El TMEC y la cultura, otro espejo enterrado
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Este análisis detallado del nuevo tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá, ofrece un panorama de las oportunidades que hay para nuestros creadores e industrias locales, y la proyección global de nuestras identidades
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POR EDGARDO BERMEJO MORA
En la negociación original del TLCAN que entró en vigor en 1994, al igual que en las negociaciones que condujeron a la aprobación del TMEC entre 2017 y 2020, México –a diferencia de Canadá– no apeló a la llamada “excepción cultural”. No incluyó la cultura como un rubro específico del tratado, aunque en sus múltiples dimensiones de intercambio se contemplaron industrias y mercancías culturales, algunas de ellas enmarcadas como parte del comercio electrónico.
La cultura, es decir, el concepto internacionalmente aceptado de “productos culturales”, simplemente no se incluyó. En todo caso el Capítulo 32, alusivo a las Disposiciones Generales, prevé una protección a las industrias editorial y audiovisual, la cual beneficiaría, en principio, sólo a Canadá (TMEC 32.6).
El intercambio trilateral de bienes o productos culturales en la región norteamericana, y el impacto que en esto tendrá tras la aprobación y ahora con la entrada en vigor del TMEC, representa un gran desafío para las instituciones y la comunidad cultural de México. Demanda a su vez un diálogo activo y afirmativo con sus contrapartes de Estados Unidos y Canadá. No se ha dado hasta ahora.
El TMEC, aun recociendo que debió ponerse en la mesa de las negociaciones el tema de la “excepción cultural” para México –a la manera que lo hizo Canadá– no abandona en automático al sector cultural mexicano a la aplanadora del libre mercado y a la voracidad de los centros hegemónicos de la producción cultural del siglo XXI.
Es un proceso mucho más complejo y es preciso comenzar a entenderlo y a prepararnos para esta nueva fase. Hay un repunte de las economías emergentes hacia la comercialización internacional de sus bienes culturales, que México podría capitalizar al darle puntual seguimiento al tema cultural en el arranque del TMEC.
En este artículo reviso el contexto general del intercambio global de bienes culturales; la postura de Canadá en relación a su sector cultural, previa y posterior al TMEC; y algunas recomendaciones para el caso mexicano.
1. El comercio internacional de bienes culturales
Según un reporte de la UNESCO (UIS, 2016) la cifra global de exportaciones de bienes culturales casi se duplicó entre 2004 y 2013, pasando de 108.4 mil millones de dólares en 2004, a 190.5 mil millones de dólares en 2013, lo que por otra parte representa apenas el 1.22 por ciento del total de bienes exportados a nivel global. Esta notable tendencia al crecimiento explica por sí misma la relevancia de incluir los bienes y servicios culturales en los instrumentos jurídicos de negociación comercial internacional.
Está claro que el mercado global de bienes culturales presenta un continuo crecimiento en los últimos diez años, pero dicho crecimiento no ha beneficiado de manera proporcional a los países en desarrollo. Al respecto, el ensayista mexicano Armando González Torres escribió en el artículo “El TLCAN y la cultura”, publicado en la revista Letras Libres en 2017:
“La disparidad entre las estructuras de las industrias culturales de distintos países, la reserva ante la influencia uniformadora de los grandes consorcios, particularmente norteamericanos, y el deseo explícito de conservar determinados rasgos nacionales generan la noción de ‘excepción cultural’. (Sin embargo) Operativamente la excepción es muy difícil de administrar, (ya que) puede incurrir en inequidades favoreciendo a determinados sectores y desfavoreciendo a otros, introduce distorsiones y, sobre todo, tiende a asociarse a un Estado paternalista que tutela el consumo cultural y, por ende, la libertad de elección de sus ciudadanos”.
En 2014 el INEGI reportó qué México tenía una balanza deficitaria de 6 a 1 en el intercambio de bienes culturales con Estados Unidos: nuestras exportaciones de Estados Unidos cifraron 18 mil millones de dólares en aquel año, mientras que les vendimos poco más de 3 mil millones de dólares en este campo. Sin embargo, no existe consenso entre los especialistas mexicanos en relación a los indicadores culturales cuantificados para dicho reporte.
Del total global de bienes culturales de exportación registrados en 2013, los países de Europa oriental y Asia central sólo aportaron el 2.7 por ciento del total global. América Latina se encuentra en una situación de desventaja aún mayor, contabilizando apenas a su favor exportaciones equivalente al 1.2 por ciento del comercio mundial de bienes culturales; mientras que la región norteamericana (excluido México en dicho estudio) concentra el 49 por ciento de dicho comercio global (UIS, 2016).
