Tres poemas de León Plascencia Ñol
Poeta, narrador, editor y artista visual. Dirige filodecaballos, editores y Nox Escuela de Escritura Creativa. Sus libros más recientes son La música del fin del mundo (Salto de página, 2020), y Animales extranjeros (Era, 2021). Su obra ha sido expuesta en diversos museos y galerías de México. Está traducido parcialmente al francés, inglés, coreano, sueco y portugués
POR LEÓN PLASCENCIA ÑOL
Sin título
La última vez que nos vimos, la primera
sensación de lejanía, no siempre. Pienso en buscar
un bronceador, un horizonte de olas, la tarde detenida
sobre el río, el estallido, la explosión y vuelta
la distancia para encontrar algo qué decir. Un golpeteo,
un baile feroz, la faena que llega. El Atlántico suspendido
sobre nosotros, nada, el caparazón de la tortuga, el león
marino que se llama de una manera inevitable, el borde de un cuerpo, dos
manos que parten un limón. Los testigos del verano. El tiempo
atestigua incomodidad. “Qué fiaca, che”, dice alguien. Ríes
y bailas al compás de cierta música que es como una reconciliación. Allá
los cuerpos, la súbita sensación de que el mar es un espejo, una vereda
entre matorrales y nopales. El Atlántico tendrá que ser una mancha de pintura.
Las ramblas
La mujer argentina que pasa
haciendo jogging, la jungla
de piernas y perros, la red
que filtra un cielo frío
y categórico. Además
estalla, la luminosa
permanencia de las hojas. El viento
que cae, feroz, es una alarma.
Las Ramblas son una serpiente
que se desdibuja. Hay
algo visible en los jugadores
de voleibol, en la arena negra
del Río de la Plata. La Sudestada
es real. Con un poco de esfuerzo
disfruto del sol sentado
en una banca frente al agua.
Playa Faustino, José Ignacio
Llevamos el auto hasta el límite por la carretera. Una laguna,
la Laguna Blanca, una espesura,
luego la Laguna José Ignacio, como si una fecha
más o menos abierta
nos dijera que tenemos caducidad. Los días
rígidos, los cuerpos que caminan entre las dunas heladas.
Asombra un poco más el golpeteo, las fieras
lentas del verano. Un viento del este, el Faro
que tiembla, el roquerío manchado de negro y blanco, como una señal
inobjetable para nosotros. Los nopales impávidos en medio
de una excusa. Luego tu mano, la fotografía áspera,
el olvido. ¿Alguna vez te detuviste a ver
el azul del Atlántico, su luz helada?
No sé qué es la brótola y un arrecife desigual. Era
agua blanca en Playa Faustino, un camino de madera
y una marejada del yo. Nada es igual, tu rostro
inconforme, el hastío, dolorosas marcas en los hombros
por el viaje,
la ausencia de nuestros países. Una lengua
cansada, una manzana como un pulmón, algo
en tu boca, un chocolate, un don para decir palmera,
balcón, me voy a surfear este verano con una tabla
que no viene ni de ti ni de mí en esta tarde que respira.
IMAGEN: DANTE DE LA VEGA/ EL UNIVERSAL
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