Todos los caminos conducen a Tijuana

Nov 21 • Lecturas, Miradas • 3389 Views • No hay comentarios en Todos los caminos conducen a Tijuana

POR JORGE ORTEGA

 

Contrario de lo que pudiera creerse, narrar la ciudad no resulta hoy en día una maniobra gratuita. Si bien nos gusta pensar que la vida urbana, en tanto que suma y fricción de todas las realidades posibles, contiene una analogía del universo y, junto a ello, una evocación del infinito, pareciera sin embargo de pronto, en el ámbito de la prosa narrativa, que los criterios para abordar la fatalidad del espacio citadino estuviesen supeditados al folclor, los estereotipos, la recreación pintoresca, el muralismo involuntario, la postal turística. Desde el siglo XIX la ciudad empezó a cobrar auge como materia literaria y no hemos cesado de recurrir a su complejidad tanto para reivindicar una adhesión a la modernidad como para exaltar una de las experiencias definitorias del individuo, la de coexistir con el prójimo, en general desconocido, en un lugar y un tiempo concretos; la de las albricias y calamidades tejidas por estas misteriosas variables. En la medida que ese microcosmos ha ido engrosando una tradición, se ha vuelto naturalmente más arduo de nombrarlo, dirimirlo.

 

Fierros bajo el agua plantea una afortunada solución a tal desafío. Su autor, Guillermo Arreola (1969), ha prescindido en principio de una lectura objetiva o aparencial de Tijuana, donde nació y residió hasta concluir estudios universitarios en letras, antes de afincarse en la capital del país. Su querencia por Tijuana no constituye una apropiación sino una recuperación, por lo que situar su novela en la geografía natal es a la vez indisociable de una personalización de la misma. Guillermo Arreola habilita parcialmente así el filtro de la subjetividad, un matiz que además de conferirle elocuencia al relato permite hacer todavía más transitable la temática citadina en virtud de la empatía y el compromiso moral que conlleva un conocimiento entrañable de Tijuana y de su trágica y nostálgica urdimbre. El único elemento diferenciador que posee ya un escritor para acometer con imaginación el lugar del que procede o que habita sin renunciar a la sensibilidad radica en la singularidad de la memoria, las interferencias de su muy particular añoranza que distorsionan y somatizan el espacio común.

 

Pero otro es también el asunto de Fierros bajo el agua. Un hombre, Leonardo, regresa a Tijuana más de veinte años después de haberse marchado para remover viejas losas al hurgar en un crimen, el sórdido y cruel asesinato de su amigo íntimo Cas Medina, prostituto y traficante de hierba y quien sueña con la oportunidad de poder escapar de la vorágine de esa urbe y labrarse otro futuro. No obstante, Leonardo confronta en su retorno el espejo de las reminiscencias, la refracción de una ciudad volátil que acusa los indicios de una metamorfosis y la simetría de circunstancias. Es 2008 y en el recrudecimiento de la violencia en Tijuana, debido a la consabida guerra de los cárteles de la droga, se advierte una consonancia con la brutalidad de los extraños sucesos de la década de los ochenta en Baja California que el narrador refiere en torno a la población homosexual, a la sazón una tribu subrepticia más que un colectivo o una comunidad socialmente reconocida. En paralelo, Leonardo rememora la figura de Danielle Gallois, pintora de nacionalidad francesa llegada a Tijuana a mediados de los sesenta del brazo de su marido, el artista Benjamín Serrano fallecido de modo prematuro a los 49.

 

Danielle Gallois representa hasta cierto punto el eje invisible de Fierros bajo el agua. Se trata de una presencia no constante sino latente que por instantes emerge para luego desaparecer, pero sobre la cual recae el centro de gravedad de la indagatoria de Leonardo. La pintora encarna un correlato de la historia delictiva, pues se la yuxtapone a la invocación de Danielle en la que cristalizan las aficiones subyacentes de Leonardo, entusiasta de la plástica, y las alusiones de una Tijuana vintage en la que deambula el fantasma de Cas Medina. La urbe que perfila Guillermo Arreola adopta tintes legendarios. El autor amasa, en el fondo, una poética de la ciudad marcada por el signo del contraste, atributo que aglutina las desemejanzas en la pirámide cultural y socioeconómica de la localidad, desde la cuartería del narcomenudista hasta el alcázar y el jardín zoológico del potentado mayor.

 

En esta tesitura, Fierros bajo el agua implica una tentativa de búsqueda. Conforme avanza en su pesquisa, Leonardo profundiza en el que fue y en la urbe que recorre igual que un cuerpo. Andar las calles y revisitar determinados sitios equivale a viajar tanto al pasado como a los túneles de la conciencia. Surcar Tijuana es alcanzarse, procurarse la completud. Esclarecer las causas o los móviles de la muerte de Cas Medina supone poco menos que el pretexto o da la impresión de que Leonardo persigue algo más hondo y apremiante, más trascendente e intemporal. La condición de frontera y los ciclos de la violencia que editan el devenir de Tijuana ofrecen en consecuencia un contrapunto metafísico en un peregrinaje a la semilla y un caso policíaco de antaño que terminan deparando al personaje un reencuentro consigo mismo, una comunión con la necesidad del caos originario.

 

En cuanto a su propuesta formal, Fierros bajo el agua destaca por su orden fragmentario y un carácter híbrido y limítrofe que contradice los cimientos del género. Estamos frente a una novela negra que cuestiona el principio de continuidad y el ritmo episódico, abriendo campo a concisos pasajes que, separados por una grafía, remiten a la crónica, el diálogo teatral, la autobiografía, el monólogo, la semblanza, el diario, la prosa poética. Cada una de las porciones que vertebran el texto sin arreglo a una estructura lineal pueden ser vistos como partes de un reportaje de largo aliento cuya tensión fluctúa entre los polos del periodismo literario y la ficción periodística, manteniendo una equidistancia respecto de la explicitez y la sugestión, la alusión y el detalle. Ejercida con rigor y economía de medios, esta heterogeneidad abarca con novedad y dinamismo el crisol de peripecias que concurren en Tijuana, epítome del intermitente y vertiginoso río de las casualidades. Afín a las discordancias e ironías que animan la urbe de frontera, Guillermo Arreola responde con la lúcida paradoja de una obra minimalista para embarcarse en la captura de la plétora y el cruce de existencias que convergen en el confín más caudaloso del planeta, ya que todas las voces, todos los caminos conducen a la ciudad de Tijuana.

 

 

*FOTO: Guillermo Arreola, Fierros bajo el agua, México, Joaquín Mortíz, 2014/Especial.

 

 

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