“Todo se vigila, todo se controla, todo se sabe”
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“En épocas anteriores había que sacarle la información a la gente. En cambio ahora todo el mundo pone todo en Facebook: estamos en otro estadío de la civilización”, dice el escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, una de las voces más representativas de la narrativa centroamericana, a propósito de su más reciente novela, Moronga, una historia sobre dos personajes marginales, de oscuro pasado, en las entrañas de la sociedad de la vigilancia
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POR GERARDO LAMMERS
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A Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957), que ahora vive en Estados Unidos, sus personajes lo han seguido con argucias hasta allá.
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El escritor, que nació en Honduras y creció en El Salvador —tuvo que huir tras el estallido, en 1979, de la guerra civil—, ejerció el periodismo en México, donde comenzó a escribir sus obras de ficción, comenzando por La diáspora, publicada en 1988. Desde entonces ha escrito una docena de libros notables como El arma en el hombre y La sirvienta y el luchador, todos ellos referidos a la violencia que le tocó atestiguar durante su primera juventud en Centroamérica. El más reciente se titula Moronga (Random House, 2018), palabra muy común en Centroamérica que significa más o menos lo mismo que en México.
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“Vivo allá en las planicies del norte, en la ciudad de Iowa. Con los años me cuesta más moverme, pero estoy muy alegre de estar acá”, dice Castellanos Moya, con esa sonrisa que tiene, un tanto desquiciada, sentado en la cafetería de la librería Rosario Castellanos de la Ciudad de México.
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Luego de haber residido en Fráncfort y Tokio, el autor de Donde no estén ustedes se ha establecido en Estados Unidos. Es profesor de la Universidad de Iowa, donde imparte un taller de escritura creativa en español.
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Y hasta acá lo han seguido Zeledón y Aragón, los dos protagonistas de Moronga.
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El primero es un ex guerrillero salvadoreño que llega a Merlow City —ciudad inspirada en Iowa City—, siempre con su fusca en la tobillera, a la espera de que un criminal mexicano lo contacte para emprender una misión. El segundo es un patético profesor, también salvadoreño, que se involucra en una investigación de corte académico sobre el asesinato, al parecer a manos de la CIA, del poeta Roque Dalton en 1975.
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Es justamente la figura de Dalton la que engarza las historias de este par de personajes, periféricos para el imperio pero centrales en la novela, una que tiene como telón de fondo la sociedad de la vigilancia.
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“Moronga” es una palabra polisémica que manejas a lo largo de la novela. En México quizá tenga un significado distinto del que tú le das en la novela.
Bueno, no: en la novela “moronga” es morcilla, sangre coagulada. Pero también es una golpiza, el órgano sexual masculino… y es un personaje. Es un apodo común en Centroamérica, más común de lo que uno cree. Yo le doy todos los sentidos en el texto. Y creo que hay uno mucho más de fondo que representa el personaje, que es el sentido de la “cultura moronga”: el tipo que está por afuera de la ley, que quiere subir fuera de la escalera social porque la escalera social no le permite subir. Entonces el tipo es cultura moronga, sangre coagulada: ¡Se sube a como dé lugar, hermano! Hace lana a como dé lugar.
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Una novela muy relacionada, a diferencia de tus anteriores obras, con tu estancia en Estados Unidos, ¿no?
Claro, moví los personajes hacia donde yo estoy, más o menos a esa zona. Es la primera vez que hago este ejercicio. Cuando eran jóvenes se movían en Mesoamérica, entre El Salvador, Guatemala y México. Y ahora, veinte años después, cuando llegan a los cincuenta años, están en Estados Unidos. Viví dos años en Fráncfort y nunca los moví para allá; nunca los moví a Japón donde también estuve. Pero los muevo a Estados Unidos porque es el movimiento natural de los personajes: ¿A dónde van los salvadoreños? ¡A Estados Unidos! ¿Cuál es el gran problema migratorio? ¡Los centroamericanos llegando a Estados Unidos! Entonces naturalmente se movieron para allá porque allá también un personaje como Zeledón puede pasar desapercibido.
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Castellanos Moya dice vivir una vida muy tranquila allá en el otro lado. Aunque la universidad le demanda mucho tiempo, le quedan al año, cuenta, algunos meses libres para escribir. En todo caso, Iowa es, en gran medida gracias a su universidad, una ciudad literaria con el taller de escritura creativa más viejo de Estados Unidos. De aquí salió Raymond Carver, Flannery O’Connor y Kurt Vonnegut, el autor de Matadero cinco.
