Tres libros de relatos
POR ALEJANDRO ARTEAGA
Motel Bates
Un armatoste, eso es. Más allá de la trama difusa que poseen las viñetas y pocos relatos
de Motel Bates de Yussel Dardón (Puebla, 1982), lo que subyace, y al fin y al cabo
permanece, es una estructura, un armado que evidencia no aquella forma que dicta una
pulsión narrativa sino la que delata una intención de índole metaliteraria, una estructura
probada y que —podríamos sancionar de una vez— condiciona y aprueba la política
cultural de nuestro país a la hora de otorgar estímulos. Nos educaron en la ruta del orden
y hoy el cuadro sinóptico intenta ser literatura. Seré más claro. Por esa vía, el libro en
cuestión resulta más interesante por lo que revela —tampoco nada nuevo: un síntoma ya
viejo de nuestro sistema cultural, la “estructura Fonca”— que por lo que contiene, una
serie de breves narraciones, cuando no descripciones, aderezadas con utilería ad hoc y
el esbozo de “la trama por todos conocida” —como reza su cuarta de forros— de una
cinta de culto, Psicosis, de Alfred Hitchcock, obra hoy perfectamente asimilada no sólo
por el cine del género sino por la cultura occidental.
Si lo que mejor revela una obra es su estructura, veámosla con detenimiento. Nosotros
también podemos optar por la descripción. Motel Bates posee un texto base repartido
en dos mitades bajo el título de “Extraños en la noche”, su intento narrativo más sólido,
rodeado por la simple puesta en práctica de un plan general que se desbarranca sobre la
base de su precaria fórmula. Tal vez lo que causa más desazón no sea a fin de cuentas
el tema elegido sino la decisión de su desarrollo, a mi parecer de una obviedad malsana.
El diagrama de un motel y sus habitaciones —aderezadas con avisos pretendidamente
sarcásticos en sus pasillos—; cada habitación un intento narrativo más cercano a los
gabinetes de curiosidades que a lo anunciado en sus forros, relatos. Y es verdad, Kafka,
Arreola, Torri, Monterroso o el mismo Borges nos acostumbraron a la narración breve
semejante a una perla y cuesta concebir la prosa de Dardón como un grupo de relatos
cabales y autosuficientes ya que intentan ganar por acumulación y no por efectividad
singular la batalla de contar una historia, incluso la “por todos conocida”, pues cuando
el autor lo intenta no por su extensión sino por su apuesta en “Extraños en la noche”
abandona pronto la empresa en aras del plan preconcebido y prejuiciado que dista
demasiado de abonar algo a la causa y nada al homenaje. Se suceden sin pena ni gloria,
aunque sí con el amueblado de color local, las habitaciones de la mujer que grita, la de
las cuerdas, la del equívoco, la del vértigo, la del doctor, la de las voces, la del detective
distraído, la de etcétera. Así, por acumular y cumplir con el plan aunque el relato y
su intención se pierdan. No queremos libros sino planes de libros, dirá la autoridad,
queremos índices bien estructurados aunque el nouveau roman lo haya propuesto con
irregular fortuna pero con verdadera novedad hace décadas. Y la orden se cumple.
Al final, aquello que tanto se enuncia en las viñetas de Dardón, y debía ser lo que
valiera para el homenaje a Hitchcock, se revela al final como el gran ausente. El miedo,
por curioso que resulte, nunca aparece, jamás es recreado, es decir, el pretendido
homenaje a las cintas de terror queda en una pálida descripción y una reunión de
parafernalia. Pienso: si Dardón se concentrara en el problema de contar y, sobre todo, se
dejara convencer por el modelo que una historia impone durante su escritura y no por el
forzado proyecto original, tendríamos un volumen menos engorroso y más cercano a la
literatura.
¡Despierta ya!
“Becario indígena gana premio literario con cuentos homosexuales”, rezaba la cabeza
de una nota luego de que se diese a conocer el fallo del noveno Premio Internacional
de Narrativa Siglo XXI. Y en esta frase lo que llama mi atención no es que el becario
sea indígena y gane un premio sino que se sancione el tema y se le distinga casi como
un género. Me pregunto: ¿el “cuento homosexual” posee un lenguaje propio?, ¿acaso
debe erigirse una historia de la narrativa gay en la literatura no sólo mexicana sino
universal?, ¿habría por tanto que establecer también las líneas de una narrativa hetero?
Es un misterio y un debate. Los relatos compendiados en ¡Despierta ya!, de Jaime
Velasco Estrada (Chiapas, 1988), por fortuna resaltan no por su calidad de “cuentos
homosexuales” sino por su solvencia, su lenguaje y su intrincada mas no imposible
estructura. Los personajes, los sucesos y el tiempo se fusionan de un relato a otro pero
eso no impide que conserven su unidad pues las relaciones y los cruces lo tornan un
libro redondo.
Sin ninguna clase de autocensura, las historias de ¡Despierta ya! ganan en verosimilitud
y exhiben el complejo carácter de sus personajes mediante un alud de dudas,
comentarios, preocupaciones y voces intercaladas que no abruman, envuelven por
la sabiduría y, al tiempo, el candor, la desesperación y las ansias de sus narradores.
Mediante una estrategia autorreferencial, pacientemente elaborada y abundante en
recursos, además de un trabajo fino con la prosa, el conjunto se torna una figura, un
juego de correspondencias cuyos personajes, Calímaco, Jaime, Jacob, Diego, Israel y
Santiago, parecen uno solo cuando sus entrecruzamientos y dobles personalidades son
invadidos por idénticos deseos.
