Tras la cuartilla invisible

Ago 29 • Conexiones, destacamos, principales • 7437 Views • No hay comentarios en Tras la cuartilla invisible

Entrevista con Hugo Hiriart

POR VICENTE ALFONSO

@vicente_alfonso

 

¿Qué tienen en común un western de John Ford, un bajorrelieve asirio y una ópera de Monteverdi? ¿Qué unifica los pasos de ballet de Nijinski con una novela policiaca de Dashiell Hammet y un grabado en madera de Hokusai? Estas y otras preguntas fueron el punto del que Hugo Hiriart partió para reflexionar sobre dos palabras clave: arte e imaginación. El resultado es El juego del arte, libro que en   breves ensayos intenta responder, con un lenguaje claro y accesible, las incómodas preguntas que surgen cuando nos enfrentamos a un cuadro, una película o un concierto: ¿Por qué sentimos y decimos que unos artistas son mejores que otros? ¿En qué consiste la operación de apreciar arte? ¿Existe la inspiración?¿Por qué no hay arte hecho con olores?

 

El libro arriba a las librerías durante el mismo fin de semana en que, debido a la demanda del público, las exposiciones de Da Vinci y Miguel Ángel en el Palacio de Bellas Artes han permanecido abiertas día y noche. Y sin embargo no es un libro de coyuntura, armado al vapor, sino el fruto de décadas de búsqueda de un hombre que ha combinado la literatura con otras artes: además de escribir siete novelas, tres largometrajes, dieciocho obras de teatro e incontables ensayos, Hiriart ha actuado (“muy mal”, según dice), ha hecho cuadros en acrílico, aguafuertes, esculturas y grabados, además de probar suerte con varios instrumentos musicales (“sin mucho éxito”, confiesa).

 

“Tengo íntima familiaridad con el arte, lo he practicado durante años y, bien o mal, sé cómo se hace”, leo en El juego del arte mientras espero en la sala de su casa en San Ángel. Comprendo por qué los muros ostentan cuadros, algunos firmados con las iniciales H.H. Comprendo también por qué en una repisa se refugian esculturas y piezas de cerámica. Y por qué en la sala destaca una nutrida colección de discos compactos (desde Haydn hasta Benny Moré): porque el centro de la obra y acaso de la vida de Hugo Hiriart radica en el arte y sus misterios. Precisamente del arte y sus misterios conversamos esta tarde.

 

“El placer de la conversación está en el detalle”, ha escrito Hiriart: “Mientras más particular y concreto es el asunto, más vivacidad, interés y amenidad tiene la plática. Cualquier cosa, ya no digamos Shakespeare, hasta un refrigerador cobra interés si descendemos a los detalles de su funcionamiento”. Y es así, atendiendo a las minucias, como aborda el tema que hoy nos ocupa. Pero no por específica su conversación es limitada: sus ejemplos van de los consejos de Da Vinci para hacer retratos, a la escuela californiana de la novela policiaca, pasando por la arbitrariedad de las reglas del futbol. Como él suele decir, todo está en todo: “cualquier punto de la realidad, por humilde que sea, es un modo del universo y reproduce en sí los principios de la estructura universal”.

 

Innovar desde la tradición

 

El juego del arte comenzó a gestarse desde 1966, cuando Alejandro Rossi, entonces su director de tesis, le sugirió como tema la imaginación en Hume. Esa idea pronto quedó rebasada porque, en palabras del dramaturgo, “la tarea me aburría hasta la desesperación. Resolví en su lugar escribir lo que yo pensaba del asunto”. Y aunque una versión previa de este libro fue publicada en 1999 bajo el título Los dientes eran el piano, muchas preguntas persistieron y el libro se fue ampliando hasta encontrar su forma actual.

 

Uno de los propósitos de Hiriart es echar por tierra prejuicios e ideas equivocadas respecto al arte y la experiencia estética. Para hacerlo no recurre a frases eruditas de lo que uno de sus personajes califica como “las grandes vacas filosóficas”. Al contrario. El reto está en exponer sus ideas con claridad y sencillez.

