Nombrar la violencia
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Una docena de escritoras comparte su testimonio sobre la violencia de género, desde aquella que es ignorada y aceptada, hasta la más violenta y lastimera
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POR LOREA CANALES
“De las veces que mi padre me pegó en mi infancia…” De las veces. Que mi padre. Me pegó. En mi infancia. Veces: más de una, ¿muchas? Padre: quien debe de querer, cuidar. Pegó: golpear, violentar, hacer daño. Infancia: era chica, indefensa. La niña en este caso, tiene 7 años y es la escritora y poeta Sara Uribe quien comparte la violencia extrema sufrida en su infancia, violencia propiciada por su padre, su tío y el gobierno mexicano. Su experiencia es desgarradora. No diré más sobre ella, no necesita intermediarios. Sara Uribe ya la escribió en el libro Tsunami, publicado por Sexto Piso, editado por Gabriela Jáuregui, que contiene ensayos de doce escritoras poetas y académicas mexicanas nacidas desde 1930 hasta el año 2000 y una española radicada en México.
¿Por qué reflexionar sobre el tema? “Para que sirva de algo por lo que hemos pasado”. Responde Diana J. Torres. Y señala uno de los puntos más difíciles del tema. “…la inmensa mayoría de las gentes que sufren esa violencia diariamente y a niveles que ni siquiera podemos sospechar están silenciadas por el propio sistema, ese cómplice absoluto de todo este cagadero.” La inmensa mayoría está silenciada. ¿Cuántas veces nos han dicho que nos callemos? En la casa, en las clases, en la oficina. Cristina Rivera Garza recuerda cómo un columnista que no la conocía escribió en el periódico: “¿No sería mejor que Cris se callara?” En Tsunami doce mujeres no sólo hablan sino expresan reflexiones profundas sobre lo que es ser mujer en México.
¿Por qué el gobierno federal no cuenta los cuerpos de mujeres asesinadas? Igualmente carecemos de datos sobre las desaparecidas. La violencia entonces vuelve en cierta manera anecdótica, especulativa, contenida en un #miprimeracoso o en un #metoo, algo para ver en Youtube. Se vuelve algo personal, una relación entre víctima y victimario y no algo solapado por las instituciones, equivocado y erradicable. ¿Cómo es posible que se multe a quien estaciona un coche en un lugar prohibido y no a quien golpee a un niñ@ o una mujer? ¿Y cuál es este “sistema” “cómplice”? ¿Es el estado, la iglesia, el patriarcado, los mitos fundacionales que aborda el ensayo de Margo Glantz, incluido en el libro?
Yásnaya Elena A. Gil escritora mixe, se cuestiona el significado de ser “indígena” –palabra que no existe en mixe. “En muchas de las lenguas indígenas, como en el caso de mi lengua materna, la palabra ‘indígena’ no tiene un equivalente, los elementos léxicos con respecto de otro colectivo se configuran mediante otra diferencia: ser mixe y no serlo: ser ayuujk jä’ay o ser akäts.” Ella creció en una comunidad rodeada de otras comunidades mixes o zapotecas. “Hasta que llegué a la ciudad fue que, sin pretenderlo, me volví ‘indígena’”. Al ver el indigenismo como una construcción colonial y racial, se cuestiona también el feminismo que tradicionalmente ha sido expresado por mujeres blancas quien han ignorado e inclusive excluido las experiencias de las minorías. Definiendo indígena como una nación sin estado, Yásnaya explora lo que significa ser indígena en Canadá, dónde existen apoyos estatales condicionados a un porcentaje de sangre indígena y el dilema que esto provoca en una bloguera canadiense quien teme diluir el porcentaje indígena de sus hijos si no se casa con alguien que tenga sangre indígena. O en Guatemala donde el dominio de la tierra asignada pasa por el apellido y la pertenencia hereditaria de esas comunidades. En México, está relacionado por el habla de una lengua. Fuera del manejo lingüístico no existe una medición burocrática que determine quién es o no es “indígena”. ¿Y feminismo? “De la otra palabra aún no puedo sacar conclusiones.” “No hay manera que la palabra no me convoque, aunque me convoque de manera incómoda.” Cita a la escritora kaqchikel Aura Cumes, quien tituló su tesis La india como sirvienta. Servidumbre doméstica, colonialismo y patriarcado en Guatemala. “Para Cumes, estas relaciones de colonialidad con las mujeres blancas se actualizan muchas veces en el interior de las organizaciones feministas, en donde las mujeres indígenas no son tratadas de manera horizontal.” Relaciones desiguales que no son exclusivas de México, como Mrs. Banks en Mary Poppins, la sufragette con su ejército de sirvienta, cocinera y nana. Algo que se les recrimina a las escritoras que tienen ayuda doméstica, sin que jamás a un escritor se le pregunte quién plancha sus camisas. En su discurso de recepción del Premio Nobel, Mario Vargas Llosa no mencionó a ninguna escritora como influencia, pero sí hizo énfasis de que su mujer –a la cual dejó poco tiempo después– le hacía las maletas.
La literatura sirve para mostrar lo invisible, lo que no se puede enumerar, ni fotografiar. Al hablar de feminismo se cae en el error de pensar que existe una división entre mujeres y hombres, que se habla desde una perspectiva cultural de género que agrupa a todas las mujeres y todos los hombres como si fuesen un colectivo idéntico. Falla en la individualización y también en el entendimiento de que somos todos, antes que nada personas, humanos todos.
La literatura sirve también para complejizar. La experiencia de Yásnaya, desde su cultura es sólo una gota de lo complejo que es la relación de muchas mujeres ante estos términos. Muchas de las mujeres rechazan el término feminismo por asociarlo con el aborto, sin tomar en cuenta que la igualdad de derechos no es sólo el control que ejerce el estado o la iglesia sobre el cuerpo de la mujer, pero también un tema de libertad y justicia. ¿Quien es lastimado en el proceso? ¿Qué lugar ocupa el miedo?
“…no quiero ser víctima, ni cargar estigmas”, escribe Diana Torres. Camile Paglia intentando des-victimizar a la mujer hace énfasis que si bien una de cada cuatro mujeres ha sufrido una violación, también uno de cada diez hombres. Sí, las mujeres son violadas dos veces más que los hombres, pero a los hombres también los violan.
Daniela Rea presenta extractos del diario que escribió durante el nacimiento y crianza de sus dos hijas. Habla del amor, de la desesperación, de lo complicado que es ese mítico balance. Interpela a la escritora chilena Lina Meruane, quien escribió Contra los hijos y se justifica, diciendo: yo siempre quise ser madre. No es una imposición, es un deseo. Recordando a su madre, despierta de madrugada, planchando los uniformes de cuatro hijos, Daniela le pregunta sobre eso: Lo que yo quiero aclarar contigo, hija, es que no sufras eso, que no te duela. Para mí lavar en la madrugada era subir a la azotea y ver la luna, las estrellas. Y al día siguiente verlos a ustedes arreglados… no había tiempo para pensar en cansancio y yo estaba joven y era fuerte… y con ustedes el cariño, la fuerza, la creatividad se me multiplicaba.
Algo así sucede con éste libro. Surge de una violencia y sufrimiento atroz, pero de alguna manera hace que el cariño, la fuerza y la creatividad de la mujer mexicana se multiplique.
FOTO: Tsunami, Varias autoras, México, Sexto Piso, 2018, 212 pp. / Especial