En el reporte de la UNESCO México aparece incorporado al resto de América Latina, en una situación ambigua para al conteo estadístico de este organismo, por la dificultad que representaba la medición en el marco del TLCAN.
Dos indicadores, entre muchos otros, dan cuenta de la relevancia que tiene para México revisar el impacto que tendrá el TMEC en la agenda trilateral del intercambio cultural:
Somos uno de los 10 países líderes mundiales en la exportación de productos audiovisuales interactivos (videojuegos), un ramo que entre 2004 y 2013 creció 122 por ciento a nivel global. China domina significativamente en este rubro, concentrando la mitad de las exportaciones globales. A pesar del dominio chino, para 2013 las exportaciones mexicanas de videojuegos representaron el 1.3 por ciento de las cifras globales, lo que sitúa a nuestro país en la novena posición mundial, por debajo de China, Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Canadá, Países Bajos, y Singapur.
De igual manera en el mercado global de importación de videojuegos México pasó en 2013 de la novena a la octava posición mundial, por encima de España y los Países Bajos, que ocupaban el noveno y el décimo sitio (UIS, 2016).
En el caso de Estados Unidos como segundo líder mundial exportador de bienes culturales (debajo de China), el 17 por ciento del total global de sus exportaciones en 2013 tuvieron como como destino Canadá, y 5.2 por ciento México; mientras que del total global de importaciones de bienes culturales que recibió ese año, 3.2 por ciento provenían de Canadá, y 3 por ciento de México. En ambos casos se presentaba un déficit en la balanza desfavorable para México, y poco menos para Canadá.
Por otra parte, hay evidencia que se ha reducido la brecha entre los países desarrollados y los países en desarrollo en relación al total global de exportaciones de bienes culturales: 68 por ciento, de los primeros, contra 25 por ciento, de los segundos, en 2013; a un muy significativo cambio de 58 por ciento contra 35 por ciento en 2016, y esto tan sólo con tres años de diferencia. (UIS, 2016)
Hay pues un repunte de las economías emergentes hacia la comercialización internacional de sus bienes culturales, que México debe tomar en cuenta al momento de pensar el papel de la cultural en la integración comercial con el bloque norteamericano.
En 2009 la UNESCO definió un marco para elaborar las estadísticas relacionadas al comercio internacional de bienes culturales, mismo que abarca seis capítulos de seguimiento: Patrimonio cultural y natural; Artes escénicas y celebraciones (Festivales, conciertos, etc.); Artes visuales y artesanías; Libros, prensa y sector editorial; Sector audiovisual, Medios y plataformas interactivas; Diseño y servicios creativos. La revisión de un capítulo cultural mexicano dentro del TMEC podría tomar como punto de arranque este marco estadístico (FCS, 2009).
En las últimas décadas la multiplicación de acuerdos comerciales bilaterales, regionales y globales (al seno de la OMC) han puesto de manifiesto la necesidad de crear excepciones a la comercialización de bienes y servicios culturales debido a su naturaleza específica, como es el caso muy notable de la Unión Europea. Un principio elemental en esta materia es que cuando un país abre su mercado interno al intercambio comercial con otros países, debe asegurar al mismo tiempo que su producción local no será reemplazada o drásticamente disminuida por la producción externa.
El reporte de la UNESCO identificó la creciente desmaterialización y digitalización de algunos bienes culturales. En efecto, hemos visto en los últimos años cómo diversos bienes culturales son cada vez más accesibles electrónicamente, y se comercializan mucho menos como bienes físicos. La desmaterialización ha tenido un gran impacto en la música, los contenidos audiovisuales y la producción de libros, entre otros. Sin embargo, la producción en físico dentro del sector editorial, por ejemplo, o la pintura y el arte contemporáneo, continúan siendo un importante bien cultural de comercialización internacional.
A pesar de los procesos de desmaterialización, del estudio de la UNESCO no se desprende una tendencia definitiva, por la cual otros aspectos tangibles y analógicos del intercambio internacional de bienes culturales desaparezca en las próximas décadas.
Además de crear empleos, estimular la producción y aumentar las ganancias, la exportación de bienes culturales contribuye al dinamismo de las economías locales, y son un factor estratégico para países, como México, con un sector cultural que contribuye notablemente al desarrollo económico del país.
“Las nuevas tecnologías y su desarrollo acelerado han modificado radicalmente las condiciones de oferta y los modelos de negocios en los sectores culturales más importantes como la música, la televisión o la industria editorial. (…) Cada vez más procesos de producción cultural involucran cadenas complejas y modos sofisticados de circulación, al tiempo que las tecnologías de la información y plataformas digitales rebasan definitivamente las fronteras”, escribe González Torres.