 

“El arte siempre ha sido y será para un grupo pequeño de interesados en el tema”, sostiene Hiriart. Cuando le pregunto a qué se deben las filas afuera del Palacio de Bellas Artes en los últimos días responde: “La gente va por cierta curiosidad, para saber por qué es tan famosa cierta obra o cierto autor, y eso me parece bien”, pero aclara que eso no quiere decir que todos los que asisten a un museo sepan apreciar las obras que allí se exhiben. “A apreciar el arte sólo aprende el que le gusta, el que tiene interés. Si no, no aprende”. Como ejemplo menciona un fenómeno que le parece insoportable: las selfies en los museos: “Me repugna la idea de un tipo que tiene atrás un cuadro de Rembrandt y él pone su carota para fotografiarse con el cuadro. Me da la idea de que son personas que no pueden disfrutar: la vida es fugaz, todo es fugaz. Como no pueden disfrutarlo en su fugacidad, intentan perpetuarlo. Por supuesto, no lo logran”.

 

Otro concepto clave en El juego del arte es la crítica a la idea de contemplación entendida como una disposición especial para apreciar algo estéticamente. “La horrible palabrita es útil porque se aplica tanto a la música como a la pintura. Pero hay que estirar mucho el concepto para aplicarlo a la novela, al cine, al teatro o a la poesía” afirma antes de seguir dinamitando ideas preconcebidas: “cuando un ceramista está haciendo una olla ¿la contempla al mismo tiempo? ¿Y qué diremos cuando un bailarín da un paso de danza?”

 

“No es cierto que para apreciar algo estéticamente sea necesario asumir una actitud peculiar”, señala. Más aún, en muchos casos la apreciación estética ni siquiera es voluntaria. Lo que sí es indispensable es conocer la tradición: “no hay arte sin tradición, pues ésta permite entender y disfrutar una obra. Si no cuentas con una tradición, podría ocurrir que escucharas cierto tipo de música y ni siquiera entenderías que es música, creerías que son ruidos. Los turistas que van a ver un cuadro para decir ‘yo ya vi La última cena’ tienen muy poco disfrute, porque el disfrute viene de que conozcas la línea que venía antes de que Leonardo pintara ese cuadro, lo que vino después y cuáles fueron los aportes”.

 

Para explicar cómo la tradición determina nuestra percepción del mundo aun sin que estemos conscientes de ello, recurre a otro ejemplo: “En el pasado hubo muchas maneras de representar la cara de Cristo, pero ahora la reconoces cuando la ves. Esa cara la inventó Leonardo. Es inimaginable figurarte un Cristo gordo, porque no correspondería a la información que tenemos del personaje. Un Cristo gordo hubiera cometido gula y se dice que Cristo nunca pecó”.

 

Le pregunto qué puede hacer el Estado para acercar a los grandes públicos al ejercicio de la apreciación estética, y su respuesta es tajante: “No se puede. Eso es demagogia, lo mismo que cuando hablan de fomentar la lectura. No se puede fomentar la lectura. A ti te gusta leer porque de niño descubriste que leer te permitía fugarte del mundo, y como estabas angustiado por x y y, allí te escondiste. Entonces qué vas a fomentar ¿que los niños se angustien?”

 

Atila comiendo alcachofas

 

En otro de los ensayos, el autor apunta a aclarar un malentendido generalizado: que al imaginar algo, lo vemos en la mente. “Esta concepción que liga imaginar con visualizar es un prejuicio muy arraigado” explica Hiriart y agrega que se trata de una operación muy distinta: “a pesar de que la imaginación es la más asombrosa y la más creativa facultad que tenemos, muy poca gente se da cuenta de que la tiene. Imaginar no es visualizar. Hay grandes músicos que tienen una imaginación prodigiosa y no visualizan nada”.

 

Al respecto recuerda una anécdota: “cuando estaba escribiendo Sobre la naturaleza de los sueños fui a la escuela de ciegos de Coyoacán y pedí hablar con una maestra o maestro que fuera ciego de nacimiento. Me presentaron a una señora muy agradable, educadísima, a quien le pregunté cómo eran sus sueños. ‘Yo sueño como todo el mundo’, respondió ella. Intrigado, le pedí que me contara un sueño. La mujer comenzó: una noche había soñado que iba en un avión a Los Ángeles, sentada junto a un japonés, hablando en japonés, idioma del que ella no sabía una palabra. Estaba soñando como cualquier persona sin visualizar nada, lo que quiere decir que eso de que si soñamos en blanco y negro o a colores son afirmaciones muy mal encaminadas”.

