia y compromiso. El programa, aunque breve, es vasto en posibilidades técnicas y expresivas del instrumento y a la vez coherente al girar en torno a las características del ensamble que lo toca.

 

Luego de K’ami, que funge de obertura, se presentan obras cada una cada vez más ambiciosas bien por los terrenos armónicos, tímbricos o colorísticos dentro de un espectro amplio a explorar en las posibilidades de este instrumento multiplicado por cuatro: Quiaviní, de Daniel Martínez, con momentos de exotismo; Schlague Prov. 5:12, de Esteban Zúñiga, un ordenado viaje que examina múltiples capas sonoras; Ciclos, de Erik Tapia, la de espíritu más innovador sin perder nunca su naturaleza poética, ni caer en la impertinencia juvenil; y las Cuatro Escenas Místicas, de Martínez Zanabria, un propio viaje dramático de mucha viveza y misterio.

 

El otro disco lo presentó el oboísta mexicoamericano Jonathan Thompson (a veces acompañado por la pianista Talar Khosdeghian), ahora profesor en la University of North Texas: Tollan: Mexican Works for oboe (Equilibrium, 2020). Es el resultado de una residencia en la UNAM y de la comisión de algunas obras.

 

Representa también una paleta vasta de posibilidades que, si bien más amplia en los estilos que aborda que el de guitarras, mantiene un aire familiar, reconocible, en todo su programa. Aunque, si hay que comparar (algo inevitable al escucharlo a la par del primer disco mencionado), éste deja a deber un poco en su producción: lo que vale la pena aquí es el registro de este repertorio.

 

Abren los tres movimientos de Música para cocinar, de José Enrique González-Medina, simpático divertimento sin mayores ambiciones, de escritura limpia y transparente que recuerda una partitura de Gutiérrez-Heras con mayor trabajo de salpimentado. Y el programa incluye luego tres rapsodias de distinto tono, todas ricas en las posibilidades artísticas que ofrecen al instrumentista y que deben estar en el repertorio obligado de cualquier ejecutante del oboe: Semeliami, de Alejandra Odgers, sensible pieza ya conocida y grabada en versiones para otros instrumentos, Corazón de colibrí, de Cristobal Maryán, una pieza que parece escrita con mayor libertad de exploración que otras obras suyas, y Arenea, de Charly Daniels, una de las obras más portentosas y depuradas en el catálogo de este compositor (y una de mis dos favoritas en el disco).

 

Mi mayor descubrimiento han sido dos piezas de discurso profundo y poderoso para oboe y electrónica: Asylum, de Diana Syrse, que apenas conocí el año pasado por su versión alterna para clarinete bajo (y funciona mejor ahí, para ello: buscar la ejecución de Luis Mora dentro del Foro de Música Nueva, en youtube), aunque es original de 2015; contiene audios de refugiados de Siria y Diana los presenta con energía y pericia para servirle como contexto al canto del instrumento acústico. Y Cascabel, de Jorge Calleja, atractiva y vibrante escena con el que termina elocuentemente el viaje de Thompson.

 

Calleja ya había escrito otra obra para oboe y electrónica, La voz del viento, que se encuentra en otro disco que debo mencionar. Y es que, aunque ambos títulos son genéricos, me da algo de cosquillita el leer en uno muy específicamente “música contemporánea” y en otro “música mexicana”: así que valga la recomendación de Oboemia (Tempus, 2011), de Carmen Thierry, para quien además de lo contemporáneo, quiera ampliar su visión mexicana del oboe con lo que antes escribieron Chávez, Enríquez y Lavista, entre otros.

 

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