China superó a Estados Unidos como principal exportador de bienes culturales a partir de 2010. Sin embargo, Estados Unidos se ha mantenido como el mayor importador mundial de bienes culturales y esto tendrá un claro impacto en el TMEC: nuestro vecino y socio estratégico es el mayor consumidor mundial de bienes y servicios culturales.
Hasta ahora la demanda de bienes culturales se mantiene altamente concentrada en las economías desarrolladas, especialmente Estados Unidos, Europa y Asia oriental. A pesar del crecimiento constante de China, el comercio cultural Norte-Norte es sólido y en ascenso, mientras que el comercio cultural Sur-Sur permanece debilitado, y no se ve en el horizonte inmediato que pueda despegar.
Otro aspecto central en materia de comercio internacional de bienes y servicios culturales lo representa la balanza entre exportaciones e importaciones. Así por ejemplo mientras que en 2013 Norteamérica y Europa mantenían una balanza equilibrada (48.7 vs. 49.1), América Latina presenta un desequilibrio notable: importa casi cinco veces más de lo que exporta en materia de productos culturales. (UIS, 2016)
Pese a todo, durante los últimos 15 años las economías emergentes se han convertido cada vez más en exportadoras de bienes culturales. India, Corea, Turquía y Malasia –entre otros ejemplos notables– muestran una sólida consolidación de su sector de exportación de bienes culturales (FCS, 2009).
En la última década el aumento de las exportaciones de bienes culturales para los países con ingresos medios altos se duplicó (México entre ellos), mientras que se multiplicó por 3.5 veces para aquellas naciones con ingresos medios bajos (India, por ejemplo). Esto indica la tendencia general de las economías emergentes a fortalecer su mercado de exportación de bienes culturales. En el caso de los países con niveles más bajos de ingresos, éstos aportan menos del 1 por ciento del total global de exportaciones de bienes culturales. Están, literalmente, fuera del juego.
Los países en desarrollo exportan en gran medida productos de artes visuales, artesanía, productos textiles y joyería. Los países desarrollados comercian principalmente con joyería, la industria del entretenimiento, (música y artes escénicas), productos audiovisuales (cine, televisión, contenidos en línea) y libros.
No obstante, los servicios audiovisuales en línea se están convirtiendo en el producto cultural más importante que se comercializa en el planeta.
La digitalización y la desmaterialización ha afectado, entre otros, a la producción y el consumo locales de música, cine, televisión y libros en todo el mundo. El aumento en el consumo de productos digitales, cuya producción la concentran en su gran mayoría en las economías desarrolladas, ha resultado en una disminución creciente en las ventas de bienes culturales tangibles “típicos” como, los CDs y los DVDs. Su consumo sobrevive con esfuerzos en los mercados informales de la economía, y tiende a desaparecer.
El tema de la propiedad intelectual no es un asunto menor de cara a lo negociado en el TMEC. Al respecto, Eduardo Nivón escribe: “estamos ante un nuevo fenómeno de la economía global, en el que los rendimientos del trabajo intelectual han permitido establecer flujos nuevos de capital hacia los Estados Unidos, Europa Occidental y algunos países de Asia, impidiendo que el resto del planeta se beneficie de esta importante mina de recursos económicos. La pregunta que inmediatamente surge de este panorama es si la normatividad internacional sobre propiedad intelectual no ha tenido que ver para robustecer este esquema asimétrico de la división cultural del trabajo”.
En cualquier caso, las estadísticas sobre el comercio internacional de bienes y servicios culturales siguen siendo un aspecto informativo y de análisis imitado, especialmente para las economías en desarrollo, aún en aquellos países que, como México, cuentan con cuentas satélites oficiales para el estudio del comportamiento de su sector cultural.
La Convención de la UNESCO de 2005 sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales reiteró la naturaleza especial de los bienes culturales. En ella se hacía una reiterada invitación a los países desarrollados a abrir sus mercados internos a productos culturales de países en desarrollo. Sigue siendo, por mucho, una aspiración incumplida.
Definía los bienes culturales como “aquellos productos que trasmiten ideas, símbolos o formas de vida, y que pueden estar sujetos a derechos de autor”, se les define también como “bienes que producen una experiencia”, lo que significa que sus consumidores pueden determinar su valor sólo después de haber sido consumidos, de manera que “son diferentes de otros productos en vista de un sistema de valoración y apropiación intrínseca a su consumo”.
Establecía a su vez que, mientras que los “bienes culturales” son tangibles, y se clasifican por sus características físicas observables, los “servicios culturales” son intangibles. Los “servicios culturales” satisfacen intereses y necesidades culturales específicas. No son por sí mismos “bienes culturales”, pero facilitan la producción y distribución de éstos.
