Tocando a la puerta de Geoffrey Hill
Clásicos y comerciales
POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
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Tardará en abrirme. Es un anciano de barba blanca ungido con la cátedra de poética de la universidad oxoniense en 2010 y recientemente señalado por la muerte. Este conservador, de hondo espíritu cristiano, habría votado brexit, me imagino. Como su enemigo Philip Larkin no gusta de moverse fuera de la lengua inglesa y aun el viaje a los Estados Unidos, a Boston, le pareció una gran aventura. En el sentido contrario de Henry James, quiso saber si un inglés profundo como él podía adaptarse a la lengua salvaje, parecida pero no igual, que se habla en Nueva Inglaterra más allá de la cual no se aventuró. Su santo patrón fue T.S. Eliot al grado que su crítico de cabecera, Christopher Ricks, publicó no hace mucho True Friendship. Geoffrey Hill, Anthony Hecht, and Robert Lowell of Eliot and Pound (2010), un sexteto sobre la amistad poética o lo que Harold Bloom llamó, más comercialmente, “la angustia de las influencias”.
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Leo en The Guardian los lamentos de sus colegas y contemporáneos por el deceso de Hill, apenas el 30 de junio de 2016, unas horas antes de que lo hiciera, del otro lado del canal, Yves Bonnefoy, en Francia, país que no le era indiferente al inglés nacido en Worcestershire, el 18 de junio de 1932. Su poema es un diálogo con Charles Péguy sobre la misericordia y la guerra, en una poesía donde reina la elocuencia sacra y el reto de la ciudad, sea o no “The Mystery of the Charity of Charles Péguy” (1983), un relato del encuentro con un espíritu sólo en apariencia afín, católico y republicano para el cual la Gran Guerra –quizá murió demasiado pronto, antes de las trincheras y de las lodosas matanzas del Somme y Verdún en 1916– era todavía una prueba para la fe.
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Hill, cantor de las glorias de la catedral de Chartres, fue despedido como el último gran poeta del siglo XVII, aunque sea más actual –dudoso privilegio– que muchos de sus contemporáneos. Quizá no sea el fénix que se eleva sobre las cenizas de Europa, como dijo de él A.N. Wilson, pero es seductor, dado su aspecto de mago, tenerlo como el último guardián de la elocuencia oracular. En Boston descubrió a Walt Whitman y sus ensayos, complejos para quien apenas se inicia, pobremente, en el mundo de la poesía en lengua inglesa, relatan su deslumbramiento más que hacía el autor de Hojas de hierba (1855), por Emerson, al que considera padre de dos poetas enemigos: el propio Whitman y Eliot. Sucede que ambos descubrieron el secreto de aquella poesía, llamado por Hill, “the Alienated Majesty”, concepto tomado de los Diarios de Emerson, que viene a ser la majestad contrariada de los poetas cuando sus propias palabras se vuelcan en contra suya. Nosotros, explica Hill en The Collected Critical Writings (2008) entendemos la “alienación” o como un trastorno psicológico y como la enajenación del obrero o de la muchedumbre. Pero Hill, siempre desnudo y presto para sumergirse en The Oxford English Dictionary, dice que la palabra apareció como rara en 1826 y quería decir, nada menos, que “Otherism”, es decir, una variante de la devoción que sentimos por los intereses de los otros, lo que entonces se llamaba “altruismo” y hoy, entendemos, como lo percibió Whitman, como la muy celebrada “otredad”.
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Hill afirma que el tránsito entre el altruismo y la otredad fue muy largo o al menos tanto como la epopeya de Whitman. Pero yo no lo creo, como no lo creerán quienes conozcan la tradición romántica francesa destruida por Rimbaud (“Je est un autre”) o el surrealismo hispanoamericano, para quienes en la visión del poeta la otredad es cotidiana, “la otra voz” en palabras de Paz. Si le entiendo bien a Hill, su otredad es profundamente civil. Es un poeta político, pero no en el sentido continental de la palabra, que asocia política con ideología. Nacionalista, para Hill, lo político es “the civil polity”, la forma eclesiástica como se organiza la sociedad frente a los poderes temporales del reino, oposición que este lector y relector de John Milton, Thomas Hobbes y otros clásicos anglosajones de lo político–religioso, de Cromwell a Gerard Manley Hopkins, examina y vindica.
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Autor de A Treatise of Civil Power (2007), Hill considera en esos poemas ingleses los términos de una “oposición amistosa” entre quienes no son iguales pero se resignan a esa jerarquía, según Ricks. En su poesía, la extrema complejidad de los versos es interrumpida por una llaneza que recuerda a la del otro Geoffrey Chaucer (1343–1400) pues el moderno a su pesar insiste en la sobrevivencia de los valores cristianos medievales, pero, sobre todo, en la manera en que fueron conservados por Inglaterra. No fue indiferente a su época, Hill, pero la miró, con un rancio sabor popular no más allá de la Gran y Gloriosa Revolución, la inglesa de 1688, cuya importancia, en la isla, presumen mayor que la francesa posterior en un siglo. Ellos ya estaban hartos del patíbulo y dejaron escapar a Jacobo II para que fuera a esconderse en la corte de Luis XIV.
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Regreso a “The Mistery of the Charity of Charles Péguy”, poema dividido en diez partes, que da inicio con el asesinato de Jean Juarès, el liberal socialista cuya muerte desencadenó la Gran Guerra. Hill desdeña el lejano incidente de Sarajevo verificado el 28 de junio de 1914. ¿Fue el belicoso Péguy y no el menudo Gavrilo Princip, llamando a la cruzada, quien traía el arma letal escondida en un ejemplar de aquellos Cahiers que publicaba para hacer a los franceses émulos pastorales y militantes de Juana de Arco? “La esperanza era una cosa pequeña”, afirma Hill, para el pedagogo Péguy: oraciones diarias para conservar el castillo de Troyes, la catedral de Chartres, Napoleón y su Academia de Saint–Cyr, el pueblo de De Gaulle… El “j’accuse!” de Zola se convirtió en una “tragedia baja y en una farsa colosal”, concluye. Otra vez, las palabras de los poetas se tornan en contra suya.
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Leyendo a Hill se entiende que el brexit, para ligarlo a la actualidad siempre contenciosa, viene de lejos y apenas se interrumpió con una breve tregua de cuarenta y cinco años. No en balde, el poeta Geoffrey Hill entiende a la pequeña Bretaña continental como propia. Dejemos pasar, parece decirme el vate desde el otro lado, sin abrirme, a las cosas pequeñas. A riesgo de ser inoportuno seguiré tocando la puerta.
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FOTO: En el poema “The Mystery of the Charity of Charles Péguy” (1983), Geoffrey Hill sostiene un diálogo con el espíritu de este escritor francés. / ESPECIAL.