Tres sinfónicas en duelo de percusiones
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Con presencia de los reconocidos percusionistas Evelyn Glennie y Dominique Vleeshouwers, la OSN y OFUNAM mostraron el potencial de las orquestas citadinas, junto con la OFCM
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Así como hace un par de entregas coincidieron en este espacio dos clarinetistas como solistas, la semana pasada sucedió otra coincidencia, más rara todavía: la Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) y la Sinfónica Nacional tuvieron percusionistas al frente. La rareza se sazonaba con que en el Palacio de Bellas Artes la protagonista fue la legendaria Evelyn Glennie, para muchos la pionera de sus instrumentos como solista, mientras que en Ciudad Universitaria se trataba de una obra de ésas que, precisamente, fueron escritas para ella. Los directores huéspedes a cargo, Sylvain Gasançon y Elim Chan, fueron además finalistas en la terna entre la que se decidió hace un año al titular de la OFUNAM. Así que por mi cabeza pasaron un sinfín de “hubieras” aleatorios y comparaciones odiosas.
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Haber escuchado a Glennie con la Sinfónica Nacional opaca cualquier otro logro del concierto del viernes 20. No sería necesario repetir su historia –sufre una fuerte sordera desde los doce años– de no ser porque creo que habilidades suyas como la producción de un sonido tan rico en armónicos, como los que se escucharon en su cadenza de la Pieza de concierto para tarola y orquesta de Askel Masson, el fraseo de tanta sensibilidad que brindó al Concierto para percusión y orquesta de Joseph Schwantner tanto en los pasajes estruendosos de tambores de los movimientos externos como la expresividad en el segundo en una combinación más diversa de instrumentos, o las articulaciones suaves y líricas con que tocó el xilófono en su encore, tienen que ver con respuestas sensoriales no necesariamente acústicas, que muchas veces son obviadas por los músicos al buscar la perfección técnica antes que la comunicación orgánica y natural del discurso artístico, de su expresión.
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Gasançon, que mostró abrumadora precisión con la parte orquestal de ambas piezas iniciales, ofreció luego la Quinta sinfonía, en Re Mayor, de Vaughan-Williams, que pudo tener resultados más distantes, tanto por una lectura tanto fría –que sea la más tranquila de sus sinfonías no debería restarle energía pastoral– como por su contraste con el espectáculo sonoro y visual de las piezas para percusión, pero fue también exhibición de lo mejor que puede sonar la orquesta: controlada, concentrada, atenta, cuidada. El director francés está en su mejor momento, se nota el trabajo intelectual en la articulación de su discurso todo, la eficiencia con que en pocos ensayos logra lo que necesita para configurarlo en sonido, y la facilidad con que se le sigue desde los atriles.
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Si en Bellas Artes las percusiones opacaron al resto, el sábado 21 en Ciudad Universitaria sucedió con la Cuarta sinfonía, en re menor, de Schumann, que dirigió Chan luego de haber seguido con cuidado al percusionista Dominique Vleeshouwers el concierto Veni, veni, Emmanuel de James McMillan y llevado con gran empuje la obertura Con brio, de Jörg Widmann.
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Mi primera reacción fue: si así hizo sonar Elim Chan a la orquesta en una semana, ¿qué OFUNAM habría hoy si ella hubiera sido designada titular hace un año?
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La OFUNAM es la orquesta más débil y moldeable de la ciudad, lo que puede ser una buena noticia si se tiene enfrente a alguien como Chan, que confíe en los músicos –y en la bondad de la Sala Nezahualcóyotl–, sacándoles un sonido fino, redondo, de fraseos cuidados, confiándoles sutilezas. O una muy mala: el peor concierto que les he escuchado quizá haya sido el de dos semanas antes cuando su titular, Massimo Quarta, incapaz primero de marcar y seguir el Concierto para clarinete de Copland, ofreció la versión más vulgar de las Danzas Sinfónicas de West Side Story de Bernstein que recuerde. Sin precisión rítmica, sin sentido musical, y un sonido gritado, que exaspera. Confundiendo amplitud de sonido con volumen, sonido grande con sonido fuerte. Sin olvidar la necesidad principal de controlar y asegurar que todos toquen lo que tienen que tocar.
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Las diferencias no son sólo estéticas, no es una cuestión de tener diferentes conceptos de sonido. Sino de claridad en ese concepto si es que, para empezar, se tiene uno. Es de tener la capacidad para construirlo –primero en la mente y luego de pedirlo a los músicos y de entender cómo funciona en una u otra sala.
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Una semana antes, el sábado 14, tuve oportunidad de escuchar a la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Los dirigió el huésped Min Chung en un programa muy tradicional: el Laudus autumni de Gutiérrez-Heras, la Sinfonía no. 44, “Fúnebre”, de Haydn y la Segunda, en do menor, “Pequeña rusa”, de Tchaikovsky. No por rutinario debe entenderse el que no haya mucho que decir, pero la orquesta está en un momento que se escucha y siente tan cómodo, alegre, motivador.
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Su titular desde 2016 Scott Yoo ha ayudado a ello, precisamente con un concepto de sonido que hoy es claro y permanente incluso cuando no es él el encargado del programa semanal: amplitud en vez de volumen, redondez en vez de grito. Hondura en la base, riqueza en los armónicos, terciopelo en sus agudos. Parece que tras catorce años de aquella crisis provocada por la injerencia autoritaria del gobierno del DF, por fin empieza a resplandecer de nuevo la gran orquesta de los capitalinos.
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Foto: La escocesa Evelyn Glennie, pionera de las percusiones como solistas, interpretó Pieza de concierto para tarola y orquesta de Masson y Concierto para percusión y orquesta de Schwantner. / Cortesía/ INBA
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