Pero ambos, bienes y servicios culturales, “muestran un componente de valor simbólico, artístico y estético determinado, que los distingue del resto de productos de intercambio comercial”, y por lo tanto el reto para las legislaciones y acuerdos comerciales internacionales. Lo representa la manera en que ambos procesos pueden cuantificarse y aspirar por lo tanto a su regulación bajo el término unificador: “productos culturales”.
Sin embargo, la medición de los flujos comerciales culturales internacionales, en un mundo digitalizado, es un aspecto muy complejo. No obstante, la metodología aplicada por el Instituto de Estadísticas de la UNESCO y sus primeros resultados, han representado un aporte de gran importancia en la última década. En el presente las clasificaciones e indicadores han mejorado y han surgido nuevas metodologías, de tal suerte que la cooperación estadística entre diferentes organizaciones internacionales mejoró, y esto ha resultado en una mayor disponibilidad y calidad de los datos.
Por ejemplo, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) utiliza la metodología (FCS UNESCO 2009) en la producción de datos sobre la exportación de bienes y servicios creativos para su Índice de Innovación Global (OMPI, 2015). Sin embargo, no existe un modelo único estandarizado para medir la aportación de los bienes culturales y las industrias creativas en el comercio internacional. Mientras que la definición de la OMPI se basa en el concepto de derechos de autor, la UNESCO toma en cuenta otros aspectos transversales e intangibles de los bienes y servicios culturales que circulan globalmente.
Por otra parte, la globalización de las cadenas de valor y de producción dificultan cada vez más identificar si un producto o un servicio cultural determinado proviene enteramente de un solo país, mientras que la revolución digital desplaza los movimientos en físico de dichos productos, en favor de su circulación virtual a través de Internet.
Tomando en cuenta las diversas aproximaciones de los organismos internacionales (UNESCO, OMC, UNCTAD, OMPI), una primera aproximación no exhaustiva, al momento de revisar los aspectos del comercio cultural en el marco del TMEC, debería incluir los siguientes aspectos:
Música, videojuegos, artes escénicas, cine, video y productos audiovisuales, artes visuales, fotografía, diseño, arquitectura, artesanías, servicios de publicidad, museos, industria editorial, festivales, gastronomía (no alimentos), patrimonio cultural y natural tangible e intangible, turismo, software, computación y database, diseño de moda e industria del vestido, y derechos de autor.
La UNESCO identifica como causas que debilitan la capacidad de exportación de bienes culturales de los países en vías de desarrollo a las siguientes: debilidad de su infraestructura de producción cultural; predominio de las materias primas frente a los productos terminados con valores culturales de apropiación; indefinición de productos diferenciados en su valor simbólico; ausencia de políticas públicas para proteger el mercado cultural interno y para el estímulo de la exportación de bienes culturales. ¿En cuáles de estos cuatro aspectos México califica?
Jorge Sánchez Cordero, uno de los autores que más ha escrito sobre el impacto del nuevo tratado para el sector cultural mexicano, afirma: “El TMEC se inserta en un contexto esencialmente comercial; existe una evidente exclusión de la naturaleza binaria cultura-economía. (…) El punto de origen de cualquier análisis debe partir de un enunciado: el advenimiento de la economía digital”.
2. Canadá, el libre comercio y sus industrias creativas
Canadá otorga un papel de la mayor relevancia al comercio de bienes y servicios culturales como un aspecto esencial de su crecimiento económico. Por lo tanto, considera estratégico el acceso de sus productos a los mercados internacionales de bienes culturales a través de los mecanismos de negociación comercial internacional, y particularmente con el bloque norteamericano. (AEFA,2019)
En 2016 el sector cultural y de la economía creativa de Canadá generó un volumen de riqueza de 53.6 mil millones de dólares, equivalente al 2.8 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB). En ese mismo año de 2016 las exportaciones canadienses de bienes culturales produjeron un ingreso de 16 mil millones de dólares, representando el 2.5 por ciento del total de sus exportaciones. Esto significa que en tan sólo 5 años (de 2011 a 2016) se dio un aumento cercano al 25 por ciento en sus exportaciones culturales, con respecto al total del volumen exportador del país.
El sector cultural canadiense genera empleos para 650 mil personas, lo que representa un total del 3.5 por ciento del mercado laboral del país, demostrando la relevancia de las industrias creativas canadienses en la generación de desarrollo económico y bienestar para el país. La Asociación Canadiense de la Industria del Software para Entretenimiento (ESAC) considera que en los próximos años no podrá sobrevivir en el plano internacional, si a los niveles de producción locales no se les acompaña de un volumen de ventas en el ámbito global mucho mayor al de la capacidad de consumo interno (AEFA,2019).
El limitado mercado interno de consumo de bienes culturales es el inventivo principal en la estrategia comercial de Canadá relativa a su distribución internacional de dichos bienes. En el caso de la industria canadiense de la música, en la actualidad dos terceras partes de sus ingresos provienen de la comercialización internacional, un cambio muy significativo toda vez que en 2005, hace apenas tres lustros, éste representaba sólo 28 por ciento de sus ventas totales.
Los países de la Unión Europea y Estados Unidos se presentan como los principales destinos de los bienes culturales canadienses de exportación, siendo este último por mucho el principal receptor de dichos productos. En 2016 Estados Unidos absorbió el 63 por ciento del comercio internacional canadiense de bienes culturales, con un volumen de consumo de 10 mil millones, mientras que Canadá importó en este mismo rubro 13 mil millones de dólares de bienes culturales estadounidenses.
La balanza comercial Estados Unidos-Canadá en materia de importación/exportación de bienes y servicios culturales se mantiene favorable a los Estados Unidos, si bien las autoridades canadienses consideran que un desequilibrio mayor se habría presentado de no haberse incluido la excepción cultural en el marco del TLC de 1994.
La Unión Europea es el segundo socio principal de Canadá en esta materia y mantiene al igual que con Estado Unidos niveles aceptables de simetría comercial: 12 por ciento de las exportaciones culturales de Canadá tienen como destino a los países de la UE (por un monto anual de mil 900 millones de dólares), mientras que los bienes culturales que Canadá importa de la Unión Europea representan un total de 11 por ciento de su consumo global (equivalente a 2.2 mil millones de dólares).
China es el tercer mayor importador mundial de productos culturales canadienses, seguido (si se desagrega a los países de la UE) por Reino Unido, Alemania y Francia. En materia de importación canadiense de bienes culturales, Estados Unidos aparece como su principal proveedor, seguido por la Unión Europea, China y México en cuarto lugar. Los Estados Unidos, la Unión Europea, China, Reino Unido, Alemania, Francia, Australia, México, Hong Kong, e India, son los principales socios comerciales de bienes culturales de Canadá.
No obstante estos indicadores, un reporte elaborado en 2017 por el Comité de Asuntos Exteriores y Comercio Internacional del Senado canadiense con el título “Acuerdo de Libre Comercio: una herramienta para la prosperidad económica” señalaba que no se cuenta aún con estadísticas certeras y totalizadoras del comercio internacional de bienes culturales canadienses en el siglo XXI, por la dinámica cambiante en la que se producen, circulan y se consumen dichos bienes en el ámbito global, y frente al uso intensivo de nuevas tecnologías digitales para su distribución y apropiación” (AEFA,2019).
La cláusula cultural del TLCAN quedó finalmente incluida en los artículos 2106, 2107 y Anexo 2016 del acuerdo, y surtirá efectos únicamente entre Canadá y Estados Unidos.
Para las negociaciones del TMEC Canadá mantuvo en lo esencial las posiciones asumidas en el marco de la negociación del TLCAN en materia de defensa de su economía cultural, si bien tuvo que flexibilizar su posición, particularmente en el tema de los subsidios a los productos culturales digitales y el principio de la neutralidad tecnológica, tal como quedó finalmente reflejado en el acuerdo de 2018. De igual manera, en el TMEC se prohíbe la imposición de derechos aduanales a la transmisión de cualquier contenido por la vía electrónica. (TMEC, artículos 19.3 y 19.1). Temas ambos muy sensible que sólo con la instrumentación del nuevo tratado podremos saber si Canáda se favoreció o perdió con esta nueva negociación.
En dicho artículo se proscribe la aplicación de todo trato discriminatorio (que es un mecanismo combinado del trato nacional y del trato de la nación más favorecida) a los productos digitales, incluidos los culturales. Éstos comprenden todos los programas de cómputo, texto, video, audio e imagen, entre otros, producidos para efectos de ventas comerciales o de distribución, que puedan ser transmitidos electrónicamente (TMEC, artículo 19.1).
El Capítulo 19 del TMEC, referido a los productos digitales, integra los programas de cómputo, texto, video, imagen, sonido o cualquier otro producto que haya sido digitalmente encriptado, producido para ventas comerciales o de distribución y que pueda ser transmitido electrónicamente (artículo 19.1). Ninguna de las partes puede imponer cuotas arancelarias o cualquier otro cargo a la importación o exportación de productos digitales transmitidos en forma electrónica (artículo 19.3). Este Capítulo 19 está asociado al capítulo 20 relativo a la propiedad intelectual.