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Con Moronga has escrito una novela ultracontemporánea sobre la sociedad de la vigilancia. Una novela que transpira paranoia.
Ése es uno de los temas fundamentales de la novela. Es un enfoque de la sociedad de la vigilancia vista por dos personajes que participan de ella: uno como ejecutor, porque está vigilando; y el otro como víctima, porque se siente vigilado y porque tiene una personalidad paranoica compulsiva tremenda. La novela muestra ese nuevo estadío a que la sociedad ha llegado donde todo se vigila, todo se controla, todo se sabe, supuestamente.
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Cuéntame sobre la estructura de la novela, que se compone de tres partes: la parte de Zeledón, la parte de Aragón y un informe sobre una serie de acontecimientos violentos.
Para serte sincero la estructura fue surgiendo en el camino. No hubo un plan desarrollado antes de sentarme a escribirla. No funciono de esa manera. Escribí primero la parte de Aragón porque en mi novela anterior, El sueño del retorno, este personaje estaba en esa novela, en 1991, soñando con retornar a El Salvador al final de la guerra civil. Diecinueve años más tarde lo pongo en Estados Unidos. Nada más tuve que amargarlo y enloquecerlo un poco más, en el sentido de las paranoias y de las obsesiones-compulsiones de las que es víctima. Comencé con él porque dije: si ya tengo este tono, me voy con él. Y una vez que me fui con él y terminé, me quedaba un pendiente de otra novela, La sirvienta y el luchador. En ésta Zeledón, uno de los personajes, tiene 19 años apenas y está entrando a la guerrilla. La novela sucede en 1980, así que para esta nueva novela lo retomo y lo pongo en 2010, treinta años después. Pero aquí ya es el derrotado, el tipo que no quiere saber nada de nada, que tiene mucha culpa. Me dejé guiar entonces por los personajes. Mi atención estuvo puesta en tratar de engarzar a Zeledón con Aragón. Ése fue mi proceso de construcción: que Zeledón fuera acercándose a Aragón lo más que pudiera. Y al final el epílogo sí fue posterior, lo tuve que pensar mucho.
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Pareciera que los dos protagonistas, el ex guerrillero y el académico, son alter egos tuyos.
Desde esa perspectiva cada personaje es un alter ego mío: si el alter ego es lo que no somos o lo que no quisiéramos ser. Para Zeledón busqué un personaje absolutamente silencioso, peleándose con la memoria y con los recuerdos de una forma directa, un personaje con mucha culpa. Es un personaje que en cierta forma no existe: su identidad es legal pero es falsa. Zeledón es un impostor. Y en cuanto a Aragón, a éste le presto algunas características de mí, sobre todo características físicas, para reírme un poco. Es como prestarle el vestido, los zapatos y el corte de cabello. Pero meterme en su mente, eso sí que fue muy desgastante. Aragón mira el mundo con una compulsión que, bueno… yo no quisiera ser así.
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Interesante que hayas decidido poner para esta novela a dos personajes claramente periféricos que se colaron en las entrañas del imperio.
Es también un guiño a la sociedad de la vigilancia. Como dice Zeledón en algún momento de la novela: “Esta gente lo sabe todo de uno, pero no saben quién es uno”. Y en el caso de Aragón, éste tiene un pasado periodístico. Se cuela unos años invitado a dar unas clases, pero no calza.
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En Moronga aparecen cámaras de vigilancia por todas partes, cuentas de correo interceptadas, redes sociales virtuales, interrogatorios. Me parece que en la novela se reflexiona sobre las inconveniencias de ser ingenuos ante las nuevas tecnologías. El mismo origen de internet es militar.
Claro. Desde el arco romano hasta el internet, estos grandes avances tecnológicos son producto de una mentalidad militar para usarlos en función de tener una superioridad de poder. Aragón es tan paranoico que lo dice: “Vivimos en una época en que todo el mundo revela todo de sí mismo”. En épocas anteriores había que sacarle la información a la gente. La vigilancia en el comunismo eran los otros. En cambio ahora todo el mundo pone todo en Facebook, todo el mundo pone todo en las redes sociales. Un ser humano sin secretos es distinto de un ser humano que sí los tiene.
