Todas las sangres

Ene 8 • Reflexiones • 1639 Views • No hay comentarios en Todas las sangres

 

Para escritores como Mario Vargas Llosa o Fernando Savater, el libro físico se encuentra muy lejos de su muerte, puesto que con él se logra establecer una relación tan íntima con la que ningún medio electrónico o red social puede competir

 

POR BENJAMÍN BARAJAS
Mario Vargas Llosa, el famoso polemista y premio Nobel, es un hombre convencido de la importancia de la educación literaria como base del desarrollo cognitivo y emocional de los niños y jóvenes. Esta pasión lo ha estimulado a discrepar del magnate Bill Gates, quien vaticina la muerte del libro y augura un mundo deslumbrante y feliz, para quienes habrán de atrapar en la pantalla evanescente todo lo que haya menester.

 

Contrario a esta profecía, Vargas Llosa se apega a las grandes obras que se han diseminado en el tiempo y el espacio, usando de vehículo al papel, esa antigua corporeidad que permite establecer una relación íntima y personal, más allá de la electricidad y de las fugaces huellas digitales que pudieran imprimirse en las ventanas inteligentes.

 

Los libros, comentaba Fernando Savater, funcionan a costa de nuestra energía y somos su único motor, pero también son amigos fieles a los que podemos recurrir cuando colapsan las plantas de luz o se caen las redes sociales, víctimas del tartamudeo de los satélites. Paradójicamente, los libros no son piezas inmóviles, dialogan y entran en disputa con sus compañeros de anaquel y sobrellevan, con el mejor de los decoros, las anotaciones en sus márgenes.

 

En este orden de ideas, la residencia de los libros son las bibliotecas y si el libro habrá de desaparecer, ¿qué sería de esos majestuosos edificios?, acaso se convertirían en viejos cascarones para albergar los E-Books o los miles de ojos electrónicos para escudriñar el universo, como lo imaginara Borges en “El Aleph”; de cualquier manera, por rica que sea una visión, siempre es unilateral, porque las multiplicidades de imágenes y sentidos son propiedad de la lectura, la escritura y los libros.

 

Vargas Llosa recuerda con nostalgia las bibliotecas que frecuentó en su niñez y juventud. Festeja, con razón, la construcción de un tiempo y un espacio paralelos a la “realidad real”; un mundo de ficción intensificado por las “lentas galerías”, diría Borges, de las obras que pueblan los muros y que esperan la suave decisión de quien las mira y recorre sus páginas, mediante una actitud de amorosa entrega.

 

Una biblioteca excede los límites de un edificio y se convierte en un crisol de culturas, creencias, doctrinas y razas; es una ciudad cosmopolita que reúne una cultura planetaria donde conviven “todas las sangres”, para usar una frase que José María Arguedas asociaba con una cultura diversa y convergente, como son las sociedades latinoamericanas. Una Biblioteca, dice Vargas Llosa en su obra Elogio de la educación, es un lugar para soñar y fantasear, es un espacio mágico que “nos ayuda a vencer los recelos, los prejuicios que la ignorancia inevitablemente crea en nosotros frente al otro”.

 

En este sentido, el impulso a la lectura implica la defensa de los libros y las bibliotecas, incluidas las librerías, las editoriales y, en general, todo aquello que favorece la conversión de las letras en un movimiento creador de la imaginación, el cual es, finalmente, uno de los principios esenciales de nuestra vida.

 

El escritor Mario Vargas Llosa/ Crédito: Paolo Aguilar/EFE

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