EL TMEC nuevamente incluyó un régimen específico de la excepción cultural para Canadá, que abarca las industrias editorial, audiovisual, musical, de telecomunicaciones, de televisión abierta y por cable, de programación satelital y de servicios culturales a través de la red. (TMEC. artículo, 32.6). De igual manera se incluyó un artículo relativo a la protección de los pueblos originarios en su estabilidad económica, certidumbre e integridad, con una referencia específica a la legislación canadiense en la materia (TMEC, artículo 32.5).
Canadá debe dar el mismo tratamiento a las partes del acuerdo que a sus nacionales (trato nacional), eliminar cualquier tarifa y permitir el libre acceso al mercado cultural, entre otras, y se mantiene el derecho de retorsión (esto es, medidas de reclamación y compensación) en caso de afectación de los intereses de las otras dos partes a consecuencia de la excepción cultural canadiense (Artículo 32.6.4).
Sánchez Cordero ha escrito al respecto: “la postura de Canadá no deja lugar a dudas: se reservó el derecho de adoptar e implementar medidas que afecten sus industrias culturales y de sostener, directa o indirectamente, la creación, el desarrollo y el acceso a las expresiones artísticas canadienses y a su contenido”.
3. El caso mexicano
En las negociaciones que condujeron a la aprobación del TMEC en 2017-2018, el gobierno mexicano de la administración federal anterior decidió no incluir cualquier disposición de excepcionalidad para el sector cultural mexicano. Y así se quedó en la parte final del proceso que condujo la actual administración.
¿Esto resulta irreversible una vez concluidas las negociaciones y ya en su etapa de instrumentación? No del todo, o no necesariamente. Queda aún mucho por hacer, tanto para documentar el impacto que tendrá el nuevo acuerdo en el intercambio de bienes y servicios culturales, como para crear sobre la marcha diversos mecanismos para fortalecer el sector cultural mexicano y estimular su integración con nuestros socios comerciales del norte.
El gobierno mexicano, en diálogo con la comunidad cultural y empresarial mexicanas, y de la mano de estudios estadísticos confiables, podría impulsar una serie de acciones afirmativas de cooperación trilateral y binacional, orientadas a reforzar la confianza del sector cultural de los tres países, ante los retos y desafíos del TMEC.
El TMEC no necesariamente representa un peligro para al sector cultural mexicano enfrentado a la aplanadora del libre mercado y a la voracidad de los centros hegemónicos de la producción cultural del siglo XX, sino que puede verse también como una oportunidad para impulsar a la comunidad creativa mexicana, tanto en el país como la residente en Estados Unidos y Canadá, a partir de proyectos de integración, políticas públicas de fomento a la economía creativa, y seguimiento permanente al impacto del TMEC en el intercambio trilateral de bienes y servicios culturales.
“La interrelación entre cultura y comercio suele ser inflamable en lo político y complicada en lo técnico –apunta González Torres–. No es sencillo definir los bienes y servicios que puedan ampararse legítimamente bajo el adjetivo prestigioso de ‘culturales’, ni agrupar un rango tan heterogéneo de productos en un solo rubro, ni determinar su valor. De cualquier manera, pese a su carácter casi evanescente, los bienes culturales no han sido ajenos a la globalización y, desde hace muchos años, han sido incluidos ya sea en negociaciones multilaterales de más amplio alcance o en los tratados comerciales entre países”.
Buena parte de las legítimas preocupaciones y reclamos de la comunidad cultural en esta materia no son necesariamente de la competencia del TMEC, y se orientan más bien a aspectos de políticas públicas mexicanas para fortalecer a su sector cultural y su comunidad de creadores. Hablamos de políticas de gobierno orientadas al desarrollo de públicos, los estímulos al consumo cultural, la profesionalización del sector, el fomento a la producción artística, la generación de infraestructura, los proyectos de innovación digital, de estímulo a la economía creativa –lo que antes llamábamos industrias culturales–, diversas acciones de estímulo fiscal, seguridad social para la comunidad artística, y la protección del patrimonio y la diversidad.
Ningún acuerdo comercial puede en realidad poner diques o barreras a lo que circula libremente en internet todos los días. “Por cada minuto en internet –nos recuerda Sánchez Cordero– se realizan en Google 2 millones 400 mil visitas; en Facebook, 601 mil 89, y en YouTube, que depende de Google, 2 millones 780 mil”. Es tarea de las políticas públicas para el sector cultural de los países fortalecer su ecosistema de producción digital para responder a este desafío, a través del estímulo a la economía creativa local y la salvaguarda de la diversidad.
En ese sentido, y como medidas alternativas a la ausencia de una cláusula de excepcionalidad para el sector cultural mexicano en el marco del TMEC, se podrían buscar alianzas benéficas para la comunidad creativa mexicana con los grandes conglomerados internacionales de los ecosistemas digitales. Particularmente con empresas globales como Google, Amazon, Facebook, Apple y Netflix.
Sería recomendable que el INEGI establezca un capítulo especial de la cuenta satélite de cultura para analizar de manera sistemática y puntual los efectos que la implementación del TMEC tendrán en el intercambio trilateral de bienes y servicios culturales. A través de la creación de un capítulo especial para el TMEC dentro de la cuenta satélite del INEGI, puede dársele seguimiento puntual a la comercialización de los productos culturales analógicos en la región norteamericana, buscando que en una segunda etapa que se diseñen esquemas apropiados para el estudio y contabilidad del comercio digital de bienes culturales, ante la complejidad que representa su medición.
Debería establecerse también un Observatorio Permanente del Impacto del TMEC para el Sector Cultural mexicano, conformado por un grupo independiente de expertos en la materia, universidades mexicanas con programas especializados en economía de la cultura, en coordinación con un equipo de funcionarios y técnicos del INEGI, y de las secretarías de Cultura, Economía y Relaciones Exteriores.
Estas dos iniciativas plantean la posibilidad real de contribuir a revisar y a darle seguimiento al impacto que habrá de tener el TMEC para el sector cultural del país. Se necesita por lo tanto una visión integral y claramente documentada del valor de los bienes culturales, de la significación que determinadas decisiones técnicas pueden ejercer sobre el acceso de las mayorías a bienes e informaciones culturales, de la rentabilidad potencial de muchos rubros emergentes de la cultura o del impacto de determinadas medidas sobre las industrias creativas.
“En el marco del TMEC se deben desarrollar nuevas metodologías para la salvaguarda y promoción de las expresiones culturales mexicanas en ambientes informáticos, y la formación de ecosistemas culturales digitales”, plantea Sánchez Cordero.
La identidad y la particularidad cultural mexicana, reflejada y sostenida en la multiplicidad de su producción y su patrimonio cultural material e intangible, la cual abreva de la tradición histórica y al mismo tiempo se inscribe en un ámbito multicultural, cosmopolita y contemporáneo, no debe verse como un aspecto necesariamente vulnerable frente a las tendencias de la circulación internacional de bienes y servicios culturales en la era digital.
La cultura mexicana se adapta, se enriquece, se diversifica y se verifica en el contacto y en el intercambio con el resto de la producción cultural mundial, tanto de aquella que se produce en los centros hegemónicos de la cultura y la circulación comercial de contenidos, como la que persiste desde las periferias. La cultura nacional siempre ha estado “expuesta” a las corrientes de la producción cultural y mediática provenientes del extranjero y esa exposición se ha traducido en la renovación y la sofisticación permanente de nuestro ethos cultural.
Los grandes conglomerados internacionales de la circulación digital de bienes culturales, así como las grandes industrias globales del entretenimiento en el sector audiovisual, representan un reto, pero pueden también entenderse como un desafío y un campo de oportunidades abiertas, tanto para el sector emergente como para el ya consolidado de la economía creativa mexicana, siempre y cuando se cuente a su vez con el respaldo de políticas públicas sólidas y diversificadas.
Ejemplos como la colaboración de la empresa mexicana Argos con las plataformas internacionales de streaming, o el éxito apabullante de la última producción de Alfonso Cuarón en colaboración con Netflix dan cuenta de que hay caminos nuevos por recorrer en esta nueva etapa de la integración norteamericana.
Los principios que México reconoce y adopta al haber suscrito y ratificado la Convención de la UNESCO de 2005 no se contraponen ni se excluyen necesariamente como resultado del acuerdo final alcanzado por México, Canadá y Estados Unidos en el marco del TMEC. Al contrario, representan la brújula que deberá guiar el diseño de políticas públicas para fortalecer la competitividad del sector cultural de México, y la diversidad de sus actores y productores, en un ambiente global de alta competitividad y permanentes cambios en los paradigmas tecnológicos aplicados a la producción cultural.
Los bienes y servicios culturales que dimanan de las industrias creativas, tal y como hoy las reconocemos, son portadoras de identidad, valores y significados, y su naturaleza binaria (cultura-economía) debe ser reconocida tanto en el ambiente informático internacional, como en las normatividades en materia comercial que de ellas se deriven. En ese sentido, el TMEC no debe verse como un obstáculo sino como una hoja de ruta trilateral, para poner a prueba nuestra capacidad de adaptación y reconversión de nuestras prácticas culturales, en un marco de defensa de la diversidad y los derechos culturales de la ciudadanía consagrados en la Constitución.
De manera paralela a la renegociación del TLCAN, el gobierno de Canadá impulsó el programa Creative Canada para el fomento de su economía creativa, con un fondo de mil 260 millones de dólares. Un trabajo de coordinación a nivel federal, con el concurso de los gobiernos de los estados, las universidades y el sector privado, podría crear un programa similar al canadiense, como alternativa desde el diseño de políticas públicas al reto de la integración de la economía creativa mexicana en el marco del TMEC.
La respuesta a los retos del TMEC, que en muchos sentidos es la misma que se nos presenta ante los retos culturales del siglo XXI, no es el proteccionismo sino la construcción de sinergias entre lo material e inmaterial de nuestra producción cultural actual, entre lo local que deviene global, entre la tradición ancestral y el acceso y uso de las nuevas tecnologías digitales.
El ecosistema informático que se edifica alrededor de las industrias creativas del siglo XXI debe asegurar la protección y la promoción de los derechos humanos, los valores democráticos, los derechos culturales de las minorías, y la salvaguarda de la diversidad, así como las libertades de creación, expresión, información y comunicación. “Es imprescindible por lo tanto garantizar el principio de la universalidad y la neutralidad del internet”, sostiene con razón Sánchez Cordero.
De manera paralela a la observación sistemática del TMEC en relación con su impacto en el comercio trilateral de bienes y servicios culturales, se debe promover la participación de la sociedad en el ecosistema digital, en las industrias creativas, en la generación de contenidos locales compartidos y en la preservación del patrimonio cultural, con estricto respeto a la diversidad.
Este es un tema que por lo demás figura en la agenda cultural iberoamericana en el que México ha tenido una participación relevante, a través del Grupo de Trabajo para la Agenda Digital Cultural para Iberoamérica de la SEGIB, y sus reuniones en la ciudad de México de 2014 y 2019.
La libre circulación global de contenidos digitales no puede ser vista como una amenaza ineludible en la construcción de una identidad nacional para los países, toda vez que dicha identidad se adapta y se transforma todos los días. Es en todo caso tarea de los gobiernos nacionales y de los organismos multilaterales, crear los mecanismos que aseguren la salvaguarda de la diversidad consagrada en la Convención de la UNESCO de 2005.
Frente al riesgo de la implantación de una cultura de masas hegemónica, controlada por los grandes conglomerados de la cultura mainstream, las expresiones culturales locales no están irremediablemente a la deriva, sino que se les puede apuntalar y aún reinsertar en el ámbito legítimamente global al que pertenecen, con políticas públicas innovadoras, multisectoriales y de largo plazo, fomentando el diálogo entre las culturas a fin de asegurar el equilibrio en los intercambios, y la salvaguarda de la diversidad cultural.
La salida sencilla a los retos del TMEC (reestablecer los aranceles y condiciones vigentes antes de 1994 en cinematografía y buscar disminuir el déficit en la balanza cultural con Estados Unidos mediante medidas compensatorias) tiene un carácter proteccionista y mezcla temas de negociación comercial con otros de política cultural doméstica. En la actualidad, en un ecosistema digital de la producción cultural global como el que vivimos, ni todos los productos que puedan agruparse en el difuso rubro de cultura son simples mercancías, ni todos pueden aspirar a los privilegios de la excepción.
“Una buena negociación debería asegurar el mayor equilibrio en las condiciones de competencia entre las industrias culturales, reconociendo asimetrías entre los distintos países, así como reducir barreras de entrada y maximizar las posibilidades de sectores de la nueva economía cultural. En todo caso, debería cambiarse el enfoque de una nación amenazada y ofendida y buscar en la economía de la cultura no un feudo a proteger, sino una oportunidad de desarrollo” concluye González Torres.
Fuentes:
-UNESCO, Institute for Stadistics (2016). The globalisation of Cultural Trade: a shift in consumption international flows of cultural goods and services 2004-2013.
-UNESCO, Framework for Cultural Statistics (FCS). 2009
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-Texto completo del TLCAN:
https://idatd.cepal.org/Normativas/TLCAN/Espanol/Tratado_de_Libre_Comercio_de_America_del_Norte-TLCAN.pdf
-Texto Completo del TMEC
https://www.gob.mx/t-mec/acciones-y-programas/textos-finales-del-tratado-entre-mexico-estados-unidos-y-canada-t-mec-202730?state=published
FOTO: Una de las industrias que podría beneficiarse de este tratado de libre comercio es la cinematográfica. En la imagen, la Cineteca Nacional./ Valente Rosas/ EL UNIVERSAL
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