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Moronga es una novela que se relaciona con asuntos de mucha actualidad como, por ejemplo, las fake news. ¿Estabas vislumbrando de alguna manera este panorama?
En mi caso, como yo escribo las novelas, no es tanto razonando hacia delante, sino moviendo a los personajes: ¿Dónde iba a pegar naturalmente Zeledón si había sido un guerrillero ejecutor? Pues en un sistema de vigilancia, vigilando. Ya había trabajado en Houston como vigilante de un estacionamiento. Lo que yo hago es meter a los personajes en el medio tecnológico, que es la contemporaneidad en todas partes, y a partir de eso es que se revelan las cosas. Zeledón ni siquiera critica el hecho de estar revisando correos privados. Nada más le pregunta a su jefe: “¿Es legal?”. “Sí”, le dice el otro. Ambos son empleados estatales. Pueden hacer eso. Zeledón todo lo ve como natural.
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¿Estuviste leyendo a Foucault mientras transcurría la escritura de esta novela?, ¿cómo manejas tu proceso creativo en torno a las lecturas que vas realizando mientras escribes una novela?
Mientras escribo leo muy poco. Las influencias que se puedan encontrar, que siempre las hay, son inconscientes. Para mí es muy importante no leer novelas cuando estoy escribiendo una. Leo, sí, mucha prensa, artículos, un poco de historia, biografías. Leo lo que le llaman, con ese término tan absurdo, non-fiction.
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¿Hubo un texto en particular que estuviera ahí en el proceso de escritura de Moronga?
Sí, sobre todo para el epílogo. El epílogo me lo inspiró para mí un texto, algo de lo mejor que he leído: el informe que hizo un comisionado nombrado por la Reina [de Inglaterra] para investigar el asesinato del ex espía ruso Aleksandr Litvinenko con polonio. Es un informe de una gran precisión sobre cómo llegaron dos rusos a envenenarlo. Una reconstrucción. Me inspiró mucho. Ahí fue que encontré la solución de mi novela. Se trata de un informe real, de 150 páginas, detallado. Cuenta las veces que intentaron echarle el polonio desde antes y que no pudieron, cómo se les cayó en el baño de un hotel y cómo usaron una toalla que infectaron.
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Moronga es un libro que hace pensar en el individuo ante el sistema, pero en donde a final de cuentas el sexo mueve al mundo.
El sexo mueve al mundo, pero también el libro muestra las distintas ópticas de enfrentar el placer y enfrentar la sexualidad desde una cultura que viene de Latinoamérica, frente a cierto puritanismo que existe en Estados Unidos; un puritanismo a medias porque al mismo tiempo está enchufado con el porno de internet. Esa contradicción es la que se revela en Aragón.
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La novela nos habla, me parece, de ese ínfimo margen de maniobra que le queda al sujeto en este aplastante mundo ultracapitalista, en donde tú recuperas el habla salvadoreña, modismos centroamericanos y aun mexicanos, tal vez como una forma de resistencia cultural.
Creo que la novela expresa eso en alguna medida: el nivel de vulnerabilidad del ser humano es tan alto en este capitalismo salvaje que los mínimos espacios de resistencia hay que descubrirlos, mencionarlos y desarrollarlos. El ser humano termina escribiendo unas notitas al margen en la libreta de su vida, la cual ya la tiene escrita el sistema, es cierto. Pero no sólo para el ser humano, sino hasta para los gobiernos: ya no se gobierna, sino que se administra: las grandes corporaciones gobiernan en todos lados en este mundo enloquecido en el que vivimos.
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¿Qué tan importante sigue siendo para ti Roque Dalton?
Sigue siendo muy importante como poeta. Es el más grande poeta de El Salvador. Es un caso abierto también lo de su muerte. Me pareció natural que si Aragón tenía la posibilidad de investigar [algún asunto académico], se metiera a investigar sobre Roque Dalton. Sirve como detonante de un nivel más alto de paranoia: Él llega paranoico, pero una vez que entra ahí su paranoia salta. En la capital del imperio, investigando sobre uno de sus enemigos.
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Foto: Horacio Castellanos Moya es profesor de escritura creativa en español, en la Universidad de Iowa, Estados Unidos. En la imagen, en abril, durante su última visita a la Ciudad de México. / Iván Stephens / EL UNIVERSAL
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