Narrador desesperado y de oficio natural, Velasco Estrada combina elementos de la
cultura popular con las ineludibles referencias eruditas, e incluso engreídas, de todo
estudiante de letras en pleno proceso de exploración y experimento. En los relatos mejor
elaborados, “La sala está oscura”, “El encuentro”, “El cumpleañero”, “El trabajo final”
o “¡Despierta ya!”, se revela con mayor claridad la relación que guardan la trama y sus
personajes, el cuaderno extraviado que leemos, los desencuentros, la historia de amor
y odio, perspectivas que rayan en una estructura novelesca de tinte faulkneriano, es
decir, un discurso que pretende mostrar y recrear todas las aristas de un mundo. Y en
esa recreación es donde pierde sentido ceñir la serie al marco reduccionista del “cuento
homosexual del becario indígena” pues ni las preferencias ni el origen de sus personajes
disponen o conducen el relato, al contrario, lo amueblan y le dan vida, lo habitan y
lo recorren en tres dimensiones, con la encomienda de armar la historia común de la
literatura, la de un conflicto humano en plena evidencia.
Hormigas rojas
Las historias que reúne Pergentino José (Oaxaca, 1981) en Hormigas rojas parecen
provenir del campo de los sueños. Aviso de antemano que este aserto no pretende
descalificar sino identificar un riesgo, pues como bien escribía Juan Carlos Onetti
siempre deviene un fracaso relatar esas historias que nuestra mente construye mientras
dormimos (así como imposible es relatar la infancia sin traicionar la verdad). Y habría
que añadir que esas tramas sólo interesan a quienes las sueñan, ya que sólo ellos —en
todo caso— podrían interpretar de mejor manera sus signos. Por tanto, dado que los
sueños guardan más de invención que de realidad —siempre se construye o actualiza el
sueño con base en recuerdos vagos—, su uso deberá justificarse y cobrar importancia en
la diégesis del relato para que contribuya al significado del conjunto.
Quizá la marca singular de esta forma narrativa se halle en su alejamiento de las formas
convencionales —el relato de la vigilia, digamos—; irrumpe de continuo en ella una
desviación injustificada, siempre gratuita y ceñida por una premisa: en el sueño todo
puede ocurrir sin necesidad de asideros, lo que en términos del ejercicio narrativo
implica un peligro pues, ante cualquier descuido, sería fácil extraviarse en una fantasía
sin fin.
Las historias de Pergentino José —armadas con un lenguaje sencillo y sin
amaneramientos, por lo regular ambientadas en una comunidad semirrural donde se dan
por sentadas convenciones y relaciones sociales de facto— son atravesadas más de una
vez por este tipo de recurso cercano al relato mítico. Aunque conocer el origen indígena
del autor puede añadir a la lectura un prejuicio, sirve de punto de anclaje para una
lectura esclarecedora. Si bien hay en el libro cuentos que funcionan a la perfección bajo
esta fórmula de “sobrenaturalidad narrativa”, en cuyas tramas intervienen y conviven
deidades de la montaña, animales del campo y ciudadanos comunes, en ocasiones
minan su verosimilitud por la misma vía.
El libro va de menos a más. A medio camino ha formado a su lector, le ha otorgado
competencias y ha firmado contratos para arribar con toda naturalidad a un cuento
redondo, “La huida”, una historia sencilla donde las conjeturas de su narrador sobre las
consecuencias de disparar desde su ventana contra la primera persona que camine por
la calle nos arrojan al pie de un umbral. El hombre recuerda un sueño donde era víctima
de una parvada de cuervos; en ese instante, la pesadilla se entromete en su espacio —
por la misma ventana desde la que apunta su arma— y acaba por condenarlo, lo obliga
a disparar sobre sí mismo. La conclusión no es clara, ¿el sueño realmente comenzó y
terminó alguna vez o es uno mismo? Esa incógnita, no obstante, cobra valor pues la
historia gana en amplitud, el texto se introduce con naturalidad al terreno de la fantasía
y el juego.
Bajo esa misma premisa, “No es a ti” es un relato desconcertante. En él, varios
emisarios de un pueblo avisan a un hombre que debe despedirse de su hija mientras
haya tiempo; el hombre, confuso y preocupado, regresa a casa y halla a su hija junto
con otras mujeres disponiendo el velorio de un viajero, quien llegó a su puerta a primera
hora y con mal semblante. Abrumado por la noticia, el hombre es víctima de un sueño
insoportable que finalmente lo vence. Por la mañana, cuando el hombre despierta, el
viajero ha desaparecido para dejar su lugar al cadáver de la hija: el aviso era genuino.
El escamoteo es magistral y funciona para difuminar un límite, dejar en el aire una
pregunta: ¿qué parte de lo relatado es verdad? Y el mecanismo vuelve a servir en
“Voz de luciérnaga”, donde una voz en la oscuridad previene y condena a un hombre:
“Soñarás que eres un pequeño monstruo”; y en el sueño, sin más, en monstruo se
convierte el hombre frente a nuestros ojos.
En suma —incluso en los textos menos acabados del volumen, los que no terminan
por cuajar o de plano derriban sus esfuerzos—, se evade una salida fácil, se evita la
acostumbrada y manida estratagema de justificar la irrealidad concluyendo que todo
era un sueño. La riesgosa estrategia asumida por el autor de contar una historia con
elementos demasiado volátiles alcanza y sobra para confeccionar relatos donde el
miedo, la fantasía y los mundos ceñidos por el pensamiento mágico irrumpen con total
efectividad.
*Fotografía: Jaime Velasco Estrada obtuvo el IX Premio Internacional de Narrativa Siglo XXI con el libro “¡Despierta ya!”/WWW.DGCS.UNAM.MX