 

Después nos pide imaginar a Atila comiendo alcachofas: “La imaginación tiene un repertorio. Cuando dices Atila te imaginas un hombre a caballo, feroz, en una tienda o en una orgía, o quizá peleando. Eran feos los Hunos, y además les gustaba hacerse más feos. Eran fuertes, chiquitos. Así que al evocar a Atila nuestra mente juega con todos esos conceptos. Para referirse a ese repertorio, los franceses usan una palabra que nosotros casi no usamos: el imaginario”.

 

La claridad, un modo de ser

 

La página 49 del libro contiene una cita de Lope de Vega: oscuro el borrador y el verso claro. Siete palabras que definen la poética de Hiriart como ensayista. Se trata de un estilo depurado por décadas de trabajo, desde que era estudiante de Filosofía: “En la generación anterior, los hiperiones, todos eran afrancesados: se fueron a París, leyeron a Sartre. En cambio yo y mis compañeros decidimos acercarnos a la filosofía anglosajona. La búsqueda frenética de claridad la tienen los ingleses desde siempre. Es un modo de ser. Durante los seis o siete años que estuve estudiando filosofía, leí a los grandes maestros ingleses del ensayo. De ellos aprendí que el ideal es la cuartilla invisible, es decir, una prosa que sea muy clara y en la que no se vea la mano del escritor”.

 

“En los ingleses el valor principal es la claridad, por ejemplo Bertrand Russell, que fue un filósofo extraordinario, sobre todo cuando era joven y se dedicaba a la lógica y al fundamento de las matemáticas. Fue siempre un gran ensayista. En su Historia de la filosofía occidental todo es clarísimo”.

 

Pero no sólo de ensayos vive el lector: en algunos casos, para transmitir conceptos complejos, Hiriart recurre a otros géneros literarios. ¿por qué incluir capítulos con forma de cuento o de diálogo? “Pensé que así sería más claro. Tengo mucha afición a presentar con diálogos por el teatro. En el teatro no hay más que diálogos, no hay narrador, no hay nada. Aunque muchas veces se utiliza el recurso del mensajero que viene a contar lo que pasó, como en la tragedia griega, que es frecuentísimo, ese recurso también se basa en diálogos”.

 

El arte de perdurar

 

¿En qué público piensa Hiriart a la hora de escribir? “En ninguno”, responde el ganador de los premios Xavier Villaurrutia 1972, el Nacional de Ciencias y Artes 2009, quien se asume como un autor para pocos: “Lo que escribo tiene muy pocos lectores. Yo escogí, o así me salió, una manera de escribir y unos asuntos que nunca van a ser para todo mundo, digamos un gran clásico”.

 

La respuesta remite a otro de sus libros: El arte de perdurar. Desde su aparición el libro generó revuelo porque enfrenta a dos gigantes literarios para responder una pregunta: ¿por qué Borges alcanzó una gloria literaria que le ha sido negada a Alfonso Reyes? Inevitable preguntarle a don Hugo si se ha juzgado bajo esa óptica, si ha pensado en cuáles de sus libros van a perdurar: “Cuando estoy muy optimista pienso que también perduran autores difíciles, para un grupo chiquito, por ejemplo Marcel Schwob, que le gustaba a Arreola y en Francia no lo conocían. O como Paul de Saint Victor, que es un escritor prodigioso: tú llegas a una librería en París, preguntas qué tienen de él y te dicen que nunca han oído el nombre… ”.

 

Insisto. ¿Cuáles de sus libros cree que van a perdurar? “Pocos libros míos se han traducido, el que más se ha traducido por mucho es Galaor, que es literatura para adolescentes, para niños. Ocupa un casillero allí”. La respuesta cambia cuando le pregunto cuáles de sus libros le dejan más satisfecho: “Pues ninguno, porque lo que lo hace a uno seguir escribiendo es la insatisfacción. Si pudiera volver a escribir tanto el libro de los sueños como este, haría otras cosas o diría otras cosas, pero ya no tengo fuerza”. En su mirada, no obstante, se advierten las ganas de seguir con el juego: “Si tú dijeras ya llegué, ya hice esta maravilla, ya para qué escribes. En el arte, esa perpetua insatisfacción es lo que te lleva a tratar de hacer más y más cosas”.

 

 

*FOTO: “El artista no hace lo que le da la gana, sino lo que tiene que hacer”, sostiene Hugo Hiriart, autor de Cuadernos de Gofa, El actor de prepara Galaor. Crédito de foto: Germán espinosa/ EL UNIVERSAL.

 

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