Trisha Ziff y la inteligencia revisitadora
Una familia inmigrante de California regresa a su pueblo en Oaxaca, donde la nueva generación de hijos y nietos encontrará los fascinantes orígenes de su biculturalidad
POR JORGE AYALA BLANCO
En Oaxacalifornia: el regreso/ Oaxacalifornia: The Return (EU-México, 2021), solidario quinto largometraje docuficcional de la veterana anglo-irlandesa arraigada en México de 65 años Trisha Ziff (Oaxacalifornia 96, La maleta mexicana 11, El hombre que vio demasiado 15 y Witkin y Witkin: un fotógrafo y un pintor 17), con guion suyo y de Jorge Márquez prolongando su film de 25 años atrás, se reanuda o se toma primer contacto con los miembros de tres generaciones de la familia de Noé Mejía Bonilla, un trabajador proveniente de la localidad oaxaqueña de Magdalena Jaltepec (uno de los 540 municipios actuales del estado de Oaxaca) que emigró a Estados Unidos hace 48 años y se asentó en el orgulloso pueblito californiano de Fresno, detallándose las actuales actividades y principales preocupaciones de sus hijos y nietos en ese lugar, y en un sitio culminante del film se hace la crónica de una visita al abuelo que ya había retornado a su tierra natal para quedarse definitivamente allí, destacando la fuerza del arraigo de esa región mexicana de donde los descendientes siguen sintiéndose no sólo oriundos sino pertenecientes a ella, bajo los auspicios y buenos oficios de una poderosa inteligencia revisitadora.
La inteligencia revisitadora arranca de regia manera con una proyección en pantalla doméstica de la original Oaxacalifornia a los unidos miembros de la gran familia en una de las viviendas de Fresno que les construyó y legó el abuelo, durante lo que semejaría más bien una sesión de cine amateur casero, sin identificar jamás la película como documental de autora, ni insistir demasiado, ni mencionar su existencia primigenia, ni tampoco para recobrarla mayormente después, ni mucho menos para tomarla como referencia omnipresente, sino apenas para establecerla cual lejano paradigma tácito, y para observar y disfrutar con las reacciones de las y los más jóvenes de la familia, y sitúa enseguida la presentación de sus protagonistas bajo el dominio del Mito, de mitos entretejidos, indeslindables porque vividos desde la experiencia individual y la intimidad, como el mito del trabajo, el mito del paraíso en la tierra, el mito del Fiat Lux, el mito de la familia o el mito de la sobrevivencia cultural, una síntesis armónica de mitos, pese a la incomprensión del entorno incomprensivo.
La inteligencia revisitadora erige como centro del retorno la figura del recio abuelo fundador de una dinastía, de un ejemplo de trabajo recompensado y de dos majestuosas casas, una en Fresno y otra en Jaltepec (hoy con 3 mil 313 habitantes), ese ensombrerado anciano sonriente que recibe en el aeropuerto de la capital del estado de Oaxaca a su gran familia conocida y por conocer, la conduce a bordo de su camioneta combi roja, que serpea por la Sierra Mixteca, hasta deslumbrar a todos los esperadísimos parientes con su enorme casa llena de cuartos para que elijan el de su agrado, los reúne para tomarse la radiante foto grupal de rigor que a lo largo del film se juntará con muchas otras (como las que confrontan/compaginan los disfraces de Halloween con la pintura corporal de las calaveras lúdicas del Día de Muertos, o el canto doméstico de “Las mañanitas” seguida de un “Happy Birthday”), los lleva como máximo atractivo de su estancia en el lugar a la rosada y distante casita natal en un monte hoy vuelto sembradío geométricamente semicircular, mientras las hijas maduras se regocijan de las situaciones conseguidas (“Siempre quise que mis hijos puedan ir, que puedan ver qué pasó, y realmente quieran esas tradiciones”) y los nietos se rinden de admiración ante los logros del iniciador de todo (“Nada se da por sí solo, sin luchar por ello”).
La inteligencia revisitadora realiza como parte fundamental un seguimiento de sus creaturas tanto en la Oaxacalifornia que no parece ser plenamente ni Oaxaca ni California, como por la añorada y mitificada Oaxaca auténtica y mexicana mediante un suave y frágil registro, a modo de actualización fílmica y proceso de memoria viva que deja de rumiar recuerdos para producir ahora nuevas vivencias que habrán de almacenarse como recuerdos futuros, sin dejar de estar en constante evolución, celebrando una biculturalidad positiva hasta sus más entrañables y en apariencia extrañas consecuencias, de ninguna manera renunciar ni supeditar (“Me di cuenta que era un error que ellos me hablaran en inglés y yo les contestara en español”) ni denigrar (“Mis dos mundos pocas veces se enlazan, quería que la comunidad mexicana me aceptara, pero quería que Estados Unidos me amara por el color de mi piel y mi olor a comida mexicana al salir de mi casa, y todo lo que deja en claro que no soy blanca”) ni aceptar (“Siempre sentí orgullo de ser mexicana, y luego estuve rodeada de gente que creían que mi cultura era una broma”) a cualquiera de las dos culturas que habitan a esas criaturas, sino abrazar ambas, y la familia Mejía se convierte en una demostración patente, vivaz y valiosa, de que eso es posible (“La verdad necesito aprender español”), aunque sigan residiendo definitivamente en Fresno (“En México dicen: ‘Nos jubilamos y nos vamos a vivir a Jaltepec’, pero ya no tenemos familia en Jaltepec”), haciendo culminar perentoriamente así la película-saga de la migración afortunada en dos partes que podrían ser muchas más y su microepopeya del arraigo arborescente.
Y la inteligencia revisitadora acaba conectando la humilde pirotecnia explosiva regional con la silueta dando machetazos al atardecer y con la fronda del árbol que cae ante los ojos del viejo Noé que ha prolongado su nombre en el hijo deseoso de construir una cascada en su mansión californiana y en el nieto que zapateaba con impostados botines multicolores, mientras la fogata oaxacaliforniana preside un canto de las chavas Mejía, cual himno estremecido y conmovedor, para asombro reverente de sus primas y primos tanto estadounidenses como mixes (“Mr. Sadman, por favor encienda su rayo mágico/ y tráigame un sueño”).
FOTO: El documental da continuidad a la cinta de 1995 filmada por Sylvia Stevens, y de la cual Ziff fue productora